En el texto de hoy, el apóstol Pablo habla de una lucha que hay en nuestro interior, una guerra que libra por dentro cada uno de nosotros.
Es una guerra entre la ley de Dios —en nuestra mente— y la ley del pecado —en nuestra carne—.
Es apropiado el uso del término “ley” en ambos casos porque el propósito de una ley es regular acciones o conductas.
La ley de Dios en nuestra mente nos motiva a actuar en armonía con la forma de pensar de Jehová; pero la ley del pecado de nuestra carne pretende imponernos la manera de pensar y actuar egoísta y malintencionada de Satanás.
Es una guerra intensa.
Son dos leyes en conflicto intentando imponerse una sobre la otra para controlar nuestras acciones.
Solamente si luchamos con fuerza, ganaremos.
Ahora bien, el apóstol Pablo luchó tenazmente, ¿verdad?
Es cierto que perdió algunas batallas, pero ganó la guerra.
Y ahora es una criatura espiritual e inmortal en los cielos.
Así que deseamos imitarlo.
Veamos qué nos ayudará a ganar esta guerra.
Pongamos una ilustración que, esperamos, nos ayude a ver cómo podemos ganar esta guerra.
Pensemos en dos ejércitos contrarios que, en cierto sentido, equivalen a lo que hay dentro de nosotros.
Pensemos en dos ejércitos luchando entre sí.
Uno es bueno, y el otro, malvado.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer para ayudar al ejército bueno, la ley de Dios en nuestra mente, a vencer al ejército rival?
Pues bien, hablemos de dos aspectos implicados aquí: primero, la alimentación; y, segundo, la actitud.
Hablemos en primer lugar sobre la dieta.
Si uno de los dos ejércitos está bien alimentado y el otro no, ¿cuál creen que ganará?
La respuesta es obvia, ¿cierto?
Es tal como lo menciona este dicho: “Un ejército se mueve por su estómago”.
Y ¿cómo alimentamos al ejército bueno?
Jesús dijo en Mateo 4:4: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová”.
Primera de Pedro 2:2 habla de la “leche [...] que pertenece a la palabra”.
Y Hebreos 5:14, del “alimento sólido”, las verdades profundas de la Palabra de Dios.
En Mateo 24:45, Jesús mencionó que alimentaría a sus discípulos
mediante el esclavo fiel.
Por lo tanto, ¿cómo alimentamos al ejército bueno?
Consumiendo con regularidad y muchas ganas el alimento espiritual.
Así mantendremos bien nutrida, fuerte y saludable la ley de Dios en nuestra mente.
Y ¿cómo matamos de hambre al ejército rival?
Impidiendo que el pensar inmoral que promueve el mundo de Satanás anide en nuestra mente.
Ni siquiera pensaríamos en ver pornografía.
Si lo hiciéramos, sería como darle un jugoso bistec al ejército malo.
Todo lo contrario: si un pensamiento inmoral entra en nuestra mente, lo sacamos por la fuerza.
¿Cómo?
Oramos a Jehová, leemos la Biblia, desconectamos ese pensamiento y lo reemplazamos con uno saludable.
Nos esforzamos al límite por hacer lo que dice 2 Corintios 10:5: poner “bajo cautiverio todo pensamiento para hacerlo obediente al Cristo”.
No llenamos la mente con sueños materialistas ni con la forma de pensar del mundo de Satanás.
La idea de alimentar al ejército bueno y matar de hambre al ejército malvado me hace pensar en una antigua leyenda cheroqui que posiblemente conozcan.
Cuenta la leyenda que un abuelo le decía a su nieto que había dos lobos que luchaban con fuerza dentro de él.
Le explicaba que uno era bueno, y el otro, malvado.
Y, claro, el nieto, deseoso de saber el desenlace, preguntó: “Abuelo, ¿cuál de tus lobos ganó?”.
El abuelo respondió: “El que alimenté”.
Y ocurre lo mismo en nuestro caso.
Ahora veamos el segundo aspecto: la actitud.
Si un ejército tiene una actitud positiva y decidida, pero el otro tiene una actitud derrotista e indiferente, ¿cuál ganará?
La respuesta es clara.
Entonces, ¿cómo haremos que el ejército bueno que hay en nosotros mantenga una actitud positiva y decidida?
Busquen conmigo 2 Corintios capítulo 4.
Veamos un punto clave.
Sin importar las pruebas y las tribulaciones que pasemos, no nos rendimos, no perdemos la esperanza; más bien, fijamos la vista en el premio.
Noten cómo lo expresa 2 Corintos capítulo 4, desde el versículo 16: “Por lo tanto no nos rendimos; más bien, aunque el hombre que somos exteriormente se vaya desgastando, ciertamente el hombre que somos interiormente va renovándose de día en día.
Porque aunque la tribulación es momentánea y liviana, obra para nosotros una gloria que es de más y más sobrepujante peso y es eterna; mientras tenemos los ojos fijos, no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven.
Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
Es un pensamiento hermoso: toda prueba, sin importar lo fuerte que sea, es momentánea y liviana, relativamente hablando.
“Momentánea” cuando la comparamos con las bendiciones que traerá el nuevo mundo, bendiciones eternas.
Y “liviana” comparada con el enorme peso de lo que Jehová logrará en ese nuevo mundo.
¿Puede imaginarse intercambiando un instante de dolor por una eternidad de disfrute, o una pizca de sufrimiento por una montaña de felicidad?
Si lo piensa un poco, verá que eso es posible.
Pero solo si no nos rendimos ante las pruebas que se presenten.
Por otro lado, ¿cómo infundimos una actitud derrotista e indiferente en el ejército malo, en la ley del pecado en nuestra carne?
Primero, tenemos que recordar que si cedemos ante la ley del pecado y seguimos tras una vida pecaminosa —lo cual es una pésima idea— lo perderíamos absolutamente todo.
Perderíamos mucho tiempo ahora y cosecharíamos las terribles consecuencias físicas, mentales y emocionales que conlleva el pecado.
Y perderíamos todavía más en el futuro: todo lo que Jehová tiene preparado para los que lo aman.
¡No perdamos eso de vista!
Recordemos textos bíblicos como Salmo 37:38: “Pero los transgresores mismos ciertamente serán aniquilados juntos; el futuro de los inicuos verdaderamente será cortado”.
Nunca olvidemos que Satanás y sus seguidores están condenados al lago de fuego, y no queremos unirnos a ellos.
Nuestro destino final es el nuevo mundo, no el lago de fuego.
Así que, a diferencia de Asaf, no envidiamos ni siquiera un poquito a los malvados.
No sentimos envidia como él.
Al contrario, sentimos compasión por los malos.
Sí, deseamos que todos ellos se den cuenta de que llevar una vida pecaminosa es un proceder totalmente absurdo.
Así que hay dos aspectos implicados: la alimentación y la actitud.
Con más tiempo, hablaríamos de la capacitación y el equipamiento necesarios.
Pero ustedes pueden investigar más en su adoración en familia o a título personal.
Encontrarán interesantes detalles si se concentran en el equipamiento y la capacitación, tal como lo hemos hecho con la alimentación y la actitud.
Lo importante es que seguimos librando la batalla, lo que significa que estamos luchando, que no hemos perdido, ¡y eso es bueno!
Incluso si caemos en una batalla o dos, ganaremos la guerra si no nos rendimos.
No perdemos la esperanza ni claudicamos.
Así que nunca ondee la bandera blanca, nunca pida una tregua.
Luchemos todos los días hasta que no haya más guerra en nuestro interior, hasta que seamos perfectos y la ley de Dios haya salido victoriosa, hasta que nuestra inclinación natural sea como la de Jehová y Jesús, siempre lista para hacer lo bueno.
Pero, mientras tanto, sigamos luchando con todas nuestras fuerzas.