Serví en la sucursal de Austria desde 1976 hasta 1990.
Allí teníamos un pequeño departamento que atendía algunos países de Europa del Este.
Eso implicaba visitar a los hermanos que estaban siendo perseguidos, llevarles alimento espiritual, reunirnos en secreto con ellos y fortalecer a la organización en esa zona, que estaba sometida a persecución y censura.
Imprimíamos libros en miniatura en papel biblia.
De esta forma, se podían llevar más publicaciones a esos países.
Los hermanos que servían de mensajeros transportaban las publicaciones en sus autos particulares.
Así se pudieron llevar cientos de libros.
En la frontera, cuando los oficiales descubrían que alguien tenía publicaciones, interrogaban al conductor del vehículo.
Pero estos hermanos estaban bien capacitados y sabían qué decir para proteger la obra y no revelar nada confidencial.
En general, después de uno o dos días, los oficiales los dejaban regresar a sus países de origen, pero sin sus automóviles.
Tenían que usar el transporte público, pues sus vehículos eran confiscados.
Aun así, los hermanos eran abnegados y no les importaba correr el riesgo.
La mayoría de ellos lograba pasar la frontera, y cada año se transportaban miles de libros en miniatura de forma secreta a Europa del Este.
Estos viajes tenían éxito no porque fuéramos muy listos para esconder las cosas, sino porque teníamos la convicción y las pruebas de que el espíritu santo nos ayudaba.
También transportábamos plantillas para que los hermanos pudieran producir las publicaciones en sus países usando mimeógrafos.
En la mayoría de los casos, los mensajeros transportaban las máquinas de manera secreta.
Otro método que se usaba era fabricarlas en aquellos países.
Recuerdo que había un hermano que era un ingeniero muy hábil y, con su ayuda, los hermanos decidieron fabricar las prensas ellos mismos.
Así llegamos a tener prensas “offset” caseras.
Los hermanos habían construido varias imprentas subterráneas en sus casas.
Muchas veces imprimían por las noches, porque en los países comunistas tenían que trabajar en una fábrica u otro lugar durante el día.
Esto demostraba el gran espíritu de abnegación que tenían: sacrificaban mucho de su vida familiar para imprimir el alimento espiritual durante las noches.
Algunos de ellos solo dormían unas horas, pero amaban tanto a Jehová y a los hermanos...
que lo hacían.
No había Salones del Reino.
Así que los hermanos se reunían secretamente en casas particulares.
Llegaban en diferentes horarios porque, si los vecinos veían a las mismas personas todo el tiempo yendo a una casa en concreto, podían sospechar.
Entonces, cada semana se reunían en una casa diferente.
Esto permitió proteger la obra para que permaneciera secreta.
Para los hermanos era muy importante cantar, y no necesitaban un cancionero para hacerlo.
Se sabían las letras de memoria y, con solo decir el número de la canción, podían cantarla.
Hacerlo les llegaba al corazón, los emocionaba, y eso fortalecía su determinación a permanecer leales.