Entonces a Elisabet le llegó el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo.
Cuando sus vecinos y sus parientes se enteraron de la gran compasión que Jehová le había mostrado, se alegraron con ella.
Al octavo día fueron a circuncidar al niño, y le iban a poner el nombre de su padre: Zacarías.
¡No!
Se va a llamar Juan.
No hay nadie en tu familia que se llame así.
Entonces, haciendo señas, le preguntaron al padre cómo quería que se llamara el niño.
Él pidió una tablilla y escribió: “Su nombre es Juan”.
Todos se quedaron asombrados.
Juan.
Al instante se abrió su boca...
Juan.
... y se soltó su lengua..., ¡Juan!
... y empezó a hablar...
Su nombre es Juan.
... alabando a Dios.
¡Alabado sea Jehová!
Juan, Juan.
Se llama Juan.
Todos los que vivían en el vecindario se quedaron muy impresionados; y por toda la región montañosa de Judea se empezó a hablar de estas cosas.
Los que oían hablar del asunto lo guardaban en su corazón y decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”.
Porque sin duda alguna la mano de Jehová estaba con él.
Entonces Zacarías su padre se llenó de espíritu santo y dijo proféticamente: Alabado sea Jehová, el Dios de Israel, porque se ha compadecido de su pueblo y lo ha liberado.
Ha hecho surgir para nosotros un poderoso salvador de la casa de su siervo David —tal como él dijo por boca de sus santos profetas de la antigüedad— para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian, para tener misericordia por causa de nuestros antepasados y para acordarse de su santo pacto, el juramento que le hizo a nuestro antepasado Abrahán.
El juramento de que, después de rescatarnos de las manos de los enemigos, nos concedería el privilegio de darle servicio sagrado sin temor y con lealtad y justicia delante de él todos los días de nuestra vida.
Y tú, pequeño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante de Jehová para preparar sus caminos, para darle a su pueblo el conocimiento de la salvación mediante el perdón de sus pecados debido a la tierna compasión de nuestro Dios.
Por esa compasión, la luz de un amanecer nos visitará desde lo alto para alumbrar a los que están sentados en oscuridad y bajo la sombra de la muerte, y para guiar nuestros pies por el camino de la paz.
El niño creció y se hizo fuerte en espíritu, y se quedó en el desierto hasta el día en que se mostró abiertamente a Israel.
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