Ni siquiera recuerdo lo que sucedió los primeros días después de la muerte de mi hermano. Mi hermana María y yo nunca habíamos sentido un vacío tan grande. Yo sabía que si el Señor hubiera estado allí, mi hermano no habría muerto.
Pero a pesar de las lágrimas y del dolor, no tenía ninguna duda de que la resurrección era real. De que algún día, algún día, él volvería a vivir. ¿Quién se iba a imaginar que aquello sucedería aquel mismo día? Delante de nuestros ojos, lloramos de felicidad y le dimos gracias a nuestro amoroso Padre Celestial, Jehová.
Cuando mi hijo murió, sentí como si una parte de mí también hubiera muerto. Intenté mantenerme ocupada, pero nada parecía tener sentido. En los peores momentos, las palabras de Jehová me consolaban.
No pasa ni un solo día en el que no pienso en Brando. Pero no solo me vienen recuerdos, sino que cada vez pienso más en lo maravilloso que será verlo de nuevo. En el Nuevo Mundo.
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