Cuando nos casamos sabíamos que queríamos tener hijos y formar una familia, así que cuando nos enteramos de que íbamos a tener un bebé, nos pusimos contentísimos. Cuando Becky me dijo que estaba embarazada, de repente algo cambió en mi interior y ya me sentí a papá. Empiezas a hacer planes desde el principio y es que ya quieres muchísimo a esa personita que va a nacer.
Un día Becky se sintió un poquito mal y una amiga nos dijo que fuéramos al médico, así que fuimos. Cuando llegamos le hicieron una ecografía y cuando el doctor volvió nos dijo que el corazón había dejado de latir. Fue uno de los peores momentos de mi vida, nunca podré olvidarlo porque de repente, así sin más, todos esos sueños, todo lo que estabas preparando, se viene abajo, desaparece.
Ese lugar especial en mi corazón que ya le había dado al bebé, ahora es un enorme agujero, tan grande que no se llena con nada. Es un vacío indescriptible. No sabíamos qué hacer, pero esa noche teníamos reunión y queríamos estar allí.
Sabíamos que si íbamos a la reunión, Jehová nos ayudaría con su espíritu y teníamos claro que no íbamos a poder sobrellevar esto solos. Necesitábamos a Jehová. Cuando otras personas enteraron de que habíamos perdido al bebé, muchos nos contaron cosas que ellos mismos habían vivido y eso nos ayudó a no sentirnos solos.
Jehová también nos ha dado muy buenos amigos, de esos que se apegan más que un hermano. Son los que siempre saben cuándo tienes un mal día. Oraban con nosotros, paseaban con nosotros, nos escuchaban.
Sé que Jehová los está usando para demostrarnos que nos quiere. Todavía estamos tratando de recuperar la alegría. Al leer la Biblia en mi estudio personal, encontré un Salmo que me ha ayudado mucho.
Es el Salmo 139, que dice que no hay ningún lugar donde Jehová no pueda encontrarnos, que no hay oscuridad demasiado oscura para él. Y sentíamos que estábamos en un lugar muy, muy oscuro. Meditar en ese texto me ayudó muchísimo y poquito a poco, gracias a la ayuda de Jehová, volví a ver las cosas bonitas de la vida.
Bueno, aquí en Venezuela, mucho antes de la crisis, no había tantos problemas económicos como ahora lo hay. Podíamos ir a los mercados, podíamos escoger la cantidad de comida que queríamos llevar y, bueno, teníamos una vida tranquila. Para nosotros empezó la situación fuerte hace cinco años.
Era difícil para conseguir los alimentos, lo básico. Cuando llegaba el momento de quizás comprar algo, pues ya no había. Hubieron dos ancianos que estuvieron por decirle casi que a diario al pendiente.
Preguntaban la cantidad de comida que yo podía necesitar. A la hora de prepararla y servirla, siempre me enfocaba más en que mis hijos estuvieran bien. La cantidad de ellos siempre fueron las mejores.
Aunque mi hijo, el pequeño, él me decía, mami, ¿y eso es lo que tú te vas a comer? Y yo le digo, sí, papi, yo me siento bien con esto. Y entonces él decía, no creo. Pensaba yo, yo dije, no, yo puedo aguantar.
Pero la cantidad que estaba consumiendo no era la que mi cuerpo requería. Y en una reunión, un domingo en la mañana, pues me sentí más. Y gracias a Dios a mi hija estuvo cerca.
Volví en sí y me dijo, mami, te desmayaste tres veces. Y yo, no puede ser. Y bueno, los hermanos inmediatamente me llevaron al médico.
Ahí fue donde me diagnosticaron pues que tenía desnutrición severa. Ellos tomaron un plan de acción, ¿verdad? De traerme la comida ya lista, preparada. De hecho, hasta se sentaban al lado a esperar a que yo terminara de comer.
No he recuperado todavía mi conceptura, porque era un poco más gruesa. Pero de salud pues yo me he sentido muy bien. Y bueno, esos ancianos ahí al pendiente, al pendiente, entonces eso me inyectaba las energías.
Y el gozo definitivamente no lo perdí. Y eso es todo gracias a Jehová. Gracias a él, porque él es el que me mantiene.
Pues me viste, me da comida y me da grandes amigos también. Eso es lo que me da Jehová. Vivimos en la ciudad de Nueva York y aquí la vida es muy agitada y la gente va corriendo a todas partes.
Y si vives aquí, tienes que ir a ese ritmo. A nosotros nos iba bastante bien. Éramos felices con nuestro precursorado, nuestro trabajo, intentando sobrevivir en Nueva York.
Una de las cosas que nos preocupan en Nueva York es la seguridad. Por eso tienes que estar pendiente de lo que pasa a tu alrededor. Pero lo que nunca habíamos pensado es en que habría un huracán.
No era algo que nos preocupara. La primera vez que escuchamos el aviso de huracán, estaba lloviendo y hacía mucho viento. Cuando vimos el agua entrando en el estacionamiento de nuestro apartamento, nos dimos cuenta de que estaba a punto de pasar algo.
Nos fuimos solo con lo que llevábamos puesto. Fue una devastación total. Lo perdimos todo en una sola noche.
Jamás imaginé que el agua entraría en nuestra casa y destruiría todas nuestras cosas, incluso nuestra ropa. Por primera vez en la vida me sentí en la miseria. Tenía el corazón roto.
Lo único que pensaba era ¿qué va a hacer de nosotros? Teníamos asamblea ese fin de semana y yo no tenía ni traje ni corbata. La verdad es que hasta ese momento no me había dado cuenta de lo importante que es la ropa, porque siempre había tenido. Los hermanos nos ayudaron de muchísimas maneras diferentes.
Por ejemplo, el día antes de la asamblea alguien llamó a la puerta y nos dieron tres trajes y zapatos. Nos compraron ropa, nos dieron sobres con dinero y nos dieron muchísimo cariño. Fue una experiencia increíble.
Estoy convencido de que Jehová nos quiere y de que motivó a los hermanos a darnos la ropa. Al final pudimos ir a la asamblea y disfrutar del alimento espiritual a pesar de la situación. Aunque lo perdimos todo en sentido material, hemos podido seguir siendo precursores hasta el día de hoy.
Jehová lo prometió. Si ponemos en primer lugar el reino, él se encargará de todo lo demás y eso me hace muy feliz. Independientemente de los problemas que tengamos en la vida, hasta si en algún momento nos quedamos sin ropa, no hay nada que pueda quitarnos la amistad que tenemos con nuestro Dios Jehová.