JW Broadcasting: Junio de 2024 (graduación de la clase 155 de la Escuela de Galaad)

¡Bienvenidos al programa de JW Broadcasting® de junio de 2024!

El 9 de marzo de 2024, un grupo de estudiantes tuvo el placer de graduarse de la clase 155 de la Escuela de Galaad.

Vinieron de 5 continentes, representaban a más de 20 países y hablaban más de 35 idiomas.

¿Qué animadoras palabras de despedida les dedicaron los miembros del Cuerpo Gobernante, sus instructores y otros hermanos?

¿De qué temas hablaron los discursantes?

¿De qué países vendrán los hermanos que entrevistaron en De primera mano?

Ya lo veremos.

¡Ahora disfruten de la parte 1!

¡Cuánta emoción!

Y no es para menos.

Nos alegramos mucho.

Aunque lo que veremos a continuación va a beneficiar a todos los que lo escuchen, tengan presente que el programa fue pensado especialmente para su clase, preparado para ustedes.

Cuando piensen en este programa, recordarán que dio honra a Jehová y que confirmó su amor por ustedes, así como el amor que les tenemos nosotros.

Durante estos últimos cinco meses estuvieron extrayendo importantes principios de distintos relatos bíblicos, ¿verdad?

Y los protagonistas de muchos de estos relatos fueron siervos fieles de Jehová que con su ayuda pudieron hacer su voluntad.

Igual que ellos, ustedes saben lo ciertas que son las palabras de Pablo en Filipenses 4:13.

Allí dice: “Tengo fuerzas para todo gracias a aquel que me da poder”.

Ustedes saben bien quién es “aquel”: Jehová.

Él nos da ese poder mediante su Hijo, Jesucristo, y les dio este poder a ustedes para ayudarlos a completar el curso.

Lo lograron.

Esto es algo que no deben olvidar jamás.

Él los ayudó y siempre los ayudará.

En el futuro, puede que se enfrenten a problemas o tareas que parezcan muy grandes, muy difíciles.

Pero pueden recordar la ayuda que Jehová les dio.

También pueden pensar en ejemplos como el de David.

Desde muy jovencito, David sabía que necesitaba la ayuda de Jehová.

En el Salmo 71:5, 17, él dice: “Porque tú eres mi esperanza, oh, Señor Soberano Jehová; en ti he confiado desde mi juventud”.

“Tú me has enseñado desde que era joven, y hasta ahora sigo declarando tus maravillosas obras”.

¿No les pasó lo mismo a ustedes?

Jehová los ha ayudado durante toda su vida, y ahora en la escuela también han recibido su ayuda.

Hoy están a punto de graduarse.

Es un día muy especial, uno que nunca van a olvidar.

David fue agradecido y se acordaba de que Jehová lo había ayudado; igual que ustedes.

Como David tenía fe, confió en la ayuda de Jehová; igual que ustedes.

Está claro que tienen esas cualidades, por eso los queremos.

Sabemos que tendrán la fe y la confianza para enfrentar cualquier problema que venga.

Si hacen buen uso de lo que aprendieron en Galaad en los lugares adonde vayan, Jehová estará muy contento.

Y también se alegrarán mucho los hermanos y las hermanas con los que sirvan.

A continuación vamos a escuchar discursos que, como mencionamos antes, van a beneficiarnos a todos, van a fortalecer nuestra fe, van a hacer que confiemos más en Jehová y van a destacar su maravilloso propósito, ese propósito con el que todos colaboramos.

Así que, para comenzar con el programa, prestemos atención a nuestro hermano Jonathan Smith, quien sirve como ayudante del Comité de Servicio, y en su discurso contestará la pregunta “¿Qué tengo que hacer?”.

“¿Qué tengo que hacer?”.

¿Se han preguntado esto alguna vez?

Si son como yo, seguro que se lo preguntan todos los días, y quizá hasta muchas veces.

“¿Qué es lo que tengo que hacer ahora?”.

Pero hay otra pregunta que deberíamos hacernos, y quizá no nos la hemos hecho desde hace algún tiempo: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

Quizá te hiciste esta pregunta cuando empezaste a estudiar la Biblia, y con razón.

O puede que durante las clases de Galaad te lo preguntaste en más de una ocasión.

Pues la Biblia dice que hubo dos hombres que le hicieron a Jesús esta misma pregunta.

Los dos se la hicieron durante los últimos seis meses del ministerio de Jesús en la Tierra.

Y, aunque la pregunta era la misma, la respuesta fue diferente.

Veamos la primera.

Lucas 10:25: “Un hombre experto en la Ley se levantó para ponerlo a prueba y le preguntó: ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’”.

Pero Jesús tuvo en cuenta que ese hombre ya conocía muy bien la Ley.

Probablemente sabía la respuesta.

Quizá lo que en verdad quería no era una respuesta, sino probar a Jesús.

Y ¿qué hizo Jesús?

Él deja que sea el hombre el que responda a la pregunta.

Versículo 26: “¿Qué está escrito en la Ley?

¿Qué lees en ella?”.

En el versículo 27, el hombre da una respuesta impresionante.

En solo una frase, consigue resumir por completo la Ley de Moisés.

Y lo hace exactamente de la misma manera como lo había hecho Jesús en dos ocasiones anteriores.

Claro, Jesús se queda impresionado y le dice en el 28: “Contestaste correctamente; sigue haciendo eso y conseguirás la vida”.

Aquí hay dos lecciones.

Cuando hablamos de la Biblia con la gente en la predicación, a veces nos damos cuenta de que tienen algo de conocimiento.

Devolvámosle la pregunta, “¿Usted qué piensa?”, o mejor, “¿Qué dice la Biblia?”.

Otra cosa que podemos hacer está en el versículo 28.

Felicitemos a la persona si responde bien.

Hagámosle ver que puede alcanzar la vida eterna.

Aquel hombre preguntó de nuevo y dejó ver otra intención.

Pasó de interrogar a Jesús a querer demostrar que él era justo.

En el 29 pregunta: “¿Quién es en realidad mi prójimo?”.

Siendo un judío experto en la Ley, también sabía la respuesta a esta pregunta, ¿verdad?

Quizá estaba pensando: “Jesús me va a decir lo que quiero oír, que mi prójimo son mis amigos judíos, quizás los de mi pueblo, especialmente los que obedecen la Ley”.

Así que la pregunta no era muy sincera; era capciosa.

“¿Quién es en realidad mi prójimo?”.

¿De verdad quería saber eso?

Entonces, ¿qué hace Jesús ahora?

Para evitar que este hombre se salga con la suya y corregir su punto de vista sobre el prójimo.

Como bien sabemos, Jesús aquí usa una parábola muy bonita, la del buen samaritano, y describe una situación en los versículos 30 a 32.

Un hombre va de camino de Jerusalén a Jericó, lo atacan unos ladrones, lo desnudan, lo golpean, lo dejan medio muerto… Y da la casualidad de que un sacerdote pasa por allí, pero no se detiene, pasa de largo.

Y lo mismo sucede con un levita; otro que también pasa de largo.

Estos dos hombres tenían responsabilidades en la organización de Dios.

¡Qué frialdad!

¡Qué insensibles!

¿Otra lección para nosotros?

Puede que tengamos responsabilidades en la organización de Jehová.

Nunca permitamos que eso nos vuelva insensibles a las necesidades de los demás y que no estemos dispuestos a sacrificar nuestro tiempo para ayudar a alguien.

Y ahora llega un samaritano, versículos 33 y 34.

Él viajaba por ese camino y, al ver al hombre, se conmovió profundamente.

Le echa aceite y vino en las heridas, se las venda, lo monta en su propio animal y lo lleva a una posada.

Y al parecer se queda allí con el hombre todo el día.

Al día siguiente (versículo 35), saca dos denarios (el salario de dos días de trabajo) y se los da al dueño de la posada y le dice: “Cuídalo, y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”.

El salario de dos días.

Seguramente le dio todo lo que llevaba, porque iba a tener que volver para darle más dinero.

Y todo por un hombre que era judío, alguien que en circunstancias normales ni lo saludaría.

Entonces Jesús le hace otra pregunta, pero ahora cambia la pregunta que había hecho el hombre, no “¿Quién es mi prójimo?”, sino “¿Cuál de los tres piensas que se hizo prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”.

Esa sí es una buena pregunta.

No “¿Quién es mi prójimo?”, sino “¿Cómo puedo hacerme yo prójimo?”.

El hombre capta la idea y vuelve a contestar correctamente.

No dice el samaritano; no está dispuesto a hacerlo.

Pero dice: “El que lo trató con compasión”.

Entonces Jesús le dice: “Vete y haz tú lo mismo”.

Y ahí termina el relato, con un toque final positivo.

Cuánto aprendemos aquí sobre cómo hablar con la gente en el ministerio o en nuestras conversaciones del día a día en el trabajo con nuestros hermanos.

Cuando alguien nos haga una pregunta, no le restemos valor a la pregunta.

Más bien, ayudémosle a llegar a la conclusión correcta.

No critiquemos a alguien porque creamos que su motivación no es la mejor.

Respondamos con cariño.

Quizá un ejemplo o una comparación lo ayude a captar la idea.

Bueno, como les dije, esta no es la única vez que Jesús lidió con esa pregunta.

Veamos ahora la otra ocasión.

Esa la encontramos en Lucas 18:18.

Aquí nos encontramos con un hombre que no era un experto en la Ley, era un gobernante.

La Biblia dice que “era muy rico”.

Y otro Evangelio añade que era joven.

Rico, joven y gobernante; estos tres ingredientes no siempre combinan bien.

Veamos el versículo 18.

La conversación comienza con este hombre que corre hacia Jesús, se arrodilla y le dice: “Buen Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

Claro, Jesús no puede quedarse sin decirle que no está bien darle a él un título que solo le pertenece a Jehová, el título de “Buen Maestro”.

Por eso en el versículo 19 lo corrige amablemente.

Después, en el versículo 20, Jesús menciona algunos de los Diez Mandamientos.

Pero, en el 21, el hombre dice: “Todo esto lo llevo obedeciendo desde muy joven”.

En otras palabras, “¿Qué más tengo que hacer?”.

Después de escucharlo, Jesús se da cuenta de que a este hombre le falta algo por hacer.

22: “Te falta una cosa: vende todo lo que tienes y reparte lo que saques entre los pobres; así tendrás un tesoro en los cielos.

Luego ven y sé mi seguidor”.

Bueno, esto era demasiado para él.

El relato de Marcos nos dice que en ese momento Jesús sintió cariño por el hombre, porque vio que de verdad era sincero.

Pero, aunque el hombre tenía buenas intenciones, no pudo obedecer.

“Al oír esto, […] se entristeció muchísimo, ya que era muy rico”.

Marcos dice que “tenía muchas posesiones”.

Bueno, de este relato aprendemos varias cosas.

Aprendemos que hay personas con buenos motivos que no tienen buenas cualidades.

En este caso, él estaba muy apegado a sus posesiones, y eso le impidió aprovechar una preciosa oportunidad de oro: ser seguidor de Jesús.

De estos dos relatos extraemos varias lecciones.

La primera es que cualquier buen samaritano puede enseñarnos algo.

¿Les ha pasado eso alguna vez?

A mí sí.

Hace muchos años, iba con mi auto y se me pinchó una rueda.

Tenía una de repuesto, pero no tenía las herramientas.

En esa época no había celulares.

Caminé hasta una casa cercana y dije: “¿Puedo usar su teléfono, por favor?

Necesito una grúa”.

Y el hombre dijo: “Pero ¿qué pasó?”.

“Tengo que cambiar una rueda”.

“Yo le ayudo”.

Él salió de su casa, agarró las herramientas y en pocos minutos cambió la rueda.

Mientras lo hacía, yo pensaba: “Es de otra religión, de otra cultura, tiene antecedentes distintos… y me está cambiando la rueda”.

Cuando me fui, pensé: “Hoy Jehová me enseñó algo usando a un ‘samaritano’”.

Así que ¿qué aprendemos?

Pues que no es mala idea de vez en cuando hacer esa pregunta, ¿verdad?

Aquellos dos hombres la hicieron.

Tristemente, al menos uno no hizo caso.

Pero, si de vez en cuando le decimos a Jehová: “Por favor, dime qué debo hacer para heredar la vida eterna”, seguro que Jehová nos contestará la oración.

Quizá por medio de nuestro estudio personal o incluso quizás por medio de un “samaritano”.

Te damos muchas gracias, Jonathan, por darnos un discurso tan lindo y práctico.

Ahora vamos a escuchar al hermano Paul Gillies, quien sirve como ayudante del Comité de Coordinadores.

El título de su discurso es “Un regalo de Dios”.

Jehová es la persona más generosa del universo.

“Todos los regalos buenos y todos los dones perfectos” vienen de él.

Y estoy seguro de que ustedes, estudiantes de Galaad, le han dado las gracias a Jehová muchas veces por los regalos espirituales que han recibido estos cinco meses.

Recuerdo que, cuando uno de ustedes se presentó, dijo: “Galaad es un regalo inmerecido”.

Pero ahora me gustaría preguntarles si en estos cinco meses han podido disfrutar del “regalo de Dios” del que se habla en Eclesiastés 3:12, 13.

Vamos a leerlo juntos.

Eclesiastés 3:12, 13: “He llegado a la conclusión de que no hay nada mejor para ellos que alegrarse y hacer el bien durante su vida, y también que todos coman y beban, y disfruten de todo su duro trabajo.

Eso es un regalo de Dios”.

Este texto ofrece una receta muy sencilla para disfrutar de la vida si tenemos buena salud.

No hay nada mejor que comer y beber, y disfrutar de nuestro duro trabajo.

¿Y por qué?

Pues porque “eso es un regalo de Dios”.

Como se explica en el versículo 12, el trabajo que produce felicidad y satisfacción es —fíjense— “hacer el bien”, es decir, hacer cosas buenas por los demás.

Como dijo nuestro Señor Jesucristo, “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir”.

Además, Proverbios 8:30 dice que, cuando trabajó “como un obrero experto”, Jesús se sintió feliz, o como transmite el hebreo original, se divirtió, se la pasó muy bien.

Sí, Jesús disfrutó muchísimo los millones de años que pasó con su Padre creando el universo.

Claro, nosotros estamos muy lejos de ser obreros expertos como Jesús, pero sí podemos sentir la satisfacción de hacer un buen trabajo en el servicio a Jehová.

¿Y no creen que ese sentimiento ya es de por sí un regalo de Dios?

Para explicar mejor esta idea, vamos a ver lo que dice Eclesiastés 5:18, 19.

El versículo 18 dice: “Esto es lo que yo he visto que es bueno y apropiado: que una persona coma y beba, y disfrute de todo el duro trabajo en el que tanto se esfuerza bajo el sol durante los pocos días de vida que el Dios verdadero le ha dado, pues esa es su recompensa.

Además, cuando el Dios verdadero le da a un hombre riquezas y posesiones, y también la capacidad de disfrutarlas, este debe aceptar su recompensa y disfrutar de su duro trabajo.

Eso es un regalo de Dios”.

En otras palabras, el escritor bíblico nos da estos dos sabios consejos: 1) trabajar duro todos los días y 2) disfrutar de lo que tenemos en este momento.

Cuando reconocemos que lo que tenemos es un regalo de Dios, es cuando realmente somos capaces de disfrutar de lo que tenemos.

Y fíjense que en estos versículos se dice dos veces que este regalo es una “recompensa” que nos da Jehová.

¡Qué bonito es pensar que Jehová decide recompensarnos por nuestro duro trabajo!

Estoy seguro de que gracias a esta escuela han acumulado aún más tesoros espirituales.

En los próximos años, algo que les pasará más de una vez y que seguro les dará mucha alegría es recordar lo que aprendieron sobre algún versículo durante su estudio personal o algo que les explicó alguno de sus instructores en clase.

Podemos comparar eso a los lindos recuerditos que nos traemos cuando vamos de viaje.

Vamos a ver ahora lo que dice el versículo 20 de Eclesiastés 5.

Este versículo explica cómo “el regalo de Dios” puede influir en la forma en que vemos la vida.

Ahí dice: “Porque no pensará mucho en la brevedad de su vida [o, como dice la nota, “apenas se acordará de los días de su vida”], ya que el Dios verdadero lo mantiene concentrado en la alegría de su corazón”.

“El tiempo vuela” es algo que decimos mucho aquí en Betel, ¿verdad?

¿Y no es cierto que cuando disfrutamos de nuestro trabajo parece que los días, las semanas, los años e incluso la vida misma se nos pasa volando?

De ahí el consejo: “Disfruta el momento”.

Una cita famosa dice: “El ayer es el pasado; el mañana es el futuro; pero el hoy es un regalo, por eso se le llama presente”.

Estar ocupado tiene sus ventajas.

El “regalo de Dios” nos ayuda a cuidar nuestra salud mental.

Cuando estamos muy ocupados haciendo algo interesante, no nos preocupamos excesivamente por la brevedad de nuestra vida, por los problemas o por las cosas que nos puedan pasar.

Como nos sentimos tan felices haciendo cosas buenas —como Jesús, que disfrutaba de lo que hacía—, no dejamos que los aspectos negativos de la vida controlen nuestra mente.

Nuestro corazón rebosa de alegría.

Nos sentimos tan bien… Y eso es un regalo de Dios.

Durante las últimas 20 semanas han tenido que trabajar mucho, ¿verdad?

Han exprimido su cerebro.

Pero ¿verdad que ha pasado el tiempo volando desde aquel 6 de noviembre del año pasado en el que nos conocimos?

Bueno, ahora relájense, coman y beban —pero no se pasen— con su familia y amigos, y reflexionen en lo que ha sido su paso por Galaad.

Este es el momento de saborear la recompensa que Jehová les da.

El mismo escritor también dijo que debe haber un equilibrio entre el trabajo y el descanso.

En Eclesiastés 4:6 dijo: “Es mejor un puñado de descanso que dos puñados de trabajo duro”.

Piensen en esto.

A un adicto al trabajo ya no le quedan ni tiempo ni energías para hacer otras cosas que pudieran ayudarle a despejarse o recuperar las fuerzas.

Por eso tenemos que ser equilibrados, especialmente si nos encanta nuestro trabajo.

La Biblia nos anima a trabajar duro, pero también a disfrutar de las recompensas de nuestro trabajo.

Aunque disfrutemos de lo que hacemos, debemos recordar que lo disfrutaremos mucho más si nos tomamos tiempo para descansar y reflexionar en todo lo que hemos logrado.

Es probable que a muchos de ustedes les encarguen nuevas tareas o responsabilidades, y que por eso tengan más carga de trabajo.

Así que este consejo de la Biblia es muy oportuno, ¿verdad?

Busquemos ahora 2 Timoteo 1:6.

Vamos a leerlo.

Este versículo menciona otro aspecto positivo relacionado con el “regalo de Dios” —o “don de Dios”— que les ayudará en sus futuras asignaciones.

Ahí dice: “Por esta razón, te recuerdo que avives como un fuego el don de Dios que tienes desde que te impuse las manos”.

En la Biblia en inglés hay una nota aquí que dice: “El don del que habla Pablo aquí probablemente fue un don del espíritu santo.

Este don quizás le daba a Timoteo alguna habilidad especial que lo ayudaba a cumplir con su asignación”.

Obviamente, Jehová no les ha dado un don milagroso para que sean alumnos brillantes de Galaad.

Como uno de ustedes dijo en su presentación: “Solo somos betelitas comunes y corrientes viviendo una experiencia extraordinaria”.

Bueno, puede que eso sea cierto.

Sin embargo, la Escuela de Galaad seguramente los ha ayudado a descubrir habilidades que ustedes ni siquiera sabían que tenían, ¿cierto?

Y, si ustedes no las descubrieron, sus instructores sí.

Los que tenemos una asignación especial en el servicio a Jehová, como Timoteo, tenemos que verla como “un regalo de Dios”.

Todas esas asignaciones son una muestra de la bondad inmerecida de Jehová, no un premio por meses de estudio.

De hecho, nuestra energía, nuestras habilidades y nuestros talentos pueden considerarse regalos de Jehová.

Y deberíamos usarlos para hacer cosas buenas por los demás.

Si los usamos con ese fin y los vemos como regalos, entonces disfrutaremos de nuestras asignaciones.

En este versículo Pablo también le recuerda a Timoteo que avive “como un fuego el don de Dios” que tiene, el regalo que Dios le dio.

Seguro que ustedes sienten ese fuego en su interior y están listos para trabajar duro en sus asignaciones.

Otra nota de estudio para este versículo explica que “avivar como un fuego implica un esfuerzo constante”.

O, como sugiere un experto, “mantener el fuego ardiendo al máximo”.

Así que pongamos todo nuestro corazón y energías en nuestras asignaciones.

Mantengamos viva la llama, pero sin quemarnos.

Conservaremos el fuego bien encendido si recordamos mantener el equilibrio entre el trabajo y el descanso.

Es cierto, nuestra vida pasa volando.

Esta es nuestra realidad, al menos por ahora.

Pero en el nuevo mundo disfrutaremos de verdad del trabajo.

Nuestra vida será cada vez más feliz, especialmente cuando tengamos salud perfecta.

También será un placer comer y beber alimentos que no estén contaminados.

Así que disfruten de la vida.

Disfruten de la vida con su familia y amigos.

Disfruten de todo lo que tienen ahora.

Disfruten de sus asignaciones.

Den lo mejor de sí mismos, pero sean equilibrados.

Podremos usar la sencilla receta de Eclesiastés durante millones y millones de años, o para siempre.

“Coman y beban, y disfruten de todo su duro trabajo” porque “eso es un regalo de Dios”.

Estamos muy agradecidos, hermano Gillies.

Para nosotros tu discurso ha sido un verdadero regalo, un presente.

Y ahora el hermano Edward Aljian, quien trabaja en el Departamento de Redacción, presentará el discurso titulado “Un problema y su solución”.

Queridos estudiantes de la clase 155 de Galaad, hoy están a punto de graduarse.

Y no solo eso, pronto irán a sus asignaciones, de las que seguro disfrutarán.

Pero la vida es como es; ya saben, surgirá algún que otro problema.

Un problema al que puede que se enfrenten en algún momento de su vida es que les cueste mucho, se les haga difícil entender un cambio en la manera en cómo se hacen las cosas en la organización.

Podría ser en los métodos de predicación, en el funcionamiento de la congregación, en los procedimientos de la sucursal o algo por el estilo.

Y, por lo general, vemos estos cambios como dice Isaías 60:17, como cambios a mejor.

Aun así, nuestras publicaciones y hasta la misma Biblia admiten que en algún momento a cualquiera de nosotros pudiera costarle hacer esa transición, dejar de hacer las cosas como las hacíamos para hacerlas como nos dicen que las hagamos ahora.

¿Y por qué podría ser difícil?

¿Porque nos afecta personalmente?

¿Cambiará el lugar donde vivimos o lo que hacemos?

Puede que sí.

O puede que no.

Puede que, en realidad, en nuestra mente se nos haga difícil entender la razón detrás del cambio.

Somos leales, y apoyaremos el cambio.

Pero nuestra mente sigue diciendo: “¿Por qué hacemos las cosas de esta manera?

Yo creo que lo mejor sería que las hiciéramos de esta otra manera”.

Bueno, si hemos recibido nuevas instrucciones y en nuestra mente, en nuestro interior, no estamos del todo de acuerdo, tenemos un problema.

Pero también tenemos una solución, que se encuentra en Filipenses, capítulo 3. ¿Lo leemos?

Aquí Pablo habla de un problema que había en aquel tiempo en algunas congregaciones.

Pero ¿era un gran problema para la congregación de Filipos?

Al parecer, no.

Pero Pablo sabía que esto podría convertirse en un problema para algunos hermanos de allí.

Por eso lo trató en ese mismo momento como vemos en Filipenses 3:15, 16.

Dice: “Por lo tanto, los que somos maduros tengamos esta actitud mental, y, si en algún sentido ustedes piensan de otra manera, Dios les revelará la actitud correcta.

En cualquier caso, sin importar cuánto hayamos progresado, sigamos andando correctamente por ese mismo camino”.

¿A qué se estaba refiriendo Pablo?

A un gran cambio organizativo: pasar de la Ley mosaica al cristianismo.

Y Pablo entendió este cambio.

Y él no pensaba de otra manera; no estaba en contra.

Él dejó atrás su apego a la Ley, cualquiera de las ventajas que tenía, por ejemplo, la prominencia, el prestigio entre los judíos… Lo dejó todo atrás.

Eso hizo Pablo.

Pero a otros cristianos judíos les llevó años madurar hasta el punto de poder dejar atrás la Ley y aceptar por completo todos los aspectos del cristianismo.

¿Por qué les llevó tanto tiempo?

Para nosotros es fácil decir: “Es que eran unos tercos.

Tenían mala actitud”.

Y algunos eran así.

Por ejemplo, había algunos que querían aferrarse a algunas partes de la Ley simplemente para evitar la persecución.

Esas cosas pasaban.

Pero pensemos también en esto: antes del cristianismo, la única manera de adorar a Jehová era obedeciendo la Ley mosaica.

Así que seguramente había algunos judíos que antes de hacerse cristianos seguían lo más fielmente posible la Ley mosaica.

Y, como eran tan fieles, ¿qué creen que hicieron?

¿Solo obedecer la Ley?

No.

Seguramente fueron un paso más allá.

Seguro que se esforzaron mucho para llegar a amar mucho la Ley y la manera en que cada una de las leyes reflejaba la personalidad de Jehová, su forma de pensar y actuar.

Quizás algunos judíos dedicaron años a que su amor creciera hasta ese nivel.

Y, ahora que lo consiguieron, de repente la Ley deja de ser válida.

Así que podemos imaginarnos lo difícil que pudo ser para algunos de esos judíos leales llegar a asimilar este cambio.

¿Podría pasarnos algo parecido hoy?

Claro que sí.

Quizá hace años nos dijeron: “Así es como se predica, por esto y por esto”.

O “Así es como se manejan estos asuntos en la congregación, por esto y por esto”.

O “Esto en la sucursal lo hacemos así, seguimos este procedimiento, y es la mejor manera por esto y por esto”.

Y, como somos leales, ¿qué fue lo que hicimos?

Lo asimilamos por completo: aceptamos la manera de hacer las cosas y también las razones que había detrás.

Y, si alguien venía a criticar algo de eso, ahí salíamos nosotros en defensa.

Porque valorábamos mucho esa manera de hacer las cosas, aunque quizá llegar a eso nos llevó años.

Y, por lealtad, lo hicimos.

Y, ahora que lo logramos, van y lo cambian, incluso puede que hasta las razones que había detrás.

Bueno, al igual que algunos de aquellos primeros cristianos judíos, nosotros fuimos leales a cómo se hacían las cosas antes en la organización.

Pero esa misma lealtad podría impedirnos ver en el momento lo bueno que es el cambio.

Y, como hemos dicho, ese es el problema.

Pero ¿cuál es la solución?

¿Qué podemos hacer?

Tres cosas, y las tres están en los versículos que acabamos de leer.

Primero, ser pacientes.

Pablo lo dijo así en el versículo 15: “Por lo tanto, los que somos maduros tengamos esta actitud mental, y, si […] ustedes piensan de otra manera, Dios les revelará la actitud correcta”.

Entonces, si te has esforzado y hasta has orado para entender la razón del cambio, pero aun así no lo entiendes, no le des más vueltas.

Sé paciente, porque en algún momento, puede ser pronto o no tan pronto, verás que todo encaja en su lugar y realmente entenderás lo bueno, lo sabio que es el cambio.

Segundo, andar correctamente.

¿Qué significa esto?

La nota de estudio en inglés del versículo 16 explica que para los cristianos tiene que ver con avanzar en unidad, juntos.

Así que, en la situación de la que estamos hablando ahora, andar correctamente significa apoyar el cambio sin quejarnos.

No queremos ponernos en contra.

Porque ¿qué pasaría si nos quejamos o nos oponemos?

No estaríamos andando correctamente.

Iríamos en contra de la unidad.

Pero no hacemos eso.

Andamos correctamente; apoyamos el cambio.

Y, tercero, estar muy activos sirviendo a Jehová cada día.

Y esto se puede ver en el versículo 16, cuando Pablo anima a todos los cristianos de Filipos a seguir progresando.

Y nosotros también tenemos que seguir progresando.

Seguro que en nuestro servicio a Jehová hay muchas cosas que sí entendemos, que sí valoramos y en las que seguimos progresando.

¡Muy bien!

Pongamos nuestra mente y corazón en eso.

En vez de obsesionarte con algo o seguir dándole vueltas a lo que por el momento no logras entender, mantente activo en tu asignación, mantente ocupado con una buena rutina espiritual, y verás que en ese mismo momento te sientes satisfecho.

En resumen, si en algún momento nos cuesta entender un cambio en la organización, tenemos un problema, pero también la solución: Filipenses 3:15, 16.

Ser pacientes, andar correctamente y estar muy activos sirviendo a Jehová cada día.

Y, antes de concluir, me gustaría poner un ejemplo del último punto, de lo importante que es estar muy activo sirviendo a Jehová cada día.

Porque es la solución para el problema del que estamos hablando, pero, además, para muchas otras situaciones de la vida.

El ejemplo que les voy a poner lo escuché hace algunos años.

¿Saben dónde?

En una graduación de Galaad.

¿Qué me dicen de eso?

Uno de los instructores habló de aquellos barcos de vapor que usaban el carbón como combustible, ¿recuerdan?

Arriba estaban el capitán y la tripulación.

Y abajo había unos hombres que no paraban de echar carbón a la caldera.

Imaginemos que uno de esos trabajadores suelta la pala y va y le dice a uno de sus compañeros: “Oye, ¿me parece a mí, o el barco está girando a la izquierda?

Yo creo que eso no es lo que hay que hacer.

Ahora mismo yo creo que deberíamos avanzar en línea recta, no cambiar de rumbo.

Me parece que el capitán no tiene mucha idea de lo que está haciendo.

¿Sabes qué?

Voy a ir arriba a hablar con él”.

Entonces, en ese momento, el hermano hizo una pausa, se inclinó hacia delante y, acercándose al micrófono, dijo: “¡Echa carbón!”.

Eso hacemos tú y yo.

Tú y yo somos los que echamos el carbón.

Estamos activos haciendo el trabajo que Jehová nos ha asignado.

Nos mantenemos ocupados en eso.

Que Jehová se encargue de Isaías 60:17 —el cobre, el oro y la plata— y nosotros echamos carbón, nos mantenemos activos y ocupados con una buena rutina espiritual.

Así que, mientras Jehová marca el rumbo de su organización, también nos guiará a nosotros.

Nos ayudará a tener la actitud correcta y a sentirnos satisfechos.

Y, además, viviremos el cambio más maravilloso de la historia: pasar del viejo sistema al nuevo mundo.

Le damos muchas gracias al hermano Aljian porque ante este problema nos ha ofrecido una solución muy práctica.

A continuación, uno de sus instructores, el hermano Richard Chilton, nos presentará el discurso “¿Te ha engañado Jehová?”.

Bueno, por fin ha llegado el día.

Lo han conseguido.

Algunos de ustedes volverán a sus casas.

Y otros tendrán casas nuevas.

Pero, sin importar adónde vayan, una cosa es segura, y es que todos ustedes sin excepción van a comenzar un nuevo capítulo en sus vidas.

Aunque darnos cuenta de esto puede ser muy emocionante, es verdad que también puede generar cierto grado de ansiedad.

Nos pueden pasar muchas preguntas por la mente: “¿Y ahora qué se espera de mí?

¿De verdad podré cumplir con las expectativas que los demás tienen de mí?

¿Seré capaz de hacerlo?”.

Si de vez en cuando los asaltan estos sentimientos, recuerden esto: no están solos.

A lo largo de la historia, siervos fieles de Dios también se han sentido así.

Vamos a analizar el caso de uno de ellos.

Acompáñenme, por favor, al libro que lleva su nombre, Jeremías.

Jeremías, capítulo 1, veamos lo que dice comenzando en el versículo 4: “Recibí las palabras de Jehová.

Me dijo: ‘Antes de que yo te formara en la matriz, ya te conocía; y, antes de que nacieras, te santifiqué.

Te hice profeta para las naciones’”.

¿Se sintió Jeremías halagado por estas palabras que le dirigió Jehová?

Todo lo contrario.

Fíjense en lo que dice en el versículo 6: “Pero yo dije: ‘¡Ay, Señor Soberano Jehová!

Yo no sé hablar.

Solo soy un muchacho’”.

En otras palabras, aquí Jeremías está diciendo: “Jehová, no estoy a la altura de lo que me pides”.

Pero noten lo que hace Jehová en el versículo 9: “Entonces Jehová extendió su mano y me tocó la boca.

Y Jehová me dijo: ‘He puesto mis palabras en tu boca’”.

Es como si Jehová le estuviera diciendo a Jeremías: “Sé lo que hago.

No te preocupes.

Vas a estar bien”.

Bueno, con nervios y todo Jeremías aceptó, y es cierto que no fue una asignación fácil.

En ocasiones lo persiguieron cruelmente.

Lo acosaron, lo metieron en prisión, lo abandonaron en una cisterna vacía para que muriera.

Hermanos, le pasó de todo.

No nos sorprende que incluso pensara en rendirse.

Fijémonos en lo que dice en el capítulo 20, hacia la mitad del versículo 8.

Noten lo que dijo: “Las palabras de Jehová han hecho que la gente me insulte y se burle de mí todo el día.

Entonces dije: ‘No hablaré de él y no hablaré más en su nombre’”.

Pues bien, igual que Jeremías, a nosotros también nos puede pasar que de vez en cuando nos den ganas de rendirnos.

Pero leamos a partir de la mitad del versículo 9: “Pero sus palabras [es decir, las de Jehová] se volvieron en mi corazón como un fuego ardiente encerrado en mis huesos, y me cansé de contenerlas; no pude soportarlo más”.

¿Qué había cambiado?

A pesar de las dificultades, está claro que aquel muchacho se convirtió en un gran profeta de Jehová, un hombre valiente.

Pero yo les pregunto: ¿y cómo pasó eso?

El propio Jeremías nos lo dice en el versículo 11.

Él dijo: “Jehová estuvo conmigo como un temible guerrero”.

Y, con semejante guerrero a su lado, Jeremías pasó de ser incapaz de hablar a incapaz de quedarse callado.

Jeremías dio un giro de 180 grados.

Y tenía bien claro quién era el responsable de este cambio.

Nos lo dice en el texto en el que se basa este discurso, aquí mismo, en el capítulo 20, versículo 7.

Dijo: “[Tú, tú] me has engañado, oh, Jehová, y [caí,] caí en el engaño.

Usaste tu fuerza contra mí y ganaste”.

Jehová había engañado a Jeremías, pero en un buen sentido.

En un momento Jeremías llegó a pensar que había llegado a su límite, pero ahí Jehová le demostró que esas debilidades no eran un obstáculo y le dio fuerzas para seguir adelante.

¿Qué le permitió dar el giro?

Bueno, en primer lugar, aceptó su comisión.

En segundo lugar, confió por completo en Jehová.

Y, tercero, estuvo dispuesto a esperar a que el espíritu de Jehová actuara en él.

Pero Jeremías no fue el único que dio ese giro.

Hubo otros.

Moisés dio el giro.

Pasó de no atreverse a hablar a ser el líder de toda una nación.

Jonás dio el giro.

Pasó de ser alguien que cuando recibió su asignación salió huyendo en la dirección contraria a predicar con valor a la nación de Nínive.

Pedro dio el giro.

Pasó de negar a Cristo tres veces a ser la roca que Jesús profetizó que sería.

¿Qué hay de ti?

¿Alguna vez has sido engañado por Jehová?

Me gustaría leerles una carta que recibí hace poco de una hermana que se graduó de Galaad.

Ella dijo: “Cuando nos dieron la noticia de que teníamos que ir a servir a un país donde había mucha pobreza, inestabilidad y enfermedades, me dieron ganas de decirle a Jehová: ‘¿Estás seguro de que quieres mandarme ahí?

Odio los insectos, y me aterra enfermarme’.

Cuando llegó el momento de partir, todavía recuerdo lo mucho que lloré al despedirme de mi hogar y de mis amigos”.

Bueno, aceptó su asignación, y pasó un buen tiempo.

Años después, ella y su esposo recibieron una nueva asignación y tuvieron que mudarse a otro país.

¿Saben lo que dijo después?

“Yo pensaba que dejar Estados Unidos era lo más difícil que había hecho en mi vida, pero eso era un engaño.

La tristeza que sentí cuando tuve que dejar aquellos nuevos amigos… Sencillamente no hay palabras.

Nunca había llorado tanto en mi vida”.

Ella llegó a la siguiente conclusión: “De manera muy cariñosa, Jehová me enseñó una lección.

La verdad es que me había encasillado a mí misma antes de ir a Galaad.

Solo pensaba en lo que yo era capaz de hacer.

Pero no estaba pensando en lo que Jehová era capaz de hacer a mi favor.

Era como si me dijera: ‘No solo vas a ser capaz de adaptarte, sino que te vas a sentir tan a gusto que nunca te vas a querer ir’.

Y eso es exactamente lo que pasó.

Realmente llegué a querer mucho a mis nuevos amigos.

Y de verdad puedo decir que estos años han sido de los más felices de mi vida.

Ahora ya no tengo tanto miedo a los cambios, como antes.

Simplemente confío en Jehová y en su manera de hacer las cosas”.

Qué bonito, ¿verdad?

Ella también dio el giro.

Ella fue engañada por Jehová, igual que Jeremías.

Y, como resultado, llegó a ser más fuerte y feliz.

¿Cómo fue eso posible?

Cuando Jehová nos engaña, suceden tres cosas muy importantes.

Primero, nos acercamos más a él.

Segundo, recibimos bendiciones y alegrías que jamás hubiéramos esperado.

Y, tercero, le damos la oportunidad a Jehová para que continúe enseñándonos y capacitándonos.

En resumen, amen a la gente.

Y ellos los amarán a ustedes.

Entonces ustedes estarán contentos.

Estén dispuestos a dejarse guiar por Jehová dondequiera que los lleve.

Con ese formidable guerrero a su lado, nunca van a fracasar.

Estén siempre dispuestos a dejarse engañar por Jehová, porque está garantizado que van a vivir algo espectacular, algo preparado para cada uno de ustedes por Jehová.

Muchísimas gracias, hermano Chilton.

Nos encantó tu discurso.

Podemos identificarnos con el ejemplo de Jeremías.

Así que gracias por destacar estos aspectos de su vida.

Ahora tenemos a otro más de sus instructores.

Es el hermano Trent Lippold, que nos dará el siguiente discurso, titulado: “Sean como el aceite del motor”.

Escribió como una cuarta parte de las Escrituras Griegas Cristianas, casi tanto como el apóstol Pablo. Su nombre se menciona solo tres veces, y se usan apenas cuatro palabras para describir a este hombre.

El médico Lucas, un nombre que conocemos bien de alguien a quien conocemos muy poco.

En un mundo en el que todos quieren parecer importantes, Lucas nos enseña lo que de verdad importa.

Veamos qué podemos aprender del médico Lucas.

La primera vez que se menciona a Lucas en la Biblia es en Colosenses 4:14.

Allí el apóstol Pablo dice “Lucas, el médico amado”.

Era médico.

Eso lo vimos cuando estudiamos el Evangelio de Lucas.

Él usaba términos médicos cuando escribía.

Pero Lucas no era solo un médico de profesión.

Esa era su vocación.

Era un médico de corazón, una persona que quería sanar a la gente.

Veamos un ejemplo.

Busquen conmigo el libro de Lucas 4:38, 39.

El 38 dice: “Después de salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón.

Y resulta que la suegra de Simón tenía una fiebre muy alta, y le pidieron que la ayudara.

Así que se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre se le fue.

Al instante ella se levantó y se puso a atenderlos”.

¿Qué dice el versículo 38?

Lucas menciona que ella tenía fiebre.

Pero ¿qué otro detalle da?

¿En qué se fijó Lucas?

¿Solo en que tenía fiebre?

El versículo dice: “La suegra de Simón tenía una fiebre muy alta”.

Mateo no dijo eso.

Marcos tampoco.

Pero Lucas sí.

Veamos otro ejemplo, Lucas 22:44.

Esto ocurre en el jardín de Getsemaní.

Jesús está allí orando.

Y miren lo que escribió Lucas, qué le llamó la atención.

Versículo 44: “Su agonía era tan grande que continuó orando todavía con más intensidad, y su sudor se volvió como gotas de sangre que caían al suelo”.

El médico Lucas se fijó en algo físico, que “su sudor se volvió como gotas de sangre”.

Pero leamos de nuevo.

Dice que “su agonía era tan grande que […] su sudor se volvió como gotas de sangre”.

Lo que Jesús sentía, su agonía, en eso se fijó Lucas, no solo en un síntoma físico desde el punto de vista médico.

Lucas describió a Jesús como alguien que veía a la gente tal como era.

Veía a la gente sin prejuicios.

Se fijaba en todos y los amaba a todos.

Lucas habla de Jesús como alguien que comprende lo que sienten las personas que se enfrentan a dificultades e injusticias.

Eso fue lo que le impresionó a Lucas.

Pensemos en el Evangelio de Lucas.

Hay muchas cosas que solamente él registró.

Solo Lucas menciona el relato de Elisabet y Zacarías.

Solo él habla de Ana y Simeón.

También habla de la viuda de Naín, la mujer que estuvo encorvada 18 años, la mujer que le mojó los pies a Jesús con sus lágrimas, el leproso samaritano, el rico cobrador de impuestos Zaqueo, el delincuente al que colgaron al lado de Jesús...

Lucas admiró la manera en la que Jesús trató a esas personas.

Jesús, digo, Lucas veía a las personas de la misma manera porque él entendía que la misericordia de Dios era para todo tipo de gente.

Por pensar y sentir así, Lucas fue alguien amado, “el médico amado”.

Y seguro que su actitud ayudó a reducir los roces que pudieran surgir entre los que viajaban y predicaban con Pablo en el siglo primero.

Otro detalle que tenemos sobre Lucas está en Filemón 24.

Allí se dice que este hombre es un colaborador.

Busquemos el libro de Hechos, capítulo 16, y leeremos a partir del versículo 8.

Hechos 16:8 dice: “De modo que atravesaron [es decir, Pablo, Timoteo, Silas y sus compañeros] Misia y bajaron a Troas”.

Allí fue donde Pablo tuvo la visión en la que se le dijo “ven a Macedonia”.

Ahora el versículo 10: “Justo después de haber tenido la visión, tratamos [nosotros] de ir a Macedonia”.

Versículo 11: “Así que nos embarcamos en Troas”.

Aquí nos enteramos de que Lucas va con ellos.

Lucas no llama la atención sobre sí mismo.

No escribe sobre él.

Solo nos damos cuenta de que viaja con Pablo porque se incluye, cambia de ellos a nosotros. Este es el segundo viaje misionero del apóstol Pablo, y Lucas se une al grupo en Troas y viaja con ellos a Filipos.

Notemos lo que hizo de Lucas un buen colaborador, qué podemos aprender de él.

Leamos el versículo 13.

Acaban de llegar a Filipos.

El 13 dice: “El sábado salimos por la puerta de la ciudad y fuimos junto a un río, donde pensábamos que había un lugar para orar.

Entonces nos sentamos y empezamos a hablar con las mujeres que se habían reunido allí”.

Aquí comienza el relato de Lidia, de cuando ella acepta la verdad, el mensaje del Reino.

Pero ¿notaron que dice “salimos” de la ciudad?

Lucas fue con ellos.

Él dice “pensábamos que había un lugar para orar”.

Así que Lucas participó en el proceso de planificar y decidir adónde ir, y también estuvo allí hablando con las mujeres.

Lucas participaba, no era simplemente un compañero de viaje que se limitaba a registrar lo que ocurría.

Lucas era un colaborador.

Aquí hay una lección muy buena para nosotros y para ustedes.

Participen.

Sean un ejemplo.

Involúcrense en las asignaciones que les encarguen.

Puede que Lucas se quedara en Filipos desde el 50 hasta el 56.

No lo sabemos, pero quizás sí, porque él se une a Pablo de nuevo en el 56 en el tercer viaje misionero que salió de Filipos.

¿Y qué hizo en Filipos?

Pues no lo sabemos.

Como de costumbre, se dice poco de Lucas.

Pero podemos concluir que fue un colaborador diligente mientras estuvo allí, sin fuegos artificiales, simplemente un colaborador.

Así que se unió a Pablo en el 56, y desde Filipos fueron a Jerusalén.

Estuvo allí cuando surgieron problemas en el templo.

Viajó con él a Cesarea —donde arrestaron a Pablo— y continuó con él hasta llegar a Roma, donde Pablo siguió bajo arresto.

Recordemos que Lucas no era un prisionero, pero acompañó a Pablo.

¡Cuánto le debió animar a Pablo tener ahí con él a su colaborador!

Pensemos por lo que pasó Pablo: las palizas, los golpes, los naufragios, lo apedrearon… Seguro que todo eso le pasó factura físicamente, sin mencionar la “espina en la carne” que tuvo que soportar.

Y uno de los que viajaba con ellos era Timoteo, que se enfermaba “con frecuencia”.

¡Qué aliviados se sentirían de tener a Lucas, el médico, con ellos!

Así que Lucas es un ejemplo de entrega constante a la obra del Reino y de lealtad incondicional a Pablo y sus compañeros.

Y, de hecho, esta bonita idea de que Lucas fuera un colaborador tal vez se resuma de la mejor manera la última vez que se habla de él.

Es en 2 Timoteo 4:11.

En la conclusión de su última carta, Pablo dijo: “Solo Lucas está conmigo”.

Seguro que, de todos sus colaboradores, Lucas era uno de los que él más quería.

Aunque en los escritos de Lucas casi no hay información sobre él, no tenemos ninguna duda de que fue de mucha ayuda para Pablo y para todos los que lo rodeaban.

Seguro que, gracias a Lucas, Pablo hizo más de lo que pudiera haber hecho sin él.

Él se mantuvo en la sombra.

En su Evangelio, el que brilla es Jesucristo.

Y, en el libro de Hechos, lo que brilla es la predicación del Reino.

Y me pregunto si el hecho de que en la Biblia no se hable tanto de Lucas no es casualidad.

La verdad es que nos enseña una lección.

De pocos siervos de Dios tan conocidos se habla tan poco.

Y ahí está la lección que aprendemos de la vida de Lucas.

Sé un ejemplo de humildad.

Sé el tipo de persona que siempre está contenta de servir a los demás.

Ya había un Pablo, así que Lucas dio un paso atrás.

Su actitud era la de un verdadero siervo; él no necesitaba estar bajo los focos para sentirse motivado.

Lucas no era el motor; él era el aceite.

En conclusión, si las únicas dos palabras que se usan para describirte son “amado colaborador”, tu paso por Galaad habrá sido un éxito.

Entonces, igual que Lucas, serás el aceite del motor.

¡Qué discurso tan interesante, hermano Lippold!

Lo cierto es que nos dejó pensando.

Hiciste un buen trabajo relacionando el ejemplo de Lucas con cómo sirve el aceite para que el motor funcione mejor.

Muchas gracias.

¡Qué discursos tan interesantes y animadores!

Esperamos que les haya gustado la parte 1.

Y no se pierdan las partes 2 y 3, que estarán disponibles más adelante en jw.org.

Esto no sería JW Broadcasting si no termináramos visitando a los hermanos de otro hermoso país.

Y este mes iremos a Haití, cuyo nombre significa “tierra montañosa”.

Haití está en una isla tropical ubicada en el mar Caribe.

Allí encontramos hermosas playas de arena blanca, cascadas y, por supuesto, majestuosas montañas.

La cultura y el lenguaje de Haití tienen unas características muy singulares.

Muchos hablan francés, pero la lengua materna de la mayoría es el criollo haitiano, un idioma muy expresivo que combina el vocabulario francés con la gramática de ciertas lenguas del oeste de África.

El pueblo haitiano refleja una variada combinación de características y costumbres europeas y africanas.

La gente es alegre y le encanta bailar, cantar y disfrutar de deliciosos platillos como el tonmtonm, un puré del fruto del árbol del pan, que se acompaña a menudo con una salsa que lleva ocra o quingombó.

Haití tiene una larga historia teocrática.

Aunque no se sabe exactamente cuándo llegaron las buenas noticias, ya en febrero de 1887 la revista Zion’s Watch Tower —hoy La Atalaya— mencionaba que habían llegado cartas de personas interesadas de Haití.

Los primeros misioneros de Galaad llegaron al país en 1945.

Uno de ellos fue Roland Fredette, que llegó a ser el primer superintendente de la sucursal.

Algunas misioneras muy trabajadoras e intrépidas —como Gloria Hill, Naomi Adams, Helen D’Amico y Frances Bailey— apoyaron muchísimo la predicación en la década de 1950.

A las personas de Haití les gusta mucho aprender de la Palabra de Dios.

Hoy hay en el país más de 17.000 publicadores.

Todos estos hermanos alegres y entusiastas predican en criollo haitiano, lenguaje de señas americano y español.

Y, gracias a que hay publicaciones en criollo haitiano transcritas al braille, las personas ciegas también aprenden la verdad.

Las altas montañas no son un impedimento para nuestros fieles hermanos.

Durante el verano, hermanos de todas las edades van a territorios que no se predican con frecuencia.

Y, aunque recientemente Haití se ha visto afectado por problemas económicos y desastres naturales, nuestros hermanos mantienen un punto de vista positivo y se concentran en ayudar a otros a mirar al futuro sin miedo.

En la ciudad de Cabo Haitiano, al norte de la isla, encontramos a los 113 publicadores de la congregación Morne-Rouge.

Todos les envían sus saludos y quieren que sepan que los quieren muchísimo.

Y nosotros les decimos en criollo haitiano: “Nou renmen nou tou”, que significa “Nosotros también los queremos mucho”.

¡Desde la central mundial de los testigos de Jehová, esto es JW Broadcasting!

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