Imaginémonos que estamos en el año 56 de nuestra era.
Pablo acaba de escribir su carta a la congregación de Roma.
Esta congregación estaba formada por cristianos de origen judío y gentil, pero había un problema: la falta de unidad.
Así que Pablo tenía que corregirlos, pero a la vez tenía que recordarles que Jehová los amaba a todos, tanto judíos como gentiles.
Pablo termina su carta, la revisa, y está lista.
Pero hay un pequeño problema.
Pablo está visitando a la congregación de Corinto, pero la carta tiene que llegar a Roma, a 1.000 kilómetros (o 600 millas) de distancia.
¿Quién podría llevar esa carta hasta Roma?
¿A quién se la confiaría?
Abramos nuestras biblias en el capítulo 16 de Romanos para ver con más detalle la situación.
Romanos 16:1: “Les presento a nuestra hermana Febe, una ministra de la congregación que está en Cencreas”.
Febe; su nombre nos indica que era de origen griego.
Y, por la manera en que la presenta, es posible que Pablo le confiara este manuscrito inspirado lleno de verdades bíblicas a ella.
Exploremos esta posibilidad.
Pablo tendría más opciones.
Pero, si de verdad fue ella, debe haber sido porque Febe lo impresionó.
Veamos cómo describe Pablo a esta mujer.
El versículo 1 decía que ella era “una ministra de la congregación”.
Al usar la palabra “ministra”, Pablo debe haberse referido a la predicación de las buenas noticias, a nuestra labor de enseñanza.
Su historial de servicio en el ministerio era tan sobresaliente que así la presentó el apóstol Pablo.
Esta es Febe, una excelente ministra y maestra.
¡Qué tremendo elogio!, sobre todo viniendo del apóstol Pablo, que era también un proclamador entusiasta.
Además, Pablo debe haber sabido que al oír esas palabras Febe no se volvería orgullosa ni se creería superior a las demás hermanas ni esperaría un trato especial.
Pero ¿qué más podemos mencionar acerca de Febe?
El versículo dice que ella era “de la congregación que está en Cencreas”.
Ese era su hogar.
Cencreas era uno de los dos puertos que había en Corinto.
Y los puertos tenían la reputación de ser lugares inmorales.
De hecho, el templo de Venus estaba en Corinto, y se ha dicho que ese templo tenía 1.000 prostitutas.
Era un lugar muy inmoral.
Así que ser una cristiana buena, casta y pura en este entorno tan sucio no habrá sido fácil.
¡Qué sobresaliente debió de ser la conducta cristiana de Febe, que vivía rodeada de personas paganas e inmorales!
Y su caso nos llama todavía más la atención cuando pensamos que el cristianismo llevaba en Corinto solo cuatro años.
Pablo sabía esto y sabía algo más.
Vamos a ver lo que era; está en el versículo 2: “Para que la reciban con gusto en el Señor de una manera digna de los santos y para que la ayuden en lo que necesite, porque ella también demostró ser defensora de muchos, entre ellos yo mismo”.
¿“Defensora de muchos”? ¿Febe?
Así que no solo se destacaba en el ministerio: también era conocida por ayudar a los demás.
De hecho, el término griego para “defensora” tiene el significado básico de protectora.
Eso da que pensar.
Su disponibilidad y que pudiera viajar indican que tal vez era una viuda con ciertos recursos.
¿Pudo ella haber usado su influencia en la comunidad o su dinero a favor de cristianos que habían sido acusados falsamente?
¿Los defendió, los protegió, los ayudó?
¿O habrá refugiado a algunos de ellos cuando se encontraban en peligro?
Sea lo que sea que haya hecho ella para proteger a los hermanos, Pablo lo sabía.
¿Y qué habrá hecho por Pablo para que dijera que ella lo había defendido a él mismo?
No lo sabemos, pero dejó una profunda huella en el apóstol.
Así que no sorprende que Pablo animara a los hermanos de la congregación de Roma a hacer lo que leemos en el versículo 2, a recibirla “con gusto”.
Porque quizás Roma era una ciudad que Febe no conocía, y tendrían que atenderla.
Por eso Pablo habla con aprecio de su generosidad, de su reputación, de quién era esta hermana.
Seguro de que esto haría que los hermanos de Roma la quisieran más.
Pero Pablo dijo algo más.
Dijo “que la reciban con gusto en el Señor” —“en el Señor”—, un clásico, típico de Pablo que dijera eso.
Como siempre, él lo que está haciendo es tratar de unir a los hermanos.
Si la carta la llevó Febe, entonces Pablo, que era judío, usó una mujer griega para llevar este valioso manuscrito a los romanos.
Pablo tenía fe en el poder de la verdad y del amor agápē, ese interés sincero en los demás.
Sabía que ese amor era capaz de abarcar en un lazo de unión a judíos, gentiles, gente de diferentes nacionalidades, hombres y mujeres en el Señor.
¡Sí, en el Señor, en unidad!
Hagamos un resumen.
Febe.
Tal vez sola en la verdad.
Una ministra entusiasta en una ciudad inmoral, una defensora de los cristianos.
Y quizás llevó a Roma una importantísima carta del apóstol Pablo.
Tuvo que ser valiente.
¡Qué no habrá hecho Satanás para impedir que esa carta llegara a Roma y que formara parte de la Biblia!
Sin duda, un momento crucial para Febe.
Ella había sido leal, confiable, y había defendido el cristianismo.
Pero ahora le tocaría ver la protección de Jehová de una manera nueva.
¡Qué bendición!
Ahora bien, tal vez no llevó la carta.
Puede que no tuviera ese gran privilegio.
Pero no pasa nada.
Más importante que eso es el hecho de que Jehová inspiró a Pablo para que su nombre y su reputación quedaran registradas para siempre en las páginas de la Biblia.
Así nadie la olvidaría.
¡Qué honor tan grande le dio Jehová!
Pensemos en algo.
¿Cuántas hermanas hoy tendrían el privilegio de que un miembro del Cuerpo Gobernante les diera una carta para que la entregaran a alguien en otro país?
Muy pocas, si alguna.
¡Pero cuántas hermanas en la organización son tal como Febe: buenísimas en el ministerio, con el valor de ser diferentes en este mundo malvado!
¡Cuántas hermanas no hay que, como Febe, dedican su tiempo y energías a defender y proteger la verdad y a los hermanos!
¡Cuántas hermanas no conocemos cuyo nombre y reputación están grabados en la memoria de Jehová!
Este es el punto principal que aprendemos de Febe: no si llevó o no la carta a los romanos, sino que Febe era una valiosa sierva de Dios.
Y hay otro punto que nosotros, los varones, aprendemos de las palabras de Pablo.
Él no tuvo ningún problema en darle mérito a Febe ni en reconocer públicamente todas sus virtudes.
Así que, como Pablo, queremos alabar a nuestras hermanas delante de otros, porque sabemos que muchas veces son las hermanas las que trabajan entre bastidores, y los hermanos se llevan el mérito.
Pero no debe ser así.
Hay que darle honra a todo el que la merezca.
Claro, ya sabemos que es Jehová quien merece toda la honra y alabanza por cualquier cosa que podamos lograr nosotros.
Pero las palabras de Pablo nos dan una lección: es bueno reconocer la labor que hacen nuestras hermanas y debemos alabarlas públicamente por su fidelidad y lealtad.
Para Pablo, Febe era valiosa; la veía como un tesoro.
La amaba, la respetaba.
Hermanas, para nosotros ustedes son como Febe, y deseamos que sepan que las queremos.
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