William Malenfant: No dudes en mostrar tus emociones (Rom. 12:15)

“Alégrense con los que se alegran; lloren con los que lloran”.

Cuando pensamos en la antigua nación de Israel, en el pueblo judío, y en cómo reaccionaban ante ocasiones alegres o situaciones tristes, como norma general no tenían apenas ningún reparo en expresar sus sentimientos, sus emociones.

Se rasgaban la ropa por la tristeza o la angustia, o bailaban y gritaban de alegría cuando estaban felices.

Por ejemplo, el rey David, cuando se llevó el arca del pacto a Jerusalén.

Ya era un hombre hecho y derecho, y era el rey de Israel.

2 Samuel 6:14 dice: “David bailaba dando vueltas” delante de Jehová “con todas sus energías”.

¿Te puedes imaginar a David bailando y dando vueltas alrededor del arca del pacto?

¿Y no es algo muy bonito el que David no tuviera ninguna inhibición, que no le preocupara ni un solo momento lo que otros pensaran de lo que él estaba haciendo?

David estaba concentrado en “la felicidad que viene de Jehová”.

Y eso es maravilloso.

Ahora bien, pensemos en la esposa de David, Mical.

¿Cómo se sintió ella cuando vio a David bailando en la calle, saltando de alegría?

¿Se alegró ella con David?

No.

Mical no estaba pensando ni en Jehová ni en su adoración ni en la alegría que sintió David porque el arca del pacto estuviera por fin en Jerusalén.

Ella estaba pensando solamente en sí misma y quizás en su posición como hija de un rey y esposa de un rey.

“La felicidad que viene de Jehová” brillaba por su ausencia.

Esta mujer no fue capaz de alegrarse con su esposo, que estaba tan contento.

Si lo pensamos, es muy triste.

Ella era esclava de su propio orgullo.

Se creía demasiado importante.

Hoy día muchas personas expresan sus emociones, y otras muchas no.

A algunos de nosotros quizá nuestros padres u otros nos enseñaron que había que refrenarse, no expresar sentimientos.

Y en algunas culturas esta es, de hecho, la norma: no mostrar lo que uno siente.

Y hay que admitir que sí, que el autocontrol es algo bueno.

Sin embargo, no queremos llegar al extremo de reprimirnos tanto, estar tan cohibidos y centrados en nosotros mismos que no podamos relajarnos y ser naturales.

Esa clase de control no es necesaria.

El consejo de Pablo es que no tengamos miedo de mostrar emociones, especialmente cuando consolamos a otros y cuando nos alegramos con otros.

Por ejemplo, me acuerdo de una asamblea en 1968 en la ciudad de Washington.

En aquel tiempo, mi esposa y yo servíamos como precursores especiales allí.

La asamblea era en el estadio RFK, y la representación dramática era sobre la hija de Jefté.

Justo detrás de nosotros estaban el superintendente de distrito y su esposa.

Cuando llegó el momento más emotivo de la historia, me giré y miré al superintendente de distrito, y vi que se le caían las lágrimas.

El hombre estaba llorando.

¡Qué interesante!, ¿verdad?

Él no tenía ningún miedo de expresar sus emociones.

La historia le había llegado al corazón.

No le daba vergüenza que otras personas vieran que estaba llorando.

Y eso es muy bueno, no contenernos, que no nos dé vergüenza, que no nos dé miedo que alguien pueda vernos si nos emocionamos y se nos cae una lágrima.

¿No te ha pasado alguna vez que se te han saltado las lágrimas viendo un video sobre nuestros hermanos?

A todos nos ha pasado alguna vez.

En momentos así, no debería darnos miedo mostrar lo que sentimos, especialmente cuando queremos consolar o ayudar a alguien.

Las emociones transmiten mucho.

Las personas pueden ver lo que sentimos en nuestra cara o percibirlo en el tono de nuestra voz.

Y muchas veces esas muestras pueden tener más efecto que cualquier palabra que le podamos decir.

Algo que también hay que recordar es que no todo el mundo siente y expresa el dolor de la misma manera.

Algunos quieren hablar de ello.

Y eso está bien; es bueno.

A otros no les gusta hablar de sus problemas y dificultades.

Tenemos que respetar su decisión.

Proverbios 14:10 dice esto: “Cada corazón conoce su […] amargura, y nadie más puede disfrutar de su alegría”.

Y es cierto.

En realidad no podemos expresar por completo todo lo que tenemos en nuestro interior cuando estamos muy angustiados o pasando por un problema complicado.

Nos quedamos sin palabras.

No sabemos cómo explicarlo.

Y, aunque cuando estamos contentos es un poco más fácil decir lo que sentimos, fíjense en lo que dijo La Atalaya sobre Proverbios 14:10.

Dice: “¿Podemos expresar siempre nuestros sentimientos más íntimos —sean de tristeza o de gozo— a los demás y decirles exactamente por lo que estamos pasando?”.

Y añade esta pregunta: “¿Podemos siempre comprender a plenitud lo que otra persona siente?

La respuesta a ambas preguntas es no”.

En cualquier caso, sea que otras personas puedan entender completamente lo que sentimos o no, Jehová sí puede.

Y hay momentos en los que él es el único al que podemos acudir, abrirle nuestro corazón, porque sabemos que solo él puede entender de verdad cómo nos sentimos y por lo que estamos pasando.

Y es bueno recordar que, cuando queremos animar a alguien, generalmente es mejor la empatía que los consejos, el consuelo que las soluciones.

Una hermana que recibió consuelo de otros hermanos tras perder a su hija comentó: “Significó mucho que vinieran a mi casa y lloraran conmigo”.

A ella le consoló que estuvieran allí.

La mamá de una hermana llamada Rachelle sufrió una depresión grave, y Rachelle aprendió mucho de todo aquello.

Porque, cuando una persona está emocionalmente hundida y deprimida, puede que a veces diga cosas que sean desagradables, hirientes o incluso crueles, y cuando eso ocurre no deberíamos tomarnos en serio todo lo que dicen.

Esto es lo que dijo la hermana sobre su mamá: “Muchas veces, mamá decía cosas muy desagradables.

En la mayoría de […] ocasiones, yo trataba de recordar la clase de persona que mamá realmente era...

amorosa, bondadosa y generosa.

Aprendí que los deprimidos dicen muchas cosas que en verdad no sienten.

Lo peor que uno puede hacer es responder con malas acciones o palabras agrias”.

Así que, si nos vemos en una situación como esa, debemos intentar tomárnoslo con calma.

Job describió muy bien lo que Rachelle explicó sobre las personas deprimidas.

Busquen en su Biblia Job 6:2-4.

Esto es lo que dijo Job.

Job 6:2-4: “¡Ojalá se pudiera pesar toda mi angustia y ponerla en la balanza junto a mi desgracia!

Porque ahora pesa más que la arena de los mares”.

Y miren lo que dice aquí.

Dice: “Por eso mis palabras han sido tan precipitadas”.

Según la nota, sus palabras fueron “irreflexivas”.

Y Job lo admitió.

En el siguiente versículo dice: “Porque las flechas del Todopoderoso me han atravesado y mi espíritu está bebiendo su veneno; los terrores que vienen de Dios se han puesto en fila contra mí”.

Bueno, el pobre Job habló sin pensar debido a toda la presión que estaba aguantando en aquel momento.

Así que a veces las personas deprimidas pueden decir cosas que nos sorprendan.

Es mejor que nosotros las dejemos hablar y no tratemos de corregir cada cosa que digan en ese momento.

Cuando estén más calmadas, quizá podamos intentar ayudarlas a recuperar el equilibrio.

Como hizo Elihú con Job.

Él tuvo que esperar unos cuantos días antes de poder hablar.

Y, cuando lo hizo, con sus palabras amables ayudó a Job a calmarse.

Seguro que podemos lograr lo mismo si ponemos en práctica lo que dice la Palabra de Dios.

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