Mi situación económica era favorable.
Durante veinte años, me desempeñé como supervisor de la industria petrolera de una contratista.
Mi familia, compuesta de cinco miembros, mi esposa, mis tres hijas y yo, no nos preocupábamos por la comida.
Una tarde, observando las noticias en la televisión, me enteré de que la empresa en la cual laboraba había cambiado de administración.
El lunes, cuando me presenté en mi sitio de trabajo, llegué a mi oficina y conseguí al nuevo gerente de la empresa, sentado en mi silla que había ocupado durante veinte años.
Pero yo vi mi currículo en sus manos.
Él me dijo que me felicitaba porque era una persona trabajadora, honrada y productiva, pero me dijo que solo faltaba algo: que me tenía que inscribir en un partido político.
A lo cual yo le contesté que éramos neutrales porque tanto mi esposa como yo —con tacto le expliqué— somos testigos de Jehová.
Las circunstancias fueron cambiando rápidamente.
El señor, visiblemente molesto, se puso serio, su tono de conversación cambió y me amenazó y me dijo que, si no me inscribía en el partido político, hasta ese día yo trabajaba.
Yo no firmé para afiliarme a ese partido político, porque era como si hubiese cometido adulterio y no lo hubiese comentado.
Yo sentiría como si hubiese traicionado a Jehová.
Pude haber firmado y haberme quedado con mi antiguo puesto en la empresa, pero sabía que mi conciencia iba a estar perturbada de por vida.
Y no tendría el coraje ni la capacidad de ir a la congregación, servir como anciano y saber que había fallado a Jehová.
Desde ese momento, me quedé desempleado.
Perdí veinte años de trabajo, mis prestaciones sociales y mi antigüedad.
Estaban mi esposa y mis hijas esperándome.
Pero nos reunimos a esa hora y bajo oración le pedimos a Jehová que por favor nos sostuviera, que no nos dejara ser tentados más allá de lo que podíamos soportar.
Sabíamos que era una prueba a la que nos estábamos enfrentando.
Pero íbamos a salir bien librados porque habíamos sido obedientes a Jehová.
Desde que perdí mi empleo, he hecho varios trabajos informales como, por ejemplo, jardinería, pintar casas...
Trabajo actualmente en transporte público.
Mi hija Genezaret, mi segunda hija, pinta cuadros, y los vendemos.
Mi esposa hace comida y dulces artesanales; hemos aprendido otras habilidades.
Hemos simplificado nuestra vida hasta el punto de que mi esposa y yo fuimos invitados a la Escuela del Servicio de Precursor en el año 2014.
Mis dos hijas mayores periódicamente hacen el precursorado auxiliar, y mi hija menor, que tiene 13 años, se bautizó.
Jehová nunca nos ha fallado.