Crecí en una zona de Rusia, entre preciosos árboles y bajo un espectacular cielo estrellado.
Me parecía el lugar más hermoso del mundo.
Mi madre siempre me animaba a fijarme en lo bella que es la creación y me decía: “Hija, es muy importante que seas una buena persona”.
Pero yo siempre me preguntaba: “¿Por qué estamos aquí?
¿Por qué hay tanto dolor, sufrimiento e injusticia?”.
Cuando tenía 18 años, empecé a practicar una modalidad de karate llamada “kyokushinkai”.
Imagínense a un grupo de personas en kimono, en filas, sin miedo a nada y concentradas en perfeccionar sus golpes y su técnica.
Pensé: “¡Sí, esto es justo lo que estaba buscando!”.
Me propuse participar en el siguiente campeonato mundial y llegar lejos en la competencia.
Pensaba que así me haría inmortal, que me recordarían las futuras generaciones.
En el mundo del deporte son comunes los lemas o frases inspiradoras, pero me di cuenta de que no todo es color de rosa.
En una ocasión, mientras estaba sentada, empecé a experimentar un sentimiento de insatisfacción que no me dejaba en paz.
Y, por primera vez en mi vida, le oré a Dios.
Le dije: “Señor, no te entiendo.
¿Cómo puede haber tanta belleza y, al mismo tiempo, tanto sufrimiento?
¿Es esto lo que tú querías?
¿De verdad es así como quieres que vivamos?”.
Me parece que ese día oré unas cuatro horas.
Los sentimientos más fuertes de insatisfacción y soledad surgen cuando estás lejos de tu Creador.
Y yo me sentía muy sola en ese momento.
Poco después, alguien tocó a mi puerta.
Eran los testigos de Jehová.
Empecé a estudiar la Biblia.
¡Fue maravilloso!
En una ocasión, la hermana con la que estudiaba se quedó mirándome y, cuando vio todos mis moretones y mis manos golpeadas, respiró profundamente y movió la cabeza.
Entonces le pregunté: “¿Pasa algo?”.
Y me dijo: “Estoy muy triste”.
“¿Por qué?”, le pregunté.
Y ella contestó: “Veo tus manos, tus brazos, todos los golpes que tienes...
¿no te duele?”.
Yo respondí que sí.
A lo que ella dijo: “¿Sabes?
Me duele verte sufrir”.
Entonces empecé a darme cuenta de que Jehová es el Dios verdadero y que había encontrado la verdad.
Claro, tuve muchísima presión de parientes y amigos.
Pero, siendo sincera, lo más difícil fue luchar contra mi amor por el karate.
Faltaba un año para el campeonato mundial, y llevaba cinco años preparándome para participar en él.
El sabor es dulce cuando estás del lado ganador, cuando es tu oponente quien está abajo.
Así que asistí al campeonato mundial.
Cuando estaba entre los cuatro primeros y tenía que salir a pelear por el tercer puesto, pensé en decirle a mi entrenador que no quería seguir.
Y es que ya no sentía ni una sola parte del cuerpo; estaba toda lastimada.
Pero entonces él me dijo: “Sabes que te queremos.
¡Sal a pelear!”.
En ese momento, pude ver qué diferentes son el amor del mundo y el amor de los siervos de Jehová.
El mundo me decía: “Te amamos, pero sal a pelear, aunque mueras en el intento”.
En cambio, el amor genuino había motivado a aquella Testigo a decirme: “Me duele verte sufrir”.
Me di cuenta de que el mundo no puede darte lo que no tiene.
El mundo no sabe dar amor.
A pesar de todo, salí a pelear...
y gané la medalla de bronce.
Allí estaba yo, en el podio, recibiendo el reconocimiento de gente a la que yo no le importaba, sintiéndome tan vacía como antes.
Cuando alguien dedica su vida a buscar la gloria personal, siempre termina sintiéndose vacío y decepcionado.
Al final, tomé la decisión de abandonar el karate.
Comencé a predicar y, en el año 2005, me bauticé en una asamblea en la ciudad de Kurgan.
Luego empecé el servicio de tiempo completo.
Y aprendí el tártaro para predicar a las personas que hablan ese idioma.
Ahora, cuando miro las estrellas, ya no siento el vacío de antes.
No, ahora me invade la alegría de saber que detrás de todo esto se encuentra nuestro amoroso Creador, Jehová.