Me llamo Steing Dott.
Nací en 1988 en Darwin, una ciudad del norte de Australia.
Cuando tenía 8 años, me di cuenta de que mi vida iba a ser cada vez más difícil.
Me diagnosticaron TDAH, trastorno obsesivo-compulsivo y síndrome de Tourette.
Y, por si fuera poco, sufría un trastorno de ansiedad grave.
Mi madre cuenta que aquello afectaba a toda la familia.
No dejaba de gritarles “¡buenas noches!” a cada uno de los miembros de mi familia.
Además, andaba todo el tiempo revisando si las puertas y las ventanas de casa estaban cerradas.
Ir a la escuela fue la peor experiencia de mi vida.
Mi escuela estaba como a 500 metros de mi casa, pero tardaba por lo menos dos horas en llegar, porque una de mis obsesiones era que, si pisaba una de las grietas del suelo al caminar, tenía que volver a mi casa y empezar de nuevo.
Mi vida era una lucha constante y, al ir creciendo, todo empeoró.
Cuando tenía diez años, llegué al punto de querer acabar con mi vida; pensaba que así mi familia sería más feliz.
Pero entonces empecé a tomar medicinas, y aquello mejoró las cosas un poquito.
Aun así, a pesar del tratamiento, mi vida seguía siendo insoportable.
Todos los días tenía una lucha con mi mente.
Me lavaba las manos cientos de veces al día.
No podía salir de casa.
No podía conducir.
Y no podía trabajar.
Lo que me ayudó a cambiar mi vida fue la fe tan fuerte que tenía mi madre.
Ella me planchaba la ropa para la reunión y me la dejaba colgada en la puerta, aunque en aquella época todavía no podía ir.
Lo que ella no sabía es que, cuando se iba con mi hermana a la reunión, yo buscaba una Biblia e intentaba leerla.
También comencé a orarle a Jehová.
Entonces, un día pensé: “Voy a intentar ir”.
Así que me vestí, me alisté y me fui a la reunión.
Cuando llegué al Salón del Reino, estaba completamente aterrorizado.
Estaba muy nervioso.
Pero al entrar vi a un anciano que me visitaba a menudo, y él me hizo sentir muy tranquilo.
Y luego los hermanos me dieron una bienvenida tan impresionante que volví a sentirme parte de la organización de Jehová.
Un texto que me ayudó mucho fue 1 Pedro 5:7, que dice: Me hizo sentir que tenía un amigo muy poderoso.
Jehová quería que echara mis inquietudes sobre él, porque me amaba.
El 4 de septiembre de 2010 fue el día más importante de mi vida.
Aquel día me bauticé como testigo de Jehová en un estadio de la ciudad de Adelaida.
Ahora soy siervo ministerial.
Y también doy discursos públicos.
Eso es algo que nunca pensé que llegaría a hacer.
Además, pude asistir a la escuela de precursores.
Lo hice después de dos intentos, porque ese entorno me recordaba a los años que pasé en la escuela y me dio ansiedad otra vez.
Así que la tercera fue la vencida.
Y jamás hubiera conseguido todo esto sin la ayuda de Jehová.
El 6 de agosto de 2016, me casé con mi preciosa esposa, Laura.
Ella me ayuda a servir a Jehová, y los dos le servimos juntos cada día.
Igual que el apóstol Pablo, todavía siento que tengo una lucha en mi interior.
Pero tengo muy claro que Jehová nunca me ha abandonado.
No dejes de servir a Jehová, porque él jamás te dejará a ti.