M. Stephen Lett: Nunca hagamos tropezar a otros (2 Cor. 6:3)

La imagen de alguien tropezándose nos es muy familiar, ¿verdad?

Todos hemos visto a alguien tropezarse.

De hecho, a todos nos ha pasado eso alguna vez, y las consecuencias pueden ser muy diversas.

Por ejemplo, alguien puede trastabillar, incorporarse rápidamente y continuar como si nada hubiera pasado.

O alguien puede tropezarse, caerse, fracturarse un hueso y con el tiempo, tras muchas terapias, recuperarse.

También alguien puede tropezarse, caerse, golpearse la cabeza y nunca recobrar la salud, incluso podría morir.

Pues lo mismo sucede si alguien tropieza en sentido espiritual.

Puede recuperarse enseguida o tardar un poco de tiempo o podría nunca recobrar la salud espiritual y alejarse de la verdad.

No podemos anticipar qué sucederá cuando alguien tropieza.

Por lo tanto, debemos cuidarnos de nunca hacer tropezar a nadie.

Por favor, abran la Biblia en Mateo, capítulo 18.

Centrémonos en una contundente declaración.

En Mateo 18:6, Jesús dijo: “Pero cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que ponen fe en mí, más provechoso le es que le cuelguen alrededor del cuello una piedra de molino como la que el asno hace girar y que lo hundan en alta mar”.

Con lenguaje muy gráfico, Jesús nos explica que, si hacemos que alguien deje la verdad, podríamos acarrearnos ruina eterna.

Por lo tanto, surge la pregunta: ¿cómo podríamos hacer tropezar a alguien?

Curiosamente, existen muchas similitudes entre hacer que alguien tropiece físicamente y que lo haga espiritualmente.

Analicemos tres.

La primera: empujar a alguien puede hacer que tropiece, especialmente si está parado en un piso disparejo.

Esto aplica tanto en sentido físico como espiritual.

Ahora pensemos en Jehová.

Él podría empujar a cualquiera de nosotros, ¿verdad?

Podría obligarnos a servirle.

Sin duda, él tiene el poder para hacerlo, pero nunca usa su poder de esa forma.

Por el contrario, Jehová nos invita, nos anima y nos explica las bendiciones y las consecuencias de nuestros actos.

Pero es nuestra decisión, ¿verdad?

Por ejemplo, en Isaías 48:18, Jehová dice: “¡Oh, si realmente prestaras atención a mis mandamientos!

Entonces tu paz llegaría a ser justamente como un río, y tu justicia como las olas del mar”.

Jehová nos suplica que le obedezcamos, pero no nos obliga.

Pensemos en lo siguiente: si Jehová no nos obliga, tampoco querría que nosotros obligáramos a otros.

Por ejemplo, los padres deben evitar empujar a sus hijos para que sirvan a Jehová.

Más bien deben suplicarles, tocar sus corazones y mostrarles las bendiciones que obtendrán si obedecen.

Otro ejemplo, los ancianos jamás deben intentar empujar a las ovejas de Jehová.

Escuché sobre un anciano que, durante su intervención, pidió que levantaran la mano los que saldrían a predicar al día siguiente.

Solo unos pocos lo hicieron.

Entonces regañó a la congregación porque más publicadores debían salir a predicar.

Luego, pidió que levantaran la mano nuevamente y, como se imaginarán, aún menos hermanos lo hicieron.

Piensen en este otro ejemplo: quienes dan cursos bíblicos no deben empujar a sus estudiantes para que hagan lo correcto.

“¡Tienes que dejar de fumar!

¡Tienes que deshacerte de esas imágenes!” No, no ejerzan presión, más bien motiven a sus estudiantes llegándoles al corazón.

Veamos un ejemplo más: ninguno de nosotros debería empujar a los compañeros de la escuela, del trabajo o a familiares para que se hagan Testigos.

Presionar a las personas para que hagan algo, aunque la intención sea buena, ha hecho que muchos tropiecen y se alejen de la congregación por muchos años.

Algunos hermanos dicen que cuando una persona aprende la verdad, deberían encerrarla por 6 meses para minimizar los daños que puede ocasionar.

En realidad, ese dicho no es correcto.

No deben encerrar al hermano, sino imitarlo.

El nuevo hermano siente entusiasmo por la verdad.

Claro, nosotros debemos ayudarle a encauzar ese fervor para que no intente obligar a sus familiares u otras personas a que acepten las verdades que tanto lo entusiasman.

Segundo punto: ¿de qué otra forma pudiéramos hacer tropezar a alguien?

Colocando un obstáculo en su camino.

Una vez más, esto es cierto en sentido físico y espiritual.

Y el resultado será el mismo si ponemos la piedra de tropiezo con o sin intención, ¿no es cierto?

Como se ha mencionado hoy en el comentario de La Atalaya, el habla saludable y la buena conducta nos ayudarán a evitar convertirnos en causa de tropiezo.

Por otra parte, el habla malsana y la conducta inmunda pueden hacer tropezar fácilmente a quienes están dentro o fuera de la congregación.

Ahora, ¿qué sucede cuando se trata de un asunto en donde tenemos derecho bíblico para hacer algo?

¿Nos sentiríamos responsables si, por ejercer ese derecho, alguien tropezara?

Bueno, abramos la Biblia en 1 Corintios capítulo 8.

Esta pregunta se contesta en este versículo.

Primera a los Corintios 8:9 dice: “Pero sigan vigilando que esta autoridad suya no llegue a ser de algún modo tropiezo para los que son débiles”.

¿No les parece interesante?

Aunque tengamos el derecho de elegir, si esa elección hace tropezar a alguien, de acuerdo con este pasaje no ejerceríamos ese derecho.

El apóstol Pablo, en el versículo 13 del mismo capítulo, dijo que no volvería a comer carne jamás si eso hacía tropezar a su hermano.

Al igual que Pablo, ¿estamos dispuestos a renunciar a nuestros derechos relacionados con, por ejemplo, dejarnos crecer la barba, usar mucho maquillaje o beber alcohol, si estos hacen tropezar a alguien?

Ahora bien, ¿cuál es la tercera forma en que podríamos hacer tropezar a una persona?

No advirtiéndole sobre un posible peligro, es decir, un pecado de omisión.

Y, una vez más, aplica tanto en sentido físico como espiritual.

Pongamos un ejemplo en sentido físico, imaginemos que el piso está mojado y una persona desprevenida se va acercando al lugar.

¿Le advertiríamos del peligro?

Si no lo hiciéramos y la persona se cayera y se lastimara, ¿no tendríamos alguna responsabilidad?

De manera similar, en sentido espiritual Gálatas 6:1 nos dice que, si alguien da un paso en falso, ¿qué se espera que hagamos antes de que se dé cuenta de ello?

Tratar de reajustar a tal hombre.

Pero añade, con espíritu de apacibilidad.

No lo empuje; adviértale del peligro y corríjalo con cariño.

Hemos analizado 3 ámbitos que debemos cuidar a fin de nunca hacer tropezar a alguien: no empujamos a nadie para que sirva a Jehová; nos esforzamos por nunca causar tropiezo, aun sin querer, por ejemplo al insistir en ejercer nuestros derechos; y, en tercer lugar, nunca dejamos de dar advertencias con cariño a quien se acerca a un posible peligro.

En lugar de ser un tropiezo, deseamos ser una influencia positiva, ¿no es verdad?

Pues lo seremos si ayudamos a otros a mantenerse firmes y les tendemos una mano a quienes han caído.

 

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