Mientras vivió, fue formidable; cuando murió, inolvidable.
¿Qué podemos aprender de la vida y el legado de Juan el Bautista?
Veámoslo.
Empecemos leyendo Juan 3:27, 28: “Juan respondió: ‘Nadie puede recibir nada a menos que se le haya dado del cielo.
Ustedes mismos son testigos de que dije “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él”’”.
Juan está hablando con sus discípulos y les deja algo claro.
Les deja claro que, como les había dicho antes en Lucas 3:16, él tenía un papel que cumplir.
Él dijo: “Nadie puede recibir nada”.
¿Pero qué fue lo que él recibió?
Dice: “He sido enviado delante de él”.
Tenía un papel que cumplir.
No era el protagonista, pero tenía un papel.
¿Y cuál era ese papel?
Bueno, sus padres lo supieron desde antes de que él naciera.
Un ángel se lo dijo a su padre.
Estaba claro que él sería la voz de alguien que grita, como predijo Isaías.
Y también cumplió la profecía de Malaquías que anunció “al profeta Elías”.
Pero alguien con una comisión así, con un papel tan importante, ¿dónde profetizaría?
Uno quizás diría: “Obviamente, Jerusalén sería un buen sitio”.
Pero no.
Juan cumpliría con su comisión en el desierto.
Él fue una voz que “grita en el desierto”.
Juan, que fue nazareo, tuvo que rechazar diferentes tentaciones y centrarse en la comisión que había recibido.
Para poder cumplir con su papel, Juan no disfrutó de algunas cosas de la vida que eran normales para otras personas.
¿Y cuál fue la labor que Juan tuvo que hacer?
Juan fue un profeta que no hizo milagros ni realizó señales.
Pero hizo algo que quizás fue más importante.
Se había predicho que Juan haría que los corazones se volvieran.
La Ley era “el tutor” que llevaba a Cristo.
El papel de Juan, su comisión, fue ayudar al pueblo a regresar a Jehová y a aceptar al Mesías.
¿Cuál es el legado de Juan el Bautista?
¿Qué pueden aprender?
Cumplan con su papel, cumplan con su comisión, acéptenla de todo corazón y den lo mejor de sí mismos.
Sigamos analizando el capítulo 3 de Juan.
Fijémonos en los versículos 29 y 30.
En el versículo 26, los discípulos de Juan le habían dicho “todos se están yendo con él”, con Jesús.
A los discípulos de Juan no les hacía mucha gracia ver a su maestro quedarse en segundo plano.
Pero fijémonos en la respuesta que les da Juan el Bautista en el versículo 29.
Él usa la siguiente comparación: “El que tiene a la novia es el novio.
Pero el amigo del novio, cuando está cerca de él y lo escucha, se siente inmensamente feliz al oír la voz del novio.
Por eso ahora mi felicidad es completa”.
Juan era feliz, y lo que le hacía feliz era cumplir con la comisión que Jehová le había encargado.
Esto nos enseña lo humilde que era Juan.
Él no competía con Jesús.
La labor de Jesús era más importante, pero eso no le restaba valor a la de Juan.
Juan estaba satisfecho con su papel.
Para que alguien se sienta satisfecho, debe ser humilde, y también le ayudará ser agradecido.
Aprendan a alegrarse por los demás cuando a ellos les ocurran cosas buenas.
Notemos lo que Juan sigue diciendo en el 30: “Él tiene que seguir aumentando, pero yo tengo que seguir disminuyendo”.
“Disminuyendo”.
Juan sabía que su labor iba a acabar, lentamente, poco a poco.
Su comisión tuvo un principio y tendría un final.
Cuando reconocemos que en realidad todo puede tener un final y cuando estamos contentos con un papel secundario, tenemos menos tensión y más paz.
Juan sabía que su labor iba a acabar.
Pero quizás no sabía lo pronto que eso ocurriría.
Lo más importante que hizo Juan fue el bautismo de Jesús, y eso fue seis meses después de empezar su comisión.
Y, seis meses después, Herodes Antipas lo encarceló.
Y eso fue todo.
¿Seguro?
Leamos juntos Marcos, capítulo 6, versículo 20.
Esto es lo que se dijo de Juan mientras estaba en la cárcel.
Marcos 6:20: “Porque Herodes le tenía temor a Juan.
Él sabía que era un hombre justo y santo, y lo tenía protegido.
Cada vez que lo escuchaba, se quedaba muy confundido, sin saber qué hacer; aun así, le gustaba escucharlo”.
Así que parece que a Herodes le caía bien Juan y le gustaba escucharlo.
Se dio cuenta de que Juan no era un hombre cualquiera.
Así que disfrutaba escuchándolo.
Pero ¿qué le decía Juan a Herodes Antipas?
Juan no perdía ninguna oportunidad para decir la verdad.
Cuando Juan hablaba con Herodes, no estaba pensando en sí mismo: lo que quería era decirle la verdad para ayudarlo.
Juan seguía siendo “la voz […] en el desierto”.
¿Y qué hizo?
Intentó ayudar a Herodes Antipas para que se arrepintiera, recibiera la misericordia de Jehová, aceptara al Cristo y tuviera vida eterna.
Juan seguía siendo la voz que gritaba “en el desierto”.
Así que puede que sus circunstancias cambien.
Pero, como Juan, sean siempre honestos y esfuércense por cumplir lealmente con su asignación.
Parece que Jesús dijo más cosas —al menos, según lo que está registrado en la Biblia—, dijo más cosas sobre Juan el Bautista después de la muerte de Juan que mientras estaba vivo.
Pero notemos lo que Jesús dijo un año después del encarcelamiento de Juan.
Leamos Mateo 11:7: “Mientras estos se iban, Jesús se puso a hablarles a las multitudes acerca de Juan.
Les dijo: ‘¿Qué salieron a ver en el desierto?
¿Una caña sacudida por el viento?’”.
“Una caña”.
Las cañas están por todas partes en las orillas del río Jordán.
¿Qué quería decir Jesús?
Que Juan no era un hombre cualquiera.
Quienes iban a ver a Juan veían a un hombre formidable.
La gente no cruza ni la calle por un hombre común, pero multitudes viajaban, iban al desierto a ver a Juan el Bautista.
Sin duda, fue un hombre extraordinario.
¿Y sacudía el viento a Juan?
No. Juan era firme, era recto, era estable.
Pero hay algo más.
Miren lo que Jesús dijo en el 11: “Les aseguro que, entre los seres humanos, no ha habido nadie mayor que Juan el Bautista”.
La labor de Juan llegó a su fin.
A diferencia de Moisés o del profeta Elías, el ministerio de Juan acabó de una manera muy triste.
Lo mataron menos de un año después de esas palabras de Jesús.
Y eso nos recuerda algo importante.
Una asignación que nos encanta puede terminar, labores por las que sacrificamos muchas cosas.
Y quizás los demás se acuerden de ti, hablen de ti con cariño, y tú nunca te enteres.
Y no pasa nada porque no lo hicimos por eso.
Pero tu legado, tu ejemplo, sigue hablando.
Leamos un último versículo; son palabras de Jesús en Juan, capítulo 10.
En Juan 10:39, Jesús se acaba de ir porque lo están buscando para matarlo, y él se va a cierta zona.
El versículo 40 dice que se fue “al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan bautizaba”.
Recordarán este versículo de las clases.
Era un lugar especial: a Jesús le traía recuerdos de Juan, de la labor que él hizo allí; le recordaba a su amigo.
Leamos el 41 y el 42: “Muchas personas fueron a verlo y empezaron a decir: ‘Juan no hizo ni un solo milagro, pero todo lo que Juan dijo acerca de este hombre era verdad’.
Y muchos allí pusieron su fe en Jesús”.
“La voz […] en el desierto” se seguía escuchando.
El ejemplo de Juan seguía vivo.
Gracias a los esfuerzos y a la labor de Juan, ahora estas personas podían poner su fe en Cristo.
Hablamos del papel que cumplió, de su felicidad y hasta de cómo murió.
Aprendemos mucho de la extraordinaria vida de Juan.
Aprendemos que podemos servir lealmente a Dios estando satisfechos y contentos en cualquier asignación, sin importar el tiempo que dure.
Todos debemos estudiar el ejemplo de Juan, valorarlo e imitarlo.
Jesús dijo que Juan el Bautista fue “una lámpara que ardía y brillaba”.
Gracias al espíritu santo, Juan el Bautista brilló, ayudó a las personas a encontrar al Cristo y le dio gloria a Jehová.
Ese es el legado del hombre imperfecto más grande de todos los tiempos.
https://tv.jw.org/#es/mediaitems/VODPgmEvtGilead/pub-jwb-133_6_VIDEO
