Robert Ciranko: Los cristianos deben casarse en el Señor (Gén. 28:2)

Al pensar en el texto de hoy, quizás se pregunten: “¿Hay alguna instrucción en la Biblia para los solteros que quieren encontrar pareja?”.

¡Claro que sí!

Y sabemos dónde: en 1 Corintios 7:39.

Vamos a leerlo juntos.

1 Corintios 7:39.

Dice: “La esposa está atada a su esposo mientras él esté vivo.

Pero, si su esposo se duerme en la muerte, está libre para casarse con quien quiera, siempre que sea en el Señor”.

Claro, esto no es solo el consejo de una persona.

El apóstol Pablo lo escribió por inspiración, así que estas palabras vienen de Dios.

Y el esclavo fiel y prudente ha dejado muy claro lo que significa casarse “en el Señor”.

Por ejemplo, el artículo “Cómo tener un matrimonio feliz”, que salió en una Atalaya del 2008, dijo que significa “simple y llanamente, que se casen solo con quienes estén ‘en el Señor’, o sea, con cristianos dedicados y bautizados”.

Y los felicitamos, casados o solteros, por haber mostrado y seguir mostrando respeto por este importante mandato de Dios.

Porque es lo que es: un mandato.

No es opcional, no es una sugerencia para los que quieren casarse.

Ahora bien, tal vez han oído que algunos dicen: “Bueno, eso en realidad era solo de la Ley mosaica.

Es algo que no aplica para los siervos de Dios de la actualidad”.

Pero el precedente para esa norma se estableció mucho antes de que los israelitas recibieran la Ley.

Y podemos ver ese precedente y toda la secuencia a lo largo de la historia en las referencias cruzadas al final del versículo 39.

Están en la parte de arriba de la columna central.

Ahí vemos cuatro textos.

Y el primero está en Génesis.

Vamos a buscarlo.

Génesis, capítulo 24, y vamos a empezar en el versículo 2.

“Abrahán habló con el siervo de más años que había en su casa, el que administraba todo lo que Abrahán tenía, y le dijo: ‘Por favor, pon tu mano debajo de mi muslo.

Quiero que me jures por Jehová, el Dios de los cielos y el Dios de la tierra, que no escogerás como esposa para mi hijo a una de las hijas de los cananeos, entre quienes estoy viviendo.

Más bien, tienes que ir a mi país y escoger de entre mis parientes una esposa para mi hijo Isaac’”.

Así que, al buscar una esposa para su querido hijo Isaac, Abrahán quiso asegurarse de proteger a su familia de la influencia de la religión falsa tan arraigada en Canaán.

Quería ver a su hijo casado con alguien que tuviera la misma fe en Jehová.

En 1949, La Atalaya dijo: “Abrahán así estableció precedente para la regla declarada por el apóstol Pablo, de que los creyentes se casaran ‘sólo… en el Señor’”.

Años más tarde, Isaac quiso lo mismo para su hijo Jacob, como vemos en Génesis 28.

Pero Esaú, el hermano de Jacob, hizo las cosas a su manera y se casó con mujeres hititas.

Por algo la Biblia dice que “ellas fueron causa de mucha amargura” para los padres de Esaú, porque él desagradó mucho a Jehová cuando eligió con quién casarse.

Siglos después, cuando los israelitas iban de camino a la Tierra Prometida, se les prohibió casarse en Canaán con personas de otras religiones.

Y eso nos lleva a la segunda referencia cruzada.

Deuteronomio 7:3, 4.

¿Lo leemos?

Deuteronomio 7:3, 4.

Se les dijo: “No formes ninguna alianza matrimonial con ellas.

No cases a tus hijas con sus hijos ni cases a tus hijos con sus hijas.

Porque ellos harán que tus hijos dejen de servirme para servir a otros dioses; entonces Jehová se enojará con ustedes”.

Y esto era tan importante para Jehová que lo incluyó en la Ley que les dio a los israelitas.

Por desgracia, algunos israelitas pensaron que eran tan fuertes espiritualmente que podían casarse con mujeres que adoraban a dioses falsos.

Pero este mandato de Dios no podía pasarse por alto sin consecuencias.

O si no pensemos en el hombre más sabio de aquella época: el rey Salomón.

Él se casó con muchas mujeres paganas.

Quizá pensó que eran lindas, que eran más guapas que las israelitas, y que él podía hacer que entraran en la verdad.

¿Pero qué pasó?

Hicieron que su corazón se alejara de Jehová y lo sacaron de la verdad.

Y sus malas decisiones pasaron a formar parte de la historia.

Y esto nos lleva a nuestra tercera referencia cruzada: Nehemías 13:26, 27.

“¿No fue esa la razón por la que pecó el rey Salomón de Israel?

Entre muchas otras naciones no hubo un rey como él.

Su Dios lo amaba, y por eso lo hizo rey de todo Israel.

A pesar de eso, incluso a él lo hicieron pecar sus esposas extranjeras.

No puedo creer que ustedes se hayan atrevido a cometer esta gran maldad.

¿Cómo han podido serle infieles a Dios casándose con mujeres extranjeras?”.

¡Qué fuerte, ¿no?!

Y la verdad es que hoy pasa lo mismo.

Casarse con alguien que no sirve a Dios puede tener consecuencias desastrosas.

Puede hacer que pasemos por alto nuestras creencias o incluso que dejemos a Jehová por completo.

Y, en cualquier caso, sí o sí será una situación complicada para ese hermano que intentará vivir de acuerdo con los principios bíblicos al lado de alguien que no se lo pone fácil.

Por último, vayamos a la cuarta referencia cruzada.

Volvamos a las cartas de Pablo a los corintios.

Esta vez, a la segunda en el capítulo 6.

Aquí Pablo recalcó lo que ya leímos antes en su primera carta.

Veamos el versículo 14.

“No se pongan bajo un yugo desigual con los no creyentes.” ¿Por qué?

Vean el final del 15.

“¿Qué tienen en común un creyente y un no creyente?”.

¡Buena pregunta!

Casarse con alguien que no sirve a Dios va en contra de lo que Jehová dice y crea un yugo desigual.

Y lo único que eso produce es estrés y roces.

Porque lo cierto es que las metas, las creencias y los valores de quienes no son Testigos son muy diferentes a los nuestros.

En realidad, lo que hace que un matrimonio sea verdaderamente fuerte es que los dos estén dedicados por completo a Jehová.

Sin importar lo que algunos crean, el mandato de casarse en el Señor sigue vigente.

No hay concesiones.

No hay excepciones.

Es así, es irrevocable.

Y los pocos casos en los que la otra persona se hace Testigo no demuestran que Dios apruebe que nos casemos con alguien que no le sirve.

Esto me recuerda al caso de una hermana que hace muchos años se casó con alguien que al final se hizo Testigo.

El día que él se bautizó, otra hermana le dijo: “¡Cuánto te ha bendecido Jehová!”.

Ella le respondió: “No… Pero al menos creo que me ha perdonado”.

Entonces, ¿qué puedes hacer si quieres casarte pero no encuentras a alguien dedicado y bautizado que te convenza?

Pues sigue esperando.

Y nunca olvides que Jehová sabe lo que es mejor para ti.

Cuéntale a Jehová lo que sientes, lo que necesitas.

Hay un artículo muy interesante en La Atalaya del 15 de marzo de 2015 que se titula “Casarse ‘solo en el Señor’: ¿Sigue siendo posible?”.

El último subtítulo se llama “Qué puedes hacer mientras tanto”.

Dice: “Nunca olvides esto: a Jehová le importan tus necesidades, tus sentimientos; pues eres una persona muy valiosa para él.

[…] Aunque Jehová no promete a nadie que le dará un cónyuge, Él sabe qué es lo mejor para ti y cómo satisfacer tus necesidades”.






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