Al leer el texto de hoy, quizás nos vinieron a la mente dos preguntas.
Una es “¿Qué son estos miembros del cuerpo que están en la tierra?”.
Y la otra es “¿Cómo les damos muerte a los miembros de nuestro cuerpo?”.
El texto de hoy nos recuerda las palabras de Jesús, cuando dijo que es mejor que nos cortemos una mano o un pie, o nos arranquemos un ojo, que ser destruidos.
En el lenguaje bíblico, la mano, el pie y el ojo a menudo se usan para representar lo que hacemos en la vida.
La mano representa las cosas que hacemos con nuestras manos.
El pie representa la acción de caminar o correr, y a menudo se refiere a cómo vivimos la vida.
El ojo representa nuestros puntos de vista, nuestras opiniones, cómo vemos las cosas, si nos gustan o no...
Así que ¿a qué se refiere el texto de hoy con los miembros del cuerpo?
No se refiere a las partes literales de nuestro cuerpo, como la mano, el pie o el ojo.
Se refiere a las inclinaciones que tenemos como humanos imperfectos.
En el texto de hoy, Colosenses 3:5, Pablo menciona algunas de estas tendencias.
Por ejemplo, habla de “la inmoralidad sexual, la impureza, la pasión sexual descontrolada, los malos deseos y la codicia”.
Estas malas inclinaciones están dentro de nosotros, las tenemos desde que nacemos.
La codicia y los malos deseos pueden estar presentes en cualquiera de nosotros.
Si ponemos una bola encima de una mesa que está un poco inclinada, la bola se irá rodando hacia el lado más bajo.
Todos nosotros nacemos con una inclinación hacia lo malo.
¿Cómo podemos eliminar, o darle muerte a, nuestra inclinación hacia los malos deseos y la codicia?
Sencillamente eliminándolos de nuestra vida.
Pero eso no es nada fácil, porque nuestra inclinación es muy fuerte.
Entonces, ¿cómo podemos evitar que nuestros malos deseos empiecen a rodar?
Vamos a hablar de cinco cosas que podemos hacer para mantener esa bola de malas inclinaciones en su lugar.
La primera: controlar nuestros pensamientos.
Nuestro Creador, Jehová, nos dio una herramienta muy poderosa: la mente.
Y, si la usamos bien, podremos controlar los malos deseos.
¿Cómo podemos hacerlo?
Colosenses 3:2 dice: “Concentren su mente en las cosas de arriba”.
Así que, cuando la mente quiera irse adonde no debe, controlémosla inmediatamente.
Detengámosla y empecemos a pensar en otra cosa.
Podemos decidir en qué pensar.
No permitamos que esa bola de malos pensamientos empiece a rodar.
Dejemos de pensar en ello.
Mientras más tiempo estemos pensando en algo que está mal, más probable es que acabemos haciéndolo.
La segunda: controlemos nuestras emociones.
¿Cómo podemos hacerlo?
No dejando que las emociones nos controlen a nosotros.
Veamos nuestras inclinaciones imperfectas como lo que realmente son, imperfectas y egoístas, como un niño malcriado.
Cuando no conseguimos lo que queremos, nuestras emociones pueden ser como un niño con una rabieta.
El niño quiere algo, lo quiere ya y no está dispuesto a razonar.
Pero una buena madre no se deja manipular por su hijo.
Si no tenemos cuidado, nuestras emociones podrían controlarnos y llegar a convencernos de que tenemos que conseguir lo que queremos a toda costa.
Vamos a buscar 1 Corintios 6:12 y vamos a leer la segunda parte del versículo: “Todo me está permitido, pero no me dejaré controlar por nada”.
Lo tercero que tenemos que hacer para controlar nuestras inclinaciones es reconocer lo peligrosa que es la codicia.
La última parte de Colosenses 3:5 dice: “Y la codicia, que es idolatría”.
Cuando nos dejamos dominar por la codicia, nuestros deseos se convierten en nuestro amo, nuestro dios.
Nos hacemos sus esclavos y llegamos a ser idólatras, nos adoramos a nosotros mismos.
Esto no quiere decir que todos los deseos sean malos.
Sabemos que Jehová abre su mano y satisface “el deseo de todos los seres vivos”.
La diferencia entre un deseo normal y la codicia puede compararse con la diferencia entre una fogata para cocinar y un incendio voraz que arrasa todo un bosque.
Número cuatro: para controlar nuestras inclinaciones, no podemos ser ingenuos.
Vayamos a Proverbios 14:15, 16.
Proverbios 14:15, 16: “El ingenuo se cree todo lo que le dicen, pero el prudente mide bien todos sus pasos.
El sabio es cauteloso y se aparta del mal, pero el insensato es imprudente y confía demasiado en sí mismo”.
No pensemos ni por un momento: “Bueno, esto no me va a pasar a mí”.
No nos dejemos engañar por nuestros propios deseos.
El codicioso nunca está satisfecho.
Nunca tiene suficiente.
Un hermano que tuvo una adicción explicó lo que sentía cada vez que recaía.
Él dijo: “El deseo que sentía era tan fuerte que cuando intentaba detenerme ya era demasiado tarde”.
Una vez que la bola empieza a rodar, ya es muy difícil pararla.
Número cinco: tenemos que ser honestos con nosotros mismos.
Vamos a leer Romanos 7:22, 23.
Romanos 7:22, 23.
Dice: “Al hombre que soy por dentro de veras le agrada la ley de Dios, pero en mi cuerpo veo otra ley que lucha contra la ley de mi mente y que me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo”.
Aquí Pablo habla de una lucha.
Habla de una guerra.
Pablo estaba en guerra.
Nosotros estamos en guerra.
Y tendremos heridas dolorosas.
Por ejemplo, en una batalla, un soldado puede sufrir heridas tan graves en una extremidad que haya que amputársela.
En algún momento va a tener que aceptar el hecho de que va a perder una extremidad y tendrá que permitir que se la amputen.
Claro, no estamos hablando de amputaciones literales.
Pero, en algún momento, tenemos que enfrentarnos a la realidad.
Puede que tengamos que aceptar que tenemos que dejar un hábito o una costumbre aunque nos parezca tan difícil como perder una mano, un pie o un ojo.
Esto no es un juego.
Nuestra vida depende de ello.
Hay que hacer dos cosas: admitir que tenemos un problema, y luego hacer lo que sea para eliminarlo de nuestra vida.
En resumen, obedezcamos el mandato de dar muerte a los miembros de nuestro cuerpo.
Es una guerra que tenemos que pelear en nuestro interior.
Si descubrimos que tenemos una inclinación mala, eliminémosla, cortémosla, inmediatamente.
Así nos irá bien.
Si lo hacemos, seremos realmente felices.
Tal como dijo el salmista en el Salmo 63: “Tu amor leal es mejor que la vida”.