Geoffrey Jackson: La humildad es mejor que el orgullo (Filip. 2:3)

Si pensamos en esta cualidad, la humildad, se nos vienen a la mente muchos ejemplos de la Biblia que pueden ayudarnos, algunos positivos, otros negativos.

¿Qué les parece si nos centramos en un ejemplo positivo y uno negativo?

Hablaremos de dos personas que tenían nombres muy parecidos: se llamaban Saúl y Saulo.

Para empezar hablaremos de Saúl; este hombre fue elegido rey de Israel.

Los invito a que abran sus biblias y busquen conmigo 1 Samuel.

Al inicio del libro, antes del primer capítulo, verán lo que se llama “Contenido del libro”, donde tenemos un resumen de cada capítulo.

Si ya hemos encontrado el “Contenido del libro”, fijémonos en lo que dice en el capítulo 10.

Dice: “Se unge a Saúl para que sea rey”.

¿Recuerdan cómo era Saúl en ese momento?

¿Era un hombre orgulloso?

¿Se creía una persona muy importante, como el único capaz de mejorar la vida de todo Israel?

No.

De hecho, en la Biblia se dice que él estaba “escondido entre el equipaje”.

Así que él no quería tener un puesto importante.

Tuvo dudas a la hora de aceptarlo.

Aun así, Jehová lo bendijo, y fue ungido como rey.

Y, si miramos un poquito más adelante, en el capítulo 11, dice que Saúl “derrota a los ammonitas”.

Para ese momento, se dice específicamente que el espíritu de Jehová estaba con él.

Y también vemos que fue humilde porque, como explica la Biblia, se negó a matar a los hombres que se habían opuesto a él.

Pero, si seguimos mirando el “Contenido del libro”, en el capítulo 13, ¿qué dice allí?

“Saúl actúa con atrevimiento”.

Así que Saúl dejó de ser humilde y perdió la aprobación de Jehová.

¿Y cuánto tiempo llevaba reinando cuando pasó eso?

Bueno, si nos fijamos en el capítulo 13, versículo 1, vemos que ocurrió justo al principio; quizás llevaba solo dos o tres años reinando.

Y esto, ¿qué nos dice de Saúl?

Que, en cuanto lo nombraron rey, dejó de ser una persona humilde.

También vemos que, a pesar de eso, Jehová le permitió seguir siendo rey puede que por más de 35 años.

Entonces, ¿qué lecciones podemos sacar nosotros de todo esto?

Esta es la primera lección: tal vez antes de ser nombrados ancianos o de recibir cierta asignación en el servicio a Jehová, tuvimos nuestras dudas.

Quizá no nos sentíamos capacitados o pensamos que eso no era para nosotros.

Y seguramente fue por humildad.

Puede que pensáramos que eso nos quedaba grande.

Pero no nos olvidemos de lo que le pasó al rey Saúl.

¡Qué poco, después de ser nombrado rey, qué poco le duró la humildad!

Y la segunda lección es que, aunque puede que sigamos teniendo cierta responsabilidad o cierta asignación, eso no quiere decir necesariamente que tengamos la aprobación de Jehová o que sigamos siendo humildes.

Y por eso es superimportante que tengamos el hábito de autoexaminarnos para ver si seguimos siendo humildes, si seguimos teniendo esa humildad que seguramente teníamos muchos años atrás.

Ahora vamos a hablar del segundo ejemplo, de Saulo, que después llegó a ser conocido como el apóstol Pablo.

¿Qué sabemos de este hombre, Saulo?

¿Era una persona humilde?

¿Era como Saúl en sus inicios, que estaba “escondido entre el equipaje”?

No. Él era el centro de atención.

De hecho, en 1 Timoteo 1:13, el mismo apóstol Pablo reconoció que antes era un hombre “insolente”.

Alguien así, una persona insolente, les habla a los demás de manera despectiva.

Y también los humilla.

Sin duda, esto describe muy bien a una persona orgullosa y arrogante.

Pero, con el tiempo, ¿qué pasó con Saulo?

Bueno, cambió, se hizo cristiano, y el espíritu de Jehová lo ayudó a convertirse en alguien muy humilde.

¿Y cómo sabemos que el apóstol Pablo era humilde de verdad?

Podríamos decir muchas cosas que lo demuestran.

Pero hoy vamos a hablar solamente de una en concreto.

Me gustaría hacerles una pregunta.

¿Qué responderían?

¿Creen que el apóstol Pablo era un buen orador, que era muy bueno hablándoles a otros?

Puede que lo primero que dirían es no.

Pero pensemos un poco más antes de dar una respuesta definitiva.

Cuando leemos el libro de Hechos, ¿qué encontramos?

Encontramos registrados muchos de los discursos que dio el apóstol Pablo.

Por ejemplo, dio un magnífico testimonio en Antioquía.

¿Y recuerdan cuando él y Bernabé estuvieron en Listra?

La gente que vivía allí pensó que Pablo era Hermes porque era él el que casi siempre hablaba.

Y cuántas veces habremos hablado de Hechos 17, donde Pablo —con mucha habilidad y en una situación muy difícil— le predicó a la gente valiéndose de aquel altar con la inscripción “A un Dios Desconocido”.

Incluso citó las palabras de algunos de los poetas que ellos conocían.

Así que estos ejemplos nos ayudan a ver que el apóstol Pablo era muy hábil hablando.

Y, en otra ocasión, cuando una multitud lo arrastró fuera del templo porque querían matarlo, él volvió a dar un discurso impresionante.

Y, por supuesto, eso sin contar todas las veces que habló ante gobernantes que no eran judíos y dio un muy buen testimonio.

Entonces, ¿qué dirían ahora?

¿Creen que Pablo era un buen orador?

Bueno, quizá ahora pensemos: “Sí, debió de ser un maestro buenísimo.

Sabía convencer a las personas; sabía qué decir para llegar a ellas”.

Pero ¿por qué al principio dudamos y nos costó un poco afirmar que Pablo era un magnífico orador?

Puede que lo que nos haya hecho dudar es lo que dice 2 Corintios 11:6.

Aquí el apóstol Pablo, hablándoles a los hermanos de Corinto, dijo: “Pero, aunque yo no tenga tanta habilidad para hablar, sí tengo conocimiento”.

¿Estaba diciendo aquí Pablo que no era bueno hablando?

No.

Les estaba contestando a los “superapóstoles”, que lo criticaban, que hablaban de él de una manera muy despectiva.

De hecho, llegaron a decir que su forma de hablar era “despreciable”.

Entonces, cuando Pablo dijo “aunque yo no tenga tanta habilidad para hablar”, ¿estaba realmente diciendo que no era hábil hablando?

No, al decir esto estaba haciendo referencia a lo que ellos pensaban de él.

Pero, si lo pensamos, quizá nos surge una pregunta: ¿por qué puede que los hermanos de Corinto tuvieran esa impresión de Pablo si recién hemos visto que en realidad él era un excelente maestro?

Vayamos a 1 Corintios y veamos qué nos enseña sobre la humildad de Pablo.

1 Corintios 2, y leeremos los versículos 1-5.

El 1 dice: “Cuando fui adonde estaban ustedes, hermanos, no fui a declararles el secreto sagrado de Dios con palabras elevadas o grandes muestras de sabiduría”.

Así que, de manera consciente, el apóstol Pablo decidió no usar las técnicas de debate que eran tan comunes en la ciudad de Corinto.

Miren lo que dice el versículo 2: “Porque […] decidí centrarme solamente en Jesucristo, y en él ejecutado en el madero”.

Así que de forma deliberada Pablo, aunque podría haberlo hecho, no fue a hablarles “con palabras elevadas o grandes muestras de sabiduría”, como hemos leído antes.

Y ahora fíjense en lo que dicen los versículos 3-5: “Fui adonde estaban ustedes sintiéndome débil, con temor y mucho temblor.

Y, cuando les hablé y les prediqué el mensaje, no lo hice con las palabras persuasivas de los sabios, sino con una demostración de espíritu y poder para que no pusieran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.

¿Qué estaba tratando de hacer Pablo?

Pablo se dio cuenta de que los hermanos de Corinto tenían un problema: les deslumbraba la sabiduría del mundo y la gente que se comportaba como si fuera muy importante.

Puede que esta fuera una razón por la que había divisiones en la congregación.

Así que Pablo, con la intención de ayudarlos y para enfocar toda la atención en el espíritu santo y en el poder del mensaje, decidió no desplegar esas grandes muestras de sabiduría, aun pudiendo hacerlo.

¿Verdad que se comportó de una manera muy humilde?

Pablo estuvo dispuesto a quedar mal.

Estuvo dispuesto a que la gente dijera que no era un buen maestro, porque quería que toda la gloria fuera para Jehová.

¿Qué aprendemos de este ejemplo?

Aprendemos que una persona arrogante puede llegar a ser humilde.

Pero también que, si somos humildes, en ocasiones podemos decidir no mostrar todo lo que sabemos, toda nuestra capacidad o los talentos que tengamos, para que la gloria vaya a Jehová.

Así que hemos aprendido mucho de estos dos ejemplos.

Nunca seamos como el rey Saúl, que dejó de ser humilde.

Queremos ser como el apóstol Pablo, que fue humilde y estuvo dispuesto a parecer menos de lo que era, y así toda la gloria será para Jehová.





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