“Padre nuestro que estás en los cielos, que tu nombre sea santificado”.
Veamos algunas ideas que podemos aprender de estas palabras de Jesús.
Primero: todos podemos participar en santificar el nombre de Jehová.
Cuando le pedimos a Jehová que su nombre sea santificado, estamos reconociendo que su nombre es santo.
Le decimos que no creemos las mentiras que han ensuciado su nombre, que lo conocemos muy bien, y que su reputación es algo que nos importa mucho y que queremos defender.
Jesús nos recuerda que todos podemos hacer nuestra parte en santificar el nombre de Dios.
Esta idea se destaca en Isaías 29.
Por favor, búsquenlo conmigo y fíjense en lo que dice esta profecía.
Isaías 29:23.
Aquí habla Jehová: “Porque, cuando él vea a sus hijos, la obra de mis manos, en medio de él, santificarán mi nombre, sí, santificarán al Santo de Jacob y mostrarán reverencia al Dios de Israel”.
Tenemos el enorme privilegio de santificar el nombre de Jehová y de defender su reputación.
Y lo hacemos.
Lo hacemos en la predicación.
¿Cómo?
Al hablar de él y de sus cualidades.
Eso echa por tierra las mentiras que se han dicho sobre Dios.
También imitamos sus cualidades, y eso se ve en nuestra conducta, en nuestra habla, en nuestro arreglo personal...
Y eso también glorifica a Jehová.
Pero, hermanos, ¿qué hace que seamos dignos de santificar el nombre de nuestro Dios?
Bueno, fíjense en lo que decía el versículo 23: “Mostrarán reverencia al Dios de Israel”.
Sin duda, es porque conoces personalmente a Jehová, porque tienes una amistad estrecha con él y porque sientes reverencia por tu Dios.
Eso te hace digno de defenderlo.
Él responde tus oraciones, puedes percibir cómo te guía en tu día a día, cómo guía a su pueblo en la actualidad.
Y, cuando meditas en eso —en cómo Jehová responde tus oraciones y dirige a su pueblo hoy día—, tu celo y tu entusiasmo crecen, y deseas santificar y defender el nombre de Jehová.
La segunda idea es que estas palabras nos ayudan a no rendirnos en nuestro servicio a Jehová.
Volvamos a Mateo 6, y recordemos que estas palabras de la oración modelo las enseñó Jesús en su Sermón del Monte.
Pero, antes de decir la oración modelo, fíjense en lo que Jesús quería destacarles a sus discípulos, y a nosotros.
Fíjense en el versículo 1 de Mateo 6.
El 1 y el 2.
Dice: “Cuidado con hacer lo que es correcto delante de la gente para que ellos los vean.
[…] Si hacen eso, no recibirán ninguna recompensa de su Padre que está en los cielos.
Cuando le des ayuda a un necesitado, no vayas tocando la trompeta como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los demás los alaben.
Les aseguro que ellos ya han recibido toda su recompensa”.
Y sigue explicando que darnos demasiada importancia a nosotros mismos o quizás a nuestro nombre o estar demasiado preocupados por lo que los demás piensan de nosotros no debería ser lo principal porque no somos más importantes que Jehová.
Después de enseñarnos esa lección, Jesús continúa en el versículo 9 y se concentra en cuál debería ser la prioridad: “Padre nuestro que estás en los cielos, que tu nombre sea santificado”.
Aquí Jesús nos ayuda a entender que la felicidad no resulta de querer ser los primeros o los más importantes, sino de darle la prioridad al nombre de Jehová.
¿Y no es cierto que esto es lo que te ha motivado a servirle con todo el corazón?
Fue lo que te motivó a dedicar tu vida a servirle a tiempo completo.
Como te importa el nombre de Jehová, has hecho lo que dijo Jesús: no has buscado prominencia ni has buscado la manera de obtener gloria para tu nombre, sino que le has dado prioridad a su nombre.
¿Y cómo nos ayuda esto a seguir sirviendo a Jehová?
Tal vez a veces nos desanimemos o nos sintamos frustrados, o tal vez tengamos alguna diferencia de personalidad con alguien o sentimos que nos trataron mal, que no nos entendieron, y que se nos ha hecho una injusticia.
Pero recordar qué es lo más importante, cuál es la prioridad —es decir, la santificación del nombre de Jehová—, nos ayudará a ver las cosas desde la perspectiva correcta, mantendremos nuestras emociones y sentimientos en el lugar correcto, y así nos concentraremos en darle gloria a Jehová y no nos rendiremos en nuestro servicio a él.
La tercera idea es que, cuando le pedimos a Jehová que su nombre sea santificado, podemos percibir que Jehová quiere que nos acerquemos a él.
Nos recuerda que Jehová es la fuente del consuelo y del alivio.
¿A qué nos referimos?
Bueno, santificar algo significa “hacerlo santo”.
Jehová es santo.
Como resultado, su nombre, su reputación y su personalidad son santos; él es puro.
Su santidad transmite la idea de algo limpio.
Claro, como somos imperfectos, la idea de que Jehová sea puro, santo y limpio puede hacer que muchos sientan que Dios está muy lejos.
A veces podríamos llegar a pensar que es inalcanzable, en especial si estamos luchando contra sentimientos negativos sobre nosotros mismos.
La santidad de Jehová podría parecernos intimidante en vez de atrayente.
Y no solo eso: hasta podríamos creer que jamás mereceremos estar cerca de Jehová.
Pero la realidad es que la santidad de Jehová nos alivia, nos refresca.
Y está relacionada con todo lo que es bueno.
El libro Acerquémonos a Jehová, en el capítulo 3, usa esta imagen para ayudarnos a entender la santidad de Jehová.
¿Cómo te sientes al ver esta fotografía?
¿Verdad que te atrae este lugar?
¿Por qué?
¿Por qué te gusta?
¿Por el agua limpia? ¿La luz?
¿Verdad que estar ahí parece una experiencia refrescante?
Y el libro dice lo siguiente sobre esta imagen: “Imagínese que el paisaje fuera diferente.
Si el río estuviera lleno de basura, los árboles y las piedras tuvieran grafitis y el aire estuviera contaminado, dejaría de atraernos”.
Por el contrario, la santidad de Jehová nos atrae hacia él porque nos recuerda muchas de sus maravillosas cualidades, entre ellas que es un Dios que nos perdona y nos consuela.
Así que, cuando meditamos en la santidad de Jehová, nos sentimos atraídos hacia él.
Y, cuando luchemos contra sentimientos negativos, no sintamos que Jehová es inalcanzable o que no quiere oírnos, porque es todo lo contrario.
De hecho, miren cómo se expresa esto en el Salmo 103.
Aquí David, en el versículo 1, dice: “Que todo lo que hay dentro de mí alabe [¿qué?] su santo nombre”.
Y miren lo que se relaciona con su santo nombre en los versículos 13 y 14.
Salmo 103:13, 14: “Tal como un padre les muestra misericordia a sus hijos, Jehová [el Dios santo] les ha mostrado misericordia a los que le temen.
Porque él sabe bien cómo estamos formados, se acuerda de que somos polvo”.
La santidad de Jehová nos recuerda su misericordia, su compasión.
Es como si él nos dijera: “Sé que has cometido errores y sé que eres imperfecto, pero te entiendo.
Y, cuando sientas que no puedes acercarte a mí o que te abruman los sentimientos negativos, recuerda que te entiendo, acércate a mí”.
Así es, su santidad nos atrae a él.
Su santidad es una fuente de alivio.
Así que el texto de hoy, “Padre nuestro que estás en los cielos, que tu nombre sea santificado”, nos recuerda que tenemos el privilegio de defender la reputación de Jehová porque lo conocemos personalmente.
Nos ayuda a no rendirnos y a continuar sirviéndole fielmente.
Y también nos recuerda que Jehová es la fuente de alivio, un lugar al que queremos acudir.