Quisiera hablarles brevemente sobre el tema: “Siempre tenemos presente su aguante”.
¿Qué es el aguante?
El término original usado en las Escrituras Griegas conlleva la idea de no darse por vencido, perseverar y permanecer firme bajo prueba.
Pero significa mucho más que sacar fuerzas de flaqueza en momentos de dificultad.
El cristiano que aguanta tiene una firme esperanza.
Está plenamente convencido de que, como dice 2 Corintios 4:17, “la tribulación es momentánea y liviana” en comparación con nuestra recompensa, que es eterna.
Para mostrar la importancia del aguante usaremos estas maletas que tengo aquí.
Algunas son pequeñas, y otras, grandes.
Lo que no sabemos es cuánto pesa cada una.
Eso depende de su contenido.
Algunas maletas grandes pueden ser, sorprendentemente, muy livianas.
En cambio, algunas maletas pequeñas pueden ser muy pesadas.
En cierta forma, esto ilustra lo que enfrentamos cuando nos dedicamos a Jehová e iniciamos la carrera hacia la vida eterna.
Al principio, no sabíamos cuánto peso tendríamos que cargar.
Quizás nos angustiaba la idea de afrontar duras pruebas, y luego descubrimos que no eran tan abrumadoras como nos las imaginábamos.
En contraste, algunas cargas que parecían livianas, como llevarnos bien con otros y mostrar amor, pudieran ser más pesadas de lo que creíamos.
Además, nuestra fe también se ve sometida a pruebas inesperadas, como problemas de salud, económicos, familiares o decepciones personales.
Necesitamos aguante para soportarlas todas.
El Cuerpo Gobernante desea que ustedes sepan, hermanos, que los amamos por su admirable aguante.
Pablo describe con exactitud nuestros sentimientos en 1 Tesalonicenses 1:2, 3.
Dirigiéndose a cristianos fieles, dice: “Siempre damos gracias a Dios cuando hacemos mención respecto a todos ustedes en nuestras oraciones, porque incesantemente tenemos presentes su fiel obra y su amorosa labor y su aguante debido a su esperanza en nuestro Señor Jesucristo delante de nuestro Dios y Padre”.
¡Qué forma tan hermosa de expresar lo que sentimos por ustedes!
Nos alienta y nos fortalece su fe, su integridad y su aguante.
Sin importar qué dificultades enfrenten, pueden estar seguros de estas 2 cosas: Jehová sabe cuánto pesa su carga y les dará la fuerza para llevarla.
Piensen en esa afirmación: Jehová sabe cuánto pesa su carga.
¿Cómo lo sabemos?
Abran su Biblia en Hebreos 6:10.
Aquí, el apóstol Pablo, quien nunca se dio por vencido, explica por qué vale la pena aguantar.
Hebreos 6:10 dice: “Porque Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre, por el hecho de que han servido a los santos y continúan sirviendo”.
Imagínense: Jehová consideraría una injusticia dar por sentado su aguante.
De hecho, hace más que solo reconocer nuestro trabajo; también nos ayuda a llevar la carga.
¿Cómo lo sabemos?
La Biblia responde en Filipenses 4:12, 13.
Veamos lo que dice el apóstol Pablo, quien es un modelo de aguante para todos nosotros.
Ahora bien, antes de leerlo, quizás nos imaginemos que Pablo era solo un recién convertido a la fe cristiana y, claro, comparado con muchos otros, lo era.
No obstante, para cuando escribió a los filipenses, en el año 60 o 61, ya había vencido muchos obstáculos y llevado muchas cargas pesadas sobre sus hombros.
Pablo menciona aquí algunas de ellas, pero en la segunda parte del versículo 12, dice: “En toda cosa y en toda circunstancia he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad”.
Y noten lo que agrega en el versículo 13: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder”.
¿Qué nos enseña esto?
Que sin importar qué carga llevemos como cristianos, no lo hacemos con nuestro propio poder; Jehová siempre nos ayuda.
Él nos da las fuerzas necesarias.
Pablo confiaba en que Jehová lo seguiría ayudando toda la vida, pues había visto de primera mano el poder de Jehová.
¿Cómo?
Repasemos lo que tuvo que enfrentar en su primer viaje misional.
A Pablo, Bernabé y sus compañeros de viaje les aguardaba una obra emocionante.
¿Pero sería esta una carga liviana, llena de buenas experiencias, o su asignación conllevaría retos, algunos quizá más grandes de lo que esperaban?
Veamos qué pasó.
Pablo visitó primero Antioquía de Pisidia.
Allí Pablo y sus compañeros tuvieron mucho éxito.
De hecho, la gente les rogó que regresaran el sábado siguiente a enseñarles más.
Aquella parecía ser una carga liviana, ¿verdad?
Pero en la siguiente visita de Pablo surgieron algunos contratiempos.
Aunque algunas personas aceptaron el mensaje, sus detractores agitaron a la gente a tal grado que a todos ellos los echaron de la ciudad.
Luego, Pablo viajó a Iconio, a unas 100 millas —160 kilómetros— de Antioquía.
No podía tomar un tren, un autobús o un taxi; tenía que ir a pie.
¿Mejoró la situación cuando por fin llegó a Iconio?
¿Sería la predicación allí una carga más llevadera que en Antioquía?
Bueno, algunos sí aceptaron el mensaje.
Pero, otra vez, surgió férrea oposición.
Poco después, Pablo y sus compañeros volvieron a huir.
Esta vez caminaron 20 millas —unos 30 kilómetros— hasta Listra.
Al principio todo salió bien.
Luego, cuando a Pablo y Bernabé los creyeron dioses, ellos disiparon la idea hábilmente hablando a la gente sobre su poderoso Creador.
De pronto, llegaron opositores desde Antioquía e Iconio con el fin de agredir a Pablo.
Algunos lo odiaban a tal grado que no dudaron en caminar 100 millas— o 160 kilómetros— para atacarlo.
Al verlo, lo apedrearon y lo arrastraron fuera de la ciudad, dándolo por muerto.
¿Pensó Pablo que esta carga se estaba volviendo demasiado pesada para él?
¿Se desmoralizó y tiró la toalla porque sus enemigos lo odiaban tanto que habían querido matarlo?
No.
Pablo sabía aguantar.
Quien sabe hacerlo nunca pierde la esperanza, ni siquiera ante la persecución.
Entonces, ¿qué hizo Pablo?
Siguió predicando contra viento y marea, esta vez en Derbe.
Imagínense el esfuerzo que hizo Pablo: caminó un tramo de 60 millas —unos 100 kilómetros— hasta Derbe, ¡justo un día después de casi morir apedreado!
Sin embargo, el esfuerzo valió la pena, pues él y sus compañeros lograron hacer muchos discípulos.
Como pueden ver, Pablo llevó una carga muy pesada, pero nunca se rindió.
Siguió predicando.
Pero hizo más que eso.
Abran su Biblia en Hechos capítulo 14.
Aquí vemos una prueba de que Pablo era un ejemplo de aguante.
Hechos 14:21 dice: “Y después de declarar las buenas nuevas a aquella ciudad y de hacer una buena cantidad de discípulos, volvieron a Listra y a Iconio y a Antioquía”.
Imagínense: Pablo y sus compañeros regresaron a las mismas ciudades donde los habían atacado brutalmente.
¿Para qué?
El versículo 22 dice que volvieron para fortalecer “las almas de los discípulos, animándolos a permanecer en la fe, y diciendo: ‘Tenemos que entrar en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones’”.
A simple vista eso pudiera sonar extraño.
¿Cómo animaría Pablo a los discípulos diciéndoles que sufrirían muchos problemas?
Aquello podría haberlos descorazonado, más bien que animarlos.
Pero analicemos bien sus palabras.
Él no dijo simplemente: “Tenemos que aguantar tribulaciones”.
Les dijo: “Tenemos que entrar en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones”.
En efecto, fortaleció a los discípulos haciendo hincapié en el resultado positivo del aguante.
Es como Jesús dijo en Mateo 10:22: “El que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo”.
¿Qué lección aprendemos?
El aguante no equivale a simplemente sacar fuerzas de flaqueza ante la adversidad.
Aguantar significa mantener viva la esperanza y estar plenamente convencidos de lo que dice 2 Corintios 4:17: “La tribulación es momentánea y liviana”...
pero la recompensa es eterna.