Daniel Black: ¿Llevarán sus cargas de responsabilidad?

Hoy es un día extraordinario, uno que recordarán durante mucho mucho tiempo: el día en que entraron en este auditorio como estudiantes y salieron como graduados con un futuro emocionante delante de ustedes.

Y es natural que en momentos como estos se pregunten: “¿Voy a ser feliz?

¿Haré un buen trabajo?”.

Es normal.

Pero en gran parte la respuesta a esas dos preguntas va a depender de lo equilibrados que sean.

El equilibrio es un concepto que puede ser un poco difícil de explicar.

Lo bueno es que en la Biblia hay un pasaje que nos ayuda.

Vayamos a Gálatas 6:2.

Ahí el apóstol Pablo dijo: “Sigan llevándose las cargas unos a otros, y así cumplirán la ley del Cristo”.

Qué palabras tan impresionantes, ¿verdad?

Llevándonos las cargas unos a otros podemos cumplir “la ley del Cristo”.

Y ¿cómo lograrán hacer esto?

Les servirá de mucho seguir el ejemplo de personas como el apóstol Pablo.

Él tuvo que ayudar a quienes habían cometido pecados graves, algo que tendrán que hacer los que son ancianos de entre ustedes.

Además, colaboró con las labores de socorro cuando hubo desastres, como aquella hambruna que afectó a los hermanos.

Y, sobre todo, Pablo quería quitarles el velo de la ignorancia a las personas.

Y ustedes también tienen el honor de ayudar a los que han sido cegados por Satanás.

Sin embargo, ¿dijo algo Pablo sobre mantener el equilibrio al ayudar a los demás?

Pues sí.

Se deduce por lo que vemos en el versículo 5, donde hace un contraste con lo que dijo antes: “Cada uno llevará su propia carga de responsabilidad”.

¿Será que Pablo se está contradiciendo?

Claro que no, Jehová lo inspiró, y en realidad usó dos palabras distintas.

Según las notas de estudio de la Biblia en inglés, la palabra que se traduce “cargas” en el versículo 2 significa “cosas pesadas”, cosas que son difíciles de llevar sin ayuda.

En cambio, la palabra que se traduce “carga de responsabilidad” en el versículo 5 se refiere a la responsabilidad que cada uno tiene ante Dios.

Es una carga que nadie más puede llevar por nosotros.

En tiempos bíblicos, a veces esa palabra se usaba para referirse a la mochila que llevaba un soldado.

A los soldados romanos los entrenaban para llevar cargas muy muy pesadas.

Así estarían preparados para llevar su equipo y aguantar los rigores de la guerra.

Ahora imagínense un soldado que, además de llevar su propia carga, se ofrece para llevar la mochila del compañero de al lado y del que está al otro lado.

¿Cuánto aguantaría ese soldado?

¿Y de verdad estaría ayudando a sus compañeros?

No, en realidad eso no los ayudaría a estar preparados para la batalla.

A veces los niños aprenden en la escuela una lección similar sobre mantener el equilibrio al ayudar a otros.

En algunas aulas los maestros tienen un terrario y ahí ponen una ramita de la que cuelga un capullito de mariposa, y todos los niños esperan con ansias a que la mariposa salga de su capullo.

Y, cuando llega el día, se desesperan porque tarda mucho más de lo que pensaban.

La pobre mariposa está ahí horas y horas luchando por salir.

Quizá un niño mete la mano con buenas intenciones para ayudar a la mariposa a salir de su capullo.

¿Qué le dice el profesor?

“Eh, no hagas eso.

Sé que quieres ayudarla, pero la puedes matar”.

Entonces le explica que mientras está luchando por salir se fortalecen sus alas.

Si la mariposa no las fortalece, no va a poder volar y se va a morir.

A veces nosotros también podríamos querer hacer más de lo debido por los demás y, en vez de solo darles una mano para aliviar sus cargas, nos echamos encima la responsabilidad que ellos tienen que asumir.

La organización de Jehová entiende esta verdad fundamental y la pone en práctica de muchas maneras.

Por ejemplo, un amigo misionero en África Occidental me dijo que se quedó impresionado con cómo se llevaron a cabo unas labores de socorro.

Había llegado una oleada de refugiados que huían de la guerra, y la sucursal les dio comida, alojamiento y ropa.

Pero con el tiempo también les dio otros alimentos con los que podrían preparar comidas para vender en un mercado local.

Y así, poco a poco, los hermanos pudieron asumir su propia carga de responsabilidad.

¿Y cómo podríamos nosotros poner esto en práctica?

Veamos tres ideas o tres maneras de pensar que no necesariamente están mal, pero que quizás nos indiquen que tenemos que examinar si estamos siendo equilibrados.

Primer ejemplo: “Puedo hacer que su corazón cambie”.

¿Alguna vez han tenido a un estudiante de la Biblia al que querían mucho y por eso han intentado este método y este otro y han hecho todo lo posible para que ame a Jehová, y aun así no ha habido forma?

Entonces empezamos a pensar que tal vez podemos hacer que su corazón cambie.

¿Recuerdan al joven gobernante rico con el que Jesús habló?

Jesús le dijo lo que tenía que hacer, pero el joven se puso triste y se fue.

¿Se imaginan a Jesús persiguiéndolo para convencerlo, tratando algo nuevo…?

No. Dejó que se fuera.

Jesús entendía esta verdad fundamental: solo Jehová puede hacer que el corazón de alguien cambie.

Él sabía que esa no era su responsabilidad.

Sabía que su trabajo no era traer a la gente a la verdad.

Recuerdo a este hermanito mayor que me dio clases de la Biblia cuando yo era joven.

Cuando él escuchaba que alguien decía con orgullo “Yo traje a Fulanito a la verdad”, él decía así bajito: “¿Y es que Jehová estaba de vacaciones esa semana?”.

Creo que estaba claro lo que quería decir.

Así que es bueno que mantengamos el equilibrio.

Cuando pensemos que podemos cambiar el corazón de alguien, recordemos las palabras inspiradas de Pablo: “Yo planté, Apolos regó, pero Dios siguió haciéndolo crecer”.

Segundo ejemplo: “Yo puedo cargar con su culpa”.

A veces nos pasa que alguien quiere que nos sintamos mal por un pecado que él ha cometido.

Eso es una tendencia natural: culpar a los demás.

Empezó con Adán, que tuvo el atrevimiento de decirle a Jehová: “La mujer que me diste”.

Y, en 1 Reyes 18, el rey Acab, después de que la nación ha sufrido una sequía de tres años y medio por culpa de él, que fomentó la adoración falsa, va y le dice al profeta Elías: “¡Aquí estás!

¡Tú, el que le está causando tanto daño a Israel!”.

¿Le dijo Elías: “Sí, es mi culpa.

Tengo que mejorar como profeta”?

No.

Le dijo: “Yo no le he causado daño a Israel.

Has sido tú, por seguir a los Baales”.

Entonces, hermanos, si alguien quiere echarnos la culpa por su error, neguémonos a llevar esa carga.

El principio de Ezequiel 18:20 nos ayuda a mantener el equilibrio: “La maldad del malvado se le tomará en cuenta solo a él”.

Y el tercer ejemplo: “Puedo resolver sus problemas”.

Y, sí, hay mucho que podemos hacer para ayudar a los demás con sus problemas.

De hecho, es parte de llevarnos las cargas unos a otros.

Pero hay algunas preguntas en las que podríamos pensar para ver si estamos manteniendo el equilibrio.

La primera sería: “¿De verdad hay un problema?”.

Pensemos en el caso de María, la hermana de Lázaro.

Ella le hizo a Jesús un regalo carísimo: un frasco de aceite perfumado.

¿Y qué pasó?

Que a algunos de sus discípulos, e incluso apóstoles, no les gustó nada.

Mateo escribió que “los discípulos se indignaron”.

Y Marcos llega a decir que “se enojaron muchísimo”.

Un diccionario explica que la palabra griega que se usó aquí también tiene el sentido de “resoplar”.

Eso lo hace un animal enojado, no un apóstol cariñoso.

¿Por qué se molestaron?

¿Había pecado María?

No.

Jesús dijo que había hecho “algo muy bueno”.

Para él fue un hermoso gesto.

¿Y qué les pasaba?

Que pusieron en duda sus motivos.

¿Tenían derecho a juzgarla?

¿Había realmente un problema?

Sesenta años después, el apóstol Juan nos revela quién fue el que los llevó a pensar así.

Quien puso una objeción fue Judas Iscariote.

La nota de estudio en Mateo dice que “tal vez los demás apóstoles simplemente concordaron” con él.

Si hubieran recordado las palabras de Jesús en Mateo 7:1 sobre dejar de juzgar, habrían sido más equilibrados.

Otra pregunta que nos podemos hacer sería: “¿Nos corresponde a nosotros involucrarnos en ese problema o hacer algo para resolverlo?”.

¿Se acuerdan del hombre que, en medio de un discurso de Jesús, lo interrumpe y le dice: “Dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo”?

¿Qué le contestó Jesús?

“Ah, qué bien que me preguntas a mí, que soy el mejor juez que ha pisado la Tierra”.

No, para nada.

Él sabía que tenía límites, y resolver desacuerdos familiares no estaba entre las cosas que su Padre le había mandado hacer.

Por eso dijo: “¿Quién me nombró juez o árbitro entre ustedes dos?”.

Jesucristo fue modesto.

Aceptó los límites que Jehová le había puesto.

Esto nos recuerda el principio registrado en Miqueas 6:8: ser modesto al andar con Dios.

Así que, en conclusión, ¿van a ser felices?

¿Harán un buen trabajo?

Por supuesto que sí.

Claro, no siempre se les hará fácil mantener el equilibrio.

Pero recuerden que, cuando Jesús dijo “pónganse bajo mi yugo”, tal vez quiso decir que nos pusiéramos bajo el yugo con él.

La idea es esta: su Amo, Jesús, los ayudará a llevar sus cargas, sus responsabilidades.

Y Jehová también estará ahí siempre para ayudarlos.

Nunca tendrán que llevar sus cargas solos.



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