En este programa, hablaremos sobre la importancia de valorar un maravilloso regalo de Dios.
¿Quién no se alegra cuando alguien piensa en uno y le hace un bonito regalo?
Un hermano, por ejemplo, seguro que se alegraría si alguien le regalara una elegante corbata de fina seda.
Y una hermana también se pondría contenta si recibiera como obsequio un hermoso pañuelo de seda.
¿Pero se imaginan que alguien usara esa corbata o ese pañuelo de seda para limpiarse los zapatos?
¿Cómo creen que se sentiría quien hizo el regalo al ver semejante barbaridad?
Obviamente, sería una lástima usar el regalo de esa manera, y un insulto para quien tuvo el lindo detalle.
¿Qué aprendemos de este ejemplo?
Recordemos que Jehová y Jesús, pensando en nosotros, nos han hecho un valioso regalo: los ancianos de la congregación.
Como veremos, todos nosotros tenemos la obligación de siempre mostrar respeto y agradecimiento por esta dádiva divina.
Tengan la bondad de buscar Efesios 4:8 en su Biblia.
Allí se habla de este valioso regalo que Jehová y Jesús nos han dado.
Leamos: Sabemos que, por su lealtad, Jesús venció a Satanás y a este mundo.
Entonces, en cierto sentido, se llevó como botín a algunos hombres y los dio a las congregaciones.
¿Por qué son ellos dádivas tan valiosas?
Los versículos 11 y 12 nos lo explican: ¿Vieron?
Los ancianos son evangelizadores que encabezan la importantísima obra de predicar y hacer discípulos.
No se limitan a decirles a los publicadores: “Vayan a predicar”, sino que los invitan, diciéndoles: “Vengan, acompáñennos a hacer esta obra que nunca se repetirá”.
También son pastores que protegen al rebaño de los ataques de Satanás, esa serpiente asesina, ese león, ese dragón...
Además, son maestros que les sirven a las ovejas nutritivo alimento espiritual.
Ahora les hago una pregunta: ¿qué espera Jehová que sintamos por estos hermanos, por este valioso regalo?
Vayamos al capítulo 5 de Primera a los Tesalonicenses para ver la respuesta.
En Primera a los Tesalonicenses, capítulo 5, a partir del versículo 12, se nos pide: Sí, Jehová quiere que respetemos a estos queridos hermanos.
Entonces, conviene hacernos la siguiente pregunta: “¿Cómo podemos demostrar que sentimos profundo respeto y sincero agradecimiento por los ancianos?”.
Primero, cooperando con ellos sin reservas.
Los invito a leer conmigo Hebreos 13:17, pues allí se explica cuál debe ser nuestra actitud al colaborar con ellos.
El versículo 17 dice: Ahí dice que tenemos que ser obedientes, o sea, que tenemos que cumplir con lo que nos pidan los ancianos.
Claro, siempre y cuando no nos pidan algo que esté en contra de lo que dice la Biblia.
Por supuesto, eso difícilmente va ocurrir.
Ahora bien, también se espera que seamos sumisos.
Esto tiene que ver con la actitud con la que obedecemos: tenemos que hacerlo de corazón, de buena gana.
Pero ¿es posible ser obedientes sin ser sumisos?
Imaginen que alguien dice: “¡Está bien!
Voy hacer lo que los ancianos dicen...
No es que quiera, pero lo haré”.
Eso sería ser obediente, pero no sumiso.
Y Jehová quiere que seamos obedientes y sumisos.
Deberíamos mostrar obediencia y sumisión aun cuando los ancianos nos pidan que hagamos algo que no nos parece muy práctico.
Permítanme poner un ejemplo hipotético.
Tengo que reconocer que voy a exagerar un poco, pero es solo para ilustrar el punto.
Imaginen que los ancianos deciden pintar el exterior del Salón del Reino y les dan a todos los publicadores unas brochas así de pequeñitas para pintar las paredes.
¿Qué podría suceder?
Tal vez los publicadores se enojen con los ancianos y digan: “¿Pero cómo se les ocurre pedirnos que pintemos el salón con estas brochitas?”.
Entonces algunos podrían ponerse a hacer campaña para que les den a todos unas brochas más grandes.
Otros quizás defiendan la idea de usar rodillos para terminar más rápido el trabajo.
Otros hermanos tal vez quieran que se alquile un compresor para aplicar con pistola la pintura en las paredes.
Y otros más pudieran ponerse a decir que lo mejor sería pagarle a un contratista para que hiciera esa labor.
Y, claro, no faltará quien diga que ni siquiera era necesario pintar el salón.
¿A qué llevaría todo esto?
A que hubiera divisiones en la congregación.
El salón jamás se pintaría, algunos publicadores podrían tropezar y abandonar la verdad, los ancianos se desanimarían, Jehová estaría sumamente triste y Satanás se pondría muy contento.
En cambio, ¿qué pasaría si todos apoyaran con humildad a los ancianos?
Podrían decir: “No hay nada en la Biblia que diga que no podemos pintar con brochitas.
Pero la Biblia sí dice, en Hebreos 13:17, que tenemos que ser obedientes y sumisos a los ancianos.
Así que ¿por qué no apoyarlos y hacer lo que nos piden?”.
¿Qué pasaría si hicieran eso?
Se pintaría el Salón del Reino, los publicadores tendrían la oportunidad de pasar un largo rato disfrutando todos juntos del trabajo y de buena compañía, los ancianos estarían muy contentos, Satanás no se saldría con la suya y Jehová quedaría muy complacido.
Pues bien, ¿cuál es la lección detrás de este ejemplo un tanto exagerado?
Que ser obedientes y sumisos a quienes nos dirigen es mucho más importante que la manera en la que se hacen las cosas.
Esa es la actitud que Jehová siempre bendice.
La segunda manera en que podemos demostrar que valoramos profundamente a los ancianos es orando por ellos.
Fíjense en lo que Pablo, que también servía de anciano, les pidió a los hermanos que hicieran por él en Romanos, capítulo 15, versículo 30.
Esto es lo que les pide: Pablo sabía que las oraciones de sus hermanos lo fortalecerían, y los ancianos de nuestra congregación piensan igual.
Permítame preguntarle, en sus oraciones privadas, ¿acostumbra usted darle gracias a Jehová por estas dádivas en la forma de hombres?
¿Le pide que los llene de su poderoso espíritu santo?
La respuesta que demos a estas preguntas nos revelará cuánto valoramos a los ancianos, que con tanta dedicación nos cuidan.
Pasemos a la tercera manera en que podemos demostrar que agradecemos la labor de los ancianos: dándoles reconocimiento.
Meditemos en la siguiente pregunta: “¿Tengo la costumbre de decirles a los distintos ancianos que conozco lo mucho que agradezco el trabajo que hacen a favor de los hermanos y lo mucho que los aprecio?”.
Lamentablemente, parece que todavía hay hermanos que jamás felicitan a los ancianos ni les agradecen su labor.
Eso revela que están dando por sentado a los ancianos y que no valoran lo que hacen.
Obviamente, los ancianos no van a dejar de trabajar solo porque no se les dé reconocimiento.
Todo lo que hacen, lo hacen principalmente por Jehová.
Pero si usted les expresa su agradecimiento, créame, se van a sentir más felices.
Puede que alguno hasta se sorprenda cuando usted vaya por primera vez a felicitarlo o a darle las gracias, pero no deje que nada le impida dar ese paso.
El propio Jehová nos recuerda en Proverbios 3:27: “No retengas el bien de aquellos a quienes se les debe, cuando sucede que está en el poder de tu mano hacerlo”.
Si pensamos en todo el buen trabajo que llevan a cabo los ancianos, nos sentiremos aún más motivados a expresarles agradecimiento.
Muchos ancianos son casados y tienen que mantener a su familia.
Si además son padres, tienen que dedicarles tiempo y atención a sus hijos.
A veces, deben ayudarles con sus tareas escolares, y también sacar tiempo para que puedan divertirse sanamente.
Y, sobre todo, tienen que cuidar la salud espiritual de los suyos dirigiendo semanalmente la adoración en familia, saliendo con ellos a predicar y llevándolos a las reuniones.
Además de todas estas cosas —que también hacen otros hermanos—, los ancianos deben atender muchas otras responsabilidades teocráticas.
Y gran parte del trabajo que realizan pasa desapercibido en la congregación.
Piense, por ejemplo, en las intervenciones que tienen en las reuniones.
Es posible que ni reparemos en las horas que dedican a prepararse.
¿Cuánto tiempo le toma a usted prepararse para una breve asignación en la reunión de entre semana?
Pues hay ancianos que tienen intervenciones todas las semanas, y a veces más de una.
Aunque es verdad que eso los prepara para ser mejores oradores, la realidad es que presentar un buen discurso exige mucho esfuerzo.
Y eso no es todo lo que hacen.
También tienen que hacer visitas de pastoreo y atender casos judiciales.
Además, algunos ancianos colaboran en la construcción de Salones del Reino y sucursales, son miembros de algún Comité de Enlace con los Hospitales o se ofrecen para echar una mano en las asambleas.
En fin, los ancianos atienden una cantidad innumerable de tareas.
Lo que vemos es solo una pequeña parte de lo que hacen, como la punta de una de esas enormes masas de hielo que flotan en el océano.
En 2 Timoteo 4:6, el apóstol Pablo dijo que él estaba “siendo derramado como libación”.
Las libaciones se derramaban sobre el altar como ofrendas y, enseguida, se evaporaban.
¡Qué bonita forma de ilustrar cómo se gastan por nosotros los ancianos!
Tener en cuenta todo esto sin duda nos impulsará a expresarles nuestro agradecimiento.
Repasemos las tres maneras en las que todos en la congregación podemos demostrar que valoramos mucho a nuestros ancianos.
Primero, colaborando con ellos de todo corazón; segundo, orando por ellos, y, tercero, dándoles reconocimiento.
De esa forma, demostramos que no nos parecemos en nada a quien usa un valioso obsequio de seda, como una corbata o un pañuelo fino, para limpiarse los zapatos.
Al contrario, les mostraremos a Jehová y a Jesús que valoramos y respetamos a nuestros queridos ancianos, ese maravilloso regalo que, con tanto amor, nos han hecho.