Los testigos de Jehová de verdad amamos la Biblia. ¿Por qué?
Porque sabemos que es la Palabra de Dios.
Por eso nos encanta leerla, estudiarla y aprender acerca de su historia.
Cuando nos detenemos a pensar por un momento en el tremendo esfuerzo que se ha hecho para estorbar e incluso detener la distribución de la Biblia, nos damos cuenta de que su Autor, Jehová, ha intervenido a fin de preservar y difundir su Palabra.
Y esto concuerda con lo que se menciona en Isaías capítulo 40, versículo 8: Con esto en mente, hoy me complace hablarles de un tema que a mí me gusta mucho, a saber, que “la palabra de nuestro Dios durará hasta tiempo indefinido”.
Cuanto más valoremos la Palabra de Dios, más motivados nos sentiremos a leerla y a poner en práctica sus consejos.
Jehová nos dio un magnífico regalo al inspirar a hombres fieles para que escribieran su Palabra.
Es a través de ella que aprendemos cuánto nos ama Dios.
Sí, su Palabra contiene consejos prácticos para la vida.
Explica el porqué de nuestra existencia y describe las maravillosas promesas que recibiremos al vivir para siempre en un mundo pacífico.
Con razón el apóstol Pablo escribió por inspiración en 2 Timoteo 3:16, 17: Claro, Satanás el Diablo no quiere que las personas tengan acceso a las valiosas verdades de nuestro Padre celestial, Jehová.
Por eso no nos sorprende que se hayan presentado obstáculos para que la Biblia llegue a toda la gente.
Quizás Satanás no haya estado detrás de cada uno de ellos, pero sí que los ha aprovechado.
¿Cuáles han sido algunos?
¿Y cómo se han superado?
Analicemos el primero: la barrera del idioma.
Los primeros 39 libros de la Biblia, conocidos como el Antiguo Testamento, se escribieron principalmente en hebreo.
Los siervos de Jehová de habla hebrea conocían muy bien estos libros.
Sin embargo, con el paso del tiempo, particularmente después de la destrucción de Babilonia, muchos judíos se mudaron a otros lugares de la Tierra.
La mayoría comenzaron a hablar en griego.
Ya no usaban el idioma hebreo, por lo que muchos judíos ya no tenían acceso a las Escrituras en un idioma que pudieran entender.
Entremos en más detalles.
Como Alejandro Magno empezó a conquistar más y más zonas del mundo de su época, el griego se convirtió en la lengua de gobernantes y comerciantes en su imperio.
Si los judíos y prosélitos esparcidos a lo largo y ancho de aquella amplia región de habla griega querían entender la Biblia, sería necesario traducirla al griego.
Es por eso que, a partir del año 250 antes de nuestra era, las Escrituras Hebreas comenzaron a traducirse al griego.
Con el tiempo, a aquella traducción se la conoció como la Septuaginta.
Los cristianos del siglo primero de habla griega la usaron una y otra vez.
De hecho, los redactores de las Escrituras Griegas Cristianas, también conocidas como el Nuevo Testamento, con frecuencia citaron directamente de la Septuaginta.
Así se superó la primera barrera del idioma.
Pero se avistaban otras dificultades en el camino.
Cuando el Imperio romano comenzó a expandirse, el latín tomó el lugar del griego como la lengua más común.
Había llegado el momento de traducir la Biblia al latín.
Poco después, comenzaron a aparecer algunas traducciones de la Biblia en este idioma.
Pero no fue sino hasta el año 405 de nuestra era que Jerónimo terminó la traducción completa de la Biblia al latín.
Se la llamó Vulgata latina.
La traducción de Jerónimo llegaría a ser la traducción oficial de la cristiandad durante casi 1.000 años.
Sin embargo, el latín no tardó en convertirse en el idioma de eruditos y privilegiados, por lo que la Biblia quedó fuera del alcance de la gente común.
Durante toda aquella época, hubo hombres sinceros que tradujeron partes de la Biblia a otros idiomas; y, lógicamente, dichas traducciones fueron hechas a mano.
Así que eran difíciles de conseguir y muy costosas.
Por esa razón, tener una Biblia en las lenguas vernáculas, es decir, las de la gente común, era complicado.
Pero la barrera lingüística no fue el único obstáculo que enfrentó la Palabra de Dios.
Hablemos de otro: la tenaz oposición de líderes religiosos a que se tradujera y distribuyera la Biblia.
Dicha oposición se agudizó en 1229 cuando el Concilio de Toulouse (Francia) decretó: “Está del todo prohibido para cualquier laico tener en su poder libros del Antiguo o Nuevo Testamento”.
En 1234, el Concilio de Tarragona decretó: “Nadie debería poseer libros del Antiguo o Nuevo Testamento en la lengua vernácula.
Si alguien los tuviera, deberá entregarlos al obispo de la localidad, en menos de ocho días a partir de la promulgación de este decreto, para que sean quemados”.
Por lo tanto, durante una época considerablemente larga, hubo poco acceso a la Biblia en los idiomas de la gente común.
¿Pero significaba eso que la Palabra de Dios se extinguiría?
Ni la barrera del idioma ni la oposición de los líderes religiosos podrían impedir que llegara a conocerse la Palabra de Dios.
Incluso en aquellas épocas de oscurantismo hubo personas que amaban la Palabra de Dios y que se esforzaron por traducirla y distribuirla.
Tan solo pensemos en John Wyclef y sus seguidores, los lolardos.
John Wyclef y sus colaboradores terminaron su traducción de la Biblia al inglés alrededor del año 1382.
Llenos de emoción, hicieron copias a mano de la traducción y fueron de pueblo en pueblo leyendo la Biblia a la gente común.
A pesar de la enconada oposición de la iglesia, Wyclef y sus seguidores pusieron la Biblia en inglés al alcance de muchas personas de corazón sincero.
Tras la muerte de Wyclef, en 1384, sus seguidores sufrieron fuerte persecución.
A muchos les confiscaron tierras y propiedades, mientras que otros fueron quemados en la hoguera.
En respuesta al trabajo realizado por Wyclef y los lolardos, en 1408 Thomas Arundel —arzobispo de Canterbury— declaró: “Por tanto, decretamos que nadie podrá traducir, a partir de ahora y por su propia iniciativa, ninguna porción de las Escrituras al inglés o a cualquier otra lengua. [...] El castigo por incumplimiento será la excomunión”.
¿Acabaría aquella oposición con los esfuerzos por traducir y distribuir la Biblia?
¡Claro que no!
El trabajo de Wyclef y sus colaboradores generó interés por la Biblia en toda Inglaterra e incluso en Europa central.
Los líderes religiosos fueron incapaces de silenciar la Palabra de Dios.
De hecho, solo unas cuantas décadas después del fallecimiento de Wyclef, 2 factores influyeron mucho en que se distribuyera la Biblia.
El primero ocurrió alrededor del año 1454, cuando se creó la imprenta con tipos móviles.
Este invento permitió, con el tiempo, imprimir biblias en grandes cantidades y en muchos idiomas.
El segundo factor fue la recopilación e impresión del texto original en hebreo y griego de las Santas Escrituras.
Esto permitió que muchos traductores tuvieran acceso a los escritos en los idiomas originales para entonces poder producir traducciones de alta calidad en su lengua materna.
¿Con qué resultado?
En el siglo XVI, por toda Europa se produjeron y distribuyeron traducciones en lenguas vernáculas, o comunes.
Entre ellas, alemán, inglés, italiano, francés, holandés, checo, danés, sueco, español, esloveno y muchas otras.
Sin embargo, la oposición no cesó.
La Inquisición hostigó a los traductores de la Biblia.
Y algunos de ellos, como William Tyndale y John Rogers, fueron asesinados debido a su trabajo.
A pesar de todo, la Palabra de Dios perduró.
Y poco a poco, más personas tuvieron acceso a ella en sus propios idiomas.
A principios del siglo XIX, el proceso de traducción cobró rapidez.
Sociedades bíblicas e intrépidos traductores comenzaron a trabajar en diversas partes del planeta.
Gracias a ello, la Biblia se produjo en idiomas propios de Asia, África, las islas del Pacífico y en algunos idiomas indígenas de América.
De 1800 a 1899 se tradujeron porciones de la Biblia a unos 400 idiomas; y de 1900 a 1950 se sumaron otros 500 idiomas a la lista.
Pensemos por un momento en lo que se ha logrado con la Traducción del Nuevo Mundo.
Hasta este momento, la Traducción del Nuevo Mundo se ha producido completa o en parte en 149 idiomas, ¡y ya se planea producirla en otros 37!
Queda claro que ni las barreras lingüísticas ni la oposición de los líderes religiosos han logrado frenar la distribución de la Biblia.
Jehová siempre ha protegido su Palabra.
Es tal como dice Salmo 12:6, 7: Sí, Jehová ha protegido cada uno de sus invaluables dichos a lo largo de la historia.
Hablemos ahora del tercer obstáculo.
A pesar de que la Biblia está disponible, completa o en parte, en casi 3.000 idiomas, a muchas personas ya no les interesa leerla.
En esta era moderna, muchos se han vuelto incrédulos y se han alejado de Dios.
Los científicos han colocado la teoría de la evolución sobre un pedestal y dicen que es inteligente dudar de la existencia de un Creador.
Además, este mundo anima a las personas a tomar decisiones dejándose llevar por los dictados de su corazón.
¿Y en qué ha resultado esto?
En un mundo lleno de personas egoístas, dominadas por sus deseos carnales.
Pero en vez de sentirse realizadas, muchas personas terminan vacías y decepcionadas.
¿Cómo se ha contrarrestado dicha actitud?
Personas de todo el mundo están abriendo la Palabra de Dios para leerla con sus propios ojos.
Se están percatando de que las ideas de la Biblia no provienen de mentes humanas.
Y al aplicar los principios bíblicos en su vida, llegan a sentirse satisfechas y felices; su autoestima y dignidad crecen gracias a que viven de acuerdo con las normas morales de Jehová Dios.
Tal y como dice Salmo 119:97-100: ¡Qué prueba tan clara de que la Palabra de Dios durará para siempre!
Mientras que los consejos humanos suelen fallar, los consejos bíblicos siempre funcionan.
Si los ponemos en práctica, nos ayudarán a superar o sobrellevar cualquier problema que enfrentemos.
Lo que es más, al hablar a los demás de las promesas divinas para el futuro, crecerá en nosotros la seguridad de que esta Tierra se convertirá en el paraíso que en un principio fue: un lugar lleno de paz y justicia.
¡Qué maravilloso regalo de Jehová ha sido la Biblia!
Ni las barreras lingüísticas ni la oposición ni un mundo cada vez más alejado de Dios podrán evitar que la Biblia llegue a la gente.
¿Cómo podemos nosotros aportar pruebas al hecho de que la Palabra de Dios dura para siempre?
Leámosla a diario, estudiémosla, reflexionemos en sus palabras y apliquemos sus insuperables enseñanzas en nuestra vida.
Si lo hacemos, no solo en la página impresa o en una biblioteca, sino en nuestra mente, en nuestro corazón y en nuestra vida, la Palabra de Dios durará hasta tiempo indefinido.