Pero somos humanos.
Esto significa que, de vez en cuando, todos podemos sentirnos mal, tener sentimientos negativos o incluso pensar que no valemos nada.
Por ejemplo, ¿alguna vez se ha preguntado usted si es valioso para Jehová?
Al pensar en su lugar dentro de la organización, ¿tal vez se ha sentido angustiado?
O ¿ha tenido sentimientos de inutilidad?
Pensamientos así nos pueden robar la alegría e incluso hacernos creer que ya no somos tan valiosos para Jehová.
Si usted se siente así, no es el único.
Siglos atrás, el escritor del Salmo 94 confesó que él también se sentía abrumado por las preocupaciones.
Leámoslo juntos.
El Salmo 94:19.
Aquí el salmista le habla a Jehová: Y fíjense en la nota: “Pensamientos inquietantes”.
Esto puede surgir por sentimientos de culpa, porque ya no podemos hacer más en la predicación o en la congregación, por miedo al futuro, porque estamos lejos de nuestros seres queridos, o porque no nos tomaron en cuenta y creemos que no le importamos a nadie.
Estos sentimientos son reales y pueden hacernos sentir abrumados.
Pueden quitarnos la paz interior y el sueño.
Y, si no tenemos cuidado, podríamos dejar de orarle a Jehová e ir alejándonos de él poco a poco.
Esto haría muy feliz a Satanás.
Pero no queremos que esto nos ocurra a nosotros, sobre todo ahora que vivimos en el tiempo del fin.
¿Y qué nos ayudará a calmar los pensamientos inquietantes?
Encontraremos la respuesta en unas palabras proféticas muy animadoras.
Analizar estas palabras inspiradas le dará razones basadas en la Biblia para hacer desaparecer ese tipo de pensamientos.
Vamos a leerlas.
Se encuentran en Isaías, capítulo 56.
Estas palabras nos conmueven muchísimo, porque vemos cómo Jehová valoraba a dos grupos de personas.
Los dos grupos deseaban servir a Jehová, pero, según la Ley mosaica, tenían límites o incluso tenían prohibido servir a Jehová del modo en que lo hacían los israelitas.
¿Quiénes eran?
Veámoslo en Isaías 56:3: ¿Se fijaron en los dos grupos?
Extranjeros, o no israelitas, y eunucos, hombres que no podían tener hijos.
Ambos grupos se enfrentaban a circunstancias difíciles que podían desanimarlos.
En los días de Isaías, los extranjeros incircuncisos podían vivir en Israel, pero en realidad no eran parte de la nación.
Debido a eso, tampoco podían comer de la Pascua.
Y a los israelitas no se les permitía tener una relación estrecha con ellos.
Pero muchos extranjeros llegaron a amar a Jehová, aceptaron la adoración pura y sirvieron a Jehová junto a su pueblo.
Se les llamaba prosélitos.
Aun así, no eran completamente considerados parte de la nación de Israel.
¿Cómo se sentiría si usted fuera extranjero en aquel tiempo?
Seguro que le preocuparía mucho que lo apartaran de la nación.
Ese pensamiento lo inquietaría muchísimo.
Piense en el segundo grupo.
Isaías menciona a los eunucos.
A estos hombres les habían quitado los órganos reproductores.
Y algunas naciones paganas orientales tenían la costumbre de castrar a niños capturados en la guerra y luego les daban cargos especiales para que sirvieran en la corte real o en otros lugares.
Parece que, durante los días de Isaías, algunos de estos eunucos gentiles aprendieron de Jehová, llegaron a amarlo y decidieron unirse al pueblo de Jehová.
Estos eunucos hasta cierto grado eran aceptados entre el pueblo de Dios y podían adorar a Jehová con ellos.
Ahora bien, debido a su condición, a los eunucos no se les permitía ser miembros de pleno derecho del pueblo de Israel.
Y, además, en aquel tiempo y en aquella cultura, para ellos era una gran humillación no poder tener hijos.
¿Qué piensan?
¿Tendrían sentimientos inquietantes de vez en cuando?
Está claro que sí.
Pero Isaías dijo algo muy importante sobre este grupo: ¡que Jehová los amaba!
De hecho, era como si Jehová les dijera: “Sé cómo te sientes.
Ahora deja que te diga lo que siento yo por ti”.
Leamos juntos Isaías 56:4, 5: Les daré “algo mejor que hijos e hijas. […] Un nombre eterno”.
Sus limitaciones físicas no los hacían menos valiosos a los ojos de Jehová.
Como obedecían a Dios de toda alma, Jehová siempre se acordaría de ellos.
Tendrían un nombre eterno, que no desaparecería.
El servicio que los eunucos le daban a Jehová era tan valioso para él que lo guardaría en su memoria, como “un monumento” dentro de su casa y de sus murallas.
Imagínense cómo debían sentirse los eunucos al saber que Jehová les había prometido algo especial.
Sabían que Jehová los había escuchado.
Sabían que les había mostrado compasión.
Los pensamientos inquietantes empezaron a desaparecer, y estas consoladoras palabras hicieron que se sintieran mejor.
¿Por qué les hizo Jehová estas promesas a estos dos grupos?
¿Qué tenían ellos de especial?
No tenemos muchos detalles, solo algunos.
Detalles revelados mucho tiempo después que nos dan pistas importantes.
Por ejemplo, en el libro de Nehemías, se nos habla de dos extranjeros que vivían con el pueblo de Dios.
Y sus nombres nos revelan un detalle interesante.
Nehemías 3:7 nos dice que eran “Melatías el gabaonita y Jadón el meronotita”.
Ambos eran extranjeros.
Pero sus nombres nos cuentan otra historia.
¿Qué significaban?
Melatías significa “Jah Ha Provisto Escape”.
Y Jadón, “Jehová Ha Prestado Oído”.
¿Por qué les pusieron esos nombres?
Probablemente ellos nacieron en Babilonia.
Sus padres eran extranjeros que conocieron a Jehová en Israel y que en el año 607 fueron llevados cautivos a Babilonia.
Es cierto que sus padres no eran israelitas.
Pero los nombres que eligieron para sus hijos mostraban el amor y la devoción que sentían por Jehová.
Y el que estos dos hombres que tampoco eran israelitas quisieran participar en la reconstrucción de Jerusalén es prueba de que ellos también amaban muchísimo a Jehová.
¿Qué sentía Jehová por aquellos extranjeros?
Sigamos leyendo las palabras proféticas que están en Isaías 56:6, 7: Jehová se fijó en que aquellos extranjeros obedecían fielmente las leyes del pacto del que nunca podrían formar parte por completo.
En los versículos 6 y 7, vemos cómo Jehová los invita, por decirlo así, a su casa, una “casa de oración para todos los pueblos”, judíos o extranjeros.
Escuchar aquellas palabras tuvo que ser muy animador.
Pero Jehová no se limitó a decirles que los valoraba mucho.
También hizo algo.
¿Qué hizo?
Entre el grupo de extranjeros que volvió en el 537 a Jerusalén para reconstruirla, había un grupo en particular que se habían hecho prosélitos.
En el grupo había descendientes de los gabaonitas, una nación que se había unido a Israel y que se ocupaba de “recoger leña y buscar agua para el pueblo y para el altar de Jehová”.
Estos descendientes de los gabaonitas estuvieron cautivos muchos años en Babilonia por culpa de delitos que no habían cometido.
En Israel no les esperaba ninguna tierra heredada; eran sirvientes.
Aun así, volvieron a Jerusalén y ayudaron a reconstruir el templo y las murallas.
¿Por qué lo hicieron?
Porque amaban a Jehová.
Estos descendientes de Gabaón no esperaban ser recompensados por su servicio.
A pesar de eso, recibieron un regalo sorprendente.
Cuando cada israelita recibió su porción de tierra, a este grupo —los netineos—, que no tenían derecho a ninguna herencia, se les asignó un lugar donde vivir.
¿Dónde sería?
¿Fuera de la ciudad?
¿En un suburbio?
¿En una zona lejana y abandonada de Jerusalén?
No, la Biblia dice que los asignaron a vivir en Ofel.
Fíjense en el mapa.
¿Ven dónde está situado Ofel?
¡Justo al lado del templo!
Jehová quiso tener a aquellos humildes leñadores de vecinos.
Esto nos hace ver que Jehová valoraba muchísimo a aquellos extranjeros fieles que hicieron todo lo que pudieron para adorar a Jehová porque lo amaban.
¿Cuál es la lección?
Recordemos que ni los eunucos ni los extranjeros podían servir a Jehová como los israelitas.
Desde un punto de vista humano, se les consideraba personas que no valían mucho, insignificantes.
Es probable que incluso se les marginara.
Pero así no es como los veía Jehová.
Los conocía a todos por nombre, escuchaba sus oraciones y veía a cada uno de ellos como una joya.
Lo que para los hombres es ordinario, para nuestro Padre, Jehová, es extraordinario.
Un ejemplo.
¿Qué ve usted aquí?
Si cree que es arena, no se equivoca.
La arena es uno de los materiales más comunes en la Tierra.
A simple vista es algo ordinario, de poco valor.
Y cada grano de arena es igual que los demás.
No brilla, no tiene color.
Nadie presume de un collar o una pulsera de arena.
Pero ¿qué pasa si miramos la arena con un microscopio?
A simple vista, todos los granos de arena son iguales, no llaman la atención.
Pero cuando aumentamos el tamaño de la imagen 100 veces o más, vemos que cada granito de arena tiene una belleza única.
Vemos pedacitos de conchas y cristales de muchas formas y colores.
Un puñadito de arena contiene un enorme tesoro.
Así es como Jehová los ve a ustedes.
Igual que se fijaba en aquellos eunucos y extranjeros, que eran como joyas para él, también se fija en usted.
Sí, puede que haya cosas como la edad, la salud, las fuerzas, las emociones o los asuntos familiares que no le permitan hacer tanto como le gustaría en el servicio a Jehová.
Pero no son esas limitaciones lo que Jehová ve en usted.
Recuerde que nuestro amoroso Padre no mide el valor de una persona por todo lo que hace, sino por cuánto se esfuerza.
Cuando Jehová piensa en nosotros, sabe que seremos perfectos y que no tendremos limitaciones; ve nuestro potencial.
Cuando usted le sirve con toda el alma a pesar de las limitaciones, es como una joya para él.
Y, como a los ojos de Dios usted es un tesoro, él siempre lo cuidará, siempre lo valorará.
¿Recuerdan que el salmista estaba abrumado por los pensamientos inquietantes?
Era el Salmo 94:19.
A continuación le dice a Jehová: “Tú me consolabas y me tranquilizabas”.
Por cierto, ¿quién escribió ese salmo?
No lo sabemos, pero Jehová sí.
Y ha conservado en la Biblia por miles de años las palabras de este escritor anónimo.
Si, como el salmista, el extranjero y el eunuco, servimos humildemente a Jehová y nos esforzamos al máximo sin importar las circunstancias, nuestro servicio no será en vano.
Y como nuestro Padre nos valora tanto, ha prometido darnos un nombre eterno.