JW Broadcasting: Junio de 2020 (graduación de la clase 148 de la Escuela de Galaad)

¡Bienvenidos al programa de junio de 2020 de JW Broadcasting®!

El 14 de marzo de 2020 se graduó la clase 148 de la Escuela de Galaad.

Ese día cerró con broche de oro cinco meses de estudio intensivo de la Biblia.

¿Qué les dijeron el Cuerpo Gobernante y otros hermanos para animarlos?

Nos alegra mucho compartirles la primera parte del programa de graduación.

¡Disfrútenlo!

El título del primer discurso para ustedes, queridos estudiantes de Galaad —en realidad para todos nosotros—, es “Imitemos la modestia de Jesús”.

Pero, primero, veamos qué es la modestia.

Una definición que normalmente encontramos en nuestras publicaciones es “ser conscientes de nuestras propias limitaciones”.

Por supuesto, Jesús nos puso el ejemplo perfecto, porque él siempre estuvo consciente de sus propias limitaciones.

Sin duda, Jesús sabía muy bien el punto de vista de Jehová sobre la cualidad de la modestia, tal como se menciona en Miqueas 6:8.

Como esto se escribió unos setecientos años antes de que viniera a la Tierra, conocía muy bien estas palabras. Quizás recuerden la pregunta que se hace aquí: “¿[...] Qué es lo que Jehová espera de ti?”.

Parte de la respuesta es: “¡Que [...] andes con modestia junto a tu Dios!”.

Y esa frase está entre signos de exclamación.

Así pues, no es solo que a Jehová le guste esta cualidad, sino que nos la pide.

¿Qué es lo que Jehová espera de ti?

Jesús sabía que no era algo opcional, sino que Jehová nos pide que seamos modestos al andar con él.

Puesto que Jesús es nuestro ejemplo perfecto a imitar, vamos a analizar cuatro campos en los que podemos imitar su modestia.

Y estamos seguros de que esto les será muy útil a ustedes y a todos nosotros.

Número uno, Jesús sabía muy bien que su autoridad tenía límites.

Seguro que recuerdan el relato de Mateo, capítulo 20, en el que Santiago y Juan intentan usar a su madre para conseguir un puesto especial en el Reino de los cielos.

Recuerden las palabras que ella le dijo a Jesús.

Fueron estas: “Manda que mis dos hijos se sienten contigo en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.

¿Se acuerdan?

Pero ¿qué respondió Jesús?

“Yo no soy el que dice quiénes van a sentarse a mi derecha y a mi izquierda.

Esos lugares son para aquellos para quienes mi Padre los ha preparado”.

Qué interesante, ¿verdad?

Jesús dio muchos regalos.

Él les dio mucho vino a unos recién casados en su banquete de boda.

A muchas personas les hizo el regalo de curarlas, quizás a miles.

Alimentó a muchos, a miles de personas.

A una viuda le devolvió a su hijo que había muerto.

Pero Jesús sabía que conceder el segundo y el tercer lugar más importantes del Reino era algo para lo que no tenía autoridad.

Y él lo reconoció abiertamente, ¿verdad?

Qué buen ejemplo nos puso, ¿no?

Hay muchas cosas para las que tenemos autoridad.

Y, cuando sea ese el caso, podemos tomar la iniciativa y hacerlas.

Pero hay muchas otras para las que no tenemos autoridad.

Por ejemplo, esposas, ustedes saben que en la familia hay muchas cosas que deben decidirlas los esposos y para las que ustedes no tienen esa autoridad.

Y ustedes, hermanos, saben que hay muchas decisiones en la congregación que no pueden tomar ustedes solos; las debe tomar el cuerpo de ancianos.

Y todos sabemos que, en los departamentos de Betel, hay cosas para las que tenemos que pedir permiso a nuestro superintendente.

Y si alguno de ustedes, hermanos, sirve en el futuro en un Comité de Sucursal, es muy importante que entiendan hasta dónde llega su autoridad: qué pueden decidir ustedes o qué debe decidir el comité de la sucursal, o incluso preguntar al Cuerpo Gobernante.

En casos como los anteriores, todos tenemos que saber dónde está el límite de nuestra autoridad y dónde empieza la autoridad de otros.

Y, si tenemos dudas, es mejor preguntar, ¿verdad?

¡Claro que es mejor preguntar!

Porque nosotros no pensamos que es más fácil pedir perdón que pedir permiso.

Esa no es una buena actitud, ¿verdad que no?

Ahora, hablemos de otra forma en la que Jesús mostró que su autoridad tenía límites.

Vayamos a Juan, capítulo 12, y aquí hay algo interesante que Jesús dijo.

Juan 12:49.

Esto es lo que él dijo: “Porque no he hablado por mi cuenta, sino que es el Padre, que me envió, quien me ha mandado lo que tengo que decir y lo que tengo que hablar”.

Así que, según hemos leído, Jesús tenía límites en cuanto a lo que podía decir.

Él no tenía autoridad para enseñar cosas diferentes a las que su Padre le había enseñado.

Él no tenía autoridad para enseñar sus propias ideas u opiniones a otras personas.

Jesús nunca haría eso; él sabía que su autoridad tenía límites.

Y, si él los tenía, nosotros con más razón.

No tenemos autoridad para opinar sobre ciertos asuntos.

Más bien, nos tenemos que asegurar de que lo que decimos se basa completamente en lo que dice la Biblia y en lo que ha publicado el esclavo fiel.

Veamos ahora el segundo campo en el que podemos imitar la modestia de Jesús.

Él siempre recordó que era menos importante comparado con lo muy importante que es Jehová.

¡Qué diferente es Satanás!

Está claro que el Diablo no tiene ni un pelo de modestia.

Claro, hablando en sentido figurado.

A diferencia de Satanás, que no es nada modesto, Jesús rechazó aceptar títulos que solo le pertenecen a Jehová.

“¿Por qué me llamas bueno?

Nadie es bueno excepto uno solo: Dios”.

Él siempre le dio el mérito a Jehová.

Dijo: “El Hijo no puede hacer ni una sola cosa por su cuenta, solo hace lo que le ve hacer al Padre”.

Nunca presumió.

Siempre antepuso la voluntad de Jehová a la suya.

Como él mismo dijo: “Padre mío, si no es posible apartar esto de mí sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad”.

Pensemos en esto: él nunca trató de llamar la atención sobre sí mismo usando palabras muy rebuscadas o con su forma de vestir y de arreglarse.

¿Creen que si su apariencia hubiera sido un poco extraña o su ropa llamativa, Judas tendría que haberlo besado para que lo identificaran?

No les dijo: “Lo reconocerán porque es el único del grupo que lleva una túnica púrpura y brillante”.

O “es el único del grupo que tiene un bigote extravagante”.

No habría hecho falta que Judas besara a Jesús.

Y, según las imágenes de las publicaciones, hubiera sido difícil distinguir entre Jesús y sus doce apóstoles.

Como era modesto, pasaba desapercibido entre los demás.

¡Qué buen ejemplo para nosotros!

Cuando otros nos quieran elogiar, como nuestros estudiantes, deberíamos ser modestos y dirigir esos elogios a quien le pertenecen.

No olvidemos darle a Jehová el mérito por todo lo que logramos.

Es cierto, nosotros lo logramos, sí, pero el mérito es de Jehová.

Como dice 1 Corintios 4:7: “¿Qué tienes tú que no hayas recibido?

Entonces, si lo recibiste, ¿por qué vas presumiendo como si no lo hubieras recibido?”.

Y, en línea con este texto y siguiendo con esta misma idea, hacemos todo lo posible por no presumir.

Tal como dice Proverbios 27:2: “Que te alabe otro, no tu propia boca”.

Nos esforzamos por poner los deseos de Jehová por delante de nuestros gustos.

No buscamos atraer la atención de otros usando palabras muy difíciles o vistiendo y arreglándonos de forma inmodesta.

Veamos el tercer campo en el que podemos aprender de la modestia de Jesús.

Él reconocía que había ciertos asuntos que no tenía el derecho de saber, al menos no en ese momento.

Por favor, abran la Biblia en Mateo, capítulo 24.

Es un texto muy conocido.

Fijémonos en las palabras de Jesús en el versículo 36: “Ahora bien, el día y la hora no los sabe nadie, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo; solo el Padre”.

Piensen en esto: si a Jesús no le preocupaba el hecho de no saber algunos asuntos confidenciales, entonces, ¿creen que esto debería preocuparnos a nosotros?

Tenemos que resistir la tentación de ni siquiera intentar obtener información confidencial que no tenemos derecho a saber.

Y tampoco deberíamos revelar cosas confidenciales.

Eso nos protege.

Y estaba pensando en ustedes, las esposas de los ancianos, si alguien les preguntara sobre algo confidencial y les dijera: “¿Sabes algo de esto?”.

Y si lo saben, que no deberían, sería incómodo, ¿verdad?

Porque tendrían que decir una mentira o poner en evidencia que su esposo no guardó algo confidencial.

Pero si no saben nada, como debería ser, podrían responder tranquilamente con un rotundo no: “No sé nada en absoluto de ese tema”.

Y ustedes, ancianos, no deberían tratar de obtener información confidencial en la congregación o en Betel si no tienen derecho a saberla.

Al igual que Jesús, todos nosotros deberíamos estar tranquilos y esperar a que se nos dé la información a su debido tiempo.

En realidad, eso significa que, en algunos casos, debemos aceptar que nunca vamos a saber ciertas cosas.

Y ahora, analicemos el último campo, la cuarta manera en la que podemos imitar la modestia de Jesús.

Él siempre fue consciente de que necesitaba confiar plenamente en Jehová.

¡Y eso que era perfecto!

Pero nunca confió en sus propias fuerzas.

Por favor, vayamos a Hebreos, capítulo 5.

Aquí se muestra una idea muy bonita sobre el Hijo perfecto de Dios.

Leamos lo que se dice sobre él.

Hebreos 5:7.

“Durante su vida en la tierra, Cristo ofreció peticiones y ruegos [y noten] con fuertes clamores y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su temor de Dios”.

Como vimos, dice “durante su vida en la tierra”.

No dice solo una o dos veces, sino toda su vida.

Además, “peticiones” está en plural.

Y “ofreció ruegos”, otra vez, en plural.

¿Y notaron con qué intensidad ofreció Cristo esas peticiones y esos ruegos?

“Con fuertes clamores y lágrimas”.

Le suplicó ayuda a Jehová y Jehová escuchó sus súplicas.

Y, si lo pensamos, la palabra “clamor” significa gritar con fuerza.

Es un grito muy fuerte, que se hace en voz muy alta, ¿no es así?

Y si a esto le añadimos lágrimas, vemos la intensidad.

La intensidad con la que él le suplicó ayuda a Jehová.

Es una imagen interesante, ¿verdad?

Además, cuando Jesús necesitó ayuda, Jehová le envió a ángeles, que eran como sus hermanos pequeños.

Pero él no dijo: “No necesito ayuda”.

No dijo con orgullo: “Estoy bien.

Lo tengo controlado”.

No, él sabía que necesitaba ayuda.

La aceptó con mucho gusto y agradeció que lo ayudaran.

Y piensen en esto: aunque tenía la ayuda de Jehová, como era modesto, era realista y no esperaba demasiado de sí mismo.

¿Lo habían pensado?

Aun con la ayuda de Jehová, fue modesto y admitió que había cosas que no podía hacer.

Por ejemplo, durante los tres años y medio que predicó, sabía que solo podía llegar a algunos, que no podía predicar a todos.

Entonces, ¿qué hizo?

Con modestia, capacitó a otros y les encargó la predicación, e incluso les dijo lo que está registrado en Juan 14:12: que ellos harían “obras más grandes” que él.

Llegarían a muchas más personas en muchas más zonas y durante mucho más tiempo.

Ahora piensen en esto: si al Hijo perfecto de Dios le daba miedo confiar en sus propias fuerzas, nosotros deberíamos estar muertos de miedo.

No debemos confiar en nuestras propias fuerzas.

Nunca seamos tan orgullosos que no le pidamos y le roguemos a Jehová con fuertes clamores y lágrimas.

Aceptemos con modestia la ayuda que Jehová nos da mediante nuestros hermanos.

Incluso debemos ser modestos y realistas en cuanto a lo que esperamos de nosotros mismos.

Imitemos la modestia de Jesús en los cuatro campos que hemos analizado.

¡Eso nos protegerá!

Nos protegerá de muchas trampas que nos pone el Diablo.

Ahora escuchemos con atención al hermano Geoffrey Jackson, del Cuerpo Gobernante.

Él desarrollará un tema muy intrigante.

El título es: “Espere lo inesperado”.

Hermano Jackson.

Espere lo inesperado.

Y lo inesperado ha llegado, ¿verdad?

Nadie esperaba que esta graduación tuviera que sufrir todos los cambios que ha tenido.

Y, aun así, ¿qué han tenido que hacer?

Han tenido que aceptar lo inesperado.

No pueden hacer otra cosa.

Pero queremos felicitarlos, estudiantes, casi graduados de esta clase de Galaad, pues han aceptado estos cambios de buena gana y con actitud positiva.

Pero ¿verdad que esto nos recuerda que a veces podemos decepcionarnos cuando ocurre algo inesperado?

Pronto se marcharán a sus lugares de destino.

Tal vez regresen a casa o vayan a otro país.

Y sin duda allí también se enfrentarán a situaciones inesperadas.

En este discurso vamos a hablar de solo una de esas situaciones.

Si les parece bien, abran sus biblias y lean conmigo Eclesiastés, capítulo 10.

Eclesiastés 10:7.

Aquí se habla de algo que es totalmente inesperado: “He visto siervos a caballo mientras príncipes iban a pie como si fueran siervos”.

Bueno, ustedes no esperarían ver algo así, ¿verdad?

Pero eso va a pasar.

¿En qué sentido?

“La Atalaya” hizo un comentario muy interesante sobre este versículo.

Decía: “No siempre se les da reconocimiento a las personas con talento, y en ocasiones se da más honra a quienes tienen menos aptitudes”.

Ustedes llegarán llenos de entusiasmo a sus destinos, pues han disfrutado de su capacitación en Galaad.

Seguramente pensarán: “Uy, soy una persona diferente.

He cambiado”.

Y esperamos que sea así.

Quizás piensen que les darán algunas responsabilidades que esperan recibir.

Sin embargo, puede que otros que ustedes no se imaginaban reciban esas responsabilidades.

Tal vez se les acerquen y les digan: “No me lo esperaba.

Estoy sorprendido de que me hayan dado esta responsabilidad”.

Puede que ustedes digan: “Mmm”.

Pero por dentro piensen: “Yo también estoy sorprendido.

Yo soy el que fue a Galaad.

Yo soy el que lo merece”.

Pero, cuando piensen así, recuerden que la obra es de Jehová.

Y a veces él hace cosas inesperadas, como darle una responsabilidad a alguien que no esperábamos.

Piensen en eso por un momento.

Cuando llegaron aquí, todos se presentaron a la familia Betel y muchos hicieron comentarios como: “Cuando recibimos la invitación de Galaad, nos quedamos helados.

¡Qué pequeños nos sentíamos!

Estábamos sorprendidos.

No dejábamos de preguntarnos por qué nos habían invitado”.

Y quizás algunos hermanos de su congregación o de su sucursal también se preguntaron: “¿Cómo es que los invitaron?”.

¿Lo ven?

Ellos tampoco se lo esperaban.

Pero aquí están, listos para graduarse.

Así que es bueno que recordemos que a veces otros también se sorprenden cuando recibimos privilegios de servicio.

Entonces, ¿qué nos ayudará a aceptar lo inesperado cuando son otros los que reciben privilegios de servicio?

Veamos dos principios bíblicos.

El primero está en Eclesiastés 6:9.

Eclesiastés 6:9: “Es mejor disfrutar de lo que ven los ojos que andar de acá para allá persiguiendo deseos.

Eso también es en vano, es perseguir el viento”.

En otras palabras, estén contentos con las responsabilidades que sí tienen.

Dejen de buscar otros privilegios, como si no estuvieran felices con lo que ya tienen.

Valoren lo que ya se les ha dado.

Y eso incluye que hayan podido venir a Galaad a recibir capacitación.

El segundo principio que vamos a resaltar está en el libro de los Salmos.

En el Salmo 119:31, 32, que dice: “Me aferro a tus recordatorios.

Oh, Jehová, que no me lleve una decepción.

Seguiré con empeño el camino de tus mandamientos, porque tú haces que en mi corazón haya espacio para eso”.

¿Cuál es la lección?

Pues que no se decepcionen.

Confíen en Jehová.

Confíen en su forma de actuar.

Podría ser que Jehová les estuviera diciendo: “Oye, ya te he dado muchos privilegios.

Fuiste a Galaad, ¿recuerdas?

Ahora alégrate de que le permita a otro tener un privilegio inesperado”.

Bueno, esto puede ser una prueba.

Otra cosa que nos ayudará en situaciones como esta es recordar algunos relatos de la Biblia.

Y uno que queremos recordar brevemente es la historia de David y Goliat.

Pensemos un momento.

Si hubiéramos sido soldados israelitas antes de que David matara a Goliat, ¿quién hubiéramos esperado que se ofreciera para acabar con ese gigante?

Probablemente, el primero que se nos vendría a la mente es el rey Saúl, pues era muy alto y nadie le pasaba del hombro.

Además, era un soldado con experiencia en la guerra.

Tal vez diríamos: “Creo que el rey Saúl es el que se encargará de Goliat”.

Y, si no pensáramos en el rey Saúl, al menos pensaríamos en su hijo Jonatán.

¿Por qué?

Porque Jonatán ya era todo un héroe nacional para ese entonces.

Una vez, en Micmash, él y su escudero treparon una montaña y con gran valor se enfrentaron a los filisteos.

Mataron a unos veinte hombres, y eso cambió el curso de la batalla.

Así que, si había alguien que podía vencer a Goliat, seguramente esperaríamos que fuera Jonatán.

Ahora supongamos que estamos pensando: “Quizás la mejor forma de acabar con él sea con una honda y una piedra”.

Bien. ¿Quién esperaríamos que se encargara de esto?

Probablemente Saúl o Jonatán.

¿Por qué? Porque eran de la tribu de Benjamín.

¿Y qué sabemos de los hombres de la tribu de Benjamín?

Eran expertos usando la honda.

De hecho, se dice que podían lanzar una piedra y darle a un cabello sin fallar el tiro.

Es más, en 1 Crónicas 12:2 se dice que los hermanos de Saúl eran expertos con la honda.

Sin saber lo que Jehová iba a hacer, es probable que, si hubiéramos estado allí, cualquiera de nosotros habríamos pensado en el rey Saúl o en Jonatán.

Estaban mejor preparados.

Pero ¿por qué no habríamos pensado en David?

Primero, porque David era solo un muchacho.

No era un soldado.

Tampoco tenía experiencia en la guerra.

Es verdad que había matado a un león y a un oso, pero no sabía cómo pelear en el campo de batalla.

Segundo, la apariencia de David no impresionaba.

De hecho, Goliat se sorprendió cuando vio que se le acercaba.

Y, tercero, no era de la tribu de Benjamín.

No era uno de esos hombres famosos que podían lanzar con la honda. “La Atalaya” comentó que, como David vivía cerca de la tribu de Benjamín, puede que por eso supiera usar la honda.

En conclusión, ninguno de nosotros hubiera esperado que Jehová usara a un joven como David.

Nadie se lo vio venir.

Pero ahora pensemos por unos segundos cómo otros reaccionaron.

¿Cómo reaccionó el rey Saúl?

Pues en un principio, el rey se puso muy contento cuando David mató a Goliat.

Pero ¿qué pasó después?

Se puso muy celoso, ¿verdad?

Incluso empezó a pensar en asesinar a David.

Por otro lado, ¿cómo reaccionó Jonatán?

Él podría haberse sentido celoso, pero no fue así.

De hecho, con el tiempo llegó a ser el mejor amigo de David.

Entonces, ¿qué aprendemos de esta historia?

Bueno, si un día resulta que alguien recibe el privilegio perfecto, ese que siempre has deseado en secreto y que sinceramente crees que te mereces, ¿qué tipo de persona serás?

¿Un Saúl o un Jonatán?

Queridos estudiantes, siempre recuerden que Jehová hace cosas inesperadas, y eso significa que a veces le da cierto privilegio a alguien que ustedes no esperan.

No se pongan entre Jehová y la persona que él quiere usar para glorificar su nombre.

Sí, alégrense de que Jehová esté usando a otros así como lo está haciendo con ustedes, de forma inesperada.

Muchas gracias, hermano Jackson.

Has superado todas nuestras expectativas.

Ha sido un discurso excelente, lo agradecemos mucho.

Ahora prestemos atención al hermano James Mantz, que es ayudante del Comité de Redacción, quien presentará el tema: “¿Somos privilegiados por tener privilegios?”.

Lo repito: “¿Somos privilegiados por tener privilegios?”.

Hermano Mantz.

Antes de venir a Galaad, todos ustedes han disfrutado de muchos privilegios de servicio.

Quizás han servido como precursores regulares, precursores especiales, como misioneros o en proyectos de construcción.

O puede que fueran superintendentes de circuito o betelitas, y ahora se les ha dado la oportunidad de recibir capacitación intensiva durante cinco meses aquí en Galaad.

Y, sin duda, todos ustedes están muy agradecidos por la magnífica enseñanza que han recibido.

Proverbios 28:20 dice que “el hombre fiel recibirá muchas bendiciones”.

Y estamos seguros de que hoy, en su graduación, ustedes sienten que Jehová los ha bendecido muchísimo.

Nos alegramos mucho por ustedes y sabemos que recibirán muchas más bendiciones y privilegios o responsabilidades en los lugares adonde vayan.

Pero, antes de que se vayan, me gustaría hacerles una pregunta: ¿son privilegiados por tener privilegios?

Les hacemos esta pregunta porque la respuesta los ayudará a tener la actitud correcta sobre la capacitación que han recibido y sobre cualquier otra responsabilidad que puedan recibir.

Y la respuesta también nos ayudará a todos nosotros a mostrar modestia y humildad en cualquier tarea que Jehová decida asignarnos.

Entonces, ¿somos privilegiados por tener privilegios?

Dicho en una palabra: no.

Pero en algunos idiomas, la palabra “privilegio” puede dar una idea equivocada.

Por ejemplo, “privilegio” puede dar a entender que se tiene o se recibe un derecho especial.

A veces se oye lo de “clase privilegiada”; personas a las que la gente considera más importantes en la sociedad por la familia de la que vienen o por su dinero.

Y, cuando recibimos una responsabilidad o un privilegio en la organización de Jehová, también podría malinterpretarse como que nos lo dieron porque somos especiales o incluso mejores que otros.

Hay otros idiomas en los que aún hay más posibilidades de que se entienda mal lo que significa la palabra “privilegio”.

Por ejemplo, durante muchos años, en japonés utilizamos la palabra “tokken” para traducir “privilegio.” Y si uno busca en el diccionario, esa es la palabra que hay que usar.

Pero muchos de los que servimos en congregaciones de habla japonesa nos sentíamos incómodos usando “tokken”, porque esta palabra está formada por dos caracteres chinos: “toku”, que significa “especial” y “ken”, que significa “derecho”.

Así que, literalmente, estaríamos diciendo que ustedes tienen el derecho especial de asistir a Galaad.

O que yo tengo el derecho especial de servir en Betel.

Pero, como sabemos, ese no es el caso.

Así que se pueden imaginar lo felices que nos pusimos cuando recibimos “La Atalaya” de septiembre de 2019 y vimos el artículo de estudio número 35. Se titulaba: “Jehová valora a sus siervos humildes”.

En un subtítulo, se hablaba de que debemos ser humildes cuando otros reciben “privilegios” de servicio, así que los traductores al japonés decidieron traducir el significado y no la palabra.

En vez de usar la palabra del diccionario y llamar a los privilegios “derechos especiales”, los llamaron “hoshinokikai”: oportunidades de servir.

Nos encantó.

Los privilegios o responsabilidades no son un derecho especial.

Al contrario, nos ofrecen más oportunidades de servir a Jehová y a nuestros hermanos.

Entonces, ¿debemos evitar la palabra “privilegio”?

No necesariamente.

Pero sí es importante que entendamos bien lo que significa cuando la usamos para hablar de nuestro servicio a Jehová.

Para entender bien lo que significa tener un privilegio, veamos algunos ejemplos de la “Traducción del Nuevo Mundo”.

Por ejemplo, en Lucas 1:43, Elisabet dijo que la visita de María, la madre de su Señor, era un honor, un privilegio.

¿Estaba diciendo Elisabet con estas palabras que tenía el derecho especial de que María fuera a su casa?

No.

Al contrario, vio aquella visita como una bendición de Jehová.

Hechos 7:46 dice que David le pidió a Dios “el privilegio de hacer una morada para el Dios de Jacob” y, en 2 Corintios 8:4, Pablo habló de unos cristianos que les rogaban que les concedieran “el honor de dar con bondad y así participar en las labores de socorro para los santos”.

Ni David ni Pablo se estaban refiriendo a ningún derecho especial; más bien, estaban hablando de una oportunidad de servir a Jehová y a los hermanos.

Así que no se dejen engañar por el significado que el mundo suele dar a la palabra “privilegio”.

Las palabras de Lucas 17:10 nos pueden ayudar.

Leamos juntos este versículo.

Siempre que se nos dé una responsabilidad o una oportunidad de servir más, por favor, recordemos estas palabras, o este consejo, que nos dio Jesús.

Lucas 17:10: “De la misma manera, cuando ustedes hayan hecho todo lo que les manden hacer, digan: ‘No somos más que esclavos y no merecemos nada.

Solo hemos hecho lo que teníamos que hacer’ ”.

Claro, esto no significa que debamos pensar que no valemos nada, que somos inútiles.

Una nota en la “Biblia de estudio” en inglés explica que, según el contexto, Jesús dio a entender que los esclavos debían ser modestos y recordar que no merecían ningún reconocimiento o alabanza especial.

Y así es como debemos vernos a nosotros mismos cuando recibimos responsabilidades.

Analicemos ahora otro aspecto de los privilegios.

Un diccionario define la palabra “privilegio” como una ventaja que tiene una persona frente a los demás por su posición.

Ahora bien, no siempre que tengamos la oportunidad de servir más en la organización conllevará recibir un puesto de responsabilidad.

La cantidad de puestos de responsabilidad en la organización de Jehová es limitada, pero las oportunidades de servir más son infinitas.

Por favor, vayamos a Mateo 20 y leeremos los versículos 25 a 27 para ver cómo Jesús aclaró que es más importante servir a los demás que tener un puesto de responsabilidad.

El hermano Lett ya mencionó este relato.

Fue cuando la madre de Santiago y de Juan le pidió a Jesús que les diera a sus hijos un lugar especial en el Reino.

Esto es lo que Jesucristo dijo, en los versículos 25 a 27: “Pero Jesús los reunió a todos y les dijo: ‘Saben que los gobernantes de las naciones dominan al pueblo y que los hombres importantes tienen autoridad sobre la gente.

Entre ustedes no debe ser así.

Más bien, el que quiera llegar a ser grande entre ustedes tiene que servir a los demás y el que quiera ser el primero entre ustedes tiene que ser esclavo de los demás’ ”.

Así que, en vez de desear un puesto importante con autoridad, los cristianos nos esforzamos por atender las necesidades de los demás, por servirles como humildes esclavos.

Es interesante que, en 1 Timoteo 3:1, antes se hablaba de un hombre que procuraba “alcanzar un puesto de superintendente”.

Pero la revisión de la “Traducción del Nuevo Mundo” dice: “Si un hombre está esforzándose por ser superintendente, desea una labor muy buena”.

Así, pone el énfasis, no en el puesto o la posición, sino en las cualidades que debe tener todo el que se esfuerza por servir a los demás.

Hay muchas oportunidades de servir a los demás para las que no hace falta un nombramiento especial o un puesto.

Pensemos en ejemplos bíblicos de cristianos que fueron muy trabajadores.

Dorcas “hacía muchas obras buenas y ayudaba mucho a los necesitados”; Juana, Susana y muchas otras mujeres usaban sus bienes para atender a Jesús; mientras Pablo estaba en prisión, Tíquico lo ayudó y fue su mensajero personal, y Marcos también dio ayuda práctica a Pablo, quizás llevándole alimentos.

Así que, cuando vayan a sus destinos, recuerden, los privilegios no hacen que sean privilegiados y, sea que sus responsabilidades conlleven un nombramiento o no, cumplan con ellas humildemente y véanlas como oportunidades de ser “esclavos de Jehová” y de servir más a los hermanos.

Me voy a llevar a estos estudiantes de Galaad a todos mis discursos.

Saben aplaudir de verdad.

Bueno, gracias, hermano Mantz, por el privilegio de escuchar tu discurso.

Pero ten por seguro que no vamos a pensar que este privilegio nos hace privilegiados, como dijiste en tu discurso.

Sabemos que estos privilegios en realidad son por bondad inmerecida de Jehová.

Ahora, prestemos atención al hermano James Cauthon, uno de los instructores de Galaad.

Durante cinco meses, él ha pasado mucho tiempo con ustedes y han podido conocerse muy bien.

Ahora tiene una última oportunidad para decirles algo.

Tiene un discurso muy interesante.

El título es: “Valoremos a quienes pasan desapercibidos”.

Escuchemos con atención.

No fue el más destacado de los apóstoles.

Él nunca caminó sobre las aguas, no recibió las llaves del Reino, no fue de los llamados “hijos del trueno”, tampoco presenció la transfiguración ni escribió un libro de la Biblia.

De hecho, en las Escrituras, su nombre solo aparece en 12 ocasiones, contando las veces en que se dice el nombre de todos los apóstoles.

¿De quién se trata?

Del apóstol Andrés.

A él se lo conocía principalmente por ser el hermano de Pedro.

Sí, eso es lo que la gente sabía de él.

Pero Pedro era otra historia.

Se le menciona más de 150 veces en la Biblia.

Tal parece que Pedro solía ser actor protagónico y Andrés actor de reparto.

Pedro era toda una estrella, pero Andrés no.

Lo cierto es que muchos de nosotros sentimos que, como Andrés, no tenemos nada de especial.

Tal vez no seamos el estudiante más destacado o el orador más elocuente o la “Miss Simpatía”.

Quizás pasemos desapercibidos.

Pero ¿cómo nos ve Jehová?

¿Cómo veía a Andrés?

Los invito a conocer a Andrés un poquito mejor.

Abramos la Biblia en el capítulo 1 del Evangelio de Juan.

Juan, capítulo 1.

A medida que vamos leyendo, nos damos cuenta de varios detalles.

Por ejemplo, el versículo 35 nos dice que Andrés era discípulo de Juan el Bautista.

Un día, refiriéndose a Jesús, Juan el Bautista les dijo a sus discípulos: “¡Miren, el Cordero de Dios!”.

¿Qué hizo Andrés en ese mismo instante?

Dejó de seguir a quien había sido su maestro, a Juan, y comenzó a seguir a Jesús.

Y, bueno, ¿qué demostró Andrés con lo que hizo?

¿Qué habrá pensado Jehová de él al ver su reacción?

Seguro que se dio cuenta de que Andrés deseaba acercarse a él.

También pudo ver que era una persona adaptable, que estaba dispuesto a hacer cualquier cambio en su vida con tal de agradarle y cumplir con lo que se esperaba de él.

Jehová debió de estar encantado con Andrés.

Más adelante, en los versículos 38 y 39, vemos que se dice que en cierto momento Jesús se da vuelta y se percata de que lo están siguiendo.

Entonces les hace esta interesante pregunta: “¿Qué buscan?”.

¿Cuál fue la respuesta de Andrés?

No le dijo: “Bueno, Señor, si tuvieras un puesto importante para mí..., algún trabajo de prestigio que me traiga un poco de reconocimiento...

Ah, y, si no es mucho pedir, una habitación más grande, con una linda vista...”.

No, no dijo eso.

Él le contestó: “¿Dónde te estas hospedando?”.

Y el relato dice que Andrés se fue con Jesús y se quedó con él hasta más o menos las cuatro de la tarde.

Eso nos llama la atención porque demuestra que, para Andrés, lo más importante eran los asuntos espirituales.

Además, más adelante, en los versículos 40 y 41, vemos que Andrés se fue corriendo a buscar a su hermano Pedro.

Y le dijo cuatro palabras que cambiarían el rumbo de sus vidas: “Hemos encontrado al Mesías”.

Sí, habían encontrado al Mesías.

¿Qué hizo que Andrés estuviera tan seguro?

Sin duda, Andrés amaba la Palabra de Dios.

La debía de conocer muy bien.

Así que, en poco tiempo, en ese ratito que pasó con Jesús, pudo comparar lo que había leído en las Escrituras con el hombre que tenía justo en frente.

Por eso supo que era el Mesías.

Andrés era un hombre de inclinación espiritual que amaba las Escrituras, era un hombre devoto.

Por eso llevó a su hermano ante Jesús.

Eso nos da una idea de cómo era Andrés antes de ser nombrado apóstol.

¿Y después?

Acompáñenme al capítulo 6 del Evangelio de Juan.

Juan, capítulo 6, y leeremos los versículos 40 y 41.

Ay, disculpen, Juan 6, versículos 5 al 9.

Aquí vemos que se había reunido una gran multitud de personas para escuchar a Jesús, y Jesús quiere darles de comer...

seguro lo recuerdan.

Por eso le dice a... a Felipe: “Mira, habrá que darles de comer”.

Y Felipe dice: “¡Imposible, Señor!

¡Ni con 200 denarios podríamos hacerlo!”.

Probablemente habría allí más de 5.000 personas.

Y mientras Felipe está tratando de explicarle a Jesús la situación, ¿qué hace Andrés?

Va y busca a alguien que tenga comida entre la multitud, encuentra un niño que tiene unos panes y unos pescados, y lo lleva con Jesús.

¿Sabía Andrés lo que Jesús estaba a punto de hacer?

No, no tenía ni idea.

¿Cómo iba a saberlo?

Seguramente, por todo lo que ya había visto, pensó que Jesús podía resolver el problema.

Y eso fue lo que hizo.

¿Qué aprendemos?

Bueno, Felipe se concentró en el problema, pero Andrés en buscar una solución.

Y vemos que, de nuevo, Andrés llevó a alguien a conocer a Jesús.

Por cierto, ¿de qué creen que seguiría hablando ese niñito cuando tuviera mi edad?

Sí, del milagro que presenció.

Debió haber sido inolvidable para él.

Vayamos ahora a Juan, capítulo 12.

Juan, capítulo 12.

Échenle un vistazo a los versículos 20 a 22.

Aquí vemos a un grupo de griegos que ha venido a Jerusalén para celebrar la fiesta.

Ellos se acercan a Felipe y le piden algo: conocer a Jesús.

¿Qué hace Felipe?

Va y busca a Andrés.

¿Y qué hace Andrés?

Le dice a Felipe: “Vamos adonde Jesús”.

Notemos dos cosas.

La primera: Andrés respetaba la autoridad de Jesús.

No quiso pasarlo por alto y tomar él la decisión.

Sabía cuál era su lugar.

La segunda: Andrés fue un buen amigo.

Con su ejemplo, le enseñó a Felipe la importancia de respetar a quien tenía la autoridad.

Bueno, la Biblia no menciona muchos detalles sobre Andrés.

Pero estamos seguros de que Andrés no era egocéntrico.

Siempre tuvo el deseo de ayudar a los demás.

Pues bien, después de este breve análisis, ¿diríamos que Andrés no tenía nada de especial?

Jehová no diría eso.

Así que, aunque Andrés nunca caminó sobre las aguas y nunca escribió un libro bíblico, tampoco negó conocer a Jesús ni mandó a su mamá a pedir favores especiales ni dudó y dijo: “Ver para creer”.

Y nadie tuvo que decirle: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”.

Fue una influencia positiva para los demás.

En resumen, ¿qué hemos aprendido?

Que hay que ser adaptables.

Debemos estar dispuestos a seguir las instrucciones de la organización aunque no las entendamos del todo.

Número dos: no dejemos que las cosas de menos importancia nos distraigan.

¿Recuerdan la pregunta que Jesús les hizo a Andrés y a quien lo acompañaba?

“¿Qué buscan?”.

Conviene que nos hagamos esa pregunta de vez en cuando: “¿Qué es lo que buscamos?”.

Número tres: recordemos que Jehová puede resolver los problemas de formas que a veces ni imaginamos.

Si le damos la oportunidad de demostrar lo que puede hacer por nosotros, tal vez nos sorprenda.

Finalmente, cuando estén en su asignación, traten de no pasar por alto a los hermanos que no llaman tanto la atención.

Busquen a quienes son como Andrés, están en todas las congregaciones y en todas las sucursales.

Podemos decir que son como tesoros escondidos.

Siempre que puedan, reconozcan su valor, reconozcan lo que hacen y felicítenlos por ello.

Queremos que esos tesoros escondidos salgan a la luz.

Sentirse valorados hará que brillen aún más.

De hoy en adelante, sigan fortaleciendo a los demás.

Sean bondadosos con todos.

Hagan todo lo que puedan, tanto por Jehová como por los hermanos.

Si hacen todo esto por amor, serán toda una estrella para su Dios, Jehová.

Bueno, muchas gracias hermano Cauthon.

Hemos disfrutado mucho con el discurso que has presentado, que nos ayudará a todos a ser como Andrés.

Nos encanta servir a Jehová pasando desapercibidos y tratando de no llamar la atención.

Muchas gracias, ha sido muy práctico.

Ahora, prestemos atención al hermano Mark Noumair.

Él es ayudante del Comité de Enseñanza y también es instructor de Galaad.

También han pasado mucho tiempo con él.

Su discurso será estruendoso: “¡Sean como truenos por Jehová!”.

Y ahora pasamos de Andrés a Juan, el apóstol Juan.

Vivió en un tiempo muy difícil, y era el último apóstol que seguía vivo.

Estaba ayudando a frenar una oleada de pensamientos mundanos e ideas apóstatas que ya estaba afectando a la congregación cristiana.

Por inspiración divina, Juan escribió una potente carta a sus hermanos.

Aún podemos sentir ese ardiente entusiasmo que hizo que lo llamaran “hijo del trueno”.

Y esa carta, esa carta que vamos a examinar ahora, les mostrará a ustedes que, como Juan, pueden tronar por Jehová.

¿Y cómo se hace eso?

Veámoslo.

Busquemos la primera carta de Juan, capítulo 1.

Vamos a leer los versículos 1 y 3, y fíjense en cómo, desde el principio de su carta, Juan deja muy claro su objetivo.

Primera de Juan 1:1 dice: “Lo que existía desde el principio [es decir, Jesucristo en su existencia prehumana; él fue el primogénito de toda la creación], lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos observado y han palpado nuestras manos”.

Y fíjense cómo desde el principio Juan quiere captar la atención de los hermanos diciendo: “Miren... lo escuchamos.

Lo vimos con nuestros ojos.

Lo observamos. Yo lo palpé, lo toqué.

Puse mi cabeza en su pecho”.

¿Habrá escuchado Juan latir el corazón de Jesús?

Bueno, la verdad es que Juan estaba tan seguro de lo que había visto que quería contarlo a los demás.

Fijémonos en el versículo 3: “Lo que hemos visto y oído”.

Juan vuelve a decir lo mismo: “Sus enseñanzas, yo las vi, las escuché.

Estoy totalmente convencido de que el poder de Dios actúa por medio de él”.

Por eso sigue diciendo en el versículo 3: “Se lo estamos contando también a ustedes”.

“Se lo estoy contando”, dijo Juan.

Juan tenía muy buenas razones para tronar.

Había conocido personalmente a Cristo.

En ese tiempo ya no había hermanos que hubieran tenido el privilegio que Juan tuvo de caminar con Jesús, de tocarlo y de que les enseñara personalmente.

Pero Juan sí.

Y eso lo había marcado tanto que quería contárselo a los demás, quería contar lo que había vivido con Jesús.

¿Y para qué?

Para proteger a sus hermanos.

Para proteger a sus amados hermanos de los falsos maestros que en ese tiempo estaban intentando apartarlos de la verdad.

Así que Juan luchó con valor contra las mentiras que los apóstatas y otros falsos maestros estaban esparciendo en su tiempo.

Estaban diciendo mentiras repugnantes sobre Dios y Jesús.

Diseñaron con astucia argumentos para corromper las enseñanzas de Cristo.

Juan lo sabía, se daba cuenta.

Estos hombres incluso afirmaban tener revelaciones secretas y más entendimiento que los apóstoles.

Y presumían de que podían corregirlos.

¡Mentirosos!

Y Juan no tragaba a los mentirosos.

Y es interesante que Juan usa la palabra mentiroso más que ningún otro escritor de la Biblia.

Como vemos, Juan siguió tronando, siguió defendiendo y declarando la verdad...

Porque amaba la verdad, amaba a Jesucristo y también amaba al Padre, Jehová.

Hoy pasa algo parecido.

Se dicen muchas mentiras sobre nuestra organización.

Y los enemigos de la verdad hacen todo lo posible por manchar la reputación de los hermanos de Cristo.

Pero ¿cuál es el punto?

El tiempo que ustedes han pasado aquí en la central mundial, el tiempo que han pasado con el Cuerpo Gobernante y el tiempo que han pasado con hermanos que tienen responsabilidades aquí los convence personalmente de que cualquier informe negativo que oigan sobre la organización es mentira.

Y ahora ustedes pueden ser como truenos.

Pueden defender a los que Cristo ha nombrado para dirigir la organización diciendo la verdad sobre ellos.

Y piensen en lo que han vivido aquí.

Pueden decir igual que Juan: “Mira, yo mismo lo escuché, lo vi, lo observé, lo sentí.

Sí, yo mismo. Yo estuve ahí”.

Y lo han visto incluso más de cerca que cuando ven JW Broadcasting®.

Lo han visto en vivo y en directo.

Y pueden decir: “He visto muy de cerca la organización que Dios dirige con su espíritu”.

Por eso, ahora pueden contarlo a los hermanos del lugar a donde van.

Cuéntenles a sus queridos hermanos lo que han vivido.

Díganles eso.

“Yo lo vi y lo escuché”.

Y, de esta manera, imaginen...

¡cuánto fortalecerán y estabilizarán a sus hermanos y los ayudarán a confiar en la organización!

Esta es su responsabilidad ahora.

No vinieron aquí a esta escuela para divertirse.

Aunque sí se divirtieron, pero ese no era el objetivo.

El objetivo es que ahora vayan a sus asignaciones y sirvan a sus hermanos.

Todos y cada uno de ustedes, hermanos, hermanas, solteros, casados... no importa.

Sus hermanos y hermanas merecen beneficiarse de lo que ustedes han vivido aquí.

Así que hagan eso por ellos.

Sean como un trueno cuando lo hagan.

Y, ahora, volvamos al apóstol Juan.

El trueno de Juan nunca perdió potencia.

Piensen en esto: ¿qué hizo Juan cuando lo liberaron de la prisión en la isla de Patmos con casi 100 años de edad?

¿Qué hizo?

¿Dijo: “Estoy viejo y sin fuerzas y ya no puedo hacer nada más”?

No, no, no.

Él sabía que la apostasía estaba empezando y que había lobos feroces que ya estaban engañando a los hermanos.

Pero Juan dijo: “No mientras yo esté vivo”.

Por eso siguió siendo como un trueno.

Siguió defendiendo a Jehová y ayudando a sus hermanos con todo su ser hasta su último aliento.

¿Y cómo lo hizo?

Escribió cuatro libros de la Biblia.

Y, en ellos, está incluida la parte que leímos antes de 1 Juan, capítulo 1.

Nunca se jubiló.

Seguía con ese ardiente entusiasmo.

Deseaba ayudar a sus hermanos porque amaba la verdad.

¿Y qué ayudó a Juan a seguir siendo como un trueno?

¿Qué lo ayudó?

Estaba seguro de cuál sería el final.

Y es que, en el año 96 de nuestra era, antes de salir de prisión, recibió una visión que no esperaba.

Una revelación.

Y en ella vio a los 144.000...

144.000 vencedores que gobernarían con Jesús en el Reino. Lo vio.

Además supo que “una gran muchedumbre” “de todas las naciones” sería fiel y adoraría a Dios con verdad.

También lo vio.

¿Pueden imaginarse cuánto debió fortalecerse su confianza en que la apostasía nunca acabaría con la adoración verdadera?

Piensen en esto: si una visión profética, una visión de la gran muchedumbre, animó a Juan a seguir luchando por la verdad y defenderla, ¿cómo se sienten ustedes, que están viendo, no la visión, sino el cumplimiento de la visión?

Bueno, es verdad que Juan lo está viendo desde el cielo, pero ustedes tienen asientos en primera fila aquí en la Tierra.

Son testigos de la mayor campaña de predicación de la historia, y están viendo cómo Jehová hace un milagro en nuestros días al reunir una gran muchedumbre de todas las naciones.

Pase lo que pase ahora o en el futuro, sigan siendo como truenos.

¿Por qué?

Porque saben cuál será el resultado final, y todo lo que vemos nos está llevando ahí.

Juan siguió tronando por Jehová, pero con los años aprendió a controlar ese ardiente entusiasmo.

Seguía siendo el mismo, pero ahora manejaba sus emociones con equilibrio.

El hombre que una vez quiso que bajara fuego del cielo para conseguir su objetivo, ahora usa una fuerza mucho más poderosa y efectiva.

¿Cuál?

El amor.

De hecho, fíjense en lo que dice aquí, en 1 Juan 2:14, y noten el amor con el que escribe este versículo: “Padres, les escribo porque han llegado a conocer al que existe desde el principio.

Jóvenes, les escribo porque son fuertes y la palabra de Dios permanece en ustedes, y han vencido al Maligno”.

¿Sienten el amor?

Juan les dice: “La palabra de Dios permanece en ustedes”.

Usó la poderosa fuerza del amor para felicitar a sus hermanos porque seguían apreciando la verdad de todo corazón.

¿Pueden hacer lo mismo ustedes?

Ser como un trueno y no mostrar amor es solo hacer ruido.

Así que esfuércense por felicitar con cariño a sus hermanos por su aguante.

Denles las gracias por su lealtad.

Felicítenlos por su amor desinteresado.

Intenten tocar su corazón al hablar con ellos.

Nuestros hermanos necesitan que los animemos, no que los critiquemos.

Ahora que los veo aquí sentados, me vienen un montón de cosas a la mente.

¡En serio! Es que están aquí y me vienen a la mente recuerdos tan bonitos… de verdad, es increíble.

Cuando los miro es como si pudiera escuchar sus comentarios.

Pero ¿saben qué más escucho?

El ruido que hacían cada día como truenos al entrar a clase.

Así entraban.

Nunca hemos tenido una clase que tronara tanto.

¡Cuánto entusiasmo!

Todas las mañanas abrazándose, aplaudiendo a los que comentaban en la adoración matutina, felicitándose unos a otros.

Como si no se hubieran visto en tres meses, ¡y se habían visto la noche anterior!

Pero no.

Ustedes tronaban de aprecio por la verdad de la Biblia y por el privilegio de estar aquí, y tronaban de admiración por la fe de sus compañeros.

Y ahora que se van, ¿qué queremos que recuerden?

Queremos que recuerden lo que deben hacer para seguir siendo como truenos.

¿Y qué deben hacer?

Les diré tres cosas.

Primero, defiendan la verdad.

Nunca permitan que las mentiras sobre la organización que ustedes aman, la organización que ustedes aman tanto, la organización que los trajo a estos asientos...

Nunca permitan que esas mentiras les impidan contarles a los demás lo que ustedes han visto y oído aquí.

Segundo, recuerden cuál será el final.

La adoración verdadera vencerá.

Y ya pueden ver que lo está haciendo.

Y, tercero, usen la poderosa fuerza del amor.

Usen el amor para fortalecer a sus hermanos.

Felicítenlos. Anímenlos.

Edifíquenlos. Muéstrenles amor.

Y, como Juan, con todas sus fuerzas, con todo su ser, truenen por Jehová.

¡Ese aplauso fue atronador!

Ya están poniendo en práctica lo que dijo, muy bien.

Agradecemos mucho tu discurso, que nos ayudará a todos a ser como el apóstol Juan, quien nunca perdió su entusiasmo, pero que, con el paso de los años, lo equilibró con el amor.

Así que nunca queremos perder nuestro entusiasmo o nuestro amor por Jehová, Jesús, el Reino y las cosas espirituales.

¡Qué programa tan animador!

Y todavía hay más.

No se pierdan las partes 2 y 3 que saldrán pronto en jw.org®.

Desde la central mundial de los testigos de Jehová, esto es JW Broadcasting.



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