¡Bienvenidos al programa de diciembre de JW Broadcasting!
Este mes tenemos una novedad.
El Cuerpo Gobernante ha decidido que las graduaciones de Galaad y el contenido espiritual de las reuniones anuales se presenten todos los años como un programa mensual más de JW Broadcasting.
En esta ocasión, tendrán la oportunidad de ver la primera parte de la graduación de la clase 143 de Galaad.
Disfrutarán mucho de cinco discursos bíblicos.
El hermano Herd, del Cuerpo Gobernante, presentará a cada uno de los discursantes.
Muchos idiomas en los que se realiza nuestro programa mensual no disponen de los recursos necesarios para traducir y producir la graduación de Galaad.
Por eso, ahora, al presentarse como un programa mensual, muchos más hermanos por todo el mundo podrán beneficiarse de este rico banquete espiritual.
Ahora, los invitamos a ver la primera parte de la graduación de la clase 143 de Galaad.
Hoy se gradúa la clase 143 de la Escuela de Galaad.
Llevan mucho tiempo esperando este día.
Han sido muchos días de trabajo, preocupación, sudor y nervios, haciendo presentaciones delante de sus instructores y compañeros.
¡Uau!
¡Uuu!
Pero todos aprobaron el curso, sin excepción.
Hoy, se van a graduar.
Hoy es su día.
Un día muy alegre, ¿verdad?
Es un día muy alegre para ustedes, y no solo para ustedes, sino para todos nosotros.
Estamos felices de que vinieran a la Escuela de Galaad, y nos entristece un poco que ya tengan que marcharse.
Ya les queda poco tiempo aquí.
Sus instructores de la Biblia —los hermanos Cauthon, Lippold, Noumair, Samuelson y Stovall— tienen ganas de llorar.
Pero son hombres hechos y derechos, y a los hombres así les cuesta llorar en público.
Claro, también estamos los demás, muchos para decir todos los nombres, como Sam Herd.
¡Uy!
Perdón, se me escapó.
Sus instructores los han ayudado mucho a abrir los ojos y conocer a su “Magnífico Instructor”, mencionado en Isaías 30:20.
Al fin y al cabo, es él quien les ha estado instruyendo, pues les da espíritu santo a todos estos hermanos que mencioné.
Veamos lo que se dice en Isaías 66:1.
Ahí dice: “Esto es lo que ha dicho Jehová: ‘Los cielos son mi trono, y la tierra es el escabel de mis pies’”.
Durante los pasados cinco meses, se han sentado a los pies de Jehová y él ha sido su Magnífico Instructor.
Han aprendido muchísimas cosas desde que se sentaron por primera vez en clase.
No hay ninguna duda de que todo lo que han aprendido los ha acercado más a Jehová.
Lo cierto es que se han acercado mucho a Jehová, y él se ha acercado a ustedes.
Aunque solamente han escarbado un poco en la superficie.
Job dijo...
**(Susurra sin que se entienda)** ¿Escucharon lo que dije?
Por supuesto que no.
Ahora leamos el texto, está en Job 26:14: “¡Miren! Estos son los bordes de sus caminos, ¡y qué susurro de un asunto se ha oído acerca de él!”.
Eso es todo lo que hemos aprendido en comparación con lo que Jehová sabe.
¿Quién sabe todo lo que Jehová sabe?
Nadie.
Ni siquiera Jesús, y eso que él sabe bastante más que nosotros.
Lleva mucho tiempo vivo, ¿verdad?
Mucho más que nosotros.
De hecho, estaba presente cuando se creó la Tierra.
¿Y cuándo fue eso?
Bueno, si han estado escuchando las adoraciones matutinas, sabrán que un miembro del Cuerpo Gobernante nos habló sobre Proverbios capítulo 8.
Veamos lo que dice ahí, en los versículos 29 y 30.
Él lo leyó y nos dijo: “Esto es lo que dice ahí: ‘Cuando decretó los fundamentos de la tierra, entonces llegué a estar a su lado como un obrero maestro’”.
¿Lo recuerdan?
No si no leen o escuchan el texto diario.
Pero estoy seguro de que sí lo hacen.
Bueno, de aquel suceso hace ya mucho tiempo, ¿no es así?
La Tierra y sus fundamentos...
¿cuán antiguos son?
Bueno, algunos científicos se basan en una piedra muy antigua de zircón hallada en Australia para decir que la Tierra tiene por lo menos 4.500 millones de años, cien millones de años más, cien millones de años menos...
En realidad, aquí en la Tierra nadie lo sabe, así que tenemos que aceptar lo que digan algunos de estos que la gente llama “eruditos”.
Pero Jesús estaba allí antes de nacer como humano.
De eso no hay ninguna duda.
El capítulo 1 de Colosenses confirma eso, que estaba allí.
De hecho, estaba al lado de Jehová antes de eso, escuchando y aprendiendo de él.
Y ahora vuelve a estar a su lado.
Eso ya lo saben.
Está justo ahí, sentado al lado de Jehová, realizando el trabajo que su Padre le ha mandado.
Si nos comparamos con Jesús, somos como recién nacidos.
Apenas acabamos de abrir los ojos.
Apenas...
Lo que vemos en estos momentos no es lo que veremos en los años siguientes.
Miramos, aprendemos, tocamos cosas... por primera vez.
Tan solo piensen en las cosas que tocamos por primera vez en los pasados diez años.
Incluso aunque hayamos leído la Biblia una y otra vez, y nos la hayan leído muchas veces, tan solo hemos tocado unas cuantas cosas.
Como la generación, no estaba claro hace veinte años.
Y, ahora, ya lo sabemos todo sobre la generación, ¿verdad?
Y muchas otras cosas —la red barredera—, muchas otras, como la santificación del nombre de Dios, la vindicación de su soberanía...
Tocamos, tocamos...
Y, ustedes, estudiantes, han tocado unas pocas cosas, pero no todo.
No han tocado todo.
Ahora bien, lo que han aprendido, úsenlo bien allá donde vayan.
Recuerden que no lo saben todo.
Y, es más, nunca lo sabrán.
No importa cuánto tiempo vivamos, nunca lo sabremos todo.
Jehová seguirá revelándonos cosas, y siempre serán cosas buenas.
Lo que Jehová nos da es muy bueno.
Él sabe exactamente qué cosas necesitamos y nos las da.
Así que recuerden eso.
Somos estudiantes y Jehová es nuestro Instructor, y siempre será así.
Pero eso nos hace felices.
Estamos contentos de estar aquí.
Y estamos contentos de estar aquí con ustedes, los estudiantes, cada uno de ustedes.
Son buenos estudiantes.
Bueno, hay que decir que no todos sacaron la máxima puntuación.
Aunque yo tampoco.
En realidad, en la escuela me conformaba con aprobar.
Ahora, vamos a dar paso a los discursantes.
El tema que presentará el hermano Gerrit Lösch es: “Felices a pesar de los problemas”.
El hermano Lösch es miembro del Cuerpo Gobernante.
De hecho, es el más veterano de todos.
Lo que quiero decir es que ha sido miembro del Cuerpo Gobernante por más tiempo que los demás.
En realidad, yo soy el más viejito.
Bueno, todos tenemos problemas que afrontar.
Así que escuchemos con atención lo que tiene que decirnos.
Hermano Lösch.
“Oh happy day”.
Esas son las primeras palabras de una canción góspel.
La canción dice así: “¡Qué día tan feliz fue cuando Jesús limpió mis pecados!”.
Y estamos de acuerdo con la letra de esa canción del siglo dieciocho.
Concordamos con que el perdón de nuestros pecados nos hace felices, ¿verdad?
Pero para muchos el día más feliz es el día que cobran su sueldo.
Y, para ustedes, los estudiantes, ¿cuál es el día más feliz?
El día de su graduación.
Pero no están felices porque se acaba, sino porque tuvieron la oportunidad de asistir a la Escuela de Galaad.
Muchas personas creen que, si tuvieran más dinero, serían más felices.
Pero quienes dedican sus vidas a hacerse ricos acaban desilusionados.
Hay quienes han perdido su casa porque los echaron del trabajo y no pudieron pagar la hipoteca.
Las riquezas no nos hacen felices.
Por otra parte, la verdadera felicidad viene de hacer la voluntad de Jehová.
¿Qué es la felicidad?
Es un estado de bienestar, satisfacción y de profundo gozo.
Pero en el mundo hay muchas personas infelices.
En el 2015, en Estados Unidos, hubo más del doble de suicidios que de asesinatos: 44.193 suicidios y 17.000 asesinatos.
Todos los días, en este país, hasta 120 personas se quitan la vida.
¡Qué triste!
Incluso algunos hermanos también se han quitado la vida por culpa de la depresión, aunque son casos aislados.
Pero generalmente somos personas muy felices, ¿no es así?
Les mencionaré 12 razones que tenemos para ser felices.
Uno: somos felices porque adoramos al Dios feliz.
El Salmo 33:12 dice: “Feliz es la nación cuyo Dios es Jehová”.
Dos: como ya dijimos en la introducción, somos felices porque contamos con el perdón de nuestros pecados.
Romanos 4:7 dice: “Felices son aquellos cuyos desafueros han sido perdonados y cuyos pecados han sido cubiertos”.
Tres: somos felices porque Jehová y Jesús nos aman.
Cuatro: somos felices porque pertenecemos a una hermandad mundial unida.
Cinco: porque vivimos en un paraíso espiritual, estamos en paz con Jehová, con nuestros hermanos y porque tenemos abundante alimento espiritual.
Seis: en el Sermón del Monte, Jesús destacó la importancia de la espiritualidad al decir que “felices son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual”.
En ese sermón, mencionó nueve cosas que nos hacen felices.
¿Cuáles son?
Bueno, para saberlo, pueden volver a leer el sermón.
Siete: somos felices porque nuestra vida tiene un propósito.
Efesios 1:12 dice que ese propósito es servir a Jehová “para la alabanza de su gloria”.
Número ocho: en Revelación 1:3, Jesús mostró que leer la Palabra de Dios nos hace felices.
Él dijo: “Feliz es el que lee en voz alta, y los que oyen, las palabras de esta profecía”.
¿Les gustaría ser felices todos los días?
Lean la Biblia a diario.
En el libro de Revelación, Jesús mencionó siete felicidades.
¿Cuáles?
Bueno, si quieren saberlo, lean otra vez Revelación.
Nueve: también somos felices porque servimos en el templo espiritual.
Revelación 7 muestra tanto a los ungidos como a la gran muchedumbre sirviendo, no cerca o delante del templo, sino dentro de él.
David dijo que los levitas eran felices.
En el Salmo 65:4 dijo: “Feliz es aquel a quien tú escoges y haces que se acerque, para que resida en tus patios”.
David organizó a los levitas para que pudieran servir en el templo durante una semana dos veces al año.
En contraste, el pueblo de Jehová le sirve en el templo espiritual todos los días del año.
¡Qué felices debemos estar!
Razón número diez: el Salmo 40:4 dice que “feliz es el [...] que ha puesto a Jehová por confianza suya”.
La confianza es esencial para ser felices.
Cuando lleguen a sus destinos, confíen en que Jehová los ayudará.
Confíen en las fuerzas que Jehová les da, en vez de en la capacitación que recibieron en Galaad o en sus propias habilidades.
Si tienen poco dinero, confíen en Jehová.
Él los cuidará.
Si tienen que aprender otro idioma, confíen en él.
Si los acusan de algo que no es verdad, confíen en que las cosas se aclararán.
Cuando estén desanimados, confíen en que vendrán tiempos mejores.
Siempre hay luz al final del túnel.
Número once: somos felices porque somos generosos.
Jesús dijo que “hay más felicidad en dar que en recibir”.
Esas palabras de Hechos 20:35 son muy conocidas.
Y doce, somos felices porque Jehová nos ha hecho una maravillosa promesa: un paraíso en el cielo para algunos y un paraíso en la Tierra para miles de millones de personas.
Eso significa que somos felices porque podremos tener vida eterna.
¿Cómo demostramos que somos felices?
Bueno, siendo agradecidos y demostrándolo con acciones.
Así que tengan cuidado con volverse quejumbrosos.
Cuando Jehová libró a Israel, el pueblo estaba feliz.
Pero en pocas semanas empezaron a quejarse e incluso quisieron volver a ser esclavos en Egipto.
Si queremos ser felices, tenemos que ser positivos.
No nos quejemos de que un rosal tenga tallos con espinas.
Alegrémonos de que esos tallos con espinas tengan rosas.
Segundo: cuando vuelvan a su asignación, demuestren la felicidad que sienten.
Que otros lo vean en su mirada, en su cara, en su sonrisa.
Pero no sonrían como los vendedores; su sonrisa debe salir del corazón.
La felicidad también se demuestra cuando cantamos con alegría.
La gente feliz canta a menudo.
¿Cantamos de vez en cuando?
¿Cantamos bajo la lluvia, como dice la canción?
¿O quizás en la ducha, o en otro lugar?
¿Qué podemos hacer para ser más felices?
Lo que hagan los demás tendrá un efecto en nuestra felicidad, y lo que hagamos nosotros influirá en la felicidad de otros.
De hecho, hay algo que no podemos negar, y es que nuestra felicidad
está directamente relacionada con las vidas de muchas personas, por ejemplo, de nuestros familiares, amigos y otros.
A menudo, la felicidad está en las cosas pequeñas, y seremos infelices si las descuidamos.
La felicidad no está en la ausencia de problemas, sino en la capacidad de superarlos.
La felicidad no depende de las cosas que nos rodean, sino de nuestros pensamientos y de nuestra amistad con el Dios feliz.
La felicidad está relacionada con el gozo, y el gozo forma parte del fruto del espíritu.
Por eso, permitamos que el espíritu santo influya en nuestra vida, y así seremos más felices.
Podemos ser felices a pesar de tener hambre.
Ese fue el tema de un discurso especial.
Por supuesto, seremos felices si no tenemos hambre.
Quizás algunos aprovechan “la hora feliz” en la que ciertos restaurantes hacen descuentos.
Uno puede ser feliz aunque esté soltero.
O puede ser feliz porque está casado y, en ocasiones, a pesar de estar casado.
Se puede ser feliz sin tener hijos, y también a pesar de tenerlos.
Alguien puede ser feliz aunque solo tenga 15 años o puede ser feliz aunque tenga 85.
Podemos ser felices a pesar de estar enfermos, pero, por supuesto, seremos mucho más felices si no lo estamos.
Podemos ser felices incluso si ha muerto algún ser querido, porque volveremos a verlo.
Podemos ser felices aunque se nos persiga por causa de Cristo.
En Lucas 6:22, 23, Jesús dijo: “Felices son ustedes cuando los hombres los odien [...].
Regocíjense en aquel día”.
Podemos ser felices aunque hayamos perdido el trabajo.
Podemos ser felices aunque hayamos perdido la billetera.
Podemos ser felices aunque hayamos dejado el corazón en San Francisco, como dice una canción, o lo hayamos dejado en otro lado.
No podemos ser felices si perdemos la cabeza; bueno, o quizás incluso seríamos más felices, porque no nos daríamos cuenta de los problemas o de lo malo que pasa a nuestro alrededor.
Si somos felices, haremos felices a los demás.
Si somos infelices, haremos que los demás también lo sean.
Si no estamos contentos con los demás, ellos no estarán contentos con nosotros.
El sentido del humor contribuye a la felicidad; ayuda a sobrellevar mejor el dolor y los problemas.
Busquen la felicidad en las pequeñas cosas, como en una puesta de sol, las nubes, el canto de los pájaros, una mariposa que se posa sobre una flor, un perro que se persigue la cola...
Meditar en el Paraíso los ayudará a seguir siendo felices.
Espérenlo con anhelo.
Daniel 12:12 dice: “¡Feliz es el que se mantiene en expectación [...]!”.
En el Paraíso ya no habrá lágrimas, dolor emocional ni infelicidad.
Todo el mundo estará siempre feliz.
Por lo tanto, alabemos a nuestro Dios feliz.
Así seremos más felices a pesar de los problemas y haremos más felices a los demás.
Muchísimas gracias, hermano Lösch.
Nos has hecho muy felices con este magnífico discurso.
El próximo orador es el hermano Gary Breaux, ayudante del Comité de Servicio del Cuerpo Gobernante y miembro del Comité de Sucursal.
El título de su discurso es: “Sigamos dándole razones a Jehová para que no nos olvide”.
Uno no se imagina que Jehová pueda olvidarse de las cosas.
Al fin y al cabo, lo sabe todo, y estamos seguros de que no se olvida de nada.
Pero ya saben que a los humanos sí se nos olvidan las cosas.
En el relato de Deuteronomio se explica que Moisés estaba dando consejos a los israelitas para cuando vivieran en la Tierra Prometida.
En el versículo 12 del capítulo 6 de Deuteronomio, leemos: “Cuídate para que no te olvides de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos”.
Así que queda claro que los siervos de Dios podemos olvidarnos de Jehová.
Pero eso también puede ocurrir a la inversa.
Veamos cómo el apóstol Pablo presentó la idea de que Jehová también puede olvidar.
La encontramos en Hebreos 6:10.
Fíjense en cómo dice aquí que para Jehová también es posible olvidar.
Dice: “Porque Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre, por el hecho de que han servido a los santos y continúan sirviendo”.
Aquí dice que hay dos cosas que Jehová nunca olvidará.
¿Cuáles son?
Bueno, nuestro trabajo y nuestro amor.
Ahora pensemos en el tema que escogí para este discurso.
No es “Démosle razones a Jehová para que no nos olvide”, porque eso ya lo estamos haciendo.
El título es “Sigamos dándole razones a Jehová para que no nos olvide”.
Por eso es bueno que analicemos más detenidamente esas sencillas palabras de Pablo, porque nos ayudarán a no olvidarnos de Jehová.
Y seguramente él tampoco se olvidará de nosotros.
Primero vamos a hablar sobre el trabajo y más adelante hablaremos sobre el amor.
Es interesante que Pablo no dice que Dios nunca olvidará nuestro puesto de responsabilidad.
Jehová no dice: “Oh, eres del Comité de Sucursal.
Qué bien, nunca lo olvidaré”.
O: “¡Eres precursor, precursor especial!
¡Eres anciano!”.
O quizás: “¡Nunca voy a olvidar que eres encargado de una sección del Departamento de Servicio!”.
Eso no es lo que Pablo dijo en este versículo.
¿Entonces, qué es lo que dijo?
Que Jehová no olvidará nuestro trabajo.
Y es cierto que necesitamos miembros del Comité de Sucursal, ancianos, precursores...
Pero lo que Jehová no olvidará es el trabajo que realizamos de toda alma y las diversas formas en las que le servimos.
Me gustaría hablarles de un hermano que entiende bien esta parte de Hebreos 6:10.
Hace unos años, los Comités de Salones de Asambleas tenían cinco integrantes, y se nos dijo que había que reducir el número a tres.
El Comité de Sucursal debía decidir qué hermanos dejarían de formar parte de los comités.
En un caso, decidimos que el hermano de más edad y de más experiencia ya no tendría esa responsabilidad.
Y había que mandar a alguien para decírselo, porque no queríamos enviarle una carta.
¿A quién le tocó?
A mí.
Así que estaba sentado en la mesa —una mesa de reuniones— delante del comité del Salón de Asambleas.
Estaba nervioso, les leía textos bíblicos para llegarles al corazón.
Al final, llegó el momento de decir: “Bueno, hermanos, ustedes dos tendrán que dejar su asignación”.
Inmediatamente, el hermano mayor levantó la mano y dijo: “¿Le puedo leer un texto bíblico?”.
Y le dije: “Sí, claro, por favor”.
Entonces leyó Hebreos 6:10 y dijo: “Hermanos, yo no estoy aquí por un título.
Estoy aquí para trabajar.
Solo denme trabajo que hacer”.
Cada vez que cuento esta historia me emociono.
La verdad es que aquel comentario explica muy bien lo que Pablo estaba diciendo: “Jehová no olvidará la obra de ustedes”.
Bueno, volvamos a Hebreos 6:10.
Ahí se menciona el segundo punto.
Dice que Jehová no va a olvidar nuestro amor.
¿De qué clase de amor estaba hablando Pablo?
“Jehová, te queremos”, y Jehová mira hacia abajo y dice: “Muchas gracias, nunca olvidaré que me quieren”.
Bueno, aunque eso sea así, no es lo que Pablo quería decir.
Leámoslo otra vez.
En el versículo 10, después de decir que no olvidará “la obra de ustedes”, añade: “Y el amor que mostraron para con su nombre, por el hecho de que han servido a los santos y continúan sirviendo”.
Aquí hay un par de expresiones importantes: “que mostraron” y “continúan sirviendo”.
En otras palabras, Jehová está diciendo: “Lo que no voy a olvidar nunca es el amor que muestran a sus hermanos”.
Y no es un amor teórico.
Ustedes han asistido a clase por cinco meses, ¿cierto?
Habrán leído todos los textos que hablan sobre el amor, habrán escuchado muchos ejemplos sobre cómo ser amorosos, tienen toda la teoría.
Y ahora les decimos: “Vayan y pónganlo en práctica.
Demuestren lo que han aprendido”.
¿Recuerdan qué dijo Pablo sobre las palabras sin obras?
Dijo que eran como címbalos estruendosos.
Así que el amor debe ir acompañado de obras, no quedarse en meras palabras.
Con relación a esto, quisiera contarles lo que le pasó a un hermano.
Cuando yo era un superintendente de circuito joven, le tenía miedo a mi superintendente de distrito.
Bueno, todos le tenían miedo.
Pues, en una asamblea de circuito, estaba solo, sin su esposa.
No le contó a nadie por qué, y nadie se atrevía a preguntarle.
Así que, antes del discurso final del domingo, sin pedirle permiso, les expliqué a todos lo que ocurría.
Dije: “Hermanos, ¿se fijaron en que su esposa no vino?
Solo quiero comunicarles que mañana tiene una operación complicada, así que, ¿qué tal si oramos por ellos?”.
Luego, dieron paso al hermano.
Pero no salió.
Se quedó un rato largo detrás de la plataforma.
Para ser sincero, yo no sabía qué hacer.
Al final, el hermano salió muy muy lentamente y se acercó al micrófono.
Comenzó a hablar un poco de forma entrecortada y presentó su discurso con voz muy baja.
Ya saben que al final del programa la canción suele ser bastante conmovedora.
Luego le tocaba a él la oración final.
Pero no podía hablar.
Y empezó a llorar.
Después de bastante tiempo, pudo decir un par de palabras y terminó con “en el nombre de Jesús, amén”.
¿Saben qué ocurrió después?
Todos los hermanos del circuito lo rodearon y lo abrazaron.
Estaban llorando.
Más tarde, el hermano me dijo: “Gary, yo quiero a los hermanos.
Solamente que no sé cómo expresarlo”.
Bueno, si a nosotros nos pasa lo mismo, aprendamos a demostrar amor.
¿Cómo lograrlo?
Tal vez tengamos que cambiar la cara.
Bueno, no cambiar de cara, sino la expresión, que sea más amable.
Quizás tengamos que suavizar nuestra voz o esforzarnos por ser más amigables y accesibles.
Hagan cosas por los demás, cuiden a los hermanos mayores de la congregación a la que asistan.
Háganlo incluso aunque ustedes no sean así o se sientan incómodos, porque con el tiempo les saldrá de forma natural.
Entonces, cuando lleguen a la entrada de su Salón del Reino o a la entrada de la sucursal, los hermanos se acercarán a ustedes, y no será por el puesto que ocupen, sino porque se han esforzado mucho en demostrar amor.
Por eso, cuando vayan al lugar que se les asigne, recuerden siempre que Jehová conoce bien la obra de ustedes y el amor que han mostrado, y nunca lo olvidará.
Muchas gracias, hermano Breaux.
Trataremos de no olvidarnos de todos esos puntos.
“¿Quién soy yo, oh Jehová Dios?” ¿Saben quién hizo esa pregunta?
Yo no.
Prestemos atención al hermano Patrick LaFranca, ayudante del Comité de Personal del Cuerpo Gobernante y miembro del Comité de Sucursal.
Él nos responderá esa pregunta.
Queridos estudiantes, se han preguntado alguna vez: “¿Quién soy yo para que me hayan invitado a la Escuela de Galaad?”.
Qué buena pregunta, ¿no creen?
La verdad es que hay relativamente pocos hermanos que han tenido la oportunidad de asistir.
Entonces, ¿por qué ustedes?
¿Fue porque son más inteligentes o más apuestos que el resto de siervos de Jehová?
No...
Fue por sus cualidades espirituales.
Y la más destacada es la humildad.
Han demostrado ser humildes.
Pero mantenerse humildes es un gran reto, no solo para ustedes, sino para todos los cristianos.
Todos hemos heredado la tendencia a creernos superiores a los demás.
Pensemos en Adán y Eva.
Su arrogancia hizo que quisieran ponerse al nivel de Jehová.
Parece que olvidaron que eran seres formados de polvo.
Así que todos tenemos que luchar contra el orgullo.
La humildad no es fácil de conservar.
Tan pronto como creemos que somos humildes, ya hemos caído en el orgullo.
Pero Jehová nos ayuda.
La Biblia contiene muchos ejemplos de personas que no perdieron su humildad.
Una de ellas fue David.
Analicemos algunos detalles de su vida y veamos si consiguió mantenerse humilde.
Para empezar, ¿era un joven humilde?
Seguro que recuerdan que Jehová dirigió al profeta Samuel a la casa de Jesé para ungir a uno de sus hijos como el futuro rey de Israel.
Al llegar, estaban allí siete de sus hijos, pero Samuel no eligió a ninguno de ellos.
Así que le preguntó: “¿Estos son todos tus hijos?”.
“No, tengo otro más, David, que está cuidando a las ovejas en el campo”.
Así que llamaron al joven David, y Samuel lo ungió para ser el futuro rey de Israel.
Es muy posible que David se sorprendiera de recibir aquel honor tan grande.
Pero ¿se volvió orgulloso?
¿Cómo hubiera tratado a sus hermanos, todos mayores que él, si se hubiera creído superior?
Bueno, le podría haber dicho a Eliab: “Parece que has bajado de categoría...
Más te vale que empieces a respetarme”.
Y a Abinadab: “Ahora te toca a ti ir al campo con las ovejas.
Yo tengo tareas más importantes que hacer, tengo que aprender a ser rey”.
¿O acaso trataría por todos los medios de formar parte de la corte real?
En absoluto.
No hay ningún indicio de que David pensara de esa forma.
Confió en que Jehová le daría esos privilegios con el tiempo.
¿Qué aprendemos?
Puede que en el futuro reciban más responsabilidades, pero tendrán que esperar.
Como David, regresen al campo y cuiden de las ovejas, por decirlo así.
Después de un tiempo, mientras David seguía con sus tareas, ¿recuerdan qué ocurrió?
Un ayudante del rey Saúl recomendó que David sirviera en la corte.
Leamos lo que dijo de él en 1 Samuel 16:18: “Y uno de los servidores procedió a contestar y decir: ‘¡Mira! He visto que un hijo de Jesé el betlemita es diestro en tocar, y es un hombre valiente y poderoso y hombre de guerra y persona que habla con inteligencia y hombre bien formado, y Jehová está con él’”.
¡Qué buenas referencias dio!
Así que David pasó de ser pastor a músico en la corte real.
Pero luego recibió otras responsabilidades.
En el versículo 21, parte b, dice que llegó a ser escudero de Saúl.
Y, con el tiempo, logró muchas hazañas en la guerra.
Se hizo famoso, y las mujeres cantaban sobre sus victorias.
Era famoso, apuesto, joven, tenía don de palabra, habilidades musicales, destrezas militares, el favor de Dios...
lo tenía todo.
Y podía haberse vuelto orgulloso y arrogante por cualquiera de esas cosas, pero parece que no fue así.
Fíjense en su reacción cuando el rey Saúl le ofreció a su hija en matrimonio.
Lo encontramos en 1 Samuel 18:18.
Ahí dice: “Ante esto, David dijo a Saúl: ‘¿Quién soy yo y quiénes son mis parientes, la familia de mi padre, en Israel, para que yo llegue a ser yerno del rey?’”.
La verdad es que ser familia del rey podría haber hecho que se creyera alguien importante, pero las palabras “quién soy yo” nos impresionan.
David se sentía indigno de formar parte de la familia real.
¿Extraemos alguna lección de esto?
Bueno, puede ser que trabajemos o estemos en contacto con hermanos que ocupan puestos de responsabilidad en la organización de Dios.
¿Sacamos a relucir sus nombres cuando conversamos con otros, quizás para parecer más importantes?
Ahora pasemos a otra etapa de la vida de David.
Es el rey de Israel y vive en el palacio real en la capital, Jerusalén.
Pero se siente un poco avergonzado porque él tiene un gran palacio mientras que el arca de Jehová, el verdadero Rey de Israel, está en una tienda.
Así que le dice al profeta Natán: “Quiero construirle a Jehová una casa digna, un templo”.
Pero Jehová le dice: “No, tú no lo harás; lo construirá uno de tus hijos”.
Entonces, Jehová hace algo que sorprende mucho a David.
Le promete: “En lugar de construir tú una casa para mí, yo lo haré para ti”.
Y hace un pacto con David para que el linaje real permanezca en su familia para siempre.
¿Cómo reacciona David?
Por favor, abran sus biblias en 1 Crónicas 17:16-18.
Ahí dice: “Después de aquello el rey David entró y se sentó delante de Jehová y dijo: ‘¿Quién soy yo, oh Jehová Dios, y qué es mi casa para que me hayas traído hasta aquí?
Como si esto fuera cosa pequeña a tus ojos, oh Dios, sin embargo hablas respecto de la casa de tu siervo hasta en un tiempo del futuro lejano, y me has mirado conforme a la oportunidad del hombre que va en ascenso, oh Jehová Dios.
¿Qué más podría decirte David respecto a honrar a tu siervo, cuando tú mismo conoces bien a tu siervo?’”.
David se conmueve con esta maravillosa promesa y se sienta humildemente ante Jehová pensando que él es insignificante y que no la merece.
Tiempo después, David hace una contribución muy generosa para la construcción del templo, que a día de hoy equivaldría a más de 1.200.000.000 de dólares.
Luego, le dice a Jehová en oración lo que se registra en 1 Crónicas 29:14: “Y sin embargo, ¿quién soy yo [...]?
Porque todo proviene de ti, y de tu propia mano te hemos dado”.
¡Qué actitud tan humilde!
Tenía razón, ¿verdad?
Sea lo que sea que le demos a Jehová, él nos lo ha dado primero a nosotros.
Entendemos perfectamente que Jehová amara tanto a David.
Era un hombre muy agradable a sus ojos.
¿Qué podemos hacer nosotros para cultivar y mantener una actitud tan humilde como la de David?
No basta con decir: “Estoy resuelto a ser humilde”.
Hay que actuar como él.
De vez en cuando, debemos sentarnos, meditar en nuestra vida y pensar en todas las bendiciones que hemos recibido y en todas las cosas buenas que Jehová nos ha dado sin merecerlas.
Meditemos en la grandeza de nuestro Dios.
Y, cuando lo hagamos, nos veremos impulsados a decirle: “¿Quién soy yo, oh Jehová Dios, para que me hayas concedido el honor de ser colaborador tuyo a pesar de mis muchas faltas?
¿Quién soy yo, Jehová, para que me hayas dado salud y fuerzas para llevar a cabo la labor que me has dado?
¿Quién soy yo, oh Dios, para tener esta oportunidad especial de servirte a pesar de que hay muchos que la merecen más que yo?”.
Evidentemente, está bien sentirnos orgullosos de ser siervos de Dios, pero está mal ser orgullosos y creernos mejores que otros.
Si vemos a los demás como inferiores, no lograremos ver que Jehová es superior a nosotros.
Justo ese es el secreto para mantenernos humildes: tener claro quiénes somos y poner a Jehová enfrente de nosotros todo el tiempo, tal como hizo David.
Así que, estudiantes, confiamos en que tendrán siempre delante de sus ojos a nuestro magnífico Dios, y que él los usará y los bendecirá mucho más de lo que los ha bendecido en el día de su graduación.
No sé a ustedes, pero a mí me gustó enterarme de quién dijo: “¿Quién soy yo, oh Jehová Dios?”.
¡Fue David!
Siempre se aprende algo nuevo.
Ahora, el hermano James Cauthon, uno de los instructores de las escuelas teocráticas, nos presentará el discurso titulado: “Cuerdas simpáticas”.
Imagínense que tienen el dinero para hacer un regalo caro a todas las personas importantes de su vida.
¿Saben qué ocurriría?
Que estarían muy contentas.
Pero ustedes lo estarían mucho más, porque Jesús dijo que hay más felicidad en dar que en recibir.
De hecho, les pueden dar a otros algo muy especial, algo que necesitan mucho y que a ustedes no les costará ningún dinero.
¿A qué me refiero?
A su atención.
En Romanos 12:15, el apóstol Pablo escribió lo siguiente: “Regocíjense con los que se regocijan; lloren con los que lloran”.
Tenemos que aprender a entender a los demás y sentir su alegría o su tristeza.
¿Por qué?
Bueno, porque vivimos en “tiempos críticos, difíciles de manejar”.
Por eso, podríamos resumir la expresión “lloren con los que lloran” en dos palabras: “Demuestren empatía”.
¿Por qué deberíamos hacerlo?
Bueno, si volvemos a Romanos 12, ahora en el versículo 5, veremos la respuesta.
Pablo escribió: “Así nosotros, aunque muchos, somos un solo cuerpo en unión con Cristo, pero miembros que pertenecemos individualmente unos a otros”.
Es cierto que estas palabras se escribieron para los que forman parte del nuevo pacto, pero en realidad todos los siervos de Jehová nos pertenecemos unos a otros.
Es interesante saber que en las Escrituras Griegas Cristianas se nos dice unas cincuenta veces que hagamos cosas unos por otros: ámense unos a otros, anímense unos a otros, motívense unos a otros, oren unos por otros, etcétera.
La Atalaya dijo esto: “Debemos compartir las alegrías de nuestros hermanos, pero también ser sensibles a su dolor.
Algo que puede aliviar a un hermano que se siente afligido es escucharlo con paciencia y ponerse en su lugar”.
Así que mostrar empatía significa ponerse en el lugar de la otra persona y sentir su dolor.
También se puede traducir como “compartir sentimientos” o incluso “compadecerse”.
Y es justo en los momentos críticos y angustiosos en los que más nos necesitamos unos a otros.
Entonces, ¿cómo mostramos nuestro interés por los demás?
Es sencillo: escuchando con empatía.
Esto se puede comparar con el efecto que crean las cuerdas de ciertos instrumentos musicales llamadas “cuerdas simpáticas” y que realzan el sonido y la armonía.
Estos instrumentos tienen cuerdas que no se tocan, pero que reaccionan y vibran cuando se pulsan o golpean otras cuerdas.
Por eso se llaman cuerdas simpáticas.
En realidad, crean un sonido armónico especial.
Suenan como si fueran una sola y el efecto es muy bonito.
Este fenómeno se puede demostrar con dos diapasones, unos instrumentos con forma de horquilla.
El primero reacciona al ser golpeado, y el segundo, aunque no se golpea, reacciona a las vibraciones del primero.
Así que el primer diapasón ya no vibra solo; el segundo reacciona, como las cuerdas simpáticas, y acaban vibrando juntos.
Se produce un sonido armónico.
Cuando una hermana perdió a un ser querido, dijo: “Llorar fue mi forma de expresar el dolor que sentía en el corazón.
Significó mucho para mí que mis amigos vinieran a mi casa y simplemente lloraran conmigo”.
Sin duda, estaban unidos, en armonía, y ella lo sintió.
Aunque es cierto que no es lo mismo compartir alegrías que escuchar con empatía el dolor de otros, ya que esto puede agotarnos emocionalmente y consumirnos tiempo.
Como se ve en el ejemplo, aunque quitemos el primer diapasón, el segundo sigue vibrando.
Por eso, nos guste o no, la forma en la que tratamos a nuestros hermanos revelará qué tenemos en el corazón.
Volviendo a Romanos, leamos ahora Romanos 12:10.
Ahí dice: “En amor fraternal ténganse tierno cariño unos a otros”.
Escuchar a los demás es una muestra sencilla de cariño.
Pero lo que ocurre a menudo es que estamos tan ocupados arreglando nuestros asuntos que nos parece que no tenemos tiempo para escuchar a otros o para ponernos en su lugar.
A veces también estamos tan inmersos en nuestros problemas que nos olvidamos de los demás.
La autocompasión hace que no mostremos empatía.
Y, honestamente, debemos tener cuidado, porque a veces podemos pensar que tenemos que solucionar el problema de la persona justo en ese momento, así que decimos cosas que no la ayudan: “Tienes que ser más fuerte”.
O algo peor: “Esto ya les ha pasado a otros, ahora te toca a ti”.
O quizás hagamos comparaciones: “Por lo menos tú puedes caminar”.
Tal vez no digamos estas cosas con mala intención, pero ¿qué mensaje estamos transmitiendo?
Bueno, le estamos quitando importancia a la situación.
En otras palabras, le estamos diciendo a la persona “no me importas” o “me importas poco”.
Job intentó explicarles 10 veces a sus supuestos amigos cómo se sentía.
Y después exclamó: “¡Ojalá que alguien me escuchara!”.
En vez de consolarlo, hicieron que se sintiera aún más herido y triste porque no lo escucharon.
¡Qué lástima!
No les importaba ni se preocuparon por entender cómo se sentía.
Lo acallaron.
¿Es posible que caigamos en el mismo error?
Eso sería una pena.
Si queremos compartir el dolor y la tristeza de otra persona, tenemos que estar dispuestos a escucharla, a tomarnos el tiempo necesario y a preocuparnos más por ella que por nosotros mismos.
Tenemos que aprender a ponernos a un lado.
Romanos 12:10 sigue diciendo: “En cuanto a mostrarse honra unos a otros, lleven la delantera”.
Mostraremos honra a los demás si no los juzgamos, si los tomamos en serio y si les prestamos atención sincera escuchando lo que dicen y percibiendo cómo se sienten.
Este punto es importante: nuestra relación con Jehová y nuestra relación con los hermanos son la misma cosa.
Voy a repetir esa idea: nuestra relación con Jehová y nuestra relación con los hermanos son la misma cosa.
A Jehová le importa mucho cómo tratamos a los demás.
Quiere que se conozca a su pueblo principalmente por el amor que nos mostramos.
Así que no olviden que el mejor regalo que pueden hacerles a los demás es preocuparse por ellos con empatía.
De esa forma, les demostrarán su amor y contribuirán a que haya armonía entre todos.
Después de escuchar este discurso, entiendo por qué yo no soy uno de los instructores.
El hermano dio justo en el clavo con el ejemplo de los dos diapasones.
Bueno, ahora escuchemos el siguiente discurso, que el hermano Mark Noumair ha titulado: “La brasa”.
Él también es instructor de las escuelas teocráticas y ayudante del Comité de Enseñanza del Cuerpo Gobernante.
Hermano Noumair, ese título aviva nuestro interés.
En días tan felices como hoy, su amor por Jehová es como un fuego ardiente, y con razón.
Recuerden este día.
Graben en sus mentes cómo se sienten, porque el amor que en este momento arde en su interior con fuerza se pondrá a prueba.
Cuando tengamos problemas, repasar relatos bíblicos de hombres y mujeres fieles fortalecerá nuestra fe.
Al leer esos relatos, será como escuchar lo que dijeron.
Pero ¿y si los personajes no dijeron nada que quedara escrito en la Biblia?
¿Podemos aun así aprender de su ejemplo de fe?
Veamos uno de ellos.
Se llamaba Rizpá.
Sabemos muy poco sobre esta mujer.
La primera vez que aparece en la Biblia, se dice que era concubina del rey Saúl.
No hay duda de que era muy bella, pues llamó la atención del rey.
Pero no tuvo una vida fácil.
Saúl, el padre de sus hijos, murió en una batalla.
Así que ella pasó a ser propiedad del hijo de Saúl, Is-bóset, que luego fue asesinado.
Tristemente, las pruebas más difíciles para Rizpá todavía estaban por llegar.
Mucho tiempo después de que Saúl muriera, Jehová le dijo al rey David que la casa de Saúl todavía era culpable de sangre porque este rey había roto un antiguo pacto al intentar matar a los gabaonitas.
Por eso, toda la nación de Israel era culpable de derramar sangre inocente.
¿Qué haría David para solucionar eso?
2 Samuel 21:3 explica lo que hace David.
2 Samuel 21:3 dice que David les pregunta a los gabaonitas qué quieren que haga.
Y en el versículo 6 ellos le piden que les entreguen siete hijos de Saúl para matarlos y colgarlos delante de Jehová.
Entonces, como vemos en el mismo versículo, David les dice que se los entregará.
¿Y a quién les entrega?
Pues, como menciona el versículo 8, a los dos hijos de Rizpá...
las dos personas a quienes Rizpá más amaba.
¡Qué gran tragedia para esta mujer!
Pero aquello escapaba de su control.
El rey había tomado la decisión, y ella no podía hacer nada.
Al final mataron y colgaron a los siete hombres.
Ahora bien, según la Ley mosaica, las personas ejecutadas en un madero debían ser descolgadas del poste antes del atardecer y enterradas.
Enterrar a sus hijos habría ayudado a Rizpá a sobrellevar su dolor y habría estado de acuerdo con las normas de Jehová sobre la dignidad de la vida.
Además, eso era lo que había dicho Jehová que se tenía que hacer con los cadáveres.
Evidentemente, Rizpá sabía todo eso.
Pero las cosas no se hicieron así.
¿Se imaginan cuánto tuvo que sufrir al ver que se acercaba la noche y nadie bajaba los cuerpos de sus hijos del poste?
Ella podría haber pensado: “Aquí nadie está cumpliendo lo que dice la Ley mosaica.
Es injusto”.
Pero había algo que quizás ella no sabía.
Al parecer, en esta ocasión los gabaonitas tenían permiso para hacer las cosas de otra forma debido al pecado en el que había incurrido toda la nación por culpa del rey Saúl.
¿Estaba Rizpá enterada de eso?
No lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que transcurrió un día entero y nadie hizo cumplir la Ley.
Nadie bajó los cuerpos.
Pasaron dos días, tres días...
¿Y qué hizo ella?
Bueno, según el versículo 10, estuvo allí un día tras otro bajo el sol abrasador del verano.
El versículo dice textualmente que “no permitió que las aves de los cielos se posaran sobre ellos de día ni las fieras del campo de noche”.
Allí estuvo día tras día, espantando a los pájaros.
Pero no lo hizo para llamar la atención de los demás ni para que se hiciera justicia por sus dos hijos.
Ella entendía, respetaba y defendía el punto de vista de Jehová sobre la vida humana.
Se comportó de acuerdo con los valores que había aprendido de Jehová a pesar de que para ella fue un gran esfuerzo.
Debemos admirar a esta mujer.
Muy probablemente no entendía exactamente por qué estaba ocurriendo todo aquello, por qué se estaban haciendo las cosas de aquella forma.
Y estamos seguros de que el hecho de no haber podido enterrar a sus hijos, como lo pedía la Ley, trastocó mucho su vida.
Aun así, demostró que amaba a Jehová y que respetaba el orden establecido.
Sin duda, el amor y la lealtad ardían en su corazón.
Aquí hay una gran lección.
A veces podría parecernos que lo que sucede en nuestra vida está fuera de nuestro control.
Tal vez se nos presente una prueba en la que tengamos que sufrir para obedecer las normas de Jehová, pero finalmente aquella prueba nos habrá moldeado.
Por ejemplo, ustedes conocen bien los procedimientos teocráticos, los criterios de la organización.
Pero podría ocurrir que, en cierto momento,
haya un cambio en uno de esos procedimientos, y no sepan la razón.
Y puede que esa decisión les afecte directamente.
¿Qué harán?
Imiten a Rizpá y hagan lo que puedan según sus circunstancias.
Espanten a esos pájaros, a sus pensamientos negativos.
Aviven el amor que le tienen a Jehová y no permitan que su fervor y su cariño por él se consuman.
Bueno, los días fueron pasando, según mencionan los versículos 9 y 10, “desde el comienzo de la siega hasta que [...] llovió”.
Esto significa que Rizpá debió pasar entre cinco y seis meses custodiando los cuerpos de sus hijos.
¿Qué podría haber pensado durante ese tiempo, casi medio año?
¿Qué le pasaría por la cabeza?
¿Acaso pensó: “¿Cómo puede David ser tan insensible y no darles a mis hijos un entierro como es debido?
Y Jehová, con todo lo que he pasado...
¿Por qué no me ayudas?”?
Bueno, habría sido normal que hubiera pensado cosas así.
Pero, si alguno de esos pensamientos le vino a la mente, no permitió que la amargara ni apagara el fuego del amor que sentía por su Dios.
Es posible que incluso otros intentaran desanimarla y le dijeran: “Vete a casa, olvídalo ya”.
Pero ella no lo hizo ni tampoco inició una campaña para que otros se unieran a ella.
En la Biblia no hay registro de que criticara a David ni de que dijera que aquella decisión era injusta.
Tampoco se creyó con la autoridad de bajar los cuerpos ella misma.
Podría haber pensado: “Si no lo hace nadie, lo haré yo”.
No, a pesar de todo su sufrimiento, el amor por Jehová todavía ardía en el corazón de Rizpá, y por eso se mantuvo lealmente en su lugar y dejó que fuera David quien tomara la decisión.
¿Le importó a alguien el aguante de esta mujer?
¿Se dio alguien cuenta de su sufrimiento?
El versículo 11 dice: “Se informó a David lo que había hecho Rizpá”.
Imagínense, alguien llega donde David y le dice: “Rizpá está espantando los pájaros de los cuerpos de sus hijos”.
¿Y qué hizo David?
¿Les da por fin un entierro digno?
Bueno, en realidad hizo más que eso.
Desde el versículo 12 hasta el 14 se explica que David hizo traer los huesos de Saúl y Jonatán desde Jabés-galaad, una distancia de unos 160 kilómetros, unas 100 millas, y los enterró junto a los huesos de los hijos de Rizpá en un terreno que Saúl tenía en el territorio de Benjamín.
Así que, al final, Rizpá consiguió más de lo que había imaginado: los restos de sus hijos serían enterrados junto a los de Saúl.
Ella no contaba con aquel desenlace, pero valió la pena esperar.
¿Qué lección aprendemos de esto?
Rizpá nos dejó un ejemplo de amor, lealtad y aguante, que vale la pena imitar.
Cuando pasemos por pruebas, recordemos que otros nos están observando, que están viendo cómo nos comportamos.
Podría ser que, en medio de la frustración, nos preguntemos: “¿Por qué no hacen nada los ancianos?
¿Por qué no se están encargando de la situación los hermanos responsables?
Jehová, ¿por qué no haces nada?”.
Pero Jehová nos dice: “Estoy haciendo algo.
Aunque no digas ni una sola palabra, estoy usando tu ejemplo para que todos sepan que los recompensaré si aguantan las pruebas; que los recompensaré más de lo que imaginan y que vale la pena esperar, porque me encanta recompensar a mis siervos”.
Qué honor que Jehová nos utilice de esa manera.
Recordemos que Rizpá no se convirtió en víctima de sus circunstancias, sino que salió victoriosa de las desgracias que sufrió.
Las pruebas tan duras por las que pasó no hicieron que dejara de actuar bien ni le quitaron las ganas de agradar a Jehová.
Así que, aunque sepamos poco sobre ella, podemos aprender mucho de su ejemplo.
Nada de lo que dijo ha quedado escrito en la Biblia, pero estamos seguros de que a Jehová le impresionó mucho esta mujer, porque quiso que su nombre y su ejemplo quedaran registrados en este libro sagrado para nuestro beneficio.
Rizpá nos enseñó cómo hacer frente a los duros golpes de la vida de la mejor manera.
¿Qué la ayudó a aguantar?
Bueno, el significado de su nombre nos da una pista.
Literalmente significa “Brasa”.
No sabemos por qué se le dio ese nombre, pero, como una brasa ardiente, Rizpá supo mantener sus pensamientos centrados en el amor por sus hijos, en mantener lealtad a Jehová y a sus normas y en confiar que con el tiempo se solucionarían sus problemas.
Fue una mujer muy trabajadora; custodió los cuerpos de sus hijos para que no se los comieran los animales.
No permitió que los sentimientos negativos la dominaran ni apagaran el amor que sentía por Jehová.
Al contrario, a pesar de sufrir lo que parecía una injusticia, hizo todo lo que pudo.
¿Qué puntos queremos que recuerden?
¿Qué ideas nos gustaría que se llevaran cuando regresen a sus labores?
Pues bien, cuando se enfrenten a algo que les parezca injusto, no dejen de trabajar.
Sigan ocupados en sus tareas; hagan todo lo que puedan.
Espanten a esos pájaros.
Aviven el fuego de su amor por Jehová y por los hermanos.
Y confíen en que nuestro Dios resolverá todas las cuestiones pendientes y los consolará, sea ahora o en el nuevo mundo.
La espera habrá merecido la pena.
Pero, por encima de todo, sean como Rizpá.
Bajo cualquier circunstancia, hagan que su amor por Jehová siga fulgurando como una brasa ardiente.
Estos discursos fueron muy animadores para los estudiantes de la clase 143, y seguro que tuvieron el mismo efecto en ustedes.
Pero quizás se pregunten: “¿Y el resto del programa?”.
No se preocupen.
La segunda y la tercera parte se colgarán durante este mes en la sección “Videos”, de JW Broadcasting.
La segunda parte se titula: De primera mano.
Lo podrán ver a partir del próximo lunes, 11 de diciembre.
Les encantará escuchar las anécdotas de algunos de los graduados de esta clase.
Hasta el próximo programa mensual.
Esto es JW Broadcasting, desde la central mundial de los testigos de Jehová.