Al oír las palabras “santo” y “santidad”, ¿qué se nos viene a la mente?
Muchos pensarían en palabras como “limpio” o “puro”.
Pero cambiemos un poco la pregunta: ¿quién se nos viene a la mente?
Seguro que pensamos en Jehová.
Quizá también nos imaginemos a Jesucristo y a los santos ángeles.
Pero ¿pensamos en seres humanos imperfectos?
¿Se puede decir que un ser humano es santo?
Sí, pues fuimos creados a la imagen de Dios.
Igual que reflejamos otras cualidades divinas —como el amor, la bondad o el autocontrol—, podemos reflejar la santidad.
¿Cuánta importancia tiene la santidad?
No es algo insignificante.
Hoy día, se ve cada vez más maldad en el mundo.
En 2 Timoteo 3:13 se predijo que los malvados irían de mal en peor.
Sin duda, antes del fin, Satanás aumentará sus esfuerzos por promover la maldad.
Así que nosotros debemos aumentar nuestros esfuerzos por ser santos y rechazar lo malo.
¿Y quiénes son los blancos principales de Satanás?
Nosotros.
Él y los demonios son como una manada de leones hambrientos que quieren devorarnos.
Satanás nos ataca por ser publicadores de las buenas noticias.
¿Tiene usted hijos?
¿Le parece que Satanás quiere que usted deje de ser santo?
Claro.
Él sabe que devorando a un padre puede debilitar a toda su familia.
En la congregación, a Satanás le gustaría devorarlos a ustedes, precursores, siervos ministeriales o ancianos.
¿Es superintendente de circuito?
¿Misionero?
¿Betelita?
¡Qué privilegio tan especial!
Pero recordemos que eso nos convierte en blancos de Satanás.
A él y a los demonios les gustaría acabar poco a poco con nuestra pureza y santidad.
Eso podría tener un grave impacto en la obra del Reino o hacer tropezar a otros.
Así que no podemos descuidarnos.
Debemos intensificar nuestro empeño por rechazar todo lo malo.
Como vemos, la santidad es algo muy importante.
Por eso, el título del programa de este mes es “Perfeccionemos nuestra santidad con el temor de Dios”.
Se basa en 2 Corintios 7:1.
Para empezar, necesitamos conocer mejor a la fuente de la santidad, nuestro Dios, Jehová.
Al leer la Biblia, vemos que la santidad es una cualidad muy importante de Jehová que él quiere que conozcamos.
Hay muchos versículos que asocian el nombre de Dios con las palabras “santo” y “santidad”.
Por favor, abra su biblia para ver un ejemplo de esto, en Isaías, capítulo 6.
Comencemos en Isaías 6:1.
Imaginemos que somos el profeta Isaías, que recibió una visión divina.
¿Qué habríamos visto y oído?
Leamos los versículos 1 a 3: Seguro que Isaías se quedó asombrado.
El versículo 2 dice que vio serafines, criaturas espirituales de alto rango.
¿Y qué aprendemos de lo que cantan?
El que repitieran la palabra “santo” tres veces nos enseña que Jehová es santo al grado máximo.
Nadie es tan santo como él.
Pero ¿qué es exactamente la santidad?
¿Qué quiere decir ser santo?
Investiguémoslo.
Podemos hacerlo con una herramienta muy útil de la “Traducción del Nuevo Mundo” revisada.
Para los que no tengan la edición revisada en su idioma, daremos la definición más adelante.
En la versión impresa de la edición revisada, el “Glosario” se encuentra unas páginas después de Apocalipsis e inmediatamente después del “Índice de palabras bíblicas”.
Los temas están en orden alfabético.
Por favor, vayamos a la entrada “santo; santidad”.
En la aplicación JW Library® en inglés, hay dos maneras de llegar al “Glosario”.
Una vez que estamos en la aplicación, buscamos la Biblia.
En la parte de arriba de la pantalla, pulsamos en la lupa para comenzar una búsqueda.
Luego, escribimos la palabra “santo”.
Entonces aparece una entrada del “Glosario”, y la pulsamos.
Otra manera es ir a Publicaciones y luego a Libros.
Allí podemos abrir el “Glosario” y buscar la entrada “santo; santidad”.
¿Listos?
Vamos a leerla: ¿Qué aprendemos?
Primero, se nos recuerda que Jehová es absolutamente puro.
Pero ¿hasta qué punto la santidad forma parte de la naturaleza de Jehová?
Pongamos un ejemplo.
Pensemos en las palabras “humano” e “imperfecto”.
Hoy en día, es normal que esas palabras vayan juntas.
La imperfección es parte de nosotros y afecta todo lo que hacemos.
Ahora pensemos en otro par de palabras que siempre van juntas: “Jehová” y “santo”.
Jehová es completamente santo.
Él no tiene que perfeccionar su santidad, como nosotros.
Todo lo que tiene que ver con él es limpio, puro y recto.
¡Qué diferente es la santidad de Jehová del mundo que nos rodea!
En la actualidad, prácticamente toda la sociedad humana que no sirve a Dios está contaminada de alguna manera, ya sea por la imperfección que hemos heredado o por la maldad intencionada.
Pero Jehová está totalmente alejado del pecado.
Él nunca se contaminará con la maldad.
Nunca se volverá corrupto, inmoral ni les hará daño a los demás.
Como es absolutamente santo, es completamente digno de confianza.
En otras palabras, Jehová es el Padre ideal.
¡Qué animador es saber eso!
La santidad de Jehová es una bella cualidad.
Pensemos en el mundo físico.
¿Cómo nos hacen sentir las cosas bonitas?
¿Nos sentimos atraídos a ellas, o las rechazamos?
Por ejemplo, fíjese en estos paisajes.
¿Cómo le hacen sentir?
¿Le gustaría pasar un rato allí?
¿Se puede imaginar dando un paseo, respirando aire limpio y fresco?
¿O se imagina bebiendo el agua pura y cristalina de un río?
¡Cuánto anhelamos vivir en esas condiciones!
¡Y así será!
Pero ¿nos hemos preguntado por qué esas imágenes son tan atrayentes?
Es muy sencillo, todo se ve puro y limpio.
Por otro lado, ¿y si esos mismos lugares estuvieran llenos de basura, grafitis y humo?
¿Todavía le gustaría vivir allí?
Probablemente no.
La contaminación y la suciedad no atraen.
¿Cuál es el punto?
Por naturaleza, nos atrae lo que es bello.
La belleza se relaciona con cosas limpias, puras y brillantes.
Así es como Jehová quiere que veamos la santidad.
Meditar en este aspecto de la personalidad de Jehová nos acerca más a él.
Y, aunque él odia el pecado, su Palabra nos asegura que no nos odia a nosotros.
Todo esto que hemos comentado nos motiva a perfeccionar nuestra santidad.
Leamos ahora 2 Corintios 7:1, el texto temático del discurso.
Aunque Pablo le escribió estas palabras a una congregación, Jehová las conservó para nuestro bien.
Allí dice: La parte final de ese versículo es la base del título de este discurso.
¿Y qué significa “perfeccionar” algo?
Un diccionario dice que es “acabar enteramente una obra, dándole el mayor grado posible de [...] excelencia”, o “mejorar algo o hacerlo más perfecto”.
Por ejemplo, quizá tengamos una afición, como el dibujo, la fotografía o tocar un instrumento musical.
Si un experto en la materia nos dijera que deberíamos “perfeccionar” nuestro talento, ¿qué nos estaría diciendo?
Primero, estaría reconociendo que ya tenemos algo de experiencia.
Y, segundo, nos estaría diciendo: “Tienes el talento que hace falta para ser mejor en el futuro.
Tienes potencial”.
Por supuesto, perfeccionar un talento toma tiempo.
Lo mismo es cierto de la santidad.
La obra “Imágenes verbales en el Nuevo Testamento” explica que “perfeccionar”, en 2 Corintios 7:1, no se trata de una adquisición “repentina de la completa santidad, sino de un proceso continuo”.
De modo que Jehová, el experto en la santidad y nuestro mejor Amigo, nos anima.
Es como si nos dijera: “¡Tienes potencial!
Tienes lo que hace falta para perfeccionar tu santidad.
Sigue esforzándote para lograrlo”.
¿Verdad que eso nos llega al corazón?
Podríamos preguntarnos: “¿Hay algún aspecto de mi vida en el que pueda imitar mejor la santidad de Jehová?”.
Por ejemplo, pensemos en la limpieza física.
El capítulo 8 del libro “Continúe en el amor de Dios” explica que debemos glorificar a Jehová manteniendo limpios nuestro cuerpo, nuestra ropa, nuestra casa por dentro y por fuera, así como nuestros lugares de adoración.
Estar limpios en sentido físico nos beneficia a nosotros y a los que nos rodean.
Pero lo más importante es que honra a nuestro Padre santo.
Claro, no basta con la limpieza física, hay que ir mucho más allá.
En el texto temático leímos que Jehová nos pide que nos limpiemos “de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu”.
Eso abarca todo aspecto de la vida.
Por ejemplo, algo que leamos en la Biblia o que escuchemos en una reunión podría hacernos ver que necesitamos cambiar nuestra manera de pensar.
Quizá veamos que tenemos la tendencia a ser materialistas.
O a lo mejor nos damos cuenta de que pasamos demasiado tiempo en las redes sociales, navegando en Internet o jugando con videojuegos.
Efesios 4:23 y 24 nos anima a seguir renovando nuestra forma de pensar y a ponernos la nueva personalidad.
Puede que nuestro problema sea algún rasgo negativo de personalidad que esté muy arraigado.
Una hermana llamada Cristina admitió: “Muchas veces noto que estoy mirando a otros con envidia.
Me fijo en lo que ellos tienen y yo no”.
Bueno, estos son solo unos ejemplos, y quizá no tengamos ese tipo de debilidades.
Pero la lección está clara: todos necesitamos seguir examinándonos.
Hermanos, si nos damos cuenta de que tenemos una debilidad, ¿qué debemos hacer?
Para responder esa pregunta, veamos qué aprendemos del ejemplo de Cristina y su lucha contra la envidia.
Hay tres pasos que podemos dar para renovar nuestra forma de pensar, se explicaron en la edición de estudio de “La Atalaya” de junio de 2019, página 11.
¿Qué debería hacer Cristina primero?
Paso 1: Debería hablar con Jehová y admitir con sinceridad que necesita cambiar.
Si le pide con frecuencia que le dé “un espíritu nuevo”, nuestro Dios, que es santo, la ayudará.
Paso 2: Necesita meditar, para poder verse frente al espejo de la Palabra de Dios.
Por ejemplo, podría reflexionar en el hecho de que “el amor no es celoso” ni “busca sus propios intereses”.
Eso podría ayudarla a odiar la envidia.
Paso 3: Necesita pensar en quiénes son sus compañías y buscar amigos que la ayuden a mejorar.
¿Podría ser que el chisme —ya sea en sus conversaciones en persona o por Internet— haya afectado su manera de pensar?
Si es así, debería buscar mejores amigos.
Si Cristina hace todo esto, Jehová bendecirá los esfuerzos que haga por perfeccionar su santidad.
Y estos tres pasos pueden ayudarnos a nosotros también.
Repasemos los puntos principales.
Primero, la maldad va “de mal en peor”, así que necesitamos intensificar nuestros esfuerzos por ser santos.
Segundo, en vista de que Jehová es la fuente de la santidad, todo lo que tiene que ver con él es limpio, puro y recto.
Esta hermosa cualidad nos atrae a él y nos motiva a ser santos.
Y, tercero y más importante, Jehová nos anima a limpiarnos “de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu”.
Así que aceptemos la ayuda de Jehová para perfeccionar “nuestra santidad con el temor de Dios”.