William Turner: Seamos imparciales (Juan 4:31)

El comentario del texto de hoy habla del efecto que tuvo el prejuicio en los discípulos de Jesús.

Hoy en día, en nuestra organización, hay hermanos de muchas culturas y antecedentes diferentes.

Hay mucha más variedad que en el siglo primero.

Así que surge la pregunta: ¿sigue afectando el prejuicio al pueblo de Dios en la actualidad?

Nos sentimos muy felices de servir a un Dios que no tolera el prejuicio.

La Biblia lo dice muy claro.

Vayamos, por favor, al libro de Hechos y recordemos lo que dijo Pedro en Hechos 10:34, 35.

Versículo 34: “Al oír eso, Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Ahora de veras entiendo que Dios no es parcial, sino que acepta a los que le temen y hacen lo que está bien, sea cual sea su nación’ ”.

La nota de estudio para este versículo explica que, en griego, “no ser parcial” literalmente da la idea de no aceptar una cara o no mirar la cara.

¿Y verdad que esto encaja muy bien con la personalidad de Jehová?

Él no prefiere unas caras antes que otras; es decir, él no prefiere a una persona por su nacionalidad, por su raza, por su posición social o por otros factores externos.

Y nosotros nos esforzamos por imitar a Jehová.

De todas formas, tenemos que reconocer que no es nada fácil ser imparcial.

Sobre todo, porque en el mundo en el que vivimos vemos que hay prejuicios en todas partes.

Así que volvamos a la pregunta de antes: ¿afecta el prejuicio al pueblo de Dios hoy?

Claro que sí.

Quizás somos víctimas del prejuicio o quizás somos nosotros los que tenemos ciertos prejuicios.

En el año 2013, La Atalaya hizo un comentario muy interesante sobre este tema.

Dijo: “Si somos honrados con nosotros mismos, tenemos que admitir que, muy en el fondo, todos tenemos algún tipo de prejuicio más o menos arraigado”.

Entonces, surge otra pregunta: si es tan fácil para el ser humano tener prejuicios y todos tenemos alguno, ¿cómo luchamos contra eso?

Para empezar, es bueno que entendamos lo que es el prejuicio.

Como comentó la hermana Leithiser, el diccionario explica que tener prejuicio es tener una idea o una opinión sobre alguien sin conocerlo o sin tener razones válidas.

Son opiniones preconcebidas, son cosas que pensamos y que sentimos porque quizás han influido en nosotros las personas de nuestro alrededor, nuestras vivencias o nuestra crianza.

Tal vez, cuando pensamos en el prejuicio, lo que nos viene a la mente es el prejuicio racial, es decir, el odio que se siente hacia alguien de otra raza.

Y de eso hablamos la semana pasada.

Pero esa Atalaya del 2013 también decía que una persona puede tener prejuicio hacia otra por su peso, su género, su idioma, su posición social, su religión o cualquier otra cosa que la gente considere diferente.

Así que, si los prejuicios surgen por nuestra personalidad o por nuestras opiniones preconcebidas, para poder superarlos tenemos que esforzarnos por ver a los demás como los ve Jehová.

Vayamos de nuevo a la Biblia, a 1 Samuel 16, y veamos lo que aprendemos de Jehová en los versículos 6 y 7.

Este es el relato en el que Samuel va a la casa de Jesé a ungir a uno de sus hijos para que sea rey.

Ahí leemos: “Cuando ellos llegaron, Samuel vio a Eliab y dijo: ‘Seguro que Jehová ha elegido a este’.

Pero Jehová le dijo a Samuel: ‘No te fijes en su apariencia ni en lo alto que es, porque lo he descartado’ ”.

Paremos un momento.

¿Vieron lo que hizo Samuel?

En esta ocasión en particular, Samuel hizo justo eso que decíamos antes.

Estaba aceptando o mirando la cara.

Miró a Eliab, vio lo alto y guapo que era, y pensó: “Seguro que Jehová lo ha elegido a él”.

Pero sigamos leyendo y veamos el punto clave: “Dios no ve las cosas como las ve el hombre.

El hombre ve lo que tiene ante los ojos, pero Jehová ve el corazón”.

Eso es lo que le importa a Jehová, nuestro corazón, la persona que somos en el interior.

Y, cuando se fija en nuestro interior, quiere ver que somos imparciales como él.

Pero, si nosotros no podemos leer el corazón, ¿cómo imitamos a Jehová?

Veamos otro detalle de la nota de estudio.

La nota de Hechos 10:34 nos ayuda a responder esa pregunta.

Ahí explica que, para ser imparciales como lo es Jehová, debemos evitar juzgar por las apariencias.

En vez de eso, debemos fijarnos en la personalidad y en las cualidades de los demás.

Bueno, para entender mejor este punto pensemos en una geoda.

Miren esta foto.

Por fuera, una geoda no tiene nada de especial.

La verdad es que parece una piedra normal, parece un trozo de roca que podríamos encontrar en cualquier parte.

¿Pero qué pasa si la partimos por la mitad?

La cosa cambia, ¿no es cierto?

Cuando miramos cómo es por dentro, ¡guau!

Qué bonito.

Nos encontramos con un montón de cristales brillantes y de colores preciosos.

¿Qué aprendemos?

Cuando juzgamos de forma superficial a los hermanos o tenemos opiniones preconcebidas sobre ellos, en realidad es como si solo nos fijáramos en esa geoda por fuera.

Nos estamos fijando solo en el exterior.

¿Y verdad que cuando alguien es un poco tímido, callado, reservado, tendemos a etiquetarlo muy rápido?

Lo juzgamos y enseguida pensamos: “Esa persona es muy aburrida.

Creo que no me va a aportar nada”.

Y, si a la persona le gusta hablar mucho, es extrovertida, hacemos lo mismo.

La juzgamos y la etiquetamos.

Cuando hacemos esto, ¿no estamos simplemente mirando la cara de los hermanos?

Estamos juzgándolos basándonos solamente en nuestras opiniones o en nuestros gustos.

Pero, si queremos imitar a Jehová, tenemos que ir más allá de las apariencias.

Tenemos que fijarnos en la personalidad y en las cualidades de nuestros hermanos.

Y en algunos casos, eso lleva tiempo.

Hablando de las geodas, un experto dijo: “Hay muchas maneras de abrir una geoda.

Pero, sin importar como lo hagas, la clave es: paciencia, paciencia, paciencia”.

¿Y verdad que eso es lo que ocurre con nuestros hermanos?

Hace falta tiempo y paciencia para conocerlos, para mostrar interés en ellos y hacerles preguntas, para comprender cómo piensan, predicar con ellos y para escucharlos con atención y tomar en cuenta sus sugerencias.

Pero el esfuerzo siempre vale la pena.

Comenzamos a ver lo que tienen dentro.

Logramos ver los cristales, su belleza interior.

Descubrimos cualidades hermosas en nuestros hermanos, y seguro que a ellos les pasa lo mismo con nosotros.

Como decíamos antes, los discípulos de Jesús a veces tenían prejuicios.

Y la Biblia nos cuenta con claridad sus defectos y los errores que a veces cometían.

Pero la Biblia también nos cuenta cómo superaron esos prejuicios.

Pensemos en lo mucho que se destaca el amor en las Escrituras Griegas Cristianas.

Vez tras vez, se destaca la importancia de amarnos unos a otros, de abrir el corazón, de llevarnos bien con los demás, incluso con los que son diferentes a nosotros.

Los discípulos no permitieron que ningún sentimiento arraigado ni nada relacionado con su crianza o con su cultura los controlara.

Y nosotros podemos hacer lo mismo.

Pero primero debemos hacernos un autoexamen sincero.

Preguntémonos: “¿Hay algún rastro de prejuicio en mí, aunque sea pequeño?”.

Si es así, recordemos lo que tenemos que hacer: esforzarnos por ver a los demás como los ve Jehová.

No juzguemos por las apariencias ni por las primeras impresiones.

Esforcémonos por conocer mejor a nuestros hermanos y valorar sus cualidades, su belleza interior.

Jesús les dijo a sus discípulos en Mateo 23:8: “Ustedes son todos hermanos”.

¿Y qué los convertía en hermanos?

En Mateo 12:50, Jesús dijo: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre”, fíjense, “es mi hermano y mi hermana y mi madre”.

Nunca lo olvidemos: somos una gran familia espiritual que está unida por la fe y el amor a Dios.

Vernos como parte de una familia nos ayudará a seguir siendo humildes y a darnos cuenta de que no tenemos razones para sentirnos superiores a los demás.

Al contrario, estaremos muy felices y agradecidos por pertenecer a esta hermandad mundial, en la que nos esforzamos por imitar al Dios imparcial, Jehová.



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