Geoffrey Jackson: Cómo crear oportunidades de predicarle a la gente (Juan 4:6)

Jesús, el Gran Maestro, creó oportunidades de predicarle a la gente.

Y, claro, encontramos un buen ejemplo en Juan, el capítulo 4.

Vayamos, por favor, a Juan, capítulo 4, y examinemos cómo Jesús predicó de manera informal y qué lecciones podemos aprender.

Si nos fijamos en Juan 4, en el contexto, notamos en los versículos 3 a 6 que Jesús había salido de Judea e iba de camino a Galilea, pero decidió pasar por Samaria y terminó en Sicar.

La nota de estudio nos muestra que el viaje implicaba realizar un ascenso de unos 900 metros o 3.000 pies.

Eso sería una subida muy pronunciada.

Equivaldría, más o menos, a subir como unos 300 pisos en un edificio.

¡Imagine cómo estaríamos al acabar!

Si Jesús y sus apóstoles habían hecho el viaje esa mañana, se comprende que el versículo 6 diga que “estaba cansado” y que estaba sentado.

Y ese mismo versículo aclara que era “la hora sexta”, o sea, mediodía.

Así que recordemos: Jesús está en Samaria, está muy cansado y es la hora del mediodía.

No eran las mejores circunstancias para ponerse a predicar.

Así que ¿cuál es la primera lección que aprendemos?

Que Jesús no esperaba a tener las circunstancias perfectas para predicar informalmente.

No, aprovechaba las oportunidades que surgían y también las creaba.

Y ahora se presenta la mujer.

Notemos cómo en el versículo 7 Jesús da comienzo a la conversación: Simplemente le dice “dame de beber”.

No entra, por el momento, en temas espirituales profundos.

No, tan solo comienza a hablar con la mujer.

¿Y qué aprendemos de esto?

Bueno, que para predicar de manera informal suele bastar con decir un saludo, un sencillo hola.

Y, claro, si la persona no tiene ganas de conversar, será difícil seguir hablando.

Así que esa es la primera lección.

¿Cómo reaccionó la mujer?

Bueno, al repasar el capítulo 4 de Juan, veremos que Jesús tuvo que superar al menos cuatro posibles obstáculos para seguir conversando.

El primero lo encontramos en el versículo 9.

La mujer fue al grano: “Tú eres judío y yo soy samaritana.

¿Cómo se te ocurre hablar conmigo?”.

Como vemos, mencionó la apariencia de Jesús y su origen.

Hoy pasa igual.

A veces nos miran y sacan a relucir nuestro color, nuestra raza o nuestra nacionalidad.

Y eso pudiera ser un problema.

Pero ¿qué dijo Jesús?

Él no le respondió: “Mira, soy buena gente.

¿No ves que yo estoy dispuesto a hablar contigo?”.

No, él evitó ese tema por completo y se centró en el mensaje espiritual que quería transmitirle.

Ahora notemos que, en el versículo 10, Jesús habla del “regalo de Dios” y también menciona, además, que la mujer podría recibir “agua viva”, no solo el agua que venía a buscar al pozo.

Ahora, cuando vemos cómo fue la conversación, queda bastante claro que en ese preciso momento Jesús puso la base de lo que iba a decir luego.

Así que comenzó con el agua, luego siguió con los regalos de Dios y el “agua viva”, y seguiremos viendo cómo continuó desarrollando el tema.

¿Y qué pasó entonces, cuando le ofreció el “agua viva”?

Bueno, en el versículo 11 vemos que ella dice: “Ni siquiera tienes con qué sacar agua”.

En otras palabras, le vino a decir: “No te creo.

El pozo es muy profundo”.

Según la nota de estudio serían unos 23 metros o 75 pies.

Además, a esta reacción tan negativa le siguió un tema que era muy polémico en tiempos de Jesús.

Le dijo: “¿Tú te crees mejor que nuestro antepasado Jacob?”.

Era un tema muy polémico, porque cualquier judío habría objetado y le habría dicho: “Tú no puedes decir que seas parte de la familia de Jacob”.

Aquí nos encontramos con dos posibles obstáculos.

¿Cómo los superó Jesús?

Centrándose de nuevo en el mensaje espiritual.

Ya mencionamos que, según el versículo 10, Jesús comenzó hablando de agua, del regalo de Dios y del “agua viva”.

Y dijo, según vemos en el versículo 14, que la persona que beba esa agua nunca más tendrá sed.

Y entonces introdujo una idea fundamental: la vida eterna.

Es obvio que Jesús tenía en mente un plan de acción, un bosquejo mental para desarrollar el tema que quería.

En este caso tenía que ver con el agua que daba vida eterna.

¿Y cómo reaccionó la mujer a ese razonamiento?

En el versículo 15 leemos: “Dame de esa agua, señor”.

¿Quería decir “quiero esa agua, por favor”, o estaba reaccionando con escepticismo y siendo un poco sarcástica?

Bueno, es difícil saberlo, pero parece que no fue sino hasta después que le creyó a Jesús.

Pero, sea como sea, en la actualidad tal vez sería como decir: “Suena muy bien, pero es demasiado bueno para ser cierto”.

¿Se dio Jesús por vencido?

No.

En ese momento, Jesús cambió la orientación de la conversación y le dio la oportunidad a la mujer de probar su sinceridad.

Jesús se había dado cuenta de que tal vez iba a sacar agua a esas horas para que no la vieran.

¿Por qué?

Bueno, en el versículo 16, Jesús le dice: “Anda, llama a tu esposo”.

Y ella responde: “No tengo esposo”.

Fue muy sincera con un extraño.

Jesús le dijo: “Tienes razón […], porque has tenido cinco y el hombre que tienes ahora no es tu esposo.

Lo que has dicho es verdad”.

¿Y qué es lo que aprendemos de lo anterior?

Como vemos, aunque Jesús sabía que ella estaba viviendo en una relación inmoral, él no se centró en eso.

Le dio la oportunidad de expresarse.

¿Y luego qué hizo?

La felicitó por su sinceridad.

De igual modo, conviene que siempre busquemos cosas por las que felicitar a la gente, incluso si nos dicen algo que está totalmente en contra de lo que dice la Biblia.

Como mínimo, podemos darle las gracias por su opinión y por su sinceridad.

Si seguimos leyendo, vemos que, llegados a este momento, la mujer nota algo especial en Jesús, pues le dice: “Señor, veo que eres profeta”.

Pero luego surge el siguiente obstáculo, el cuarto.

¿Qué le dice ella?

“Es que nosotros adoramos a Dios aquí, en el monte Guerizim, pero ustedes dicen que lo hagamos en Jerusalén”.

Bueno, eso es como decir en la actualidad: “Yo tengo mi religión y ustedes tienen la suya”.

¿Qué hizo Jesús para superar este obstáculo?

Si nos fijamos en el versículo 21, es interesante cómo Jesús le responde: “Viene la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre”.

En esencia, Jesús la tranquilizó y le dijo: “No te preocupes.

En el futuro dará igual que se adore a Dios en un lugar o en otro”.

Y luego pasó a explicarle que lo importante era adorar al Padre “con espíritu y con verdad”.

¿Qué aprendemos de esto?

Jesús la ayudó a ver que lo que a ella le parecía un problema no lo era en absoluto.

No hacía falta que lo examinaran a fondo ni que entraran en detalles.

Claro, sí mencionó que la salvación comenzaba con los judíos y luego le explicó claramente lo que ella tenía que hacer.

¿Y eso por qué fue tan importante?

Pues bien, si buscamos Hechos 8:14, veremos una nota de estudio muy interesante que dice que lo que hizo Jesús en esta ocasión, al dar testimonio a esta mujer y luego a otros samaritanos, sentó las bases para el trabajo que hizo Felipe el Evangelizador cuando se mudó a Samaria y ayudó a muchos de ellos a hacerse cristianos; al final llegaron a ser cristianos ungidos.

Así que la conversación que tuvo Jesús con la samaritana dio magníficos resultados.

Bien, ¿qué hemos aprendido al repasar el capítulo 4 de Juan?

Primero, que Jesús no esperó a que surgiera la oportunidad ideal; él la creó.

Segundo, no dejó que lo distrajeran los diferentes temas, a veces polémicos, que iba sacando esta mujer, sino que se centró en un asunto espiritual.

Tenía claro que usaría el agua para, en algún momento, hablar con ella de la vida eterna.

Luego la felicitó por su sinceridad y le explicó lo que tenía que hacer.

¡Qué ejemplo tan bueno nos dio Jesús de cómo debemos predicar a otros!



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