Cuando el apóstol Pedro escribió las palabras del texto de hoy, ya había judíos, prosélitos, samaritanos y gentiles en la congregación cristiana. Formaban parte del pueblo de Dios, el Israel espiritual de Dios.
En el versículo anterior al texto de hoy, Pedro indicó cuál era la misión de ese pueblo. Veamos lo que dijo en 1 Pedro, capítulo 2, en los versículos 9 y 10. En 1 Pedro 2. Allí escribió: “Pero ustedes son ‘una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial, para que declaren en público las excelencias’ de aquel que los llamó de la oscuridad a su luz maravillosa.
Porque en un tiempo ustedes no eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios”. Por supuesto, esto se refiere a los miembros de la congregación ungidos por espíritu, que tendrían la responsabilidad de glorificar el nombre de Jehová y ser sus Testigos. Eso concuerda con lo que Pedro mismo dijo años antes en una reunión del cuerpo gobernante del siglo primero, tal como leemos en Hechos 15. Busquemos Hechos 15 y leamos a partir del versículo 14. Dice: “Symeón ha contado cabalmente cómo Dios por primera vez dirigió su atención a las naciones para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre.
Y con esto convienen las palabras de los Profetas, así como está escrito: ‘Después de estas cosas volveré y reedificaré la cabaña de David que está caída; y reedificaré sus ruinas y la erigiré de nuevo, para que los que queden de los hombres busquen solícitamente a Jehová, junto con gente de todas las naciones, personas que son llamadas por mi nombre, dice Jehová, que está haciendo estas cosas’”.
¿Y qué decir de quienes somos testigos de Jehová, pero no somos cristianos ungidos? ¿También somos parte del pueblo de Dios?
¡Claro que sí! ¡Y qué gran honor es llevar el nombre del único Dios verdadero! No obstante, representar ese nombre conlleva una responsabilidad, que otros grupos religiosos no quieren asumir.
Tenemos la obligación de dar testimonio de Jehová, de decir la verdad acerca de él y de desenmascarar las enseñanzas erróneas que lo pintan en falsos colores.
Un típico ejemplo de un dogma sin base bíblica que ha desenmascarado el pueblo de Jehová es el de la Trinidad. Eso me recuerda el caso de un falsificador que engaó a mucha gente experta.
Es la historia de Van Meegeren, un artista holandés que nació en 1889 y que protagonizó uno de los más espectaculares casos de falsificación de la historia.
Como no conseguía que los críticos de arte le dieran el reconocimiento que quería, intentó vengarse de ellos y demostrar su talento pintando un cuadro que los engañara. Decidió imitar a un famoso pintor holandés del siglo diecisiete, Johannes Vermeer. Van Meegeren pasó cuatro años tramando cómo lograr que una pintura pareciera tener trescientos años de antigüedad.
Conseguir el lienzo fue lo más fácil: le quitó la pintura a un cuadro poco conocido del siglo diecisiete.
Pero lo complicado era que la pintura al óleo se endureciera del todo, pues eso suele tomar unos cincuenta años. Así que mezcló pigmentos con una resina sintética en vez de con aceite y secó el lienzo al horno. Al final, creó seis obras que pasaron por cuadros de Vermeer.
El más famoso, “La cena de Emaús”, se vendió en 1937.
El historiador de arte más reconocido de la época afirmó que era una obra de arte de Vermeer, auténtica e intacta, sobre el lienzo original, que no había sido restaurada.
Pero en realidad era falsificada. La opinión de ese crítico se consideraba sagrada en el mundo del arte, tanto que él se había ganado el sobrenombre de El Papa.
Sin embargo, con el tiempo se demostró con un análisis químico que la pintura contenía un ingrediente que no se descubrió sino hasta dos siglos después de la muerte de Vermeer, y de ese modo se desenmascaró el fraude de Van Meegeren.
Algo parecido sucedió con la apostasía que hubo después de la muerte de los apóstoles.
Casi trescientos años después de que se terminara de escribir la Biblia, un escritor que creía en la Trinidad añadió a 1 Juan 5:7 las palabras “en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno”.
Pero eso no aparecía en los manuscritos griegos más antiguos, así que es una falsificación de la Palabra de Dios.
Aun así, por siglos las iglesias han divulgado la doctrina de la Trinidad.
Para el siglo diecinueve, casi todas las traducciones de la Biblia tenían ese texto añadido.
En 1897, el papa León XIII aprobó que la “Vulgata” latina conservara esas palabras.
Llama la atención que la “New Catholic Encyclopedia” afirme: “El dogma trinitario es, a fin de cuentas, un invento de finales del siglo IV. Entre los Padres Apostólicos no hubo nada ni remotamente parecido a esa mentalidad o enfoque”.
Los testigos de Jehová ungidos rechazaron con firmeza el dogma de la Trinidad de la cristiandad.
En 1915, “The Watch Tower” demostró que no tiene sentido enseñar una doctrina que contradice a la Biblia.
Argumentó: “¡En qué enredo de contradicciones y confusión se meten los que dicen que Jesús y el Padre son un solo Dios!
Eso significaría que nuestro Señor Jesús fue un hipócrita cuando estuvo en la Tierra, pues habría fingido orar a Dios, cuando en realidad él mismo era Dios. [...] El Padre siempre ha sido inmortal, no puede morir.
Entonces, ¿cómo podría morir Jesús? [...]. Sin embargo, las Escrituras declaran que sí murió. [...] Por otra parte, si admiten que en realidad Jesús murió, se enfrentan a otro problema: creer que sus tres dioses son una sola persona significaría que, cuando Jesús murió, los tres murieron.
Y, si todos murieron, ¿quién les devolvió la vida?
¡Es un sinsentido! [...] ¿Deberíamos contradecir a los apóstoles, a los profetas y al propio Jesús, echar a un lado la razón y el sentido común, para apoyar un dogma que proviene de un pasado oscuro, lleno de supersticiones, y de una Iglesia corrupta y apóstata? ¡De ningún modo!”, dijo “The Watch Tower”.
El pueblo de Jehová sigue enseñando la verdad sobre el único Dios verdadero. Las palabras que Jehová expresó mediante su profeta Isaías siempre se han cumplido: tanto en los israelitas de nacimiento de la antigüedad como en el Israel espiritual de tiempos modernos.
Están en Isaías 43:21. En unos versículos anteriores del capítulo 43, leemos: “Ustedes son mis testigos”; luego, en el versículo 21 dice: “El pueblo a quien he formado para mí mismo, para que relate la alabanza mía”. Así es, el empeño que han puesto los testigos de Jehová, el pueblo de Dios, en desenmascarar enseñanzas falsas que no se basan en la Biblia, enseñar la verdad sobre Jehová y santificar su nombre ha llegado a unos niveles que no ha alcanzado ningún otro grupo religioso.
Y Jehová se fija en eso. Veamos lo que dice el tercer capítulo de Malaquías.
Malaquías, capítulo 3, a partir del versículo 16. Malaquías 3:16: “En aquel tiempo los que estaban en temor de Jehová hablaron unos con otros, cada uno con su compañero, y Jehová siguió prestando atención y escuchando.
Y un libro de recuerdo empezó a ser escrito delante de él para los que estaban en temor de Jehová y para los que pensaban en su nombre [o lo “atesoraban”, como dice la nota de la “Traducción del Nuevo Mundo” en inglés].
‘Y ciertamente llegarán a ser míos —ha dicho Jehová de los ejércitos— en el día en que produzca una propiedad especial’”.
De modo que Jehová ama mucho a quienes le tienen temor reverente y atesoran su nombre; eso los hace el verdadero pueblo de Dios.