Robert Ciranko: El pueblo de Dios glorifica Su nombre (1 Ped. 2:10)

‎Cuando el apóstol Pedro escribió las palabras del texto de hoy, ‎ya había judíos, prosélitos, ‎samaritanos y gentiles en la congregación cristiana. ‎Formaban parte del pueblo de Dios, ‎el Israel espiritual de Dios.

‎En el versículo anterior al texto de hoy, ‎Pedro indicó cuál era la misión de ese pueblo. ‎Veamos lo que dijo en 1 Pedro, capítulo 2, ‎en los versículos 9 y 10. ‎En 1 Pedro 2. ‎Allí escribió: ‎“Pero ustedes son ‘una raza escogida, un sacerdocio real, ‎una nación santa, un pueblo para posesión especial, ‎para que declaren en público las excelencias’ de aquel ‎que los llamó de la oscuridad a su luz maravillosa.

‎Porque en un tiempo ustedes no eran pueblo, ‎pero ahora son pueblo de Dios”. ‎Por supuesto, esto se refiere a los miembros de la congregación ‎ungidos por espíritu, ‎que tendrían la responsabilidad de glorificar el nombre de Jehová ‎y ser sus Testigos. ‎Eso concuerda con lo que Pedro mismo dijo años antes ‎en una reunión del cuerpo gobernante del siglo primero, ‎tal como leemos en Hechos 15. ‎Busquemos Hechos 15 ‎y leamos a partir del versículo 14. Dice: ‎“Symeón ha contado cabalmente ‎cómo Dios por primera vez dirigió su atención a las naciones ‎para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre.

‎Y con esto convienen las palabras de los Profetas, ‎así como está escrito: ‎‘Después de estas cosas volveré ‎y reedificaré la cabaña de David que está caída; ‎y reedificaré sus ruinas y la erigiré de nuevo, ‎para que los que queden de los hombres ‎busquen solícitamente a Jehová, ‎junto con gente de todas las naciones, ‎personas que son llamadas por mi nombre, ‎dice Jehová, que está haciendo estas cosas’”.

‎¿Y qué decir de quienes somos testigos de Jehová, ‎pero no somos cristianos ungidos? ‎¿También somos parte del pueblo de Dios?

‎¡Claro que sí! ‎¡Y qué gran honor es llevar el nombre del único Dios verdadero! ‎No obstante, representar ese nombre conlleva una responsabilidad, ‎que otros grupos religiosos no quieren asumir.

‎Tenemos la obligación de dar testimonio de Jehová, ‎de decir la verdad acerca de él ‎y de desenmascarar las enseñanzas erróneas ‎que lo pintan en falsos colores.

‎Un típico ejemplo de un dogma sin base bíblica ‎que ha desenmascarado el pueblo de Jehová ‎es el de la Trinidad. ‎Eso me recuerda el caso de un falsificador que engaó ‎a mucha gente experta.

‎Es la historia de Van Meegeren, ‎un artista holandés que nació en 1889 ‎y que protagonizó ‎uno de los más espectaculares casos de falsificación de la historia.

‎Como no conseguía que los críticos de arte ‎le dieran el reconocimiento que quería, ‎intentó vengarse de ellos y demostrar su talento ‎pintando un cuadro que los engañara. ‎Decidió imitar a un famoso pintor holandés ‎del siglo diecisiete, Johannes Vermeer. ‎Van Meegeren pasó cuatro años tramando cómo lograr ‎que una pintura pareciera tener trescientos años de antigüedad.

‎Conseguir el lienzo fue lo más fácil: le quitó la pintura ‎a un cuadro poco conocido del siglo diecisiete.

‎Pero lo complicado era que la pintura al óleo ‎se endureciera del todo, ‎pues eso suele tomar unos cincuenta años. ‎Así que mezcló pigmentos con una resina sintética ‎en vez de con aceite y secó el lienzo al horno. ‎Al final, creó seis obras que pasaron por cuadros de Vermeer.

‎El más famoso, “La cena de Emaús”, se vendió en 1937.

‎El historiador de arte más reconocido de la época ‎afirmó que era una obra de arte de Vermeer, ‎auténtica e intacta, ‎sobre el lienzo original, que no había sido restaurada.

‎Pero en realidad era falsificada. ‎La opinión de ese crítico se consideraba sagrada en el mundo del arte, ‎tanto que él se había ganado el sobrenombre de El Papa.

‎Sin embargo, con el tiempo se demostró con un análisis químico ‎que la pintura contenía un ingrediente que no se descubrió ‎sino hasta dos siglos después de la muerte de Vermeer, ‎y de ese modo se desenmascaró el fraude de Van Meegeren.

‎Algo parecido sucedió con la apostasía ‎que hubo después de la muerte de los apóstoles.

‎Casi trescientos años después de que se terminara de escribir la Biblia, ‎un escritor que creía en la Trinidad añadió a 1 Juan 5:7 las palabras ‎“en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; ‎y estos tres son uno”.

‎Pero eso no aparecía en los manuscritos griegos más antiguos, ‎así que es una falsificación de la Palabra de Dios.

‎Aun así, por siglos las iglesias ‎han divulgado la doctrina de la Trinidad.

‎Para el siglo diecinueve, ‎casi todas las traducciones de la Biblia tenían ese texto añadido.

‎En 1897, el papa León XIII ‎aprobó que la “Vulgata” latina conservara esas palabras.

‎Llama la atención que la “New Catholic Encyclopedia” afirme: ‎“El dogma trinitario es, a fin de cuentas, ‎un invento de finales del siglo IV. ‎Entre los Padres Apostólicos ‎no hubo nada ni remotamente parecido a esa mentalidad o enfoque”.

‎Los testigos de Jehová ungidos ‎rechazaron con firmeza el dogma de la Trinidad de la cristiandad.

‎En 1915, “The Watch Tower” ‎demostró que no tiene sentido enseñar una doctrina ‎que contradice a la Biblia.

‎Argumentó: ‎“¡En qué enredo de contradicciones y confusión ‎se meten los que dicen que Jesús y el Padre son un solo Dios!

‎Eso significaría que nuestro Señor Jesús ‎fue un hipócrita cuando estuvo en la Tierra, ‎pues habría fingido orar a Dios, ‎cuando en realidad él mismo era Dios. [...] ‎El Padre siempre ha sido inmortal, no puede morir.

‎Entonces, ¿cómo podría morir Jesús? [...]. ‎Sin embargo, las Escrituras declaran que sí murió. [...] ‎Por otra parte, si admiten que en realidad Jesús murió, ‎se enfrentan a otro problema: ‎creer que sus tres dioses son una sola persona ‎significaría que, cuando Jesús murió, los tres murieron.

‎Y, si todos murieron, ¿quién les devolvió la vida?

‎¡Es un sinsentido! [...] ‎¿Deberíamos contradecir a los apóstoles, ‎a los profetas y al propio Jesús, ‎echar a un lado la razón y el sentido común, ‎para apoyar un dogma que proviene de un pasado oscuro, ‎lleno de supersticiones, y de una Iglesia corrupta y apóstata? ‎¡De ningún modo!”, dijo “The Watch Tower”.

‎El pueblo de Jehová sigue enseñando la verdad ‎sobre el único Dios verdadero. ‎Las palabras que Jehová expresó mediante su profeta Isaías ‎siempre se han cumplido: ‎tanto en los israelitas de nacimiento de la antigüedad ‎como en el Israel espiritual de tiempos modernos.

‎Están en Isaías 43:21. ‎En unos versículos anteriores del capítulo 43, leemos: ‎“Ustedes son mis testigos”; ‎luego, en el versículo 21 dice: ‎“El pueblo a quien he formado para mí mismo, ‎para que relate la alabanza mía”. ‎Así es, el empeño que han puesto los testigos de Jehová, ‎el pueblo de Dios, ‎en desenmascarar enseñanzas falsas que no se basan en la Biblia, ‎enseñar la verdad sobre Jehová y santificar su nombre ‎ha llegado a unos niveles ‎que no ha alcanzado ningún otro grupo religioso.

‎Y Jehová se fija en eso. ‎Veamos lo que dice el tercer capítulo de Malaquías.

‎Malaquías, capítulo 3, ‎a partir del versículo 16. ‎Malaquías 3:16: ‎“En aquel tiempo los que estaban en temor de Jehová ‎hablaron unos con otros, cada uno con su compañero, ‎y Jehová siguió prestando atención y escuchando.

‎Y un libro de recuerdo empezó a ser escrito delante de él ‎para los que estaban en temor de Jehová ‎y para los que pensaban en su nombre [o lo “atesoraban”, como dice la nota ‎de la “Traducción del Nuevo Mundo” en inglés].

‎‘Y ciertamente llegarán a ser míos —ha dicho Jehová de los ejércitos— ‎en el día en que produzca una propiedad especial’”.

‎De modo que Jehová ama mucho ‎a quienes le tienen temor reverente y atesoran su nombre; ‎eso los hace el verdadero pueblo de Dios.



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