El texto de hoy es muy fortalecedor.
Es un texto que nos anima mucho.
Nos recuerda que existe un tipo de paz muy especial, una paz que todos podemos sentir y que no depende ni de nuestras circunstancias ni de lo que esté sucediendo a nuestro alrededor.
Les pregunto: ¿cómo definirían ustedes “la paz de Dios” que se menciona en el texto de hoy, qué es exactamente?
El volumen 2 de Perspicacia, página 608, dice esto: “La ‘paz de Dios’, es decir, el sosiego y la tranquilidad que produce la preciosa relación de un cristiano con Jehová Dios, protege las facultades mentales y el corazón de las ansiedades de la vida.
Da seguridad de que Jehová Dios provee para sus siervos y responde a sus oraciones, lo que hace descansar el corazón y la mente”.
Ahora bien, ¿qué podemos aprender de esa definición?
Una lectura cuidadosa de Filipenses 4:6, 7 nos revela lo que debemos hacer para obtener la paz de Dios.
Tenemos que contarle a Jehová cómo nos sentimos, tenemos que suplicarle, tenemos que rogarle que nos ayude.
Además, tenemos que ser agradecidos, darle las gracias por lo que nos da.
Y también hay que estar convencidos de que nos va a ayudar y bendecir.
Si hacemos todo esto que hemos dicho, Jehová nos dará calma; tranquilizará nuestra mente y corazón de una forma increíble.
Esa es “la paz de Dios” de la que habla Pablo.
Él dice que esa paz “está más allá de lo que ningún ser humano puede entender”.
A continuación, veremos algunos ejemplos de personas que experimentaron esa paz.
Comenzaremos con algunos tomados de la Biblia.
El primero lo hallamos en Daniel 3:16.
Seguro que recuerdan el relato.
Es la historia de los tres hebreos: Sadrac, Mesac y Abednego.
Nabucodonosor había hecho una estatua y quería que todos se inclinaran ante ella.
Cuando Sadrac, Mesac y Abednego no quisieron hacerlo, los llevaron ante el rey.
Y fijémonos en lo que ellos dijeron, aquí en el 16: “Oh, Nabucodonosor, no es necesario que te demos una respuesta sobre este asunto.
Si tiene que ser así, oh, rey, el Dios al que servimos puede librarnos del horno de fuego y también de tus manos.
Pero, incluso si no lo hace, oh, rey, debes saber que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que tú has levantado”.
En la Biblia no aparece la oración que hicieron Sadrac, Mesac y Abednego en aquel momento.
Pero ¿notaron cómo estaban ellos?
¿Perciben su calma?
¿Notaron la tranquilidad con la que hablaron?
No entraron en pánico, no les dio miedo.
Hablaron con calma y con firme convicción, seguros de que Jehová los ayudaría.
Bueno, esto a Nabucodonosor no le gustó nada.
El versículo 19 explica que se puso furioso.
Mandó calentar el horno siete veces más de lo normal.
El versículo 22 añade que la orden del rey había sido tan severa y el horno estaba tan caliente que los hombres que llevaron a Sadrac, Mesac y Abednego murieron.
Así de caliente estaba el horno.
Hermanos, les digo, eso era fuego.
Sufrieron verdadera persecución.
Pero ¿qué pasó?
Leamos el 24.
Nabucodonosor se asomó y dijo: “¿No atamos y arrojamos en el fuego a tres hombres?”. “Sí”.
“Él dijo: ‘¡Miren! Veo a cuatro hombres que se pasean libremente en medio del fuego sin sufrir ningún daño, y el cuarto parece un hijo de los dioses’”.
¡“Un hijo de los dioses”!
No es cualquier paz, es “la paz de Dios”.
Eso es lo que hace que tres hombres estén andando tranquilamente en un horno de fuego, tal vez diciendo: “Oye, ¿y qué vas a hacer cuando salgas de aquí?”.
Esta no es una escena de terror ni de pánico; lo que vemos es calma.
Esta es la paz de Dios.
Veamos otro personaje.
Vayamos ahora al capítulo 20 de 2 Crónicas.
Aquí se habla de Jehosafat.
¿Qué está pasando?
Jehosafat y todo el pueblo de Judá están rodeados por el enemigo.
Veamos su oración en el versículo 12: “No podemos contra esta gran multitud que viene a atacarnos, y no sabemos qué hacer, pero nuestros ojos miran hacia ti”.
Seguro que estaba muy preocupado.
Miren lo que dice el 13: “Mientras tanto, todos los de Judá estaban de pie delante de Jehová, junto con sus esposas y sus hijos, incluso los pequeñitos”.
¡Qué nervios!, ¿no?
Jehosafat estaría pensando: “Ay, Jehová, no sabemos qué hacer”.
Pero hizo lo que dice Filipenses 4:6, 7.
Le rogó a Jehová, le suplicó que lo ayudara a él y al pueblo.
Y también fue agradecido.
Repasó las veces que Jehová los había bendecido.
¡Qué ejemplo!
¿Qué hizo Jehová?
Bueno, leemos su mensaje en el versículo 15: “No tengan miedo ni se aterroricen por esta gran multitud, porque la batalla no es de ustedes, sino de Dios”.
Y el 17 añade: “Ustedes no tendrán que pelear esta batalla.
Ocupen sus puestos, estense quietos y vean cómo los salva Jehová. […] No tengan miedo ni se aterroricen”.
Claro, con eso el estado de ánimo de Jehosafat cambió por completo.
Después de oír esas palabras consiguió la paz de Dios.
Veámoslo en el 20 y el 21.
Miren lo que le dijo al pueblo: “¡Escúchenme, oh, Judá y habitantes de Jerusalén!
Tengan fe en Jehová su Dios para que puedan mantenerse firmes.
Tengan fe en los profetas de él, y les irá bien”.
Luego seleccionó hombres para que fueran delante del ejército y le cantaran alabanzas a Jehová.
¿Cuál fue el resultado?
Pues, como era de esperar, Jehová los salvó.
El rey Jehosafat vivió de primera mano esa tranquilidad, esa calma que solo nos da la paz de Dios.
También tenemos ejemplos de nuestros días.
Hay uno en el Anuario de 1975, y es del hermano Daniel Sydlik, que fue parte del Cuerpo Gobernante.
En 1944, lo metieron en la cárcel por su neutralidad.
Y él cuenta que, durante su primera noche, estaba acostado en su litera cuando oyó que las puertas de acero de la cárcel se iban cerrando “como trueno retumbante”, dice él.
¿Se lo imaginan?
El sonido de aquellas puertas cerrándose una tras otra se fue acercando hasta que la puerta de su celda tembló y se cerró lentamente.
Después él cuenta: “Súbitamente una arrolladora sensación de hundimiento pasó sobre mí, y me produjo un sentimiento de estar atrapado […].
Entonces con la misma rapidez vino otra sensación igualmente arrolladora, que me hizo sentir gran paz y gozo, la clase de paz de que habla la Biblia...
‘la paz de Dios que supera todo pensamiento’”.
¡Qué increíble!
Veamos otro.
Es una carta de despedida que un hermanito les escribió a sus padres desde un campo de concentración nazi.
En parte dijo: “Ya son las 9 del día de mi juicio, pero tengo que esperar hasta las 11:30.
Escribo estas líneas en una celda solitaria en el tribunal militar del Estado.
Siento una paz, que apenas parece creíble; pero también he entregado todo al Señor, […] con tranquilidad puedo esperar esta hora”.
Luego, a las 12:30, siguió escribiendo: “Ya terminó todo.
En vista del hecho de que no cambié mi objeción decretaron la sentencia de muerte.
Escuché, y después que pronuncié las palabras ‘Sé fiel hasta la muerte’ y […] otras palabras de nuestro Señor, todo había terminado.
Pero eso ya no importa.
Siento una paz, una tranquilidad, cosa que no pueden imaginarse”.
Maravilloso, ¿no les parece?
Este hermano pudo sentir la paz de Dios antes de que lo ejecutaran.
¿Y qué está sucediendo en Rusia últimamente?
Hombres armados y enmascarados irrumpen para registrar las casas y detener reuniones.
Se ven juicios y encarcelamientos.
Pero también nos han llegado informes muy animadores de hermanos que han recibido la paz de Dios.
Por ejemplo, durante un registro en una casa, un hermano comenzó a sentirse muy nervioso.
Así que le dijo esto a Jehová: “No sé qué hacer; guíame, por favor”.
Justo en ese momento uno de los oficiales se quedó mirando los imanes pegados en el refrigerador y leyó en voz alta y con mucho dramatismo lo que decía uno de ellos: “No te angusties, porque yo soy tu Dios”.
Como ven, la respuesta de Jehová no tardó en llegar.
Hermanos, ¿cuál es la lección?
Sin importar lo que esté pasando a nuestro alrededor, qué tipo de persecución estemos enfrentando o lo difíciles que se hayan puesto las cosas, si le suplicamos ayuda a Jehová y somos agradecidos, obtendremos “la paz de Dios, que está más allá de lo que ningún ser humano puede entender”.