El texto de hoy nos recuerda que la manera en que Jehová nos trata nos ayuda a recuperar las fuerzas.
Y, cuando estaba investigando sobre el tema, encontré un artículo de La Atalaya del año 1998 que hablaba sobre la importancia de fortalecer a nuestros hermanos, de tratarlos con respeto y dignidad.
Y al principio me extrañó ver que en la primera página del artículo había una imagen de un barco de esclavos.
Y pensé: “¿Por qué está esto aquí?”.
El artículo explicaba: “La trata de esclavos fue uno de los capítulos más siniestros de la historia de los tratos inhumanos del hombre a su semejante”.
Y la verdad es que este es uno de los ejemplos más lamentables de cómo el ser humano le ha quitado la dignidad a su semejante y lo ha tratado sin ningún respeto.
Una forma horrible de tratar a otros.
Quitarle a una persona su dignidad y tratarla sin respeto es muy cruel.
Claro, la esclavitud está prohibida ahora en la mayoría de los países del mundo.
Pero hay algo que no debemos olvidar: hoy día se sigue despojando a las personas de su dignidad, pero de una manera más sutil.
Satanás el Diablo controla este mundo y lo que él más desea es meternos en ese barco de esclavos: que perdamos nuestra dignidad y que nos sintamos humillados.
Muchos de nuestros hermanos tienen que enfrentarse a eso todos los días en sus trabajos.
Y en algunos lugares del mundo también se persigue a nuestros hermanos.
Satanás intenta despojarlos de su dignidad.
Aleja de nosotros a nuestros seres queridos para que nos sintamos perdidos y desesperados.
Y usa las enfermedades, la edad avanzada y otras cosas desagradables para que sintamos que somos inútiles, que no valemos nada y que nadie nos quiere.
Satanás quiere quitarnos hasta el último gramo de dignidad que tenemos para que nos quedemos sin fuerzas.
Pero en el texto de hoy vemos que Jehová nos revitaliza.
Fíjense en cómo Jehová y su organización nos tratan y en cómo nos sentimos nosotros gracias a su forma de tratarnos.
Veamos nuevamente el capítulo 32 de Deuteronomio, pero ahora leamos el versículo 2 completo.
Dice: “Mis enseñanzas caerán como la lluvia, mis palabras gotearán como el rocío, como suaves lluvias sobre la hierba y como fuertes aguaceros sobre la vegetación”.
Qué palabras tan animadoras.
El rocío es un fenómeno atmosférico sorprendente.
Jehová creó la atmósfera de tal manera que, cuando el aire se enfría por la noche y si se dan ciertas condiciones, se alcanza lo que se conoce como punto o temperatura de rocío.
Como saben, el aire contiene agua en forma de vapor y, cuando el aire se enfría hasta llegar al punto de rocío, deposita esa agua sobre las superficies que están más frías que el ambiente.
Un artículo decía lo siguiente sobre el rocío: “Parece que la vegetación hubiera derramado lágrimas de alegría al salir el sol”.
Qué bonito, ¿verdad?
Tal como el rocío refresca la vegetación, la Palabra de Jehová nos refresca, o nos revitaliza.
Igual que el rocío penetra en las plantas, los principios de Jehová llegan suavemente a nuestra mente y corazón.
Como sabemos, Jesús imita a la perfección a su Padre.
Y Jesús nos hace una invitación muy cariñosa que todos conocemos y que nos anima mucho.
Está en Mateo 11:28-30.
Seguro la recuerdan.
Jesús dijo: “Vengan a mí, todos ustedes, que trabajan duro y están sobrecargados, y yo los aliviaré.
Pónganse bajo mi yugo y aprendan de mí, porque soy apacible y humilde de corazón.
Conmigo encontrarán alivio.
Porque mi yugo es fácil de llevar y mi carga pesa poco”.
Así que cuando estamos angustiados Jesús nos dice “vengan a mí”.
Nos dice “yo los aliviaré”.
En realidad, es como si Jesús nos dijera: “Mira, cayó rocío en el campo.
Salgamos a caminar un ratito, a respirar aire fresco.
Eso te dará el alivio que necesitas”.
Hay muchos ejemplos de cómo Jesús aliviaba o animaba a los demás.
Uno de los que más me conmueven a mí es el de cuando el apóstol Pedro volvió a ver a Jesús después de haberlo negado.
Este es un ejemplo bastante conocido, pero a mí me gusta mucho porque es fácil ponerse en el lugar de Pedro.
A veces he dicho y hecho cosas tan tan tontas… pero no se puede volver atrás, no se puede deshacer.
Y seguro que Pedro se sintió así cuando negó a Jesús.
El relato de lo que pasó está en Mateo, capítulo 26.
Como recordamos, faltaba poco para que Jesús muriera, y estaba aprovechando esta ocasión para darles a sus apóstoles guía y consejos importantes.
Y en el versículo 31 les dice que esa noche todos ellos le iban a fallar.
De hecho, estaba escrito que eso iba a pasar.
Pero en el 33 Pedro dice: “Yo no. Yo no, Señor, no.
Quizás los otros puedan fallarte, pero yo no, no, nunca.
Yo jamás te fallaré”.
Entonces en el 34, Jesús le dice: “Te aseguro que esta noche, [Pedro,] antes de que cante un gallo, tú negarás tres veces que me conoces”.
Pero Pedro le dice: “No, no, jamás, no.
Aunque tenga que morir contigo, yo nunca negaré conocerte”.
Ya sabemos lo que pasó.
El relato dice en el versículo 75 que, después de negar a Jesús, Pedro “salió afuera y lloró amargamente”.
Estaba destrozado.
Y todo parece indicar que Pedro nunca tuvo la oportunidad de pedirle perdón a Jesús antes de que fuera ejecutado.
Seguramente Pedro debe haberse preguntado: “¿Me perdonará Jesús algún día por lo que hice?”.
Pedro estaba tan tan triste.
¿Habrá perdido el apetito?
¿Habrá podido dormir?
¿Habrá sentido que no podía seguir viviendo con ese terrible peso en su conciencia?
Este debe haber sido uno de los momentos más oscuros en la vida de Pedro.
Y podemos estar seguros de que Satanás estaba haciendo todo lo posible por aplastar y hundir a Pedro hasta arrebatarle la esperanza de vida eterna que él tenía.
Quería humillarlo y quería despojarlo de toda esperanza y de toda dignidad.
Bueno, solo unos pocos días más tarde, la tristeza de Pedro se esfumó porque Jesús se les apareció a los apóstoles.
Pero Jesús hizo algo primero en privado, algo muy conmovedor.
1 Corintios 15:5 dice que Jesús “se le apareció a Cefas”, o a Pedro, primero, “y después a los Doce”.
Así que Jesús se apareció primero a Pedro.
Y parece que él estaba solo.
Pensemos en esa escena.
Pensemos en lo animador que debió ser ese encuentro.
La Biblia no nos cuenta los detalles de la conversación que tuvieron.
Eso es algo que quedó entre Jesús y Pedro.
¿Qué le habrá dicho Jesús a Pedro cuando lo vio?
“Miren, ahí viene don Yo Nunca Te Negaré.
¿No te dije que ibas a negarme tres veces?”.
Estoy seguro de que no fue eso lo que le dijo.
No hay duda de que Jesús fue como rocío refrescante, y lo animó y lo fortaleció mucho.
Seguro que lo escuchó con mucha paciencia mientras Pedro lloraba y le pedía perdón por lo que había hecho.
En ese momento, lo que más deseaba Pedro era que su Maestro lo perdonara, y así fue.
Estamos seguros de que Jesús lo perdonó.
Aunque no sabemos exactamente qué le dijo, está claro que lo animó y lo consoló.
Y sin duda el apóstol Pedro guardará para siempre esas palabras en su corazón.
Seguro que Pedro por fin pudo dormir bien aquella noche.
¿Y cuál es la lección?
Bueno, vivimos en “tiempos críticos y difíciles de soportar”.
Muchos hermanos y hermanas, incluso aquí, en Betel, se sienten agobiados por las preocupaciones de este sistema.
Y otros puede que nos sintamos aplastados por problemas personales.
Dejemos que la Palabra de Dios y el ejemplo de hombres fieles como Jesús, los apóstoles, los profetas y otros nos revitalicen.
Dejemos que nos alivien como si fueran rocío refrescante.
Jehová nos asegura, hoy más que nunca, que se preocupa mucho por nosotros y que quiere ayudarnos.
Quiere llevarnos de la mano cuando pasemos por esos momentos difíciles.
Y a veces serán otros hermanos los que necesiten desahogarse.
Como Jesús, ayudémoslos con su carga y escuchémoslos con empatía.
No podemos resolver todos sus problemas, pero sí podemos escuchar todos sus problemas.
Así mostramos que nos importan.
Mientras preparaba este discurso, encontré un artículo muy bonito en La Atalaya de abril de 2020.
Se titula “Mostremos interés y seamos compasivos”.
Si pueden hacerlo, dediquen un ratito a repasarlo.
Ahí encontrarán hermosas sugerencias sobre cómo podemos aliviar a los demás.