Sean todos bienvenidos.
Invitaremos al hermano Robert Luccioni, ayudante del Comité de Publicación, a leernos el texto bíblico del día.
Hoy es sábado 27 de marzo, y el texto es Romanos 8:16: “El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”.
Gracias, Robert.
Es todo un honor para mí darles la bienvenida, queridos hermanos y hermanas de todo el mundo, a este programa de adoración matutina.
Hoy es un día muy especial.
¡Para todos!
Según el antiguo calendario judío, esta noche, después de la puesta del Sol, comenzará el día 14 de nisán.
El 14 de nisán del año 33, tomando en cuenta la voluntad de Jehová, Jesús estuvo dispuesto a entregar su vida humana perfecta.
Lo hizo para rescatar a la humanidad del pecado que heredó de Adán, el primer ser humano.
Seguramente, todos han oído hablar de Adán y Eva, la primera pareja que hubo en la Tierra.
Cuando Dios hizo a Adán, le dio la oportunidad de vivir para siempre.
Eso es lo que quería para él.
Ahora bien, Jehová le dejó claro que solo podría vivir para siempre si seguía siendo obediente.
Adán tenía que demostrar su obediencia siguiendo un mandato claro y muy sencillo: no comer de un árbol en particular.
Lamentablemente, desobedeció.
Satanás, un espíritu rebelde, engañó a la esposa de Adán, Eva, y ella comió del árbol.
Y, cuando ella le ofreció del fruto a Adán, él fue muy tonto y también comió.
Al desobedecer a Jehová, Adán dejó ir la oportunidad de vivir para siempre.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver eso con nosotros?
La respuesta la encontramos en Romanos 5:12: “Así pues, por medio de un solo hombre [Adán], el pecado entró en el mundo y por medio del pecado entró la muerte, y así fue como la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos habían pecado...”.
Como vemos, morimos por culpa de Adán y su pecado, no por culpa de Dios.
Así como los hijos pueden heredar defectos genéticos de sus padres, nosotros heredamos de Adán y Eva tanto el pecado como la sentencia de muerte.
Pero ¿notaron que al final del versículo 12 hay unos puntos suspensivos?
¿Por qué razón?
Porque el apóstol Pablo aún no había completado la idea; ¡nos dejó en suspenso!
De hecho, esos puntos suspensivos también están allí porque la forma en que se expresan estas ideas en griego, el idioma original, indica que el argumento no ha concluido.
Aquí, en el versículo 12, el apóstol Pablo deja claro que la muerte se extendió a todos mediante un hombre, pero aún no dice cuál es la solución.
Ahora, en el versículo 19, Pablo sigue hablando del mismo asunto, y allí sí subraya muy bien la solución a este problema.
Vamos a leerlo.
Versículo 19: “Porque, tal como muchos llegaron a ser pecadores por la desobediencia de un solo hombre, del mismo modo muchos llegarán a ser justos por la obediencia de una sola persona”.
Aquí queda claro que el sacrificio de Jesús es la solución.
Gracias a que Jesucristo entregó su vida, todos tenemos la oportunidad de vivir para siempre.
Algunos esperan vivir eternamente en los cielos, pero la gran mayoría abriga la esperanza de disfrutar de salud perfecta en un hermoso paraíso en la Tierra.
Al fin y al cabo, ese era el propósito original de Dios para la Tierra, ¿no es cierto?
¡Y lo que Jehová se propone siempre lo cumple!
Ahora bien, el texto para hoy, Romanos 8:16, se refiere a quienes tienen la esperanza de vivir para siempre en los cielos y gobernar junto con Jesús en el Reino mesiánico.
Vamos a leerlo de nuevo.
Romanos 8:16: “El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”.
Pero ¿cómo le da testimonio el espíritu santo a una persona para que sepa que ha sido escogida para ir al cielo?
El libro de Hechos nos ayuda a entender este punto.
Si recordamos, en el capítulo 1 de Hechos, en los versículos 4 y 5, se narra que Jesús se apareció a sus discípulos unos días después de resucitar y les dijo que no se fueran de Jerusalén, que esperaran a que Jehová les diera un regalo: el espíritu santo.
¡Y dicho y hecho!
Unos días más tarde, en Pentecostés, Jehová derramó su espíritu santo.
Cuando unos 120 discípulos se encontraban en el cuarto superior de una casa, se llenaron de espíritu santo y sucedió algo espectacular.
¿Qué fue?
Vamos a verlo.
Hechos 2:2: “De repente se oyó un ruido desde el cielo, como el de una fuerte ráfaga de viento, y llenó toda la casa donde estaban sentados.
Y vieron aparecer algo similar a lenguas de fuego que se fueron repartiendo y posando, una sobre cada uno de ellos.
Todos se llenaron de espíritu santo y comenzaron a hablar en diferentes idiomas, así como el espíritu los capacitaba para hablar”.
Estos 120 discípulos fueron los primeros en ser ungidos con espíritu santo y en recibir la invitación para gobernar con Jesús en los cielos.
Obviamente, aquello nunca se les iba a olvidar.
¡Estaba clarísimo!
No había ninguna duda en su mente de que el espíritu santo había dado testimonio con su espíritu.
Pero ¿qué ocurrió a partir de entonces?
Las demás personas elegidas para ir al cielo, ¿se enteraron de una forma tan espectacular, parecida a la de los 120?
La respuesta es no.
Veamos un ejemplo.
Leamos los versículos 37 y 38, aquí, en Hechos, capítulo 2.
Vamos a ver lo que pasó con varios miles de discípulos que también fueron ungidos con espíritu santo aquel mismo día de Pentecostés.
Versículo 37: “Cuando oyeron esto, sintieron que un dolor les atravesaba el corazón y les preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué debemos hacer?’.
Pedro les dijo: ‘Arrepiéntanse, y que cada uno de ustedes se bautice en el nombre de Jesucristo para que sus pecados sean perdonados, y recibirán el regalo del espíritu santo’ ”. El versículo 41 indica que unas 3.000 personas se bautizaron aquel día.
¿Pero notaron que, aunque fueron ungidos con espíritu santo después de bautizarse, no ocurrió ningún milagro espectacular, como en el caso de los 120 que habían recibido espíritu santo más temprano aquel mismo día?
Ahora surge una interesante pregunta: ¿quiere decir esto que la persona que Dios escoja para ir al cielo recibirá el testimonio del espíritu el día de su bautismo?
De nuevo, la respuesta es no.
La prueba la encontramos en el capítulo 8 del libro de Hechos.
Los invito a leer un interesante relato que comienza en el versículo 14: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que la gente de Samaria había aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Así que ellos bajaron y oraron para que los samaritanos recibieran espíritu santo, pues solo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús y ninguno había recibido aún el espíritu santo.
De modo que les impusieron las manos y ellos empezaron a recibir espíritu santo”.
Como acabamos de leer en este relato, el espíritu santo dio testimonio con el espíritu de aquellos samaritanos tiempo después de que se bautizaran.
Y así sucede hoy.
El espíritu santo da testimonio con el espíritu de la persona tiempo después de que esta se bautiza...
y después de haber tenido suficiente tiempo para demostrarle a Jehová que es leal.
Otra pregunta: ¿cómo sabe alguien con absoluta certeza que se le ha elegido para ir al cielo?
Lean conmigo 1 Juan, capítulo 2.
A ver si esto nos ayuda.
1 Juan 2:20: “Ustedes han recibido una unción que viene del santo, y todos ustedes tienen conocimiento”.
Tienen el “conocimiento”, o la certeza, de que han sido elegidos.
Miren ahora el 27: “En cuanto a ustedes, la unción que recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les esté enseñando.
Pero la unción que viene de él, que es verdadera y no es mentira, les está enseñando acerca de todas las cosas”.
Así que los ungidos no necesitan que nadie les confirme nada.
El espíritu santo de Jehová se lo ha dejado claro.
Están segurísimos.
Piénsenlo: el espíritu santo es la fuerza más poderosa de todo el universo.
Jehová lo usó para crear el Sol, la Luna, las estrellas...
para crear toda clase de vida que hay en el cielo y en la Tierra.
Y fue ese espíritu el que Jehová utilizó para transmitir su mensaje a quienes escribieron la Biblia.
De hecho, en el universo nadie se comunica mejor que Jehová.
Por lo tanto, cuando su espíritu santo da testimonio, el mensaje no va a ser: “A lo mejor eres ungido, ¡quién sabe!”.
No va a dejar a la persona con la duda, preguntándose: “¿Lo seré?”.
No.
El mensaje será claro, concreto, incuestionable.
A la persona no le quedará ninguna duda ni en su mente ni en su corazón.
De modo que, si alguien se pregunta si es ungido o no, la respuesta es obvia: no lo es.
¿Y qué hay de los millones de siervos fieles de Dios que no han recibido la invitación de ir al cielo?
Pues ellos podrán disfrutar de la vida que Dios quería para los seres humanos desde el principio, antes de que hubiera necesidad de adoptar a algunos de ellos para ir al cielo: vida eterna en un paraíso en la Tierra.
De hecho, unos versículos después de la cita para hoy, en Romanos 8:21, se dice lo siguiente sobre los seres humanos: “La creación misma también será liberada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.
Sea que esperemos ir al cielo o vivir en la Tierra, ¿verdad que todos los siervos de Jehová del mundo esperamos con anhelo el cumplimiento de la maravillosa promesa de vivir para siempre?
Y esta noche, después de la puesta del Sol, cuando nos reunamos para celebrar la Cena del Señor, vamos a tener la oportunidad de recordar las dos mayores muestras de amor de la historia, que harán de nuestra incomparable esperanza una realidad.
Ahora vamos a pedirle al hermano Luccioni que lea los comentarios de La Atalaya para la cita bíblica del día de hoy. “¿Cómo sabe alguien que ha recibido la llamada celestial?
La respuesta se ve con claridad en las palabras que el apóstol Pablo les escribió a los que estaban en Roma y habían sido ‘llamados para ser santos’.
Además de las palabras del texto de hoy, les dijo: ‘Ustedes no recibieron un espíritu de esclavitud que les haga volver a tener miedo, sino que recibieron un espíritu que los adopta como hijos, el espíritu que nos motiva a exclamar: “¡Abba, Padre!” ’.
Así pues, por medio de su espíritu santo, Dios les deja claro a los ungidos que han recibido la llamada celestial.
Jehová se encarga de que los que reciban su invitación de ir al cielo no tengan ni la más mínima duda en su mente y corazón.
Los ungidos no necesitan que nadie les confirme que son ungidos”.
Gracias, Robert.
Ahora vamos a escuchar la lectura para la Conmemoración que corresponde al día de hoy.
En Lucas 22 y Marcos 14 leeremos sobre cosas que ocurrieron el día 13 de nisán.
Ahora bien, algunas cosas que leeremos al final del capítulo 22 de Lucas ocurrieron después de la puesta del Sol, el 14 de nisán.
Los versículos que vamos a estar leyendo aparecerán en su pantalla. “Entonces llegó el día de la Fiesta de los Panes Sin Levadura, en el que hay que ofrecer el sacrificio de la Pascua.
Así que Jesús envió a Pedro y a Juan con estas instrucciones: ‘Vayan y preparen la Pascua para que la comamos’.
Ellos le preguntaron: ‘¿Dónde quieres que la preparemos?’.
Él les dijo: ‘Miren, cuando entren en la ciudad, se encontrará con ustedes un hombre que lleva una vasija de barro con agua.
Síganlo y entren en la casa en la que él entre.
Y díganle al dueño de la casa: “El Maestro te dice: ‘¿Dónde está el cuarto de invitados, para que yo coma la Pascua con mis discípulos?’”.
Y ese hombre les mostrará en la parte alta una habitación grande amueblada.
Preparen la Pascua allí’.
Ellos se fueron y lo encontraron todo tal como él les había dicho; entonces hicieron los preparativos para la Pascua”.
“Ahora bien, el primer día de la Fiesta de los Panes Sin Levadura, cuando tenían la costumbre de ofrecer el sacrificio de la Pascua, sus discípulos le preguntaron: ‘¿Adónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua?’.
Entonces, él envió a dos de sus discípulos con este encargo: ‘Vayan a la ciudad.
Allí se encontrará con ustedes un hombre que lleva una vasija de barro con agua.
Síganlo y, donde sea que él entre, díganle al señor de la casa: “El Maestro dice: ‘¿Dónde está el cuarto de invitados, para que yo coma la Pascua con mis discípulos?’”.
Y él les mostrará en la parte alta una habitación grande, amueblada y lista.
Hagan allí los preparativos para nosotros’.
Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad y lo encontraron todo tal como él les había dicho; entonces hicieron los preparativos para la Pascua”.
“Así que, cuando llegó la hora, él se sentó a la mesa junto con los apóstoles.
Y les dijo: ‘Deseaba tanto comer con ustedes esta Pascua antes de que empiece mi sufrimiento...; porque les digo que ya no la volveré a comer hasta que esta tenga su cumplimiento en el Reino de Dios’.
Y, después de aceptar una copa, dio gracias a Dios y les dijo: ‘Tómenla y vayan pasándola entre ustedes, porque les digo que a partir de ahora no volveré a beber del producto de la vid hasta que venga el Reino de Dios’.
Después tomó un pan, le dio gracias a Dios, lo partió, se lo dio a ellos y les dijo: ‘Esto representa mi cuerpo, que será dado en beneficio de ustedes.
Sigan haciendo esto en memoria de mí’.
También, después de haber cenado, hizo lo mismo con la copa.
Les dijo: ‘Esta copa representa el nuevo pacto, validado con mi sangre, que va a ser derramada en beneficio de ustedes.
Pero, miren, la mano del que me va a traicionar está conmigo en la mesa.
Porque, es cierto, el Hijo del Hombre sigue su camino según lo que está establecido.
Pero ¡ay del que lo va a traicionar!’.
De modo que empezaron a discutir unos con otros sobre quién de ellos sería el que iba a hacer eso.
Entonces también surgió una fuerte discusión entre los discípulos sobre quién de ellos era considerado el mayor.
Pero él les dijo: ‘Los reyes de las naciones dominan al pueblo, y a los que tienen autoridad sobre la gente se les llama benefactores.
Sin embargo, ustedes no deben ser así.
Más bien, el que sea mayor entre ustedes, que se vuelva como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.
Porque ¿quién es mayor?
¿El que come, o el que sirve?
¿Acaso no es el que come?
Pero yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ahora bien, ustedes son los que en mis pruebas se han mantenido a mi lado.
Y yo hago un pacto con ustedes para un reino, así como mi Padre ha hecho un pacto conmigo, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten en tronos para juzgar a las 12 tribus de Israel.
Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a todos ustedes para sacudirlos como si fueran trigo.
Pero yo he rogado por ti para que tu fe no decaiga.
Y tú, cuando vuelvas, fortalece a tus hermanos’.
Entonces él le dijo: ‘Señor, estoy listo para ir a prisión contigo y hasta para morir contigo’.
Pero él le respondió: ‘Pedro, te digo que hoy el gallo no cantará hasta que hayas negado tres veces que me conoces’.
También les dijo: ‘Cuando los envié sin bolsita para el dinero ni bolsa de provisiones ni sandalias, ¿verdad que no les faltó nada?’.
‘¡No!’, le contestaron.
Entonces él les dijo: ‘Pero, ahora, el que tiene una bolsita para el dinero, que la lleve, y también una bolsa de provisiones; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una.
Porque les digo que tiene que cumplirse en mí esto que está escrito: “Fue considerado un delincuente”.
De hecho, esto se está cumpliendo en mí’.
Entonces ellos le dijeron: ‘Señor, mira, aquí hay dos espadas’.
Él les respondió: ‘Con eso basta’.
Al salir, se fue como de costumbre al monte de los Olivos, y los discípulos lo siguieron.
Cuando llegaron al lugar, les dijo: ‘Quédense orando para que no caigan en la tentación’.
Y él se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra.
Se puso de rodillas y comenzó a orar diciendo: ‘Padre, si quieres, quítame esta copa.
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya’.
Entonces se le apareció un ángel del cielo y lo fortaleció.
Con todo, su agonía era tan grande que continuó orando todavía con más intensidad, y su sudor se volvió como gotas de sangre que caían al suelo.
Cuando se levantó después de orar, fue adonde estaban los discípulos y los encontró durmiendo, agotados por la tristeza.
Les dijo: ‘¿Por qué están durmiendo?
Levántense y oren todo el tiempo para que no caigan en la tentación’.
Mientras él todavía estaba hablando, apareció una multitud.
Al frente iba uno de los Doce, el que se llamaba Judas, y se acercó a Jesús para besarlo.
Pero Jesús le dijo: ‘Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?’.
Cuando los que estaban a su alrededor vieron lo que iba a pasar, le preguntaron: ‘Señor, ¿atacamos con la espada?’.
Y uno de ellos atacó al esclavo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.
Ante esto, Jesús dijo: ‘Ya basta’.
Y, tocándole la oreja al esclavo, lo curó.
Entonces Jesús les dijo a los sacerdotes principales, a los capitanes del templo y a los ancianos que habían ido allí a buscarlo: ‘¿Salieron con espadas y garrotes como si yo fuera un ladrón?
Día tras día estuve con ustedes en el templo y no me pusieron las manos encima.
Pero esta es la hora de ustedes y la hora en que gobierna la oscuridad’.
A continuación lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote.
Y Pedro iba siguiéndolos a cierta distancia.
Ellos encendieron un fuego en medio del patio y se sentaron juntos.
Pedro estaba sentado entre ellos.
En eso, una sirvienta que lo vio sentado a la luz del fuego se quedó mirándolo y dijo: ‘Este hombre también andaba con él’.
Pero Pedro lo negó.
Dijo: ‘Mujer, yo no lo conozco’.
Poco después, otra persona lo vio y le dijo: ‘Tú también eres uno de ellos’.
Pero Pedro le contestó: ‘Hombre, no lo soy’.
Como una hora más tarde, otro se puso a decir con insistencia: ‘¡No hay duda de que este hombre también andaba con él!
Está claro que es galileo’.
Pero Pedro le dijo: ‘Hombre, no sé lo que dices’.
Al instante, mientras él todavía estaba hablando, un gallo cantó.
Con eso, el Señor se volvió y miró a Pedro fijamente, y Pedro recordó la declaración del Señor, quien le había dicho: ‘Antes de que un gallo cante hoy, tú negarás tres veces que me conoces’.
Y salió afuera y lloró amargamente.
Ahora bien, los hombres que tenían a Jesús bajo custodia empezaron a burlarse de él y a golpearlo.
Después de cubrirle la cara, le decían una y otra vez: ‘¡Profetiza! ¿Quién es el que te pegó?’.
Y decían muchas otras blasfemias contra él”.
Ha sido todo un placer para mí hablar hoy con millones de hermanos y hermanas de todas partes del mundo.
Todos ustedes son ovejitas de Jehová.
Y quiero que sepan que les tenemos mucho cariño.
Que Jehová nos acompañe a todos esta noche cuando nos reunamos —físicamente, si es posible, pero principalmente en espíritu— para recordar juntos, para conmemorar, el evento más importante de todos: el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, el regalo más valioso que nos ha hecho nuestro Padre, Jehová.