Alex Reinmueller: ¡Sigamos luchando contra el pecado! (Rom. 7:22, 23)

Hace algunos años, La Atalaya citó a un escritor de temas religiosos que dijo: “Ya no nos vemos como ‘pecadores’ […] que necesitemos ser perdonados.

Puede que este tema nos preocupara en el pasado, pero ya lo hemos superado.

La religión ofrece una solución para el problema del pecado, pero la mayoría de los norteamericanos ya no lo consideramos un problema”.

Este señor dijo estas palabras hace 25 años, y hoy muchas más personas alrededor del mundo piensan igual.

¿Qué es el pecado?

¿Qué efecto tiene en nuestra libertad?

¿Y por qué es un problema para todos, incluso para los cristianos?

En su Carta a los Romanos, el apóstol Pablo habló del poder que tiene el pecado y de cómo luchar contra él.

La Biblia dice que “toda injusticia es pecado”, y eso también se refiere a cualquier cosa que pueda dañar nuestra relación con Jehová.

En Romanos 5:12, Pablo explica que “por medio de un solo hombre [Adán], el pecado entró en el mundo y por medio del pecado entró la muerte, y así fue como la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos habían pecado”.

Y en Romanos 7:19 dice: “Porque no hago las cosas buenas que deseo hacer, sino que practico las cosas malas que no deseo”.

Y, siendo honestos, tenemos que admitir que a todos nos pasa lo mismo.

El pecado no es solo “Ay, he hecho esto” o “No he hecho lo otro”.

La obra Perspicacia explica que el pecado es también una fuerza que nos gobierna o que actúa en cada uno de nosotros.

Y, si lo pensamos bien, eso asusta un poco.

El propio apóstol Pablo comparó el pecado con una ley, una ley que nos controla.

También lo comparó a un rey, un rey que ordena lo que quiere, a quien quiere y cuando él quiere.

Pablo utilizó estas imágenes tan impactantes porque quería que comprendiéramos el poder tan grande que tiene el pecado y que es algo que está ahí y no nos deja en paz.

El poder del pecado se pudo ver enseguida cuando Adán y Eva fueron expulsados del jardín de Edén.

En Génesis, capítulo 4, cuando Jehová aceptó el sacrificio de Abel, pero rechazó el de Caín, leemos que Caín “se enfureció y se sintió muy decepcionado”.

Caín no se dio cuenta de que esos sentimientos tan intensos que tenía no eran los sentimientos o las emociones naturales con los que Jehová lo había creado.

Era el pecado que había heredado de sus padres lo que quería controlarlo.

Así que Jehová le aclaró a Caín lo que le estaba pasando.

Le dio una clara advertencia del peligro en el que se encontraba y le dijo: “El pecado te seguirá acechando a la puerta porque desea dominarte [Caín].

¿Y tú serás capaz de controlarlo?”.

¡Qué lástima que Caín no escuchara a Jehová y permitiera que el pecado heredado lo dominara, lo controlara!

Como resultado, acabó matando a su hermano.

En Juan 8:34, Jesús dijo que “el que peca es esclavo del pecado”.

Sí, y somos prisioneros del pecado.

No es algo que superemos o dejemos atrás solo con el paso del tiempo.

Sería tonto cerrar los ojos a esa realidad.

No ha habido una peor forma de esclavitud en la historia de la humanidad.

El pecado no solo nos lleva a hacer lo que está mal, sino que también nos impide hacer lo que nosotros sabemos que está bien o no nos deja estar a la altura de lo que Jehová espera de nosotros.

Así es el pecado.

Esto nos recuerda las palabras de Pablo que encontramos en Romanos, capítulo 7.

Aquí Pablo admite algo con mucha tristeza.

Y, aunque todos sabemos lo que es, porque lo hemos leído muchas veces, vamos a volver a leerlo.

¿Quién de nosotros no se identifica con esta lucha constante que se describe en los versículos 21 al 24?

Dice así: “Me doy cuenta de que existe esta ley en mi caso: cuando deseo hacer lo que es correcto, lo que es malo está conmigo.

Al hombre que soy por dentro de veras le agrada la ley de Dios, pero en mi cuerpo veo otra ley que lucha contra la ley de mi mente y que me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo.

¡Qué desdichado soy!

¿Quién me librará del cuerpo que está sufriendo esta muerte?”.

Cuando Pablo escribió estas palabras ya llevaba más de 20 años sirviendo a Jehová.

Y, de esos 20, casi 10 los había pasado sirviendo como “apóstol a las naciones”.

Aun así, el pecado todavía seguía acechándolo.

Trataba de dominarlo.

¿Contra qué debilidades tenía que luchar el apóstol Pablo?

La verdad es que no lo sabemos, pero en cierta ocasión él escribió a Timoteo que en el pasado él había sido un hombre “insolente”.

Y admitió que antes de su conversión estaba sumamente furioso con los cristianos y los persiguió.

Está claro que con el tiempo Pablo aprendió a controlar su genio, pero aun así hubo momentos en los que le costó trabajo controlar sus emociones, sus palabras.

De hecho, la Biblia nos dice que en una ocasión hubo “un fuerte estallido de ira” entre él y su compañero, Bernabé.

Como dijo Pablo, nosotros solos no podemos luchar contra la influencia que ejerce el pecado que hemos heredado.

Sin embargo, hay esperanza.

Como leemos en Juan 8:36, Jesús prometió que, si el Hijo nos libera, seremos libres de verdad.

Sigamos leyendo lo que dice Romanos 7:25.

Aquí Pablo añade lo siguiente: “¡A Dios le doy gracias por medio de Jesucristo nuestro Señor!

Así pues, con mi mente soy esclavo de la ley de Dios, pero con mi carne soy esclavo de la ley del pecado”.

Al aceptar el regalo que Dios nos ha hecho para salvarnos, Pablo quedó libre de la esclavitud al pecado y la muerte que reinan sobre la humanidad.

¡Qué alivio tuvo que haber sentido Pablo!

Se percibe en las palabras que acabamos de leer.

Querido hermano, ¿estás luchando ahora contra alguna mala tendencia, por ejemplo, la envidia, como en el caso de Caín, o tu genio, como en el caso de Pablo?

O puede que tengas una mala actitud o tal vez un mal hábito que te sea difícil superar.

No te desanimes.

Como Pablo, todos tenemos que luchar contra el pecado.

La solución al problema del pecado es la siguiente: tener fe en el rescate y seguir “andando de acuerdo con el espíritu”.

El rescate nos permite servir a Jehová con una conciencia tranquila.

¡Qué magnífico regalo!

En Romanos 8:2, Pablo dijo: “Porque la ley del espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte”.

¿Y cómo seguimos andando de acuerdo con el espíritu?

Bueno, tenemos que seguir progresando en sentido espiritual, pero no hay por qué pensar que tenemos que ser perfectos.

Está claro que eso ahora es imposible.

Cada día tenemos que esforzarnos, hacer todo lo que esté en nuestras manos por seguir la guía del espíritu santo en nuestras vidas.

El pecado es real, es algo muy serio, no es algo que alguien se haya inventado simplemente para que nos portemos bien.

El pecado es cualquier cosa que dañe nuestra relación con Jehová.

Desde que nacemos ya somos esclavos del pecado, pero, como vimos, Pablo dijo que con la ayuda de Jehová podemos evitar que el pecado nos domine y escapar de su control.

Y déjenme decirles, queridos hermanos, que es un privilegio servir con ustedes porque cada día ustedes luchan contra el pecado y ganan la batalla contra él.

No dejen de luchar.

Y, si es posible, sigan haciéndolo con más determinación.

Juntos podemos hacerlo.

Al final del Reinado de Mil Años, Jesús acabará con ese rey malvado, el pecado, de una vez por todas.

¡Guau! ¡Qué alegría!

Entonces disfrutaremos de lo que dice Romanos 8:21: “la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.

Imaginen eso.

Nunca más tendremos que volver a pedirle perdón a Jehová por nuestros pecados.

Al igual que Jesús, todos los días vamos a poder decirle a Jehová: “Yo siempre hago lo que a ti te agrada”.

¡Qué maravilloso será eso!

Me muero de ganas.

Entonces seremos libres de verdad.




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