Analicemos el relato que se menciona en el comentario de “La Atalaya” para hoy.
Abran su Biblia en el Evangelio de Lucas.
Por favor síganme en la lectura de Lucas, capítulo 10, versículos 38 a 42. Dice: “Ahora bien, mientras seguían su camino, él entró en cierta aldea.
Aquí cierta mujer, de nombre Marta, lo recibió en la casa como huésped.
Esta también tenía una hermana llamada María, quien, sin embargo, se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra.
Marta, por otra parte, estaba distraída atendiendo a muchos quehaceres.
De modo que se acercó y dijo: ʻSeñor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender las cosas?
Dile, por lo tanto, que me ayudeʼ.
En contestación, el Señor le dijo: ʻMarta, Marta, estás inquieta y turbada en cuanto a muchas cosas.
Son pocas, sin embargo, las cosas que se necesitan, o solo una.
Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitadaʼ”.
¿Notaron que el versículo 40 dice que Marta “estaba distraída atendiendo a muchos quehaceres”?
Claro, difícilmente pensaría ella que se estaba distrayendo.
No estaba enfrascada en un pasatiempo o un negocio.
No, estaba ocupada con algo importante: estaba atendiendo al Señor Jesucristo.
Pensémoslo un momento: se trataba del Mesías, el hijo de Dios.
Sin duda, mostrarle hospitalidad era uno de los mayores privilegios que jamás pudiera haber tenido una persona.
Así que no nos sorprende que le pidiera a Jesús que María le ayudara con los quehaceres.
Este relato me hizo pensar en una importante cuestión: ¿podría un siervo de Jehová llegar a distraerse en sentido espiritual mientras se ocupa de realizar buenas obras?
Les planteo estas tres situaciones.
Con la intención de ampliar su ministerio, alguien decide aprender un nuevo idioma.
Pero se centra tanto en aprenderlo que poco a poco deja de leer y estudiar la Biblia en su lengua materna.
O puede que alguien decida irse a servir a un lugar donde hacen falta más predicadores, pero dedica tanto tiempo a informarse sobre el país —sobre las costumbres y la comida— que empieza a descuidar su adoración en familia y su estudio personal.
O piensen en un betelita como nosotros: ama su asignación, la encuentra superinteresante y trabaja muy duro.
Pero tal vez se obsesione tanto con la eficiencia y con adelantar el trabajo que desarrolle la costumbre de trabajar horas extras sin que se lo pidan y, entonces, su asistencia a las reuniones o la relación con su cónyuge comienzan a sufrir las consecuencias.
No podemos negar que todas estas actividades teocráticas son buenas obras.
Pero ¿alcanzamos a ver el peligro?
¿Vemos que podríamos distraernos incluso cuando nos dedicamos a actividades de esta clase?
Bien, regresemos un momento al capítulo 10 de Lucas.
Resulta interesante que Jesús no dijo que Marta estuviera haciendo algo malo.
Como dice Juan 11:5, Jesús le tenía cariño a Marta, quien era una mujer espiritual.
Valoraba mucho todo lo que estaba haciendo por él.
Pero, con la bondad que lo caracterizaba, le recordó que, por estar tan concentrada en preparar la comida, se estaba perdiendo de recibir lo que en el versículo 42 él llamó “la buena porción”, la espiritual, en este caso escuchar sus enseñanzas.
Marta estaba desperdiciando una incomparable oportunidad de fortalecer su fe.
Escuchen el siguiente comentario, que se publicó en “La Atalaya” del 1 de septiembre de 1999: “Por amor, hay quienes —como Marta— se desviven por satisfacer las necesidades de sus hermanos en la fe.
Son personas prácticas y de acción a las que Jehová promete recompensar sus bondadosas obras [...].
Pero otros tal vez sean más como María, por su actitud serena y contemplativa.
El ansia con que meditan la Palabra de Dios les ayuda a estar sólidamente arraigados en la fe”.
Y añade: “Ambos tipos de personas son esenciales en la congregación cristiana”.
Lo mismo puede decirse de la familia Betel.
Ahora bien, el artículo sigue diciendo: “No obstante, todos debemos ‘escoger la buena porción’ dando mayor importancia a lo espiritual”.
Así que se espera que actuemos con equilibrio, ¿cierto?
Pensemos, por ejemplo, en la visita de nuestro superintendente de circuito.
¿Qué pasaría si todos quisiéramos predicar con él, pero nadie se ofreciera para invitarlo a comer?
Sin duda, no estaríamos siendo muy hospitalarios que digamos.
Y, si todos lo invitáramos a comer, pero nadie se ofreciera para acompañarlo a él o a su esposa a predicar, tampoco estaríamos siendo equilibrados.
Con este ejemplo podemos concluir que debemos satisfacer nuestras necesidades y las de los demás, pero sin perder de vista lo que es más importante.
Entonces, ¿cuál es la clave para que nuestras buenas obras no se conviertan en distracciones?
Veamos la respuesta que da la Biblia.
Por favor busquen conmigo la carta a los Filipenses, en el capítulo 1 y los versículos 9 y 10: “Y esto es lo que continúo orando: que el amor de ustedes abunde todavía más y más con conocimiento exacto y pleno discernimiento; para que se aseguren de las cosas más importantes, para que estén exentos de defectos y no hagan tropezar a otros hasta el día de Cristo”.
Así que, antes de ocuparnos de cualquier tarea o asignación, debemos orar y también detenernos a pensar las cosas...
usar nuestro conocimiento y discernimiento.
Sí, el discernimiento nos ayudará a ver de manera clara cuáles son las cosas más importantes para Dios.
Y, cuando logramos ver eso, podemos poner en sintonía con su voluntad nuestros pensamientos, nuestros actos y nuestras decisiones.
Solo si nos aseguramos de cumplir con lo más importante, obtendremos la bendición de Jehová.
Sin duda, se aprecia que alguien aprenda un nuevo idioma o se mude a un lugar con necesidad de más predicadores, pues hace falta.
De hecho, si nos lo permiten las circunstancias, se nos anima a hacer cosas como esas.
Y, aquí en Betel, ¿quién no desea trabajar duro, hacerse más hábil en su trabajo y darle todo a Jehová?
No obstante, no perdamos de vista la lección de Jesús: incluso cuando se trata de hacer buenas obras, hay que actuar con equilibrio.
Nunca permitamos que actividad alguna nos impida seguir progresando en sentido espiritual.
Así es, no queremos desperdiciar las oportunidades de fortalecer nuestra fe y nuestra relación con nuestros hermanos y, sobre todo, con Jehová.
Vayamos nuevamente al capítulo 10 de Lucas.
El versículo 42 registra las últimas palabras que Jesús le dice a Marta: “María escogió la buena porción, y no le será quitada”.
De seguro, lo que María escuchó aquel día de la boca de Jesús: el ánimo, la instrucción espiritual...
¡jamás lo iba a olvidar!
La acompañaría el resto de sus días.
Quizás a ti te haya pasado lo mismo, que recuerdes un discurso en una reunión o en una asamblea, o una conversación que tuviste con alguien alguna vez, unas palabras que te marcaron, que fortalecieron tu fe en Jehová o que te hicieron sentir más cerca de él.
Si te sucedió eso, estarás de acuerdo conmigo en que se trató de algo muy especial, algo que te acompañará toda la vida.
Qué buena lección, ¿verdad?
No debemos distraernos.
Más bien, sigamos fortaleciendo nuestra espiritualidad y nuestra relación con Jehová.
Por eso, escojamos “la buena porción”.
Si lo hacemos, de seguro Jehová bendecirá nuestros esfuerzos.