En una encuesta reciente, se pidió a más de seis mil personas de todo el mundo que dijeran lo que hacía falta para ser feliz.
Es curioso que solo el 16% contestara que la fe o las creencias religiosas tenían alguna relación con su felicidad.
Bueno, las palabras del texto de hoy, como ya saben, forman parte de lo que Jesús dijo en el Sermón del Monte.
Y él empezó el discurso explicando lo que necesitamos para ser felices de verdad.
En realidad, lo que él dijo es muy diferente de lo que la mayoría de la gente contestó en esa encuesta.
Explicó que nuestra felicidad está directamente relacionada con tener una fe fuerte y una buena relación con Dios.
Los invito a que busquen en sus biblias el capítulo 5 de Mateo, ya que vamos a analizar algunas partes de este relato.
Comencemos leyendo Mateo 5:3: “Felices son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual, puesto que a ellos pertenece el reino de los cielos”.
Fíjense en cómo empieza: “Felices son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual”.
O, como dice la nota, “los que son mendigos del espíritu”.
Normalmente, un mendigo está desesperadamente consciente de que necesita comida.
Y ¿verdad que nosotros tenemos que estar igual de conscientes de que necesitamos alimento espiritual?
De hecho, tenemos que rogarle a Jehová que nos dé su espíritu santo.
Notemos que este punto se vuelve a destacar en el versículo 6.
Allí se habla de tener “hambre y sed” de recibir la guía de Dios, o sea, le rogamos que nos ayude a comportarnos de una manera que permita que su espíritu dirija nuestra vida.
Y eso ocurre cuando aprovechamos las ayudas espirituales que Jehová nos da.
¿Cómo?
Leyendo su Palabra y meditando en ella, siguiendo un programa regular de estudio y, por supuesto, orándole siempre.
Si hacemos todas estas cosas, demostramos que confiamos en Jehová y que dependemos completamente de él.
Y, claro, cuando le pedimos a Jehová espíritu santo y nos esforzamos por poner en práctica lo que aprendemos, somos más felices porque llegamos a ser mejores personas y nos resulta más fácil demostrar diferentes cualidades del fruto del espíritu.
Y esto se nota en cómo tratamos a los demás.
Jesús mencionó algunas de estas cualidades en su discurso.
Por ejemplo, en el versículo 5 se habla de la apacibilidad.
En el 7, de mostrar misericordia a otros.
Y, en el versículo 9, de ser pacíficos, es decir, de fomentar la paz.
Así que debemos tomar la iniciativa para que haya paz entre nosotros.
Y ¿verdad que eso es muy útil en una familia tan grande como la que tenemos aquí en Betel?
Cuanto más nos esforcemos por demostrar estas cualidades entre nosotros, más felices seremos y, como resultado, más feliz será nuestra familia Betel.
Y el versículo 8, que es el que analizamos en el texto de hoy, nos ayuda a pensar en qué nos motiva a servir a Dios.
Como mencionaron los hermanos en sus comentarios, tener un corazón puro está relacionado con lo que somos en el interior, con nuestros motivos, con las cosas por las que sentimos cariño y con las cosas que deseamos.
Y ¿verdad que somos más felices cuando sabemos que estamos adorando a Jehová con la conciencia limpia y que le servimos porque lo amamos y le estamos agradecidos?
Jesús pronunció el Sermón del Monte delante de un gran número de personas que llegaron de muchos lugares.
Seguro que la mayoría de ellos estaban muy contentos.
Seguro que estaban emocionados de haber hecho ese viaje y tenían muchas ganas de conocer a Jesús y aprender de él.
Probablemente, él había curado a muchos de ellos.
Pero, aunque estaban muy contentos, Jesús les estaba ayudando a entender que la verdadera felicidad, la auténtica felicidad, no dependía solo de lo que estaban haciendo y sintiendo en ese momento.
Era una ocasión alegre, pero estar allí no era lo que los iba a hacer realmente felices.
La felicidad es más que pasar un buen rato con otros.
Es algo mucho más profundo.
Tiene que ver con sentirse satisfecho, sentirse realizado en la vida.
Y esto está directamente relacionado con tener una buena amistad con Jehová.
Es por eso que en el capítulo 6 de Mateo, y también en los versículos 10 y 11 del capítulo 5, vemos algo sorprendente.
Nuestros hermanos pueden sufrir dolor, decepciones, burlas e incluso intensa persecución, y aún así ser realmente felices.
¿Cómo es posible?
Es porque sirven a Jehová y tienen una estrecha amistad con él.
Pero Jesús no solo destacó esta idea durante el Sermón del Monte.
Veamos otro relato.
Busquen conmigo, por favor, el capítulo 11 de Lucas.
Allí encontramos otra ocasión en la que Jesús muestra la relación que hay entre ser felices y ser amigos de Jehová.
Leamos Lucas, capítulo 11, versículo 27: “Ahora bien, mientras él decía estas cosas cierta mujer de entre la muchedumbre levantó la voz y le dijo: ‘¡Feliz es la matriz que te llevó y los pechos que mamaste!’”.
Bueno, cualquier mujer judía deseaba tener el privilegio de ser la madre de un profeta y, en particular, del Mesías.
Así que esta mujer debió de pensar: “¡Qué privilegio ha tenido María!
Qué feliz se habrá sentido por ser la madre de Jesucristo”.
Y seguro que fue así.
Pero ¿cómo reaccionó Jesús?
Fíjense en cómo la corrigió con cariño y le hizo ver cuál es la fuente de la verdadera felicidad.
Leamos el versículo 28: “Pero él dijo: ‘No; más bien: ¡Felices son los que oyen la palabra de Dios y la guardan!’”.
Aquí Jesús destaca que la verdadera felicidad no depende de los lazos familiares, ni de los privilegios, ni de nuestros logros; la verdadera felicidad depende de servir fielmente a Jehová.
Jesús sabía que si nuestra felicidad dependiera de alguna de estas cosas que hemos dicho primero, nuestra vida sería como una montaña rusa.
A veces, estaríamos arriba, muy felices y, después, abajo, muy tristes, esperando que nos pasara algo que nos hiciera felices.
Vivir así es muy duro.
Es muy estresante.
Ni Jesús ni su Padre quieren que vivamos de esa manera.
Precisamente, “La Atalaya” de esta semana nos ayudó a entender esta idea.
Aprendimos que la felicidad no depende ni de lo que tenemos, ni de lo que hacemos, ni tampoco de dónde servimos.
Porque, ¿verdad que hay cosas que simplemente no podemos controlar?
Como bien se destacaba en “La Atalaya”, nuestras circunstancias siempre pueden cambiar.
Y eso aumentará o reducirá lo que podemos hacer en el servicio a Jehová.
Volvamos otra vez a la encuesta que mencionamos al principio.
La mayoría de la gente respondió que lo que la hace feliz es la familia y las relaciones personales.
No dijeron que conocer a Dios los hace felices.
Esto nos enseña que esas personas no ven a Jehová como parte de su familia, como su Padre celestial.
Pero ¿verdad que nosotros valoramos mucho que Jehová sea nuestro Padre?
¿Verdad que eso nos hace muy felices?
Él es un Dios feliz y quiere que nosotros también lo seamos.
Sabemos que de verdad aprecia todo lo que hacemos para servirle según nuestras circunstancias y capacidades.
Además, nos alegra el hecho de que nuestra fe sea fuerte y que hayamos conseguido la felicidad, la verdadera felicidad.
¿Y por qué somos felices?
Porque tenemos una buena relación con Jehová, y gracias a esta amistad podemos aprender acerca de él, colaborar con él en la predicación y tener el inmenso privilegio de representarlo y llevar su nombre.