¿Alguna vez le ha preguntado a un niño pequeño dónde está Jehová?
Enseguida hace así con el dedito.
Muy lindo, ¿no?
Es bonito ver que sus padres lo están ayudando a conocer a Jehová.
Pero, si le preguntáramos lo mismo a un adulto, e hiciera así con el dedito, ya no nos causaría la misma gracia.
Y es que a él lo que en realidad le estamos preguntando es: ¿dónde está Jehová en ese momento de su vida?, ¿qué lugar ocupa para él?, ¿qué espera Jehová que él haga?
Ese es el verdadero significado de la pregunta “¿Dónde está Jehová?”.
Pues bien, en la oración modelo, Jesús quiso destacar que hay un orden de prioridades que debemos tener en cuenta.
No se esperaría que en nuestras oraciones lo más importante fueran nuestras necesidades.
Ese no fue el orden que Jesús estableció.
Lo primero debería ser la santificación del nombre de Jehová, y luego que venga su Reino y se haga su voluntad. Cuando Jesús estuvo en la Tierra, dejó bien claro que Jehová ocupaba el primer lugar en su vida.
Con sus palabras, con su modo de tratar a la gente, con todo lo que hizo, dio honra al nombre de Jehová.
Para Jesús, la oración modelo era más que una forma de orar; representaba una forma de vivir.
Se rigió por ella en todo aspecto de su vida.
También enseñó a sus seguidores a poner a Jehová en primer lugar siempre, a tomarlo en cuenta tanto en decisiones grandes como en pequeñas. Así que tenemos la oración modelo como una guía.
No es que haya que repetirla palabra por palabra, pero nos recuerda qué es lo primordial.
Para Jesús, la santificación del nombre de Jehová era tan importante que constantemente les recordaba a sus discípulos que eso era lo primero que debían pedir en oración, sí, que había un orden de prioridades.
La nota que aparece en Mateo 6:9 nos ayuda a entender lo que implica que el nombre de Dios sea santificado.
Explica que el nombre de Dios debe ser tenido por sagrado, debe ser tratado como santo.
Y, en la Biblia de estudio en inglés, hay otra nota que nos da más detalles.
Menciona que, con la frase “que tu nombre sea santificado”, se están pidiendo en realidad dos cosas: por una parte, que toda la creación, incluidos los seres humanos y los ángeles, traten el nombre de Dios como algo sagrado; y, por otra, que Dios haga lo que sea necesario para limpiar su reputación, que tanto se ha manchado desde la rebelión en Edén.
Volvamos al caso de Jesús.
Hacia el final de su vida en la Tierra, él pudo decirle a su Padre, con total confianza, las palabras de Juan 17:26: “Les he dado a conocer tu nombre, y seguiré dándolo a conocer”.
Todos nosotros quisiéramos decir esas palabras con la misma confianza que nuestro modelo en la vida: el Señor Jesús.
Y, recordemos, ¿qué era lo más importante en la vida de Jesús?
Que el nombre de su Padre fuera santificado.
Nosotros también queremos santificar el nombre de Jehová.
Pero sabemos que eso implica más que decirlo.
No basta con pedirlo en nuestras oraciones.
Engloba todo lo que hacemos.
Así que todos los días debemos preguntarnos: “¿Dónde está Jehová en mi vida?
¿Ocupa él el primer lugar?
¿Reflejan eso mis decisiones, mi forma de tratar a los demás y mi ministerio?”.
Jehová debe sentirse muy feliz al ver que para todos los que están escuchando este programa él es lo más importante en la vida.
Muchos han simplificado sus vidas, y todos honran el nombre de Dios con lo que hacen y piensan, se relacione directamente con su ministerio o no.
Aun si llevamos décadas sirviendo a Jehová, nunca debemos dejar de preguntarnos dónde está él en nuestra vida y debemos seguir esforzándonos para que nuestras decisiones reflejen que él ocupa el primer lugar.
Pensemos en los israelitas, un pueblo que representaba a Dios y su nombre.
Se esperaba que fueran santos, pues habían sido apartados o elegidos para hacer la voluntad de Dios.
Pero, muchas veces, hacían su propia voluntad.
Los invito a leer conmigo las palabras de Jeremías, capítulo 2, versículos 5 y 6.
Notemos la pregunta que le hace Jehová a su pueblo mediante su profeta.
Jeremías 2:5 dice: “Esto es lo que dice Jehová: ‘¿Qué falta encontraron en mí sus antepasados para alejarse tanto de mí, y seguir ídolos inútiles y volverse inútiles ellos mismos?’ ”.
Y ahora noten el 6: “No preguntaron: ‘¿Dónde está Jehová [...]?’ ”.
Una pregunta sencilla pero fundamental.
Leamos también el versículo 8: “Los sacerdotes [que debían ser santos, un ejemplo para el pueblo] no preguntaron: ‘¿Dónde está Jehová?’.
Los que manejaban la Ley no me conocieron, los pastores se rebelaron contra mí, los profetas profetizaron de parte de Baal, y siguieron a los que no podían hacer nada de provecho”.
Como Jehová no era parte de sus vidas, hacían la voluntad de ellos mismos, no la de él.
Ahora bien, es fácil hacer la voluntad de Jehová y seguir su guía cuando las cosas nos están saliendo bien, pero no es tan fácil hacerlo cuando pasamos por pruebas.
Es en esos momentos que tenemos que demostrar que somos leales.
Muchos siervos de Jehová han demostrado que sí se puede ser leal a Dios a pesar de los problemas.
¿Les viene a la mente algún personaje de la Biblia que tuvo que aguantar muchísimas pruebas y situaciones angustiosas, y aun así siguió siendo fiel?
Tal vez están pensando en Job.
Y es normal, porque, cuando hablamos de ser leales, solemos pensar en Job.
Pero, aunque logró mantenerse fiel, durante el tiempo que fue probado, perdió de vista lo más importante.
Solo se concentró en sí mismo y en sus problemas.
Es como si en medio de aquella terrible situación se hubiera rodeado de espejos y solo se pudiera ver a sí mismo con todos sus problemas.
Así que Jehová se valió del joven Elihú para recordarle a Job que debía empezar a ver las cosas desde otro ángulo.
Vayamos a Job, capítulo 35, y el versículo 9.
Elihú dice: “La gente pide ayuda a gritos bajo el peso de la opresión; suplican que se les alivie del dominio de los poderosos.
Pero nadie dice: ‘¿Dónde está Dios, mi Gran Creador [...]?’ ”.
Elihú estaba tratando de ayudar a Job a ver el panorama completo, a tener el punto de vista de Dios sobre las cosas.
Quería que Job hiciera a un lado los espejos y viera más allá de sí mismo, que viera lo pequeño que era en comparación con la grandeza del Todopoderoso.
Y, en el capítulo 42, podemos leer la humilde respuesta de Job a aquella corrección tan oportuna.
En el capítulo 42, versículo 3, Job dice: “Es verdad, yo hablé sin entendimiento”.
Y, en el versículo 5 añade: “Con mis oídos había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos.
Por eso retiro lo dicho y me arrepiento en polvo y ceniza”.
Al igual que Job, todos hemos pasado por problemas y hemos llegado a sentirnos desanimados.
Fíjense que tengo un amigo que entró a Betel más o menos al mismo tiempo que yo.
Y también se casó en la misma época que yo.
Pero, tristemente, hace unos años perdió a su esposa.
Y, ese mismo mes en que murió su esposa, ¿saben lo que hizo?
En vez de darse por vencido, hizo el precursorado auxiliar.
Y, cuando le pregunté: “¿Cómo logras seguir adelante con tanta determinación?”.
Me dijo: “Pues Pablo mencionó que estamos como en un espectáculo frente a otras personas y los ángeles.
A veces trato de imaginarme que estoy interpretando el papel de Job.
Yo estoy en ese escenario.
Y allí, desde un balcón, me están observando, Jehová, Jesús, los ungidos y los ángeles.
Y también está allí toda la humanidad, incluidos mis hermanos y hermanas.
Abajo, en el área de la orquesta, se encuentran Satanás y los demonios.
Entonces, todas las luces se dirigen hacia mí.
¿Qué voy a hacer?
¿Salir huyendo? ¿Esconderme?
¿No soy Job en esta obra?
Me toca actuar, o sea, ser leal”.
Mi amigo ha seguido siendo leal hasta el día de hoy. ¿Y qué hacemos nosotros cuando pasamos por situaciones difíciles, como las que vivió Job?
¿Nos preguntamos dónde está Jehová?
¿Seguimos demostrando que somos fieles a él, poniendo en primer lugar la santificación de su nombre y la obra del Reino?
Debemos hacernos estas preguntas todos los días. Tenemos que preguntarnos dónde está Jehová en todo momento: cuando damos discursos, cuando estamos con nuestros hermanos en la congregación, o en cualquier otro lugar.
Eso influirá en la forma en que tratamos a los demás y en cómo nos vemos a nosotros mismos.
Jesús nos recordó que tanto en nuestras oraciones como en nuestra vida existe un orden de prioridades que debemos tomar en cuenta.
Sí, si ponemos a Jehová en primer lugar en nuestra vida, podemos estar seguros de que él escuchará nuestras oraciones y nos dará todo lo que necesitemos.