Stephen Lett: El orgullo conduce al desastre (Prov. 16:18)

Sabemos que hay buenas razones para cultivar humildad.

Pero ¿cuál dirían que es la más importante?

Encontramos la respuesta en Santiago 4:6.

La segunda parte de ese versículo dice: “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes”.

Aquí se nos recuerda que, si no somos humildes, Jehová se pondrá en contra de nosotros.

Pero, si demostramos humildad, nos tratará con bondad inmerecida.

Obviamente, esa es la razón más importante para cultivar humildad, aunque hay muchas otras.

Ahora bien, sabemos que la humildad se puede perder.

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de personas que eran humildes pero que, en algún momento, dejaron de serlo.

Y tal vez nosotros mismos hemos conocido a alguien que dejó de ser humilde.

Hay quien es capaz de recuperar la humildad, pero hay personas a quienes el orgullo las conduce al desastre.

Pensemos en esto: ¿se pierde la humildad de la noche a la mañana...

es algo que sucede de repente?

¿No es cierto que en la mayoría de los casos surge alguna situación en la vida que contribuye a que alguien deje de ser humilde?

Analicemos cinco situaciones que pueden presentarse en nuestra vida y que podrían poner a prueba nuestra humildad y, si no tenemos cuidado, llevarnos a perderla.

Primera situación: cuando se nos honra con un privilegio o una responsabilidad.

Hablemos un poco sobre el caso de Agar.

La obra “Perspicacia” dice que ella tal vez llegó a ser la sierva de Sara en Egipto, adonde Abrahán y Sara huyeron por el hambre que había en Canaán.

Seguro que, en ese entonces, Agar era muy servicial con Sara.

Pero, cuando se convirtió en la concubina de Abrahán y se enteró de que estaba embarazada, ¿qué pasó?

Génesis 16:4 dice: “Cuando ella se dio cuenta de que estaba encinta, entonces su ama empezó a ser despreciada a los ojos de ella”.

Al conseguir una posición de prestigio, perdió su humildad, y el ángel de Jehová tuvo que darle un consejo firme.

Le dijo: “Vuélvete a tu ama y humíllate bajo su mano”.

El ejemplo de Agar nos deja bien claro que incluso alguien de buen corazón puede dejar de ser humilde cuando se le honra con un privilegio o se le concede una posición de autoridad.

Hablemos ahora de la segunda situación que puede poner a prueba nuestra humildad: cuando alcanzamos ciertos logros en nuestra vida.

Pensemos en el ejemplo del rey Uzías.

Un vistazo a 2 Crónicas 26:3-5 nos permite observar que, al principio de su reinado, Uzías era humilde.

El versículo 3 dice que tenía 16 años cuando empezó a reinar.

En el 4 leemos que “siguió haciendo lo que era recto a los ojos de Jehová”.

Y el final del 5 dice que “en los días de buscar él a Jehová, el Dios verdadero lo hizo próspero”.

Así que Uzías empezó bien... era un buen rey.

Y, como también era humilde, Jehová lo bendijo durante muchos años.

Pero, si notamos, el versículo 16 empieza con la expresión “sin embargo”.

Y con esta expresión la Biblia da a entender que algo cambió.

Dice: “Sin embargo, tan pronto como se hizo fuerte, su corazón se hizo altivo aun hasta el punto de causar ruina”.

Como sabemos, Uzías incluso se atrevió a entrar al templo para ofrecer incienso.

Pero ¿a qué se refiere la frase “se hizo fuerte”?

La obra “Perspicacia” explica que “se hizo famoso por las victorias militares que consiguió”.

Parece que estos logros se le subieron a la cabeza hasta el punto de llevarlo a pensar que podía entrar al templo y hacer algo que solo les correspondía a los sacerdotes.

Se olvidó de que fue Jehová quien le había dado aquellas victorias.

Eso nos enseña una lección.

Cuando alcancemos algún logro, nunca olvidemos que se lo debemos todo a Jehová, la fuente de nuestras virtudes y destrezas.

Hablemos ahora de la tercera situación que podría amenazar nuestra humildad: cuando recibimos un consejo.

El caso de Uzías también ilustra este punto.

Allí, en 2 Crónicas 26, veamos los versículos 17 y 18.

Cuando Uzías entró al templo para ofrecer el incienso, leemos que “Azarías el sacerdote y con él sacerdotes de Jehová, ochenta hombres [y noten] valientes, entraron tras él”.

Y reprendieron al rey.

Le dijeron: “A ti esto no te corresponde.

Solo los sacerdotes pueden hacerlo.

Más te vale que salgas del santuario ahora mismo”.

Sin duda, trataron de corregirlo.

Pero ¿cómo reaccionó Uzías?

El versículo 19 dice que “se enfureció” con ellos.

Les habrá dicho algo como: “¿Y quiénes se creen ustedes que son?

¡Yo soy el rey!”.

Mostró todavía más orgullo, y Jehová lo castigó con lepra.

Fíjense: Jehová no lo castigó cuando se atrevió a entrar al templo, sino cuando fue soberbio y rechazó la corrección.

Fue entonces que lo castigó Jehová.

Eso nos enseña algo, ¿verdad?

Tenemos que estar alerta para no reaccionar con orgullo cuando nos corrijan.

Y hay que tener todavía más cuidado si tenemos más autoridad, más experiencia o más años de servicio que quien nos está corrigiendo.

Pasemos a la cuarta situación que pudiera poner en peligro nuestra humildad: si conseguimos cierta riqueza.

Tal vez recibamos una herencia o consigamos dinero de otra forma.

Pero ¿recuerdan lo que les pasó a los israelitas cuando entraron en la tierra que manaba leche y miel?

Jehová lo explica en Oseas 13:6: “Ellos también llegaron a estar satisfechos.

Llegaron a estar satisfechos y su corazón empezó a ensalzarse.

Por eso me olvidaron”.

¡Qué lección tan impactante para nosotros!, ¿no es cierto?

Jamás queremos dejar de comportarnos de manera humilde, sin importar cuál sea nuestra situación económica, aun si hemos prosperado.

Más bien, queremos seguir siendo humildes, confiando en Jehová, y no en las riquezas.

Para terminar, veamos la quinta situación que podría poner a prueba nuestra humildad: cuando nos elogian, como acaba de comentar uno de nuestros hermanos.

Recordemos el relato de Hechos, capítulo 12.

Allí encontramos a Herodes, con su ropaje real y sentado en el tribunal.

Entonces, empieza a pronunciar un discurso público y la gente le grita: “¡Voz de un dios, y no de un hombre!”.

¿Qué pasó después?

Un ángel le dio muerte.

Sí, murió consumido por los gusanos.

¿Y por qué?

Porque no le dio la gloria a Jehová.

En contraste, recordemos lo que se relata en Lucas 18.

Un gobernante se acercó a Jesús y lo llamó “Buen Maestro”, pero Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno?

Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”.

¿Qué podemos aprender de estos dos ejemplos?

Que, cuando nos elogian, tenemos dos opciones: reaccionar como Herodes y tratar de llevarnos el mérito, o reaccionar como Jesús y darle la gloria a Jehová, ya sea con lo que decimos o, al menos, con lo que pensamos.

Proverbios 27:21 nos enseña que la alabanza nos pone a prueba como un crisol.

Y muchas veces lo que se pone a prueba es nuestra humildad.

Hace unos años, “La Atalaya” nos advirtió: “La alabanza [revela] la calidad del corazón de un hombre.

Los sabios no buscan la alabanza ni se hinchan con ella.

Los hombres vanos la buscan y los débiles se inflan con ella.

Si alguien puede soportar la alabanza sin sufrir daño, recordando que cualquier y toda cosa que tiene en realidad ha procedido de Dios, ése es genuino como plata pura a ojos de Jehová”.

Pues ahí las tienen: cinco situaciones que pueden poner a prueba nuestra humildad y, si no tenemos cuidado, contribuir a que la perdamos.

¿Las recuerdan?

1) Cuando se nos honra con un privilegio o una responsabilidad, 2) cuando alcanzamos ciertos logros, 3) cuando recibimos un consejo, 4) cuando conseguimos cierta riqueza y 5) cuando nos elogian.

Seguro que se les ocurren otras situaciones que pueden poner a prueba nuestra humildad.

Pero el punto es que, si logramos permanecer humildes con la ayuda de Jehová, él nunca se pondrá en nuestra contra.

Por el contrario, nuestro generoso Dios nos seguirá mostrando bondad inmerecida.

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