Viene una persona y les trae una falsa acusación sobre los testigos de Jehová.
¿Les ha pasado esto?
Quizá fue una noticia que la persona leyó o que oyó en algún noticiero.
Puede que esto les haya pasado en la predicación de casa en casa.
Pudo haber sido sobre cualquier tema: porque somos neutrales, porque rechazamos la sangre, porque somos fieles a las elevadas normas morales de Jehová y respetamos la santidad del matrimonio, o porque, como queremos mantener limpia la congregación, expulsamos a los pecadores que no se arrepienten.
Y ese tipo de acusaciones tienen algunas cosas en común.
Veamos cuáles son.
Por lo general, muchas de ellas tuercen los hechos, son inexactas o incluso contienen mentiras descaradas.
Y hay algo que nunca falta: se presentan con tanta seguridad que parecen ciertas, la gente las cree.
¿Qué hacemos cuando oímos algo como eso?
¿Cómo nos sentimos?
¿Tristes?
¿Desanimados?
¿Enojados?
Pensemos en lo que le pasó a una precursora.
Un día fue a dirigir un curso de la Biblia y, mientras estudiaba con la señora, llegó una mujer a la casa sin avisar.
Y ni siquiera tocó el timbre, solo se metió.
Resulta ser que esta mujer era una conocida de la estudiante.
En fin, la mujer entró e interrumpió el curso bíblico.
Y en la mano llevaba un libro.
Se trataba de un libro que publicó un hombre que había estado relacionado con los Testigos.
Entonces le dijo a la estudiante: “Mira lo que encontré, tienes que leer esto”.
Y así surgió una conversación interesante.
La verdad es que la pobre hermana se vio en un pequeño aprieto.
La mujer la estaba acusando de mentirosa.
¿Cómo manejó la situación la hermana?
¿Y qué hizo la estudiante ante aquello?
Bueno, antes de responder, veamos qué podemos aprender de las palabras del texto de hoy y de su contexto.
Después les contaré el final de la historia.
Vayamos a 2 Corintios, capítulo 6.
Comencemos con el versículo 4.
Pablo dice: “Nos recomendamos como ministros de Dios en todo lo que hacemos”.
Y a continuación viene una larga lista de situaciones y circunstancias que Pablo tuvo que vivir a lo largo de su ministerio.
Y estas son las mismas circunstancias que atravesamos los cristianos hoy en día.
Más adelante, en el versículo 7, dice que “nos recomendamos como ministros de Dios […] diciendo la verdad”.
Porque, claro, adoramos a Jehová, “el Dios de la verdad”.
Eso nos llena de orgullo.
Y como se destaca en el comentario de La Atalaya, nosotros no decimos mentiras, ni grandes ni pequeñas.
Amamos la verdad.
Nos encanta enseñarles a otros la verdad sobre Jehová.
Por eso llama la atención lo que Pablo dice en el versículo 8.
Dice: “Cuando nos alaban o nos deshonran, cuando tenemos buena fama o mala fama”.
Y, noten, aquí viene lo interesante: “Nos ven como unos farsantes, aunque decimos la verdad”.
¡Qué contradicción tan extraña!, ¿cierto?
Decir la verdad y que te acusen de farsante, o mentiroso.
Algo que podemos recordar cuando escuchemos algún informe negativo sobre los testigos de Jehová es que incluso Jehová mismo fue víctima de ataques de este tipo.
Lo difamaron.
Vayamos a Génesis, capítulo 3.
Comencemos en el versículo 1: “Ahora bien, de todos los animales salvajes del campo que Jehová Dios había hecho, la serpiente era el más cauteloso.
Ella le preguntó a la mujer: ‘¿De veras les dijo Dios que no pueden comer de todos los árboles del jardín?’”.
¿Notaron la táctica que usó Satanás?
No empezó con un ataque directo, sino con una pregunta.
Y no fue cualquier pregunta.
Esa pregunta tenía la intención de sembrar la duda: “¿De veras dijo Dios eso?”.
En los versículos que siguen leemos la respuesta de Eva.
En el 3, vemos que Eva repite lo que Jehová les dijo a ella y a Adán: “No deben comer de él; no, no deben tocarlo.
Si lo hacen, morirán”.
Así que ella comprendía el mandato y tenía claro el castigo.
Pero ahora, en el versículo 4, la serpiente le responde lo siguiente: “De ningún modo morirán”.
Eso fue una mentira.
Pero la serpiente la dijo con convicción, con seguridad, como si fuera un hecho.
Y continuó diciendo: “De hecho, Dios sabe que el mismo día en que coman de él se les abrirán los ojos y serán como Dios: conocerán lo bueno y lo malo”.
Satanás, “el padre de la mentira”, difamó a Jehová; lo acusó de mentiroso.
A Jesús también lo acusaron de lo mismo durante su ministerio aquí en la Tierra.
Y los enemigos del apóstol Pablo también lo atacaron; lo llamaron mentiroso.
Por eso, si nos enfrentamos a algo así —mentiras, noticias falsas—, no nos sorprende.
La pregunta ahora es cómo reaccionaremos ante esto.
Y es que, si lo pensamos, Eva podría haberse hecho algunas preguntas, preguntas que la habrían ayudado a tomar una mejor decisión.
Por ejemplo: “¿Qué cosas sé sobre la persona que originó esta información?
¿Qué tipo de persona es?
¿Cuál es su objetivo?
¿Será que de verdad quiere ayudarme, o tendrá un motivo oculto?”.
Y una pregunta más: “Antes de dar por cierto un informe negativo de una persona que en realidad no conozco para nada, ¿hay alguien que yo conozca —alguien en quien confíe, con quien pueda hablar— que me pueda orientar un poco?”.
La realidad es que Eva podría haber hablado con Adán, y juntos haber buscado la guía de Jehová.
Si Eva se hubiera planteado esas preguntas, el mundo hoy sería un lugar completamente diferente.
Pero no, Eva se creyó la mentira sin más.
Bueno, ¿y qué pasó con la precursora y con su estudiante de la Biblia de las que hablé antes?
¿Cómo reaccionaron ante esa situación?
La precursora nos contó que ella se puso a pensar.
Llegó a la conclusión de que era una invitada en la casa de la estudiante.
Así que hubiera sido de mala educación interrumpir la conversación que estaban teniendo y por eso decidió no decir nada.
¿Y qué hizo la estudiante?
Curiosamente, le preguntó a la mujer: “Dime algo, ¿tú conoces al que escribió ese libro?”.
“No”.
“¿Y sabes por qué lo habrá escrito?
¿Qué pretendía lograr al hacerlo?
Porque yo conozco a esta señora, que viene a mi casa a darme clases de la Biblia, y sé que ella tiene buenas intenciones.
Por eso creo que no necesito leer ese libro, gracias”.
¡Qué buena respuesta!
La estudiante captó el punto.
Y nosotros también.
Tenemos muy claro —y no nos sorprende— que se dirán cosas negativas sobre nosotros y que incluso, en algunas ocasiones, habrá gente que nos acuse de mentirosos.
Y la Biblia nos hace una clara advertencia a todos: que habrá quienes decidan cambiar la verdad de Dios por la mentira.
Pero eso no lo haremos ni tu ni yo si nos aferramos con firmeza a Jehová, “el Dios de la verdad”.
Por eso, sigamos recomendándonos como ministros de Dios diciendo siempre la verdad.