Hay hermanos que hacen oraciones muy conmovedoras, con palabras bien escogidas, llenas de sentimiento. Puede que al escuchar una oración de ese tipo pensemos: “¡Ya quisiera yo orar tan bonito!”. Pues bien, no todos podemos expresarnos así. A muchos nos faltan las palabras, quizás porque no tenemos un vocabulario muy amplio o tal vez porque no dominamos el idioma. Pero, para Jehová, lo que cuenta es lo que hay en el corazón. Y, cuando le abrimos nuestro corazón a Jehová, él nos oye y nos bendice, igual que oye y bendice a quien usa palabras bonitas. Así que no se preocupen. Simplemente digan lo que tienen en el corazón. Jehová no se fija tanto en las palabras, sino en la sinceridad de la oración. Es muy probable que ustedes disfruten de una relación con Jehová tan estrecha como la que tiene ese hermano que hace oraciones tan lindas. Claro, no hay nada de malo en admirar a cierto hermano, o hermana, que tenga esa habilidad. Pero no hay que preocuparse demasiado por la forma en que oramos, pues, al fin y al cabo, lo que Jehová quiere es que las oraciones nazcan del corazón.
Fíjense en lo que dice la Biblia aquí en 1 Samuel 16:7: “Pero Jehová dijo a Samuel: ‘No mires su apariencia ni lo alto de su estatura, porque lo he rechazado. Porque no de la manera como el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón’”. Estas hermosas palabras nos recuerdan que, como simples seres humanos, no podemos ver lo que hay en el corazón, pero Jehová sí puede hacerlo. Y la verdad es que nos tranquiliza mucho que tenga esa capacidad.
Déjenme contarles una historia. Tiene que ver con un hermano ya mayor que pertenecía a uno de los circuitos que visité hace años. Él nos había invitado a cenar. Su esposa, que no era Testigo, nos preparó una cena deliciosa. El hermano era anciano en su congregación, era un buen hermano. Después de un rato, nos pusimos a hablar de lo que hacía antes de ser Testigo. Le preguntamos a qué se dedicaba, y él nos dijo que se ganaba la vida haciendo oraciones. ¡Así como lo oyen! Los pastores del pueblo lo contrataban para que fuera a orar a sus iglesias todos los domingos. Nos explicó que, como tenía facilidad de palabra y buena voz, sus oraciones motivaban a los feligreses a abrir sus billeteras y darle más dinero a la iglesia. Después de la colecta, los pastores le pagaban por sus servicios. Nos dijo que llegó a ganar mucho dinero así: vendiendo oraciones. Por supuesto, una vez que conoció la verdad, dejó ese negocio. Pero seguía haciendo oraciones que llegaban al corazón. Y así deberían ser las oraciones, ¿no es cierto?
El texto de hoy habla de acercarse a Jehová. Y sabemos que una de las principales maneras de lograrlo es mediante nuestras oraciones. No importa si las hacemos de rodillas, de pie o acostados: Jehová siempre las oye. Hasta podemos orar en silencio, o mientras conducimos el auto o hacemos cualquier otra cosa. Si las palabras nos nacen del corazón, él las oye.
Y, obviamente, también tenemos que orar de la manera correcta.
Hace muchos años, en una de las reuniones de la visita, los superintendentes de circuito dirigíamos una parte titulada “Nuevas cosas aprendidas”, que después se llamó “Continúa en las cosas que aprendiste”. Una vez, en una reunión de sábado por la noche, pregunté a la congregación: “Al orar a Jehová, ¿cuándo deberíamos mencionar que lo hacemos mediante Jesús: al principio, al final, en cualquier momento, o da igual?”. Créanme, los hermanos dieron toda clase de respuestas. ¡Ni se imaginan! Dijeron de todo. Total, les di la respuesta correcta. Al final de la reunión, le pedí a un hermano mayor —un hermano con experiencia— que hiciera la oración. ¡Pero le oró a Jesús! Fui y le dije: “Hermano, ¿por qué le oró usted a Jesús?”. Me dijo: “Es que no entendí a quién debía orarle”. Así que mi esposa, Gloria, me dijo: “Mejor ya no hagas esa pregunta en la sección de cosas aprendidas”. Aquel hermano sí que aprendió algo nuevo. Pero espero que la congregación no. A pesar de todo, creo que Jehová escuchó su oración. Él toma en cuenta quiénes somos, qué podemos dar y cómo podemos hacerlo. Claro, nunca haríamos algo así a propósito, pues no está bien orarle directamente a Jesús. Eso es obvio. Y tampoco podemos juzgar las oraciones de nuestros hermanos. ¿Quiénes somos nosotros para decir si Jehová las escuchará o no? Bueno, la cuestión es que siempre debemos orar.
Y, cuando oramos, las palabras que expresamos pueden venir de nuestra mente o pueden venir de nuestro corazón. Así que conviene que nos preguntemos: “¿Le hablo a Jehová desde el corazón?”. Nuestras palabras deben ser siempre sinceras, deben salir de lo más profundo de nuestro ser. También deben estar sazonadas con sal: ser agradables, positivas, respetuosas y de buen gusto. En Job 1:21 aparece una oración muy sincera del propio Job. Aunque fue corta, Jehová la escuchó y apoyó a Job en todo momento. Si no hubiera sido así, las cosas podrían haber sido mucho peores para Job, ¿no creen? Esta fue su oración: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová mismo ha dado, y Jehová mismo ha quitado. Continúe siendo bendito el nombre de Jehová”. Hermosa, ¿verdad? Salomón también hizo una bella oración. Está en 1 Reyes 3:6-10, pero no la vamos a leer porque es larga. Y también tenemos el ejemplo de Asá para cuando enfrentemos problemas. Él le oró a Jehová desde el corazón. Le pidió que lo ayudara a vencer a un ejército etíope de un millón de soldados. El ejército de Asá era mucho más pequeño. Pero él se acercó a Jehová, y Jehová también se acercó a él. Dios atacó a los etíopes delante de Asá y de Judá y los venció. Los etíopes se dieron a la fuga, huyeron. ¿Y todo por qué? Porque Asá se acercó a Jehová. Y, por supuesto, nosotros queremos hacer lo mismo.
Otra forma de acercarnos a Jehová es meditando. Tenemos que reflexionar en las cosas que le decimos a Dios. Quizás hayan escuchado que las ovejas tienen cuatro cavidades en el estómago. Por eso, les toma bastante tiempo digerir el alimento: dos días o más.
Pues bien, algunas de las cosas que aprendemos son difíciles de asimilar.
Nos toma tiempo digerirlas, o entenderlas. Para eso sirve la meditación. Tenemos que pensar una y otra vez en lo que aprendemos. En ocasiones, también tenemos que pedirles ayuda a otros hermanos. Quizás preguntarles: “¿Qué piensas de esto? ¿Cómo lo entiendes? ¿Cómo te ha ayudado?”. En conclusión, si oramos y meditamos, lograremos acercarnos aún más a nuestro Dios, Jehová.