Samuel Herd: Acerquémonos a Jehová (Sant. 4:8)

‎Hay hermanos que hacen oraciones ‎muy conmovedoras, ‎con palabras bien escogidas, ‎llenas de sentimiento. ‎Puede que al escuchar ‎una oración de ese tipo pensemos: ‎“¡Ya quisiera yo orar tan bonito!”. ‎Pues bien, no todos ‎podemos expresarnos así. ‎A muchos nos faltan las palabras, ‎quizás porque no tenemos ‎un vocabulario muy amplio ‎o tal vez porque no dominamos ‎el idioma. ‎Pero, para Jehová, ‎lo que cuenta ‎es lo que hay en el corazón. ‎Y, cuando le abrimos ‎nuestro corazón a Jehová, ‎él nos oye y nos bendice, ‎igual que oye y bendice ‎a quien usa palabras bonitas. ‎Así que no se preocupen. ‎Simplemente digan ‎lo que tienen en el corazón. ‎Jehová no se fija tanto ‎en las palabras, ‎sino en la sinceridad de la oración. ‎Es muy probable que ustedes disfruten ‎de una relación con Jehová tan estrecha ‎como la que tiene ese hermano ‎que hace oraciones tan lindas. ‎Claro, no hay nada de malo ‎en admirar a cierto hermano, o hermana, ‎que tenga esa habilidad. ‎Pero no hay que preocuparse demasiado ‎por la forma en que oramos, ‎pues, al fin y al cabo, ‎lo que Jehová quiere ‎es que las oraciones nazcan del corazón.

‎Fíjense en lo que dice la Biblia ‎aquí en 1 Samuel 16:7: ‎“Pero Jehová dijo a Samuel: ‎‘No mires su apariencia ‎ni lo alto de su estatura, ‎porque lo he rechazado. ‎Porque no de la manera como el hombre ve ‎es como Dios ve, ‎porque el simple hombre ‎ve lo que aparece a los ojos; ‎pero en cuanto a Jehová, ‎él ve lo que es el corazón’”. ‎Estas hermosas palabras nos recuerdan ‎que, como simples seres humanos, ‎no podemos ver ‎lo que hay en el corazón, ‎pero Jehová sí puede hacerlo. ‎Y la verdad es que nos tranquiliza mucho ‎que tenga esa capacidad.

‎Déjenme contarles una historia. ‎Tiene que ver ‎con un hermano ya mayor ‎que pertenecía a uno de los circuitos ‎que visité hace años. ‎Él nos había invitado a cenar. ‎Su esposa, que no era Testigo, ‎nos preparó una cena deliciosa. ‎El hermano ‎era anciano en su congregación, ‎era un buen hermano. ‎Después de un rato, ‎nos pusimos a hablar ‎de lo que hacía antes de ser Testigo. ‎Le preguntamos a qué se dedicaba, ‎y él nos dijo que se ganaba la vida ‎haciendo oraciones. ‎¡Así como lo oyen! ‎Los pastores del pueblo lo contrataban ‎para que fuera a orar a sus iglesias ‎todos los domingos. ‎Nos explicó que, como tenía ‎facilidad de palabra y buena voz, ‎sus oraciones motivaban ‎a los feligreses a abrir sus billeteras ‎y darle más dinero a la iglesia. ‎Después de la colecta, ‎los pastores le pagaban ‎por sus servicios. ‎Nos dijo que llegó a ganar ‎mucho dinero así: ‎vendiendo oraciones. ‎Por supuesto, ‎una vez que conoció la verdad, ‎dejó ese negocio. ‎Pero seguía haciendo oraciones ‎que llegaban al corazón. ‎Y así deberían ser las oraciones, ‎¿no es cierto?

‎El texto de hoy ‎habla de acercarse a Jehová. ‎Y sabemos que una de las principales ‎maneras de lograrlo ‎es mediante nuestras oraciones. ‎No importa si las hacemos ‎de rodillas, de pie o acostados: ‎Jehová siempre las oye. ‎Hasta podemos orar en silencio, ‎o mientras conducimos el auto ‎o hacemos cualquier otra cosa. ‎Si las palabras nos nacen del corazón, ‎él las oye.

‎Y, obviamente, ‎también tenemos que orar ‎de la manera correcta.

‎Hace muchos años, ‎en una de las reuniones de la visita, ‎los superintendentes de circuito ‎dirigíamos una parte titulada ‎“Nuevas cosas aprendidas”, ‎que después se llamó ‎“Continúa en las cosas que aprendiste”. ‎Una vez, en una reunión ‎de sábado por la noche, ‎pregunté a la congregación: ‎“Al orar a Jehová, ‎¿cuándo deberíamos mencionar ‎que lo hacemos mediante Jesús: ‎al principio, al final, ‎en cualquier momento, o da igual?”. ‎Créanme, los hermanos ‎dieron toda clase de respuestas. ‎¡Ni se imaginan! ‎Dijeron de todo. ‎Total, les di la respuesta correcta. ‎Al final de la reunión, ‎le pedí a un hermano mayor ‎—un hermano con experiencia— ‎que hiciera la oración. ‎¡Pero le oró a Jesús! ‎Fui y le dije: “Hermano, ‎¿por qué le oró usted a Jesús?”. ‎Me dijo: “Es que no entendí ‎a quién debía orarle”. ‎Así que mi esposa, Gloria, me dijo: ‎“Mejor ya no hagas esa pregunta ‎en la sección de cosas aprendidas”. ‎Aquel hermano ‎sí que aprendió algo nuevo. ‎Pero espero que la congregación no. ‎A pesar de todo, ‎creo que Jehová escuchó su oración. ‎Él toma en cuenta quiénes somos, ‎qué podemos dar ‎y cómo podemos hacerlo. ‎Claro, nunca haríamos ‎algo así a propósito, ‎pues no está bien ‎orarle directamente a Jesús. ‎Eso es obvio. ‎Y tampoco podemos juzgar ‎las oraciones de nuestros hermanos. ‎¿Quiénes somos nosotros ‎para decir si Jehová las escuchará o no? ‎Bueno, la cuestión ‎es que siempre debemos orar.

‎Y, cuando oramos, ‎las palabras que expresamos ‎pueden venir de nuestra mente ‎o pueden venir de nuestro corazón. ‎Así que conviene ‎que nos preguntemos: ‎“¿Le hablo a Jehová desde el corazón?”. ‎Nuestras palabras ‎deben ser siempre sinceras, ‎deben salir ‎de lo más profundo de nuestro ser. ‎También deben estar ‎sazonadas con sal: ‎ser agradables, positivas, ‎respetuosas y de buen gusto. ‎En Job 1:21 ‎aparece una oración ‎muy sincera del propio Job. ‎Aunque fue corta, ‎Jehová la escuchó ‎y apoyó a Job en todo momento. ‎Si no hubiera sido así, ‎las cosas podrían haber sido ‎mucho peores para Job, ¿no creen? ‎Esta fue su oración: ‎“Desnudo salí del vientre de mi madre, ‎y desnudo volveré allá. ‎Jehová mismo ha dado, ‎y Jehová mismo ha quitado. ‎Continúe siendo bendito ‎el nombre de Jehová”. ‎Hermosa, ¿verdad? ‎Salomón también hizo ‎una bella oración. ‎Está en 1 Reyes 3:6-10, ‎pero no la vamos a leer ‎porque es larga. ‎Y también tenemos el ejemplo de Asá ‎para cuando enfrentemos problemas. ‎Él le oró a Jehová desde el corazón. ‎Le pidió que lo ayudara a vencer ‎a un ejército etíope ‎de un millón de soldados. ‎El ejército de Asá ‎era mucho más pequeño. ‎Pero él se acercó a Jehová, ‎y Jehová también se acercó a él. ‎Dios atacó a los etíopes ‎delante de Asá y de Judá y los venció. ‎Los etíopes ‎se dieron a la fuga, huyeron. ‎¿Y todo por qué? ‎Porque Asá se acercó a Jehová. ‎Y, por supuesto, ‎nosotros queremos hacer lo mismo.

‎Otra forma de acercarnos a Jehová ‎es meditando. ‎Tenemos que reflexionar ‎en las cosas que le decimos a Dios. ‎Quizás hayan escuchado ‎que las ovejas tienen ‎cuatro cavidades en el estómago. ‎Por eso, les toma bastante tiempo ‎digerir el alimento: ‎dos días o más.

‎Pues bien, ‎algunas de las cosas que aprendemos ‎son difíciles de asimilar.

‎Nos toma tiempo digerirlas, ‎o entenderlas. ‎Para eso sirve la meditación. ‎Tenemos que pensar una y otra vez ‎en lo que aprendemos. ‎En ocasiones, también tenemos ‎que pedirles ayuda a otros hermanos. ‎Quizás preguntarles: ‎“¿Qué piensas de esto? ‎¿Cómo lo entiendes? ‎¿Cómo te ha ayudado?”. ‎En conclusión, ‎si oramos y meditamos, ‎lograremos acercarnos aún más ‎a nuestro Dios, Jehová.

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