Robert Luccioni: Seamos humildes y conservemos la paz (Filip. 2:3)

Filipenses 2:3 dice: “Considerando con humildad [...] que los demás son superiores a ustedes”.

Estas palabras, que escribió Pablo, expresan el mismo mensaje que Jesús trató de transmitir una y otra vez a sus discípulos.

Leamos lo que les dijo en cierta ocasión.

Marcos 10:42, 43.

Comencemos en el versículo 42: “Mas Jesús, habiéndolos llamado a sí, les dijo: ‘Ustedes saben que los que parecen gobernar a las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen autoridad sobre ellas.

No es así entre ustedes; antes bien, el que quiera llegar a ser grande entre ustedes tiene que ser ministro de ustedes’”.

“Consideren con humildad que los demás son superiores a ustedes”.

Pero ¿por qué le interesaba tanto a Jesús que sus discípulos aprendieran esta lección?

Porque él sabía que, si hay algo que le desagrada a Jehová, es la falta de humildad.

Si alguien no es humilde, el espíritu santo no fluirá en su vida.

Salmo 138:6 dice que al arrogante Jehová solo lo ve de lejos.

Y Jesús también sabía que la falta de humildad altera la paz entre los siervos de Dios.

Y, sin paz, el espíritu santo tampoco fluye.

Recordemos que 1 Corintios 14:33 dice que Jehová es un Dios de paz.

Y, al analizar los relatos en los que Jesús tuvo que reprender a sus discípulos por estar discutiendo —por haber perturbado la paz—, notamos que no estaban poniendo en práctica el principio que encontramos en el texto de hoy.

Analicemos otro relato.

Vayamos al capítulo anterior, a Marcos 9, el versículo 33.

Allí dice: “Y entraron en Capernaum.

Ahora bien, cuando estuvo en la casa, les hizo la pregunta: ‘¿Qué discutían en el camino?’”.

¿Y sobre qué discutían?

Pues el versículo 34 explica que discutían sobre quién era el mayor.

Sin embargo, los discípulos no eran unos niños.

¿Irían por el camino diciendo: “Yo soy el mayor”, “No, yo soy el mayor”, “¡No, no, soy yo!”?

Quizás, pero es muy poco probable.

Ellos eran personas maduras.

Jesús, que conoce bien nuestra naturaleza y lee los corazones, sabía cuál era el verdadero problema.

Así que no se centró en el tema de la discusión, sino en la falta de humildad.

En el versículo 35 vemos lo que les aconsejó: “De modo que él se sentó y llamó a los doce y les dijo: ‘Si alguien quiere ser el primero, tiene que ser el último de todos y ministro de todos’”.

“Sean humildes.

Consideren que los demás son superiores a ustedes”.

Y, en Lucas 9:46, 47, cuando los discípulos volvieron a discutir, Jesús de nuevo les aconsejó que fueran humildes, porque pudo percibir lo que había en sus corazones.

Vio más allá de lo obvio y se dio cuenta de la raíz del problema: la falta de humildad.

Y ¿no es cierto que esto es lo que suele estar detrás de nuestras propias disputas o discusiones, por pequeñas que sean?

Si Jesús estuviera hoy con nosotros, ¿nos diría: “A ver, ¿qué discutían en la oficina?

¿Qué estaban discutiendo en la habitación?”?

No importa si es en el matrimonio, en los departamentos de Betel, en los cuerpos de ancianos, en las congregaciones...

siempre podemos poner en práctica la lección.

¿Y cuál es?

Que cuando la paz se ve interrumpida por tensiones o peleas, lo primero que debemos examinar es nuestra propia actitud.

“¿No será que creo que soy el más importante?”.

Cuando pienso en este tema, me viene a la mente el caso de Agar, la sierva egipcia de Sara.

Parte de su historia se relata en el capítulo 16 de Génesis.

Su ama, Sara —o más bien Sarai—, no lograba concebir un hijo.

Pero Agar sí quedó embarazada, y enseguida se acabó la paz en la familia.

Se generó mucha tensión, y hubo peleas.

La situación llegó a tal punto que Sara humilló a Agar, y esta terminó huyendo al desierto.

Alguien podría decir: “Pobrecita Agar, embarazada y todo.

¡Esa Sarai tan mala!

La echó por celos”.

Pero ¿fue realmente así?

No tenemos el cuadro completo, pero llama la atención lo que, mediante un ángel, Jehová le dijo a Agar en el desierto.

Leámoslo en Génesis 16:9.

Ahí dice: “Y el ángel de Jehová pasó a decirle: ‘Vuélvete a tu ama y humíllate bajo su mano’”.

Sí, la animó a regresar y a demostrar humildad, y le aseguró que todo estaría bien.

Pero ¿recuerdan qué fue lo que acabó con la paz?

En el versículo 4 leemos que, cuando Agar supo que estaba embarazada, “su ama empezó a ser despreciada a los ojos de ella”.

La “Biblia de Jerusalén” lo expresa así: “Miraba a su señora con desprecio”.

Así que Agar empezó a creerse más importante que Sara.

¿El resultado?

Sara la echó de la casa.

Agar despreció a Sara, y Sara reaccionó, quizá de manera un poco exagerada.

Pero ¿a quién hizo responsable Jehová de alterar la paz de la familia?

A Agar.

Por eso le dijo que regresara y se humillara ante su ama.

Este caso nos sirve para recordar que, cuando no hay paz, el problema bien puede ser uno mismo.

Puede que no haya paz por culpa de nuestra actitud.

Tal vez estemos transmitiendo la idea de que nuestra forma de hacer las cosas es la mejor.

¿Por qué es tan importante que combatamos esa tendencia que todos tenemos hacia el orgullo, la falta de humildad y los aires de superioridad?

Porque no solo es algo que Jehová detesta, sino porque, como hemos dicho, la falta de humildad altera la paz del pueblo de Dios.

Sin paz, el espíritu de Jehová no va a fluir, y, sin el espíritu de Jehová, no contaremos con su ayuda, y, sin su ayuda, fracasaremos.

En el libro “Reino de Dios”, página 120, párrafo 9, hallamos unas palabras muy impactantes.

De hecho, en mi departamento las hemos escrito en una pizarra para no olvidarlas.

Dicen así: “Cualquier estructura de orden que no se base en la paz se derrumbará [...] tarde o [...] temprano.

En contraste, la paz divina promueve el tipo de orden que perdura”.

Esto nos hace pensar, ¿verdad?

Ninguna estructura puede sostenerse si no hace de la paz su fundamento.

Y es así en la congregación, en la familia, en nuestro departamento en Betel, en las obras de construcción teocráticas...

donde quiera que estemos.

Y también es cierto que, por más que se complique nuestro trabajo o cualquier situación que afrontemos, es cuando no hay paz que empezamos a preocuparnos de verdad.

Siempre que notamos que hay tensión en nuestro departamento, o entre un departamento y otro, hacemos todo lo posible por restablecer la paz.

Y es que sabemos que, si hay paz, no importa cuán difícil sea el trabajo, es solo trabajo...

¡y nos gusta trabajar!

Por eso estamos aquí.

Pero cuando no hay paz, sí hay un problema.

Entonces, ¿cuánto le importa a Jehová que consideremos superiores a los demás?

¿Y cuánta importancia tiene que conservemos la paz?

Vayamos a Salmo 35:27.

Leamos lo que Jehová dice: “Clamen gozosamente y regocíjense los que se deleitan en mi justicia, y digan constantemente: ‘Sea engrandecido Jehová, que se deleita en la paz de su siervo’”.

Así es, Jehová se deleita en que haya paz entre sus siervos, se deleita en vernos colaborar de forma pacífica, ¡y para eso tenemos que ser humildes!

Así que esforcémonos por vivir de acuerdo con el principio del texto de hoy.

Consideremos a los demás superiores a nosotros.

Hagamos todo lo posible por conservar la paz con quienes nos rodean, y que Jehová nunca tenga que preguntarnos: “¿Qué discutían en el camino?”.

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