Robert Ciranko: ¿Qué significa ser un amigo verdadero? (Mat. 7:12)

¿Has estado en alguna situación en la que te hayas sentido muy angustiado, vulnerable, incluso con miedo...

en la que necesitaste que tus amigos más cercanos te apoyaran, te fortalecieran y te animaran?

Seguro que todos hemos pasado por algo así.

Imagina esta situación: estás predicando con tus amigos.

Es un vecindario tranquilo, y están todos en la misma calle.

Puedes ver a tus amigos.

De repente llegan unos policías, se te acercan y te dicen que tienes que ir con ellos a la comisaría.

Miras por todos lados, pero tus amigos no están.

Se fueron y te dejaron solo ante esa situación.

¿Cómo te sentirías?

¿Decepcionado? ¿Triste?

Quizás hasta enojado.

Ahora entendemos cómo debió haberse sentido Jesús en el jardín de Getsemaní cuando una multitud de sus enemigos lo arrestó y se lo llevó para que lo juzgaran.

¿Y dónde estaban sus 11 amigos más cercanos?

Como dice el texto de hoy: “Todos lo abandonaron y huyeron”.

Los mismos que, solo unas horas antes, habían asegurado que preferían morir antes que abandonar a su Señor.

Y Jesús era humano, él tenía sentimientos como los nuestros aunque podía controlarlos a la perfección.

Además, Jesús tenía una ventaja, él sabía que se había profetizado hacía más de 500 años que le iba a ocurrir algo así.

Leamos esa profecía, está en Zacarías 13:7.

Jehová hizo que se escribiera: “Oh, espada, despierta contra mi pastor, contra el hombre que es mi compañero —afirma Jehová de los ejércitos—; hiere al pastor, y que el rebaño sea dispersado”.

Por eso Jesús les dijo lo siguiente a sus apóstoles después de la Pascua, mientras iban de Jerusalén a Getsemaní.

Citó de esta misma profecía.

Veámoslo en Mateo 26:31.

El relato dice: “Entonces Jesús les dijo: ‘Esta noche, todos ustedes van a fallar por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor y las ovejas del rebaño serán dispersadas”’”.

¿En qué estarían pensando los apóstoles cuando decidieron escapar en la oscuridad de la noche?

¿Pensaron: “Bueno, el Señor dijo que esto iba a pasar, así que estamos cumpliendo con nuestro deber”?

Seguro que no.

Lo más lógico es concluir que ellos tenían tanto miedo que lo único que les preocupaba era huir y ponerse a salvo.

Sea lo que sea que pensaran en aquel momento los apóstoles, no estuvieron a la altura de lo que dice el proverbio: “El verdadero amigo ama en todo momento y es un hermano en tiempos de angustia” (Proverbios 17:17).

¿Nos viene a la mente algún principio bíblico que nos ayude a ser ese hermano o hermana que acude “en tiempos de angustia” a ayudar a un amigo que se siente angustiado, vulnerable o tiene miedo?

Pues dos años antes de aquel incidente traumático en Getsemaní, Jesús había enseñado una regla.

Si seguimos esa regla nunca abandonaremos a un amigo que necesite nuestro apoyo.

La dijo en el Sermón del Monte y la mencionan los dos Evangelios que hablan sobre ese sermón.

Vamos a leerla en Mateo 7:12.

Dice: “Por eso, hagan por los demás todo lo que les gustaría que hicieran por ustedes”.

Lucas la escribió así: “Traten a los demás como les gustaría que los trataran a ustedes”.

Es verdaderamente una regla de oro para la vida diaria.

Y, tal como el oro puro no pierde brillo, la Regla de Oro nunca ha perdido su valor.

Probablemente es la regla más famosa que se haya dicho nunca, pero es una de las que se olvida con más facilidad.

¿Cómo la seguimos?

Básicamente dando dos pasos.

El primero.

Pensemos: “Si yo estuviera en el lugar de la otra persona, ¿cómo me sentiría?, ¿qué necesitaría?, ¿qué desearía?”.

Y segundo: actuemos, hagamos algo bueno y compasivo por esa persona.

Todo empieza esforzándonos por entender los sentimientos de los demás.

Jesús nos puso a todos un excelente ejemplo, porque en muchas ocasiones y en diferentes circunstancias supo ponerse en el lugar de quienes sufrían por una razón u otra.

En primer lugar, mostró empatía, sintió el dolor de ellos en su corazón.

En segundo lugar, quiso ser compasivo, tomó la iniciativa y ayudó a la gente.

Se esforzó e hizo cosas por los que estaban sufriendo.

Veamos dos ejemplos: el primero está en Marcos, capítulo 1, y muestra que Jesús quería aliviar el dolor de la gente.

El relato dice que un hombre que estaba lleno de lepra se le acercó a Jesús.

Jesús sabía que la Ley le prohibía a ese hombre estar allí, pero se sintió tan conmovido que, en vez de rechazarlo, hizo algo que era impensable: lo tocó.

Y, después de tocarlo, la enfermedad que mantenía aislado a aquel hombre desapareció.

Jesús sabía el desprecio que los líderes religiosos sentían por los leprosos, pero él sentía verdadera compasión por los que sufrían.

En Lucas, capítulo 7, tenemos otro ejemplo que muestra que Jesús quería consolar a la gente.

En una ocasión vio que iban a enterrar a un muerto.

Resulta que aquel caso era especialmente trágico porque una viuda había perdido a su único hijo, ya no tenía quien cuidara de ella.

Jesús se quedó mirando a aquella mujer rota por el dolor y le dijo que dejara de llorar.

Luego le habló al cadáver, y aquel muchacho volvió a vivir.

Ningún líder religioso había tratado así a la gente.

¿Qué nos enseñan estos ejemplos sobre Cristo?

¿Se fijaron en que hay una relación entre lo que sentía Jesús y lo que hacía?

Él no podía ver sufrir a los demás y no sentir lástima.

Y no podía sentir lástima y no hacer nada al respecto.

Lo que Jesús hizo por las personas que sufrían nos ayuda a nosotros a entender lo que debemos hacer por nuestros amigos cuando ellos sufren.

En Juan, capítulo 15, veremos el mayor ejemplo de poner en práctica la Regla de Oro.

Juan 15:13.

Esto es algo que Jesús dijo de sí mismo: “Nadie tiene amor más grande que quien da su vida por sus amigos”.

Volvamos a aquella noche en el jardín de Getsemaní.

Juan incluyó algo en su Evangelio que puede animarnos muchísimo.

Vamos a buscar Juan, capítulo 16, y leamos el versículo 32: “Viene la hora —de hecho, ha llegado ya— en que serán dispersados.

Cada uno se irá a su propia casa y me dejarán solo”.

Eso les dijo Jesús a sus 11 apóstoles fieles.

Pero luego añadió: “Aunque no estoy solo, porque el Padre está conmigo”.

Jesús sabía que su Padre se preocupaba por él.

Jehová no estaba lejos, estaba a su lado.

No se había olvidado de su querido Hijo.

Sentirse tan cerca de Dios, fortaleció a Jesús en esos momentos en los que ningún humano estaba allí para ayudarlo.

Nosotros podemos estar seguros de que nuestro mejor amigo, Jehová, estará a nuestro lado para apoyarnos, animarnos y fortalecernos, y así hacerles frente a los problemas y los desafíos que nos hagan sentir angustiados, vulnerables o que nos llenen de temor.

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