“Presta constante atención […] a tu enseñanza”.
Cuando predicamos, cuando hacemos revisitas o dirigimos cursos bíblicos, es muy importante que escuchemos.
Escuchamos a la otra persona, pero también debemos escucharnos a nosotros mismos.
Imaginemos que estamos en el Salón del Reino y tenemos a nuestro lado a un estudiante que va por primera vez a la reunión.
Mientras escuchamos al orador, nos fijamos en cada idea, en cada frase, incluso en cada palabra, poniéndonos en el lugar del estudiante.
A veces quizás nos dé un poco de vergüenza.
Y otras quizás pensemos: “Qué buen punto, justo lo que mi estudiante necesita”.
Nos pasa eso porque lo conocemos, sabemos lo que le cuesta entender, lo que no… Sabemos qué temas son delicados para él y… cosas así.
¿Verdad que hacemos eso?
¿Escuchamos al orador como si fuéramos el estudiante?
Pues cuando enseñamos en un curso, en una revisita, ¿nos escuchamos a nosotros mismos?
¿Nos ponemos en el lugar del que escucha?
¿Le estamos prestando atención a nuestra enseñanza, tratando de imaginar que somos la otra persona?
¿Y qué errores podríamos estar cometiendo?
Dos superintendentes de circuito, que han estado presentes en muchas clases de la Biblia, mencionaron algunos problemas que han visto.
El primero: “Algo que he notado a menudo es que los publicadores van solos a la clase o siempre invitan a la misma persona”.
Otro dice: “Hay maestros que dan por sentado que el estudiante entiende todo y no tienen en cuenta que hay cosas que el estudiante no sabe”.
Uno más: “Hacer más preguntas de opinión ayudaría al estudiante”.
Y finalmente: “Muchos hermanos pasan demasiado tiempo hablando o analizando los primeros párrafos de cada lección del manual”.
Si nos escuchamos a nosotros mismos, puede que nos demos cuenta de que cometemos estos errores u otros.
¿Qué podemos hacer?
Para mejorar en nuestro ministerio, a menudo nos fijamos en el buen ejemplo de Áquila y Priscila, cuando ayudaron a Apolos.
Veamos de nuevo ese relato.
Vayamos a la Biblia, a Hechos, capítulo 18, desde el versículo 24.
Hechos 18:24: “Ahora bien, un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, llegó a Éfeso.
Él era un hombre elocuente que conocía muy bien las Escrituras.
Fue instruido en el camino de Jehová y, lleno de fervor debido al espíritu, hablaba y enseñaba con exactitud acerca de Jesús, pero conocía solamente el bautismo de Juan.
Él comenzó a hablar con valor en la sinagoga, y, cuando Priscila y Áquila lo oyeron, se lo llevaron aparte y le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios”.
Este es un caso que muestra la importancia de que otro hermano nos escuche y se fije en nuestra forma de enseñar, y que nos dé la ayuda que necesitamos para mejorar.
Bueno, ¿recuerdan lo que dijo uno de los superintendentes?
Él dijo: “Algo que he notado a menudo es que los publicadores van solos a la clase o siempre invitan a la misma persona”.
¿Ven cuál es el problema?
Pero este caso fue diferente.
Áquila y Priscila escucharon a Apolos, se lo llevaron aparte y con cariño le dieron la ayuda que necesitaba.
Y es interesante que también se mencione a Priscila.
Vemos que ella estaba allí, apoyando a su esposo.
Lo hacía con respeto, y los dos ayudaron a Apolos.
Es evidente que Priscila fue una mujer muy espiritual.
Y hoy pasa lo mismo.
En nuestra congregación, en Betel, tenemos tantas hermanas espirituales que son sabias y que conocen muy bien la Biblia… Son una bendición.
Nuestras hermanas se esfuerzan por mejorar sus habilidades al enseñar, al hacer revisitas y al dirigir cursos bíblicos.
Hacen un magnífico trabajo.
Antes les pregunté a algunas hermanas: ¿cómo pones en práctica este versículo?
¿Cómo prestas constante atención a tu enseñanza?
Y qué bueno que pregunté, porque me dijeron cosas muy interesantes.
Todas concordaron en que es importante prepararse con el estudiante en mente.
Está claro que siguen las sugerencias de la reunión de entre semana.
Una de ellas habló en particular sobre lo importante que es la preparación.
Ella dijo: “Ante todo hay que prepararse bien para la revisita o para la clase, incluso más de lo necesario.
Así, cuando estoy con la persona, no estoy distraída pensando en la información o en qué viene después.
Me puedo centrar en ella.
Observo su rostro, sus expresiones faciales.
¿Parece que lo está entendiendo?
¿Se siente incómoda?
¿Se le abren los ojos, como diciendo: ‘Guau’?”.
Esta hermana, como conoce bien la lección, se puede centrar tranquilamente en la persona.
Así se escucha a sí misma a través de la reacción de su estudiante.
Otra hermana dice algo similar: “Cuando me preparo para el ministerio me gusta pensar en la persona.
Me pregunto: ‘¿Qué me gustaría escuchar a mí si yo fuera ella, en sus circunstancias?’.
Eso me ayuda a decidir qué decir y cómo hacerlo”.
En este caso, cuando la hermana se prepara, dedica tiempo a imaginarse cómo recibirá el estudiante la información.
Así encuentra la mejor manera de enseñar.
Y ¿por qué es bueno que otro hermano nos acompañe?
Una de las hermanas mencionó: “Me gusta contar con alguien que al final me diga qué tal lo hice, que me ayude a ver qué cosas quizás pasé por alto.
Le pregunto a mi compañera qué debería decir la próxima vez, cómo decirlo y qué sería bueno evitar.
Esa ayuda es fundamental para mí”.
Es como si nos acompañaran Áquila y Priscila.
Y queremos llevar con nosotros a diferentes hermanos, como dijo el superintendente de circuito.
Recordemos que la hermana no preguntó en qué tenía que mejorar su estudiante, sino lo que tenía que mejorar ella misma.
“¿Cómo puedo mejorar?
Escucha con atención lo que digo.
Fíjate en mi manera de enseñar y ayúdame”.
¡Qué buen ejemplo!
Y otra hermana destacó lo que ella trata de hacer para ser una buena maestra, para enseñar bien.
No nos sorprende que dijera lo mismo que las demás: prepararse es fundamental.
Pero añadió: “Creo que es importante darle tiempo al estudiante para que se exprese.
No debe incomodarnos el silencio que hay cuando el estudiante está pensando.
No queremos que se sienta presionado a decir cualquier cosa, sino que responda desde el corazón”.
Qué útil —esto que dice la hermana—, darle tiempo al estudiante para que piense y diga lo que siente.
Y ella continúa: “Me esfuerzo por pensar en ellos y recordar que es su tiempo, su clase.
Tener eso en cuenta me motiva a hacer todo lo que pueda como maestra para ayudarlos”.
Es su tiempo; es su clase.
¡Qué buena manera de verlo!
Estos comentarios nos dejan ver que nuestras hermanas se esfuerzan por ser buenas maestras de la Palabra de Dios.
Estamos muy orgullosos de todos los que se están esforzando por prestar constante atención a su enseñanza.
Estos comentarios que les he leído son de tres hermanas que yo conozco.
Pero, por todo el mundo, hay millones de hermanas que son muy hábiles predicando y enseñando las buenas noticias.
Ellas le prestan constante atención a su enseñanza.
¡Qué gran ejemplo para todos nosotros!