Mark Noumair: Para ser íntegros, necesitamos orar (Mat. 26:2)

Abran su Biblia, por favor, en Mateo capítulo 26.

Vamos a leer desde el versículo 36.

Mateo 26:36: “Entonces Jesús fue con ellos al lugar llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: ‘Siéntense aquí mientras voy allá a orar’”.

“Mientras voy allá a orar”.

El futuro eterno de la humanidad estaba sobre los hombros de Jesús.

Era vital que permaneciera fiel a Dios.

Jesús estaba consciente de que, si no se mantenía íntegro, le estaría dando la espalda a Jehová.

¿Y notaron que en ese momento tan crucial de su vida lo más importante para él fue la oración?

Fue como decir: “Sí, soy perfecto; tengo poderes sobrenaturales; puedo resucitar a los muertos y hacer otros milagros; soy la segunda persona más importante del universo; participé en la creación...

pero nada de eso me va a ayudar en este momento.

No puedo depender ni de mi poder ni de mis habilidades.

El único que me puede ayudar es mi Padre.

Debo apoyarme en él; dependo de él.

Lo que necesito ahora es orar a mi Padre y rogarle su ayuda.

Si hoy quiero entregar mi vida de tal manera que honre a mi Padre y si quiero mantener mi integridad, necesito orar.

Así que voy allá a orar”.

La Biblia dice que busquemos nuestra salvación “con temor y temblor”.

Por eso, una de las valiosas lecciones de este relato es que no debemos confiarnos creyendo que nuestros años de servicio a Jehová o la lealtad que le hemos demostrado hasta ahora nos dan el pase directo al nuevo mundo.

¡No!

Más bien es tiempo de orar.

La gran tribulación está cada vez más cerca, así que es momento de examinarnos.

Y si nos damos cuenta de que hemos adquirido la costumbre de hacer cosas que se acercan peligrosamente a lo que es malo, necesitamos detenernos de inmediato.

Este es momento de decir “voy allá a orar”.

Leamos el versículo 37: “Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a contristarse y a perturbarse en gran manera”.

En el versículo 38, les dice: “Mi alma está hondamente contristada, hasta la muerte”.

Jesús no estaba fingiendo.

Sus sentimientos eran reales: estaba muy afligido y angustiado.

¿Por qué?

Porque temía que su muerte en un madero, como si fuese un criminal, pudiera manchar el nombre de su Padre, Jehová.

Lo que le preocupaba era que se hablara injuriosamente de su Padre y que se le acusara de maldecir a Dios.

¡Esa era una carga demasiado pesada para él!

No le preocupaba su propia reputación, sino la reputación y el nombre de su Padre.

Pensemos en la lección para nosotros: ¿qué es lo más importante en nuestra vida?

¿Qué es lo que nos preocupa?

¿Ser víctimas de algún malentendido o no recibir cierta asignación?

No, ese tipo de cosas no es lo que nos angustia.

Lo que más nos preocupa es manchar el nombre de Jehová.

Deseamos hacer todo lo posible por honrar ese nombre.

Si estamos aquí, como parte de la familia Betel de Estados Unidos, se lo debemos a Jehová.

Por todo lo que nos ha dado y por permitirnos estar aquí para servirle, deseamos honrar su nombre...

nunca mancharlo, ya sea en público o en privado.

Ese es nuestro objetivo.

La sola idea de ensuciar el buen nombre de Jehová debería angustiarnos terriblemente, pues Jehová es tan real para nosotros como las personas que nos rodean.

Ahora leamos el versículo 39: “Y yendo un poco más adelante, cayó sobre su rostro, orando”.

Cayó sobre su rostro y oró.

¡Imagínense la presión que tenía encima!

Cayó sobre su rostro para orar.

Lucas relata que, en ese momento, Jesús entró en agonía y “continuó orando más encarecidamente; y su sudor se hizo como gotas de sangre”.

Así que siguió orando, rostro a tierra, y con sudor como gotas de sangre.

Él estaba muy consciente del dolor que su Padre experimentaría al ver a su amado hijo clavado en un madero y torturado con crueldad.

Jesús lo sabía.

Por eso reaccionó de manera tan contundente aquella vez, durante su ministerio, en que estaba explicándoles a sus discípulos que tendría que morir y Pedro le dijo: “Sé bondadoso contigo mismo, Señor; nada de eso te va a suceder”.

“Sé bondadoso contigo; eso no te va a suceder...”.

Jesús debe haber pensado: “¿Cómo?

¿Qué sea bondadoso conmigo?

Estoy aquí, en este jardín; mi sudor se ha vuelto como gotas de sangre, ¿y me dices que sea bondadoso conmigo?”.

Con razón le respondió: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”.

¡Qué palabras tan fuertes!

Pero Jesús sabía que no era momento de ser bondadoso consigo mismo.

Sabía que esas palabras podían debilitar su determinación.

Ahora veamos lo que pide Jesús en el versículo 39: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”.

¿A qué se refería?

A la copa de manchar o deshonrar el nombre de Dios.

Eso era lo que no podía soportar.

Por eso dijo: “Pase de mí esa copa”.

Pero Jehová no accedió.

Le dijo: “No.

Así es como quiero que suceda”.

Y Cristo acató la voluntad de Jehová.

Jesús sabía que Jehová lo escuchaba y que sus ruegos estaban llegando a los cielos.

Estaba seguro de ello porque antes de venir a la Tierra observó como su Padre contestaba las oraciones.

En los cielos, como hijo primogénito, vio de primera mano a su Padre respondiendo los ruegos y las súplicas de sus siervos, como Ana, Rut o David.

Fue testigo de ello.

Por eso estaba seguro de que su Padre lo estaba escuchando y contestaría su oración.

Y así sucedió.

Los relatos paralelos de los evangelios indican que un ángel llegó a darle ánimo a Jesús en esos momentos.

¡Cuánto debe haber animado a Jesús ver a ese ángel a quien obviamente conocía de cuando vivía en el cielo!

Y qué palabras tan fortalecedoras le dijo: “¡Tu Padre te aprueba!”.

Sin duda eso le dio las fuerzas que necesitaba para seguir adelante.

Algo interesante es que tal vez aquel ángel le haya dicho a Jesús que su muerte no deshonraría el nombre de su Padre, más bien serviría para santificarlo.

De esa forma, Jehová alivió la terrible angustia de Jesús.

Es como si le dijera: “Tu muerte no manchará mi nombre.

Al contrario, tu muerte me ayudará a santificarlo”.

¿Se imaginan cuánto animó a Jesús saber eso?

Y aquí hay otra valiosísima lección para nosotros: ¿no es cierto que Jehová también puede usar nuestros actos de lealtad?

A veces no es sencillo ajustar nuestra manera de pensar a la de Jehová.

Pero siempre hacemos lo que él nos pide.

Y una a una, esas muestras de lealtad se van acumulando como evidencia que Jehová puede usar para responder a Satanás y decir: “¡Mira!

¡Mira cómo santifican mi nombre!

Mira lo que él y ella y también ellos hacen por santificar mi nombre”.

¡Qué gran honor para nosotros!

Nunca lo olvidemos.

Por último, el versículo 46 dice: “Levántense, vámonos. [...] El que me traiciona se ha acercado”.

¿Qué quiso decir con la expresión “levántense, vámonos”?

Si lo pensamos bien, esas palabras reflejan mucha determinación.

Es como si Jesús estuviera diciendo: “El tiempo de orar se ha terminado; es momento de actuar.

Ahora debo ponerme de pie y entrar en la batalla.

Es momento de levantarme y enfrentar lo que venga: la traición de Judas, un juicio injusto, el maltrato, la tortura y hasta la dolorosa muerte en un madero.

Es hora.

¡Levántense, vámonos!”.

Así que después de arrodillarnos ante Jehová para pedir su ayuda, tenemos que levantarnos y enfrentar las dificultades.

¡Otra valiosa lección para nosotros!

Claro que oramos una y otra vez, pero llega el momento de levantarnos y actuar: mantenernos activos, estudiar las publicaciones y predicar.

En otras palabras, primero oramos y luego actuamos en armonía con lo que hemos pedido.

Jesucristo mantuvo su integridad gracias a la fuerza que le dio la oración.

Jehová también responderá nuestros ruegos y nos ayudará a ser íntegros.

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