Hoy vamos a hablar de dos hermosas cualidades cristianas.
Están muy relacionadas y siempre van de la mano: la fe y la esperanza.
¿Por qué es tan importante que fortalezcamos nuestra fe en la esperanza que tenemos?
Por favor, abramos la Biblia en Hebreos 12:1.
Sabemos que en el capítulo anterior, Hebreos 11, el apóstol Pablo acaba de definir lo que es la fe.
Y, a continuación, pasa a mencionar a muchos hombres y mujeres que demostraron una fe muy fuerte, que se mantuvieron centrados en su esperanza y lo hicieron durante toda su vida.
Algunos incluso murieron por su fe.
Pero ahora fijémonos en el consejo que da el apóstol en Hebreos 12:1, y también vamos a leer la primera parte del versículo 2: “Por lo tanto, ya que estamos rodeados de una nube de testigos tan grande, quitémonos también toda carga y el pecado que fácilmente nos enreda, y corramos con aguante la carrera que está puesta delante de nosotros mientras fijamos la mirada en el Agente Principal y Perfeccionador de nuestra fe, Jesús”.
Bueno, en el versículo 1, Pablo menciona “el pecado que fácilmente nos enreda”.
¿Qué nos viene a la mente?
Esta expresión griega nos hace pensar en un corredor que participa en una carrera con demasiada ropa.
Me imagino, por ejemplo, a un hombre que, en vez de un pantalón corto, lleva puesto un pantalón muy largo y ancho.
Además, también lleva los cordones desatados.
¡Qué fácil sería que se enredara con la ropa que lleva puesta, tropezara y se cayera al suelo!
Pues el apóstol Pablo usó esta imagen del corredor que se enreda para describir un peligro al que nos enfrentamos todos, incluso hermanos maduros que han sido fieles por muchos años.
Ese pecado es la falta de fe.
Para un cristiano más nuevo, este pecado podría ser no fortalecer la fe que tenía al principio de conocer la verdad, cuando se bautizó.
Pero en el caso de un cristiano de experiencia, este pecado de la falta de fe podría implicar que la fe fuerte que tenía en el pasado se debilite.
En cuanto a esto último, quizás notamos en el versículo 1 que el apóstol Pablo —una columna en la congregación, un hombre de fe— se incluye a sí mismo en el consejo que da.
Dice: “Quitémonos también toda carga”.
“Corramos con aguante”.
¿Vieron?
Al incluirse a sí mismo, Pablo seguramente estaba reconociendo que él mismo también era propenso a verse enredado en este pecado, es decir, a tener momentos de falta de fe.
Qué gran lección para nosotros, ¿verdad?
Todos tenemos que seguir fortaleciendo nuestra fe.
Pero la Biblia también deja claro que, si en algún momento perdemos la fe, podemos recuperarnos.
Podemos recuperar rápidamente nuestra fe.
Veamos lo que le pasó una vez al apóstol Pedro.
Vayamos, por favor, a Mateo 14:24.
Imaginémonos la escena.
Es temprano, antes del amanecer.
Pedro y otros discípulos están en una barca, luchando contra las olas del mar de Galilea durante una tormenta.
De repente, ven a Jesús caminando sobre el mar.
En el versículo 26, la Biblia dice que, en cuanto lo vieron, “se pusieron a gritar de miedo”.
Pedro y los demás eran pescadores con experiencia, hombres fuertes, pero gritaron de miedo.
Y, en el versículo 27, Jesús les dice: “¡Ánimo!
Soy yo.
No tengan miedo”.
¿Y qué dijo Pedro?
Versículo 28: “Señor, si eres tú, ordéname que vaya hacia ti sobre el agua”.
Cuando Jesús le dijo a Pedro que fuera hacia él, ¿qué hizo?
Se bajó de la barca y caminó sobre el agua hacia Jesús.
¿Necesitó fe?
¡Claro que sí!
Pero después, el relato sigue diciendo que Pedro comenzó a hundirse.
¿Por qué?
Notemos lo que dice el versículo 30: “Al fijarse en la fuerza del viento, le dio miedo”.
Cuando Pedro dejó de centrarse en Jesús, le faltó fe; por unos momentos, su fe se debilitó.
A nosotros nos puede pasar igual, aunque tengamos experiencia.
Si no estamos centrados, podemos perder la fe.
¿Hemos pasado o estamos pasando por alguna tormenta en nuestra vida?
El viento y las olas que rodeaban a Pedro mientras caminaba sobre el agua se pueden comparar a las pruebas y tentaciones que afrontamos como siervos dedicados de Jehová.
Gracias a nuestra fe, todos nosotros hacemos algo que parece imposible para la mayoría: servir a Jehová, tener una conciencia limpia y estar dedicados a nuestro Dios en los últimos días de este difícil sistema.
Pero todos vamos a luchar contra tormentas.
Tal vez una enfermedad inesperada —nuestra, de un familiar o incluso de un amigo—.
O tal vez la preocupación por los problemas económicos, problemas que también sufren nuestros hermanos, no solo en Venezuela o no solo en África, sino en muchos otros países donde también hay crisis económicas.
O quizás sean las olas de persecución, como las que sufren muchos hermanos, no solo en Rusia, sino dentro de la propia familia.
¿Y qué podemos decir de los cambios que pueden repercutir en nuestro servicio?
Un cambio de asignación dentro o fuera de Betel, o en la congregación, o un cambio que nos obligue a dejar el servicio especial de tiempo completo y que nos saque de nuestra zona de confort.
Eso podría ser como una tormenta para nosotros, que nos haga tener miedo.
Por ejemplo, a un hermano al que le encantaba ser misionero, le ocurrió que, después de muchos años de servir junto a su esposa, tuvo que regresar a su hogar.
“Por primera vez en la vida”, dice el hermano, “me sentía totalmente perdido.
No tenía metas, ya nada me parecía realmente importante”.
¿Qué ocurrió?
Por un tiempo, su fe se debilitó.
Ahora sigamos con lo que le pasó a Pedro, según dice el versículo 30.
¿Qué fue exactamente lo que hizo que Pedro se hundiera?
¿Fue una ráfaga de viento o una ola grande?
No.
Fue porque se fijó en la tormenta.
Eso fue lo que lo asustó.
Se concentró en la tormenta y no en Jesús.
Igualmente, si nosotros nos centramos demasiado en las tormentas que nos puedan venir, en los problemas del día a día que tenemos que afrontar en este sistema, y nos concentramos en lo fuertes que son, podríamos empezar a dudar de la ayuda de Jehová.
Pero veamos lo que pasó en el versículo 30.
Dice: “Y, como empezó a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’ ”.
Así que lo que hizo Pedro después de perder la fe por un momento nos enseña una gran lección a todos nosotros.
Se recuperó rápidamente.
Por lo que dice la Biblia, Pedro era un buen nadador.
Como se estaba hundiendo, lo normal hubiera sido que hubiera intentado nadar de vuelta a la barca.
Pero no lo hizo.
No confió en sí mismo.
Se volvió a centrar en Jesús y agarró la mano que le extendió su Maestro.
Bueno, ¿qué nos enseña esto?
Si alguna vez sentimos que nuestra fe se debilita o comenzamos a tener miedo, tenemos que imitar el ejemplo de Pedro.
Nos podemos recuperar rápidamente.
Si volvemos a Hebreos 12:2, Hebreos 12:2, vemos que Pablo nos dice cómo podemos evitar enredarnos en el pecado de la falta de fe.
Pablo nos anima a fijar la mirada en Jesús, y el versículo 3 dice: “Piensen detenidamente en el que aguantó tantas palabras hostiles de parte de los pecadores [...], para que no se cansen ni se rindan”.
Fijar la mirada, pensar detenidamente...
Tenemos que centrarnos en Jesús.
¿Y qué lo ayudó a él a tener una fe inquebrantable?
Su esperanza.
El versículo 2 dice que Jesús se centró en “la felicidad que fue puesta delante de él”, así que debemos centrarnos en las bendiciones que tendremos.
Un artículo de La Atalaya decía: “Imagínese en el nuevo mundo.
Ponga por escrito o dibuje las cosas que piensa hacer cuando llegue el Paraíso.
Haga una lista de las personas a las que quiere conocer cuando resuciten y de las preguntas que le gustaría hacerles”.
Y el artículo sigue diciendo: “Vea las promesas de Dios como algo personal”.
Sabemos que Jesús estaba convencido de que la Biblia es la Palabra de Dios.
Él meditaba con frecuencia en las palabras de Dios, en sus maravillosas promesas, y nosotros tenemos que hacer lo mismo.
Además, Jesús nos enseñó a pedir espíritu santo.
También podemos pedirle más fe a Jehová.
Y Jehová con gusto responderá nuestras oraciones.