¿Qué es peor?
¿Hacer tropezar o que te hagan tropezar?
Desde el punto de vista de Jehová, las dos cosas son igual de graves porque nos afectan a nosotros y también a quienes nos rodean.
Pero, como el texto de hoy nos dice que no nos enojemos fácilmente, vamos a hablar de qué podemos hacer cuando nos hacen tropezar.
Santiago 3:2 nos dice que “todos tropezamos muchas veces”.
Esto no quiere decir para nada que está bien que otros nos hagan tropezar, es decir, esto no es una excusa.
Santiago sencillamente está destacando un hecho: que todos somos imperfectos.
Aquí el punto es qué podemos hacer nosotros cuando encontramos algo que pueda hacernos tropezar.
Proverbios 24:16 dice: “Porque, aunque el justo caiga siete veces, volverá a levantarse”.
Veamos entonces qué puede hacernos tropezar y cómo podemos evitar esos obstáculos.
A veces, tropezamos porque un hermano ha sido injusto con nosotros, quizás por la persecución o los problemas, o tal vez por los defectos de los demás.
Cualquiera de estos obstáculos puede hacernos pisar mal, tropezar o incluso caer.
¿Cómo podemos evitar que estos obstáculos se conviertan en barreras que nos impidan seguir adelante y seguir sirviendo a Jehová?
Abramos la Biblia en Salmo 119:165.
Este texto responde esa pregunta de manera sencilla y también nos asegura que podemos evitar tropezar.
Salmo 119:165: “Los que aman tu ley disfrutan de abundante paz; nada será un obstáculo para ellos”.
¿Por qué no?
Porque, si amamos la ley de Jehová, Jehová no nos dejará tropezar nunca.
Nuestro amor por él y por sus leyes nos servirá de protección.
Uno de los obstáculos más comunes son las imperfecciones de los demás.
Me gustaría contarles dos experiencias que muestran cómo podemos evitar que esos problemas nos impidan servir a Jehová.
La primera experiencia es la de la hermana Goldie Romocean.
Nació en Rumania en 1903 y se bautizó en 1918.
En 1921 se fue a vivir a Estados Unidos, y ese mismo año se casó con un hermano rumano de su pueblo natal.
Vivían en Akron (Ohio) y tuvieron cuatro hijas.
A mediados de los años 30, Goldie y su esposo tropezaron.
En una ocasión ella contó por qué tropezaron y qué les ayudó a seguir sirviendo a Jehová.
Goldie dijo: “Me enojé con el hermano Rutherford.
Un Testigo nuevo creía que el hermano Rutherford había sido injusto con él porque no lo escuchó, y le di la razón al hermano nuevo.
Un domingo mi hermana Mary y su esposo, Dan, vinieron a visitarnos.
Después de comer, Dan dijo: ‘Bueno, vámonos a la reunión’.
Dije: ‘No vamos a volver a las reuniones.
Estamos furiosos con el hermano Rutherford’.
Dan preguntó: ‘¿Conocías al hermano Rutherford cuando te bautizaste?’.
‘Por supuesto que no —respondí—.
Tú sabes que me bauticé en Rumania’.
‘¿Por qué te bautizaste?’, preguntó.
‘Porque aprendí que Jehová es el Dios verdadero y quería dedicar mi vida a servirle’, contesté.
‘¡Jamás olvides eso! —me dijo—.
Si el hermano Rutherford dejara la verdad, ¿la dejarías tú también?’.
‘¡Nunca, nunca!’, le dije.
Aquello me hizo recobrar el juicio, así que dije: ‘¡Vamos, todos para la reunión!’.
No hemos faltado desde entonces”.
Jehová siguió bendiciendo a Goldie y a su familia.
Por ejemplo, su hija Beth se graduó de la clase 14 de Galaad.
La impresionante biografía de la hermana Goldie está en La Atalaya del 1 de abril de 1997.
Por favor, no se la pierdan.
No solo les animará leerla, también averiguarán por qué le decían Goldie.
¿Aprendemos algo de esto?
Claro.
Nada impidió que Goldie y su familia siguieran sirviendo a Jehová.
Se centraron en la soberanía de Jehová y en la amistad que tenían con él.
Veamos ahora la segunda experiencia.
Cuando leí el texto de hoy, enseguida pensé en el hermano Adolf Weber.
Leí por primera vez su experiencia hace 38 años en el Anuario para 1980. Y, por supuesto, su historia me caló hondo en la mente y el corazón.
Adolf Weber vivía en Suiza y se dedicaba a talar árboles.
A mediados de la década de 1890, viajó a Estados Unidos.
Trabajaba media jornada como jardinero para el hermano Russell, y así fue como llegó a conocer la verdad.
El hermano Weber hablaba muy bien inglés, alemán y francés.
Decidió regresar a Europa para predicarle a la gente que hablaba francés, y el hermano Russell estuvo de acuerdo.
El hermano Weber viajó a su pueblo natal en Suiza y allí publicó anuncios en periódicos religiosos.
Mucha gente le respondió.
En 1903, el hermano Russell visitó Europa e hizo planes con el hermano Weber para publicar una versión reducida de la revista Watch Tower en francés.
Y, como buen precursor regular, el hermano Weber trabajaba en verano como leñador y jardinero en Suiza, y luego viajaba a Francia y a Bélgica para visitar a las personas que habían respondido a los anuncios que había puesto.
Viajó muchísimo y supervisó la predicación en habla francesa en Europa durante más de 12 años.
En 1912, el hermano Russell volvió a Europa y le encargó a un hermano que tenía mejor formación académica que supervisara la predicación.
¿Era eso un posible obstáculo?
Por supuesto.
Pero al hermano Weber no le afectó para nada.
Humildemente aceptó el cambio y con gusto siguió haciendo todo lo que pudo por el Reino.
¿Y saben qué?
Aquel hermano con más estudios que el hermano Weber con el tiempo dejó la verdad, igual que los cuatro superintendentes que vinieron después.
Pero, a pesar de todo, el hermano Weber siguió haciendo humildemente lo que siempre había hecho: hablarles de la verdad a las personas sinceras que encontraba.
¿Aprendemos algo de esto?
Claro.
Por favor, abramos la Biblia en Mateo 23:12.
Este texto habla de una cualidad que el hermano Weber demostró.
Y fíjense en lo que pasa cuando tenemos esta cualidad.
Mateo 23:12 dice: “El que se engrandece será humillado, pero el que actúa con humildad será engrandecido”.
Y eso fue exactamente lo que le pasó al hermano Weber.
Él nunca estuvo buscando reconocimiento.
Y, miren, su experiencia aparece en el Proclamadores, en los Anuarios para 1980, 1984 y 1987 gracias al buen trabajo que hizo en Europa.
El Anuario para 1987 hace un resumen precioso de la vida de este hermano.
Dice: “Aunque algunos habían permitido que los sentimientos de presunción les engañasen, el hermano Weber había continuado sirviendo a Jehová de manera leal y humilde [...].
Su modestia, fe fuerte y servicio celoso dejaron una profunda impresión en todos aquellos que le conocieron.
Finalmente, en febrero de 1948, terminó su carrera terrestre a la edad de ochenta y cinco años”.
¡Qué bonito reconocimiento recibió este hermano tan humilde que no se ofendía fácilmente!
Así que seamos como el hermano Weber y la hermana Romocean.
Esforcémonos siempre por ser humildes y modestos, y por concentrarnos en mantener una buena amistad con Jehová.
Si lo hacemos, no nos enojaremos fácilmente y nada nos hará tropezar.