Hoy vamos a contestar dos preguntas: ¿qué tiene que ver la paz con el valor?
y ¿cómo podemos ayudar a los demás a ser valientes?
Comencemos leyendo Juan 16:33.
En la noche antes de morir, Jesús les dirigió estas palabras a sus amados discípulos: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz por medio de mí.
En el mundo van a tener sufrimientos.
Pero ¡sean valientes!, que yo he vencido al mundo”.
Aquí los dos conceptos clave son paz y valor. La Atalaya en la que se basan los comentarios del texto de hoy cita este mismo versículo para explicar la relación entre el rescate y el valor.
Tal y como indica La Atalaya, al entregar su vida, Jesús demostró que era valiente.
De hecho, el rescate tiene que ver con el valor de dos maneras.
Primero, Jesús tuvo que ser valiente para dar su vida como rescate.
Y, segundo, pensar en todo lo que logra por nosotros el rescate nos motiva a ser valientes.
Pero, antes de seguir hablándoles sobre la cualidad del valor, quisiera hablarles un poco sobre la paz.
¿En qué consiste esa paz que podemos tener por medio de Jesús?
Es un sentimiento interno de tranquilidad, un sentimiento de calma, que uno experimenta cuando sabe que tiene la aprobación tanto de Jehová como de Jesús.
Ahora, ¿qué es lo que nos permite disfrutar de esa paz?
El incomparable regalo del rescate.
Y es que solo gracias al rescate nosotros podemos reconciliarnos con Dios, acercarnos a él y llegar a ser sus amigos.
¿Y cómo nos beneficia esa paz?
Vayamos a Juan 14:27.
Más temprano aquella misma noche, Jesús les había dicho a sus apóstoles: “La paz les dejo; mi paz les doy. [...] Que no se les angustie ni acobarde el corazón”.
Así es, la paz de Dios que recibimos mediante Jesús impide que nuestro corazón se acobarde.
Es decir, esa paz nos ayuda a vencer el temor, a ser valientes.
Para entender la relación entre la paz y el valor, pensemos en una flor, como un tulipán.
Un tulipán tiene un bulbo y una flor.
Digamos que el bulbo es como la paz, y el valor, como la flor.
Tal como un tulipán nace de un bulbo que el jardinero planta en la tierra, el valor nace de la paz que nuestro Padre celestial, Jehová, siembra en nuestro corazón.
Entonces, sin bulbo no hay flor, igual que sin la paz que Dios da no puede haber valor.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer para tener paz y valor?
Al pensar en la respuesta, recordé unas palabras que escuché alguna vez: “Una Biblia que está en pedazos casi siempre pertenece a alguien que sigue entero”.
Y así es: mientras más leamos la Biblia, mientras más la usemos, mientras más meditemos en lo que dice, más valientes vamos a ser.
Volvamos al texto para el día de hoy, Juan 16:33, y centremos nuestra atención en la expresión “sean valientes”.
Sí, ser valiente.
Las expresiones “sé valiente” y “ten ánimo” significan básicamente lo mismo.
Cuando queremos que alguien tenga el valor de hacer algo, le decimos “Ánimo”.
Y, si además le damos una buena razón, la persona tendrá el valor para hacerlo.
La expresión griega que en Juan 16:33 se tradujo como “¡sean valientes!” aparece en todos los versículos que ven en pantalla.
Cuando le trajeron a Jesús a un paralítico, él le dijo: “¡Ánimo [...]!”.
A una mujer que llevaba años con hemorragias, Jesús también le dijo “¡Ánimo [...]!”.
Cuando sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar y se asustaron, una vez más Jesús dijo: “¡Ánimo!”.
Como ya hemos dicho, la noche antes de morir, Jesús les dijo a sus apóstoles: “¡Sean valientes!”.
Y, finalmente, cuando se le apareció al apóstol Pablo, le dijo: “¡Ten valor!”.
Si examinamos detenidamente estos cinco casos, notaremos que Jesús hizo más o menos lo mismo en cada uno de ellos.
¿A qué nos referimos?
En cada caso, Jesús utiliza una expresión para dar ánimo.
¿Pero qué hace después?
Aporta una razón.
No solamente les dijo a quienes lo escuchaban: “¡Ánimo!” o “¡Sean valientes!”, sino que también les dio razones por las que podían sentirse así.
Veamos el caso en el que Jesús le habla a Pablo, en Hechos 23:11.
Al final de la primera oración, encontramos la expresión: “¡Ten valor!”.
Y ¿cuál es la siguiente palabra que utiliza Jesús?
“Porque”, es decir, “debido a” o “por causa de”.
Así que con la palabra “porque” se introduce la razón por la que Pablo podía tener valor.
En otras palabras, Jesús le estaba diciendo a Pablo: “¡Ten valor!
[¿Por qué razón?] Porque, tal como has dado un testimonio completo de mí en Jerusalén [le dijo], también tendrás que dar testimonio en Roma”.
Podemos estar seguros de que las razones que Jesús expresó fortalecieron a Pablo y lo animaron a ser valiente.
Aunque Jesús no siempre utilizó la palabra porque para expresar sus razones, de todas formas, las dejó claras.
Veámoslo en cada uno de estos ejemplos.
En Mateo 9:2, Jesús le dijo al paralítico: “¡Ánimo [...]!”.
¿Por qué?
Porque “tus pecados quedan perdonados”.
Mateo 9:22: “¡Ánimo [...]!”.
¿Por qué?
Porque “tu fe te ha curado”.
Mateo 14:27: “¡Ánimo!”.
¿Por qué?
Porque “soy yo.
No tengan miedo”.
Juan 16:33: “¡Sean valientes!”.
¿Por qué?
Porque “yo he vencido al mundo”.
Ahora bien, ¿cómo podemos nosotros imitar el ejemplo de Jesús?
Cuando nos dirijamos a los demás, ya sea desde la plataforma o en privado, no solo queremos decirles lo que deben hacer, sino también por qué deberían hacerlo.
Queremos convencerlos.
Queremos darles razones lógicas y persuadirlos.
¿Qué más aprendemos del ejemplo que nos puso Jesucristo?
Cuando trataba de animar a otras personas, no solo buscaba convencerlas con razones lógicas, sino también llegarles al corazón.
Eso queda claro en tres de los casos que estamos analizando.
Veamos el primero de estos casos.
Es Mateo 9:2.
Jesús no solo le dijo “¡Ánimo!” a aquel paralítico, sino que le dijo algo más.
Le dijo “¡Ánimo, hijo!”.
¡Qué forma tan bonita de dirigirse a alguien con un problema tan grave!
Aquel hombre debió de sentirse como un niño en los brazos de su padre.
Sin duda, las palabras de Jesús tocaron su corazón.
Otro ejemplo, Mateo 9:22.
A la mujer que estaba sufriendo de hemorragias, Jesús no se limitó a decirle “¡Ánimo!”, sino que le dijo “¡Ánimo, hija!”.
¡Qué forma tan considerada y tierna de tratar a aquella mujer!
Lo que hizo no fue cualquier cosa.
No hay registro en la Biblia de que Jesús hubiera utilizado ese término con ninguna otra mujer.
Seguro que aquella palabra llena de ternura la conmovió.
Un ejemplo más.
En su última noche en la Tierra, Jesús se reunió con los apóstoles en una habitación.
Tratemos de imaginarnos lo que sucedió justo antes de que Jesús les dijera: “¡Sean valientes!”.
Después de instituir la Cena del Señor, Jesús fijó su atención en sus 11 apóstoles fieles.
Ahí estaban.
Pedro, por ejemplo, tan impulsivo, pero todo corazón.
¡Cuánto lo quería Jesús!
¿Y Santiago y su hermano menor, Juan?
Se les llegó a llamar los “hijos del trueno”, pero ¡cuánto habían cambiado!
Su celo seguía vivo, pero habían aprendido a ser compasivos.
¿Y Andrés, que había estado con él desde el principio?
Al ver a cada uno de ellos allí, a su lado, mostrando su lealtad, Jesús debió de haberse sentido embargado por la emoción.
El cariño que sintió por ellos en aquel instante lo impulsó a hacer algo que jamás había hecho antes: los llamó “hijitos”.
Sin duda, lo que Jesús les dijo aquella noche debió de conmoverlos muchísimo.
Y fue poco después cuando les dijo: “¡Sean valientes!”.
Entonces, ¿qué aprendemos de Jesús en estas tres ocasiones?
Que, si de verdad queremos animar a los demás —sea en Betel, en la congregación o en cualquier otro lugar—, debemos ser capaces de hacerles sentir que los queremos, que nos interesamos por ellos.
Así, les llegaremos al corazón.
Bien, ¿qué queremos recordar de todo esto que hemos hablado?
Todos tenemos problemas y dificultades, pero, gracias a la paz que Dios nos da, podemos ser valientes.
Y, cuando nos dirijamos a los demás, queremos convencerlos con razones lógicas, pero también hablarles al corazón con palabras como: “¡Ánimo, hermano mío, que Jehová siempre nos ayuda!”.