Geoffrey W. Jackson: Un mensaje que llega “hasta la parte más distante de la tierra” (Hech. 1:8)

Cuando leemos Hechos 1:8, nos imaginamos los retos que enfrentaron los apóstoles en sus asignaciones, e imaginamos cuánto tuvieron que confiar en la promesa de recibir poder y espíritu santo.

De verdad lo necesitaban para predicar “hasta la parte más distante de la tierra”.

En la historia del primer siglo figuran cristianos —como el apóstol Pablo, Bernabé, Timoteo y otros— que literalmente viajaron lo más lejos posible para llegar a numerosos territorios.

Vayamos a la Biblia, a la cita de Romanos 15:23, 24.

Aquí se resume lo que pensaba Pablo al respecto.

Romanos 15:23: “Pero ahora que ya no tengo territorio sin tocar en estas regiones, y habiendo tenido por algunos años el anhelo de llegar a ustedes, [es decir, a los hermanos en Roma] cuando viaje con rumbo a España, espero [...] poder verlos”.

Pablo estaba muy interesado en cubrir territorios donde no se había predicado.

Podemos decir que lo mismo siente el pueblo de Jehová hoy, sea que se trate de graduados de la Escuela de Galaad enviados al extranjero o de misioneros que fueron a lugares remotos antes de que existiera dicha escuela.

También recordamos a hermanos que se han mudado a países con necesidad de publicadores, a territorios no asignados o a lugares donde poca gente ha tenido la oportunidad de escuchar

el mensaje de la Biblia.

¿Verdad que nos anima escuchar sobre ellos?

Pero ¿qué les parece si esta mañana abordamos un aspecto específico de la historia?

Concretamente, el que apareció

en La Atalaya en marzo de 2016, en “Preguntas de los lectores”.

Si recuerdan, se hablaba sobre el valle de huesos secos del capítulo 37 de Ezequiel.

Allí se explicó la restauración gradual de la adoración verdadera y se dijo que se escuchaba un sonido como de “traqueteo”.

La Atalaya mostró que, aun antes del tiempo del fin, hubo personas fieles que se esforzaron por defender la adoración verdadera.

Textualmente dice: “Algunos trataron de producir biblias en los idiomas comunes”.

Consideremos ahora el caso de algunos que vivieron menos de 100 años antes de que el hermano Russell comenzara a publicar La Atalaya, y veamos cómo algunos decidieron ir a países lejanos a fin de traducir la Biblia y ayudar a los habitantes de esos lugares.

Por ejemplo, allá en 1793, había un hombre llamado William Carey, zapatero británico.

A él le impresionaron las palabras de Mateo 28:19, 20.

Estaba convencido de que todos los cristianos tenían que predicar.

Logró su objetivo de llegar a la India.

Allí se enfrentó a todo tipo de problemas: la muerte de su esposa y de su hijo, y a agotadores trabajos en las plantaciones de añil.

A pesar de todo, en un plazo de 21 años y con la ayuda de otros, ¡pudo traducir algunas porciones de la Biblia a 36 idiomas!

Luego, en 1797, Henry Nott, un albañil originario de Inglaterra, junto con otros voluntarios, llegó a Tahití.

Cuatro de aquellos pasajeros afirmaban ser pastores, pero carecían de preparación formal.

Tampoco Henry Nott era muy instruido: era solo un albañil con una educación básica.

Pero su fe era tan grande que decidió aprender hebreo y griego con la intención de traducir la Biblia al tahitiano.

Pronto aprendió esa lengua, y en 1835, luego de 30 años de traducir, descansó la pluma: terminó el trabajo.

Por cierto, él empleó el nombre de Jehová tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas.

En 1807, Robert Morrison tenía un enorme deseo de traducir la Biblia al chino.

Se mudó a China. Pero al llegar ahí, se enteró de que enseñar chino a extranjeros se castigaba con la muerte.

Por seguridad, no salió de su casa en 2 años, mientras aprendía el idioma.

Luego, cuando comenzó a traducir la Biblia, oyó que el emperador había decretado la pena capital para todo el que imprimiera publicaciones cristianas.

Con todo, en 1819, Morrison completó su traducción de la Biblia.

En 1812, Judson —junto con su esposa— dejó su natal Norteamérica tan solo 2 semanas después de su boda, y 1 año más tarde llegó a Birmania, hoy Myanmar.

Estaba decidido a traducir la Biblia al idioma local, difícil tarea, pues no había diccionarios ni maestros de birmano.

A pesar de eso, puso todo su empeño en aprenderlo.

Pasó un tiempo en prisión, atado con tres grilletes de hierro que le inmovilizaban todo su cuerpo.

Sin embargo, su mayor preocupación era lo que pasaría con el manuscrito de la traducción de la Biblia que había enterrado en su casa.

Pero su esposa logró llevárselo a la prisión escondido en una almohada.

Para 1835, este hombre ya había logrado traducir la Biblia entera al birmano.

Y la lista no solo incluye a misioneros blancos, norteamericanos o ingleses.

Muchos habitantes de las islas del Pacífico, por ejemplo, algunos polinesios, se propusieron visitar otras islas para difundir el mensaje de la Biblia.

Allá por el año 1823, un polinesio llamado Papeiha estaba resuelto a llevar el mensaje a Rarotonga, en las islas Cook.

Viajó por barco hasta la isla acompañado de dos matrimonios de misioneros extranjeros de raza blanca.

Al llegar a la playa, hubo un malentendido con un rey que estaba ebrio.

Allí los golpearon y les robaron sus pertenencias; a duras penas lograron regresar al barco.

Pero Papeiha estaba determinado a predicar a los isleños, así que no se dio por vencido.

Se dice que decidió regresar a la isla y exclamó: “Ko Jehova toku tiaki!

Tei roto au i tona rima!”, que significa: “¡Jehová es mi pastor!

¡Estoy en sus manos!”.

Y tomó consigo un libro que contenía porciones de la Biblia en tahitiano, saltó al agua, llegó nadando hasta la playa y comenzó a predicar a los lugareños.

No podemos menos que admirar ese gran entusiasmo.

Las condiciones que enfrentaron estos misioneros eran muy difíciles y rudimentarias.

En un país, los misioneros vivían en aldeas donde la gente todavía practicaba el canibalismo, y en muchos casos, al morir el jefe, ejecutaban a sus esposas y las sepultaban junto con él.

Todos ellos tradujeron la Biblia en medio de circunstancias tan difíciles como estas.

En su mayoría, usaron el nombre de Jehová tanto en la Biblia como en sus documentos personales.

¿Qué los motivaba?

¿Qué los impulsó a llegar a partes tan distantes?

Llama la atención lo que un libro de historia sobre los misioneros en el Pacífico menciona: “[Su] fe firme en Jehová podía más que el temor y la desesperación”.

Nos deja en qué pensar ¿verdad?

Al ver esto, nos preguntamos: “¿Eran ellos ungidos?”.

La respuesta es: “No lo sabemos”.

Lo que sí sabemos es lo que Jesús dijo.

Según Mateo 13, habría “hijos del reino” semejantes a trigo a lo largo de toda la historia.

Y por lo que hemos hablado hoy, esa afirmación no nos sorprende.

Sin duda, en el futuro sabremos si ellos eran ungidos o no.

¿Qué hay de nosotros hoy?

¿Significa todo esto que debemos dejar Betel e ir hasta las partes más distantes de la Tierra?

Recordemos que en Hechos 1:8, Jesús se estaba dirigiendo a la gente que estaba en Jerusalén.

Y tomando eso como referencia, ustedes ya viven en las partes más distantes de la Tierra.

La conclusión es: sin importar lo que hagamos, sea que podamos mudarnos a otros lugares o que sigamos predicando en nuestro territorio, si imitamos el ejemplo de estos hombres fieles, nos aseguraremos de llegar a personas que no han tenido oportunidad de escuchar la verdad, sea que estén cerca o lejos.

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