El texto de hoy resalta el profundo efecto que tienen en nosotros las oraciones sinceras, desde el corazón.
Claro, solo hablar con Dios no necesariamente es orar.
En los capítulos 3 y 4 de Génesis encontramos el diálogo que tuvo Adán con Jehová poco después de haber pecado.
Y difícilmente podría decirse que Adán estaba orando en ese momento.
¿Por qué?
Porque para orar, necesitamos mostrar confianza, respeto, humildad y devoción, así como reconocer que dependemos de aquel a quien dirigimos la oración.
Para ver por qué es tan importante mostrar confianza en Dios y mejorar la calidad de nuestras oraciones, analicemos lo que dice al respecto Salmo 91:1, 2.
Leamos el versículo 1: “Cualquiera que more en el lugar secreto del Altísimo se conseguirá alojamiento bajo la mismísima sombra del Todopoderoso”.
Ese “lugar secreto” es un lugar simbólico donde Jehová nos brinda protección espiritual y nada ni nadie puede arrebatarnos la fe o el amor por Jehová.
Es secreto porque los incrédulos no pueden descubrirlo, o entenderlo.
Pero ¿cómo podemos encontrarlo nosotros?
El versículo 2 explica: “Ciertamente diré a Jehová: ‘Tú eres mi refugio y mi plaza fuerte, mi Dios, en quien de veras confiaré’”.
Así que la clave para entrar en ese lugar secreto y conseguir la paz de Dios es que seamos humildes y tengamos confianza en Jehová.
El texto dice: “Tú eres mi refugio y mi plaza fuerte”; no dice nuestro.
De modo que cada uno, en lo individual, debe demostrarle su confianza a Jehová.
Ahora bien, ¿verdad que todos le agradecemos mucho a Jehová por escucharnos?
Estamos seguros de que es así por lo que dijo David en el Salmo 69.
Mientras leemos, quisiera que se pregunten: “¿Alguna vez he sentido algo parecido a lo que describe David aquí?”.
Él se sentía muy presionado y angustiado, por eso escribió lo que dice Salmo 69:20: “El oprobio mismo ha quebrantado mi corazón, y la herida es incurable.
Y seguí esperando que alguien se condoliera, pero no hubo nadie; y consoladores, pero no hallé ninguno”.
¿No es cierto que, a veces, ni otros cristianos ni nuestros familiares ni siquiera los amigos íntimos pueden darnos la ayuda que necesitamos?
¿Por qué será?
Bueno, tal vez están tan atareados con sus propios problemas que no tienen tiempo de fijarse en los nuestros.
Además, a todos nos afectan las cosas de manera distinta.
Es decir, lo que le causa gran estrés a una persona pudiera no ser tan grave para otra.
Y si vemos a alguien luchando con situaciones que para nosotros no son la gran cosa, quizás no podamos comprender lo que siente.
Por otro lado, el versículo 33 del mismo Salmo dice: “Porque Jehová está escuchando a los pobres, y realmente no desprecia a sus propios prisioneros”.
A veces pudiéramos sentirnos prisioneros de las circunstancias o de nuestros sentimientos o emociones y tal vez nos sintamos como atrapados.
Quizás otros no nos entiendan ni nos puedan ayudar.
Pero fíjense en las reconfortantes palabras de 2 Crónicas 6:29, 30.
Allí leemos la oración que hizo Salomón cuando se dedicó el templo.
El versículo 29 dice: “Sea cual fuere la petición de favor que se haga de parte de cualquier hombre o de todo tu pueblo Israel —porque ellos conocen cada cual su propia plaga y su propio dolor—; cuando él realmente extienda las palmas de las manos [...]”.
Así que Jehová nos comprende como nadie más puede hacerlo.
¿Cómo lo sabemos?
El versículo 30 dice: “Entonces dígnate oír tú mismo desde los cielos, el lugar de tu morada, y tienes que perdonar y dar a cada uno conforme a todos sus caminos, porque tú conoces su corazón (porque solo tú mismo conoces bien el corazón de los hijos de la humanidad)”.
Entonces, aunque nuestros amigos se preocupen y traten de ayudarnos, no pueden entender todo lo que sentimos, lo que pensamos ni cuánto nos afecta una situación...
pero Jehová sí.
Él nos comprende por completo, y eso nos reconforta y nos impulsa a confiar en él.
Pero confiar en Jehová implica mucho más.
Mateo 6:33 dice: “Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas les serán añadidas”.
Aquí se nos invita a confiar en que Jehová se encargará de darnos lo que necesitamos, como siempre lo hace.
Pero, en este contexto, podríamos caer en un error: cuando una persona es tranquila, segura de sí misma, tiene habilidades naturales, viene de una familia estable, tanto emocional como económicamente, pudiera sentirse inclinada a pensar: “Sí, yo confío en Jehová, pero sé que esto puedo hacerlo solo”.
Bueno, a veces hemos oído a algunos expresar algo parecido cuando reciben una nueva asignación o se les envía a servir de precursores regulares o dejan Betel por una buena razón y, ahora, tienen que conseguir un trabajo seglar.
Quizás hayan escuchado algo como esto: “Les va a ir bien porque tienen un oficio bien remunerado en el mercado laboral”.
Eso no tiene nada de malo.
Puede que hasta hayan aprendido ese oficio mientras servían de toda alma a Jehová, ¡y qué bueno!
Pero cuidado: ¿tendrán éxito debido a sus habilidades, o porque siguen buscando primero el Reino y permiten que Jehová sea quien les dé lo necesario?
Además, hay que tener cuidado con esa idea de que, gracias a su oficio, les irá muy bien.
¿Y si no tuvieran un oficio tan rentable?
¡De todos modos, Jehová los cuidaría!
Veamos lo que dice Amós 7:14, 15: “Yo no era profeta, ni era hijo de profeta; sino que era guarda de ganado y punzador de higos”.
Aun así, Jehová escogió a Amós, lo usó y le dio lo necesario.
El hecho de que no tuviera un oficio bien pagado no fue lo importante.
Por eso es bueno que veamos las cosas desde la perspectiva correcta.
Por último, cuando tratemos de animar a otros y ayudarlos a combatir la ansiedad, usemos la herramienta más poderosa que tenemos.
En La Atalaya del 15 de febrero de 1988 se relata la historia del hermano Arthur Winkler.
Cuando lo encontró la Gestapo, lo golpearon sin piedad, le quebraron los dientes y le dislocaron la mandíbula.
Ya con el cuerpo en carne viva por la golpiza, lo echaron en una celda oscura.
El hermano Winkler relata que, en ese momento, necesitaba desesperadamente alimento espiritual, así que le oró a Jehová
y luego le pidió a un guardia que lo ayudara.
Poco después, alguien abrió la puerta y le arrojó una Biblia.
El hermano dice: “¡Qué gozo producía disfrutar diariamente de los agradables dichos de verdad!
Sentí que me estaba fortaleciendo espiritualmente”.
Así que, si deseamos ayudar a otros, no repitamos frases hechas o frases que se dicen por simple cortesía; mejor usemos palabras tomadas de la Biblia.
Quizás alguien se sienta atrapado por una situación difícil.
Bueno, pensemos en el relato de algún personaje bíblico que haya superado momentos muy difíciles.
Eso es lo que realmente puede ayudarnos a superar la ansiedad.
Por ejemplo, en 2 Corintios 11:23-31, Pablo cuenta las angustias que vivió.
Y, años después, escribió las palabras del texto de hoy, en donde señala que Jehová lo ayudó a mantener la calma.
¡Que los consejos de la Biblia nos sirvan para enfrentar las inquietudes y ayudar a otros a hacer lo mismo!