Harold Corkern: Imitemos a Jesús (Juan 2:25)

No cabe duda de que Jesús fue el Gran Maestro, por muchas razones.

Una de ellas es que realmente entendía a las personas con las que trataba; sabía lo que pensaban y sentían.

Dios le había dado la capacidad de leer los corazones.

Además, tenía otras cualidades que su Padre también le había dado: perspicacia, discernimiento, entendimiento y sabiduría.

La combinación de todas estas aptitudes hizo que fuera un maestro sobresaliente.

Claro, nosotros no podemos leer los corazones, pero podemos imitar a Jesús al desarrollar cualidades que nos ayudarán a ser más eficaces al ayudar a otros.

Por ejemplo, la perspicacia, ¿cómo la definiríamos?

Es la aptitud de ver más allá de lo obvio, de actuar con prudencia o de lograr éxito.

Implica no solo ver lo superficial, sino ahondar en el asunto.

Se relaciona con el entendimiento.

El entendimiento es la capacidad de distinguir los distintos componentes de un asunto o una situación.

Sin embargo, la perspicacia va más allá.

Implica el conocimiento inteligente de la razón.

Es decir, responde a la pregunta: ¿Por qué?

¿Por qué sucede esto?

¿Por qué pienso que lo que voy a decir es lo mejor que puedo decir?

También está relacionada con el discernimiento, o sea, tener buen juicio, notar las diferencias, ser capaz de ver que lo que parece una cosa es en realidad otra.

También nos ayuda a identificar el problema o las necesidades reales de una persona.

Ahora bien, para entender lo útil que es demostrar estas cualidades, vamos a suponer que alguien de tu congregación se te acerca y te dice: “Me cuesta muchísimo controlar mi carácter.

Me enojo muy fácilmente”.

Entonces, de inmediato podrías pensar, y con razón: “Bueno, me sé unos cuantos textos bíblicos que te podría citar para ayudarte a controlar el enojo, dominar la lengua y no decir cosas malas”.

Y está muy bien.

Sin embargo, ¿es eso lo que haría un maestro o un buen consejero?

Quizás preguntaría: “¿Por qué?

¿Por qué te enojas tanto?

¿Puedes identificar la razón?

¿Te sientes bien?

¿Has descansado lo suficiente?

¿Hay algo en el trabajo, la escuela, la congregación o en casa que lo está provocando?”.

Y luego, después de hallar la razón, podemos citarle los textos bíblicos más apropiados y darle el mejor ánimo posible.

¿Y cómo adquirimos cualidades como la perspicacia, el discernimiento o el entendimiento?

Bueno, todas provienen de Jehová, ¿verdad?

El Salmo 32:8 dice: “Te haré tener perspicacia, y te instruiré en el camino en que debes ir”.

Jehová hace esto a través de su Palabra y su organización.

Jeremías 3:15 menciona: “Les daré pastores de acuerdo con mi corazón, y ellos [...] los apacentarán con conocimiento y perspicacia”.

Por lo tanto, es una bendición contar con la Palabra de Jehová y con “el esclavo fiel y discreto”, que nos ayudan a desarrollar estas cualidades.

¿Cómo lo hacen?

Abran sus biblias, por favor, en el Salmo 119, y leamos el versículo 99.

Salmo 119:99 dice: “He llegado a tener más perspicacia que todos mis maestros, porque tus recordatorios me son de interés intenso”.

Fíjense en que el salmista no dijo: “Puedo citar más textos que nadie y puedo responder todas las preguntas difíciles de la Biblia, sin ningún problema”.

No, en este contexto, dijo: “He llegado a tener más perspicacia”, como si dijera: “Jehová me ha ayudado a entenderme mejor a mí mismo y también a los demás, para ayudarlos”.

Entonces, ¿cómo podemos poner esto en práctica?

Bien, recordemos a nuestro ejemplo, Jesús.

Pensemos en su forma de tratar a las personas: era cariñoso, amable, afectuoso, compasivo y empático.

Cuando alguien se comporta así con quienes trata de ayudar, ellos se sienten cómodos y están más dispuestos a explicar lo que les pasa.

Con este método, Jesús lograba ponerse en el lugar de los demás, es decir, mostrar empatía y compasión.

Así lo hizo con Marta y María tras la muerte de Lázaro.

Como vemos, para ser perspicaces, debemos lograr que los demás se sientan cómodos cuando estén con nosotros.

¿Qué más podemos hacer para descubrir lo que piensa una persona?

No podemos leer su corazón.

Ahora bien, abramos la Biblia en Proverbios, capítulo 20.

Leamos juntos el versículo 5: “El consejo en el corazón del hombre es como aguas profundas, pero el hombre de discernimiento es el que lo sacará”.

¿Y cómo se logra esto?

La persona sabia usa preguntas.

Busca conocimiento, recoge información, de acuerdo con Proverbios 15:14.

Allí se dice que el sabio, el entendido, “busca el conocimiento”.

No responde hasta que tiene toda la información.

Pregunta con tacto y respeto.

No insiste hasta el punto de avergonzar al otro.

Se da cuenta de que, haciendo preguntas bruscas, demasiado directas, puede obtener una respuesta, pero también puede lastimar mucho (sobre todo si con ellas insinúa, sin pruebas, que la otra persona hizo algo malo).

Este tipo de preguntas pueden causar heridas profundas, como dice Proverbios 12:18: “Existe el que habla irreflexivamente como con las estocadas de una espada”.

Hagamos preguntas relevantes, de forma respetuosa y amable, y luego escuchemos la respuesta.

Según Santiago, debemos ser prestos para escuchar, lentos para hablar y no reaccionar exageradamente a lo que nos puedan decir.

Es como haberle preguntado: “¿Cómo te sientes?

Dime, por favor”.

O “¿qué está pasando?”.

No podemos enojarnos por lo que nos responda, porque le hemos preguntado.

Así que es momento de callar.

Si hacemos una pregunta importante, con tacto, también debemos recordar lo que dice Eclesiastés 3:7, que hay “tiempo de callar y tiempo de hablar”.

Ahora bien, no hablar de más también nos ayuda en otro sentido, porque Proverbios 10:19 dice: “En la abundancia de palabras no deja de haber transgresión, pero el que tiene refrenados sus labios está actuando discretamente”.

Entonces, debemos tener cuidado con lo que decimos, especialmente si no tenemos toda la información.

Primero necesitamos hacer preguntas bien pensadas para tener el cuadro completo, y luego podremos prestar ayuda.

Y, cuando nos cuenten algo, debemos tener cuidado de no reaccionar de forma exagerada.

Así demostraremos tener perspicacia y discernimiento.

Veamos una historia que ilustra esto: un matrimonio cristiano se dio cuenta de que su hija no quería pasar tiempo con la familia.

Se aislaba y quería estar sola.

Entonces, se acercaron a ella con cariño para ver qué le estaba sucediendo, pero ella no les decía nada.

Los padres insistieron con bondad y con calma.

Un día, la madre entró en el cuarto de su hija, se sentó junto a ella, la abrazó y le dijo: “Hija, dime, ¿qué te pasa?”.

Ella respondió: “Mamá, la verdad es que siento que a la familia no le gusta estar conmigo.

Así que prefiero estar sola”.

La madre me contó que lo primero que pensó fue: “¡Eso es ridículo!”.

Pero se contuvo y la escuchó.

Entonces, su hija le abrió su corazón, y las cosas mejoraron.

La familia hizo algunos cambios y, con el tiempo, esta muchacha comenzó a servir a tiempo completo.

Pero... pensemos un momento.

¿Qué hubiera pasado si la madre no hubiese tenido discernimiento y perspicacia cuando su hija le contó el problema y sí le hubiera dicho que eso era ridículo?

¿Qué habría pensado la hija?

“¡Ah!, ahora creen que soy tonta y que soy una ridícula.

Eso me ayuda mucho.

Muchas gracias.

Ahora tengo más ganas que nunca de estar con mi familia”.

Bueno, pudo haber sucedido así.

Pero esta historia nos muestra que, cuando escuchamos y no reaccionamos de forma exagerada, llegamos a conocer lo que la persona piensa y siente, y así podemos ayudarla mejor.

Como Cristo, queremos saber qué hay en el corazón de las personas para ayudarlas correctamente.

Lo haremos si confiamos en la perspicacia y el discernimiento que nos da Jehová, somos comprensivos, cariñosos y amables, y hacemos preguntas prudentes para descubrir cuál es el problema real, y usar así los textos bíblicos más apropiados para ese caso.

 

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