El texto de hoy destaca que estamos en guerra con Satanás.
La guerra se define como “una relación de hostilidad entre dos bandos enemigos que hacen todo lo posible por conquistarse o destruirse el uno al otro”.
Y el contexto del texto de hoy, 1 Pedro 5:8, habla sobre el tipo de enemigo que tenemos: “un león rugiente” que trata de devorar a alguien.
Y la expresión “rugiente” transmite la idea de una bestia muy muy hambrienta.
Hermanos, es un enemigo real.
Y eso se ve claramente en las palabras que Jesús usó en la oración del padrenuestro.
En Mateo 6:13, él dijo: “No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos [o, como dice la nota, “rescátanos”] del Maligno”.
Si buscamos ese mismo versículo en otras Biblias, como la Biblia de Jerusalén o la Reina-Valera, veremos que esas versiones dicen: “Líbranos del mal”.
Pero pensemos por un momento: ¿estaba Jesús hablando del mal?
¿No es cierto que eso es más impersonal, que no transmite la idea de un enemigo real?
Jesús sabía que el Diablo es alguien real, que es un enemigo de verdad.
El Diablo es despiadado.
Es feroz y no tiene compasión.
Lo que hace es atrapar a la persona y seducirla para que haga algo malo a los ojos de Jehová.
Entonces la persona se siente aplastada por la culpa.
Y ahí es cuando vuelve el Diablo y machaca a la persona para hacerla sentir todavía más culpable por haber fallado. ¿Cómo nos enfrentamos a un enemigo tan poderoso?
Bueno, en una guerra hay soldados.
Así que usemos una expresión que usó el apóstol Pablo para describir nuestra situación.
Vamos a abrir nuestra Biblia, por favor, en la segunda carta a Timoteo, 2 Timoteo 2.
Y vamos a leer los versículos 3 y 4, y a hablar un poco de cómo ser un soldado.
¿Ya lo tienen? Dice: “Como buen soldado de Cristo Jesús, acepta las dificultades que tengas que sufrir”.
Y el versículo 4 sigue diciendo: “Ningún soldado se envuelve en los asuntos comerciales de la vida si quiere agradar a quien lo reclutó”.
Nos convertimos en soldados de Cristo cuando aceptamos que mediante su sacrificio Jehová nos ha salvado y cuando le prometemos a Jehová que le vamos a servir por toda la vida.
Nos convertimos en soldados y, como soldados, sabemos que las cosas no van a ser fáciles.
Tendremos problemas y pruebas.
Pero el objetivo de un buen soldado es permanecer leal a sus superiores, a los que le dan las órdenes.
Como ya dijimos, no va a ser fácil, nada fácil.
Pero hemos elegido ser soldados de Cristo.
Un buen soldado, como este soldado leal del que habla Pablo, es muy diferente de un mercenario.
Un mercenario es alguien al que le pagan para pelear, pero en realidad no siente pasión por la causa.
Solo lo han contratado.
Lo que hace, lo hace por dinero o lo que sea que le vayan a dar.
Nosotros no somos mercenarios.
Nosotros estamos completamente entregados a la causa.
Estamos dedicados a Jehová y somos leales a Cristo.
Somos buenos soldados: leales e íntegros.
Otro detalle sobre los soldados es que se les puede identificar por los uniformes y las armas que llevan.
Gracias a eso, los soldados pueden ver claramente quién lucha en su bando y quién lucha en el bando enemigo en medio de la batalla.
Se distinguen por lo que llevan puesto. Hoy también hay una clara diferencia entre los soldados de Satanás y los soldados de Cristo.
Eso es algo fácil de ver.
Pero no solo son enemigos, sino que son muy diferentes en su aspecto, su manera de pensar, de sentir y de actuar. Todo esto nos hace pensar en el gran contraste que hay entre “las obras de la carne” y “el fruto del espíritu” que se mencionan en Gálatas 5.
Hay una diferencia enorme “entre el que sirve a Dios y el que no le sirve”.
Y, a ver, pensemos: ¿qué armadura es la que llevamos puesta?
Efesios 6 dice: “Pónganse la armadura completa que Dios da”.
Así que nuestra armadura es de Dios.
No usamos ni las tácticas ni los métodos del Diablo.
No, se ve de lejos que somos soldados de Cristo.
Y aquí no hay zonas grises.
O estamos de un lado, o estamos del otro.
Es así, no hay más.
Por ejemplo, imagínate que eres un soldado y que estás de guardia.
Ya es de noche.
Ves que alguien se acerca y gritas: “¡Alto! ¿Quién anda ahí?
¿Amigo o enemigo?”.
Y contesta: “Las dos cosas”.
Eso es un enemigo.
No se puede estar en los dos bandos.
¿Qué más nos convierte en buenos soldados en esta guerra?
Vamos a abrir la Biblia en Filipenses, capítulo 1, Filipenses 1.
Y aquí vamos a hablar un poco de la unidad y de trabajar juntos, en paz.
Porque un ejército debe estar unido. Filipenses 1:27 dice: “Solo que pórtense de una manera digna de las buenas noticias acerca del Cristo, para que, sea que yo vaya a verlos o esté ausente, oiga de ustedes y sepa que se mantienen firmes con un mismo espíritu, con una misma alma [o, como dice la nota, “con un mismo propósito”], luchando lado a lado por la fe de las buenas noticias y sin tenerles ningún miedo a sus adversarios.
Esto mismo es prueba de que ellos serán destruidos pero ustedes salvados, y esto proviene de Dios”.
Sabemos que es muy importante estar unidos, trabajar hombro a hombro, lado a lado.
Ahora, una de las tácticas del Diablo es tratar de dividirnos.
Quiere vernos separados, que nos peleemos entre nosotros.
Esta es una estrategia de guerra muy efectiva. Hasta Jehová la usó contra sus enemigos, ¿se acuerdan?
En 2 Crónicas 20:20-23, se describe el ataque de Ammón, Moab y la región montañosa de Seír contra Judá.
¿Y qué hizo Jehová?
Sembró el caos.
Empezaron a atacarse y matarse entre ellos.
El Diablo usa la misma estrategia para sus malvados fines. ¿Cómo?
Si él logra que nos llevemos mal, que nos tratemos como enemigos, habrá conseguido su objetivo.
De hecho, recuerden lo que dice Efesios 4:26, 27 sobre llevarnos bien: “Cuando se enojen, no pequen; no dejen que se ponga el sol estando todavía enojados.
No le den ninguna oportunidad al Diablo”.
Y cuando él ve algún desacuerdo, o algún conflicto, le echa leña al fuego.
No perdamos de vista quién es nuestro enemigo.
Los hermanos pueden decepcionarnos, sacarnos de quicio y a veces hacernos daño, porque son imperfectos.
Pero ellos no son el enemigo.
El Diablo y sus ejércitos, ellos sí son el enemigo.
Así que no nos pongamos a pelear con quien no debemos.
Recordemos que los hermanos están de nuestro lado.
Por otra parte, también leímos en el texto de Filipenses que no debemos tener miedo.
¿Y recuerdan qué era lo que tenían que hacer los soldados israelitas cuando tenían miedo?
Deuteronomio 20:8 dice: “Los oficiales también deben preguntarle al pueblo: ‘¿Hay alguien que tenga miedo y esté desanimado?
Que vuelva a su casa, para que no haga que sus hermanos se desanimen como él’ ”.
Lo que hacen otros nos afecta.
Imagínate que estás en el ejército de Josué, listo para la batalla.
Y junto a ti hay otro soldado.
Y justo antes de salir llega y te dice: “¡Vamos a morir todos!
No vamos a volver.
Despídete de tu familia.
Se acabó”.
O diga: “Yo no sé si Jehová va a ayudar a Josué como ayudó a Moisés, ¿eh?”.
¿Se imaginan? ¡Qué horrible!
Era mejor que alguien así se quedara en casa.
Con esa actitud, solo iba a desanimar a los demás.
Pero nosotros tenemos compañeros positivos, valientes, que confían en Jehová.
Y tenemos los ejemplos de la Biblia, y los actuales, como nuestros hermanos de Rusia.
Como soldados de esta batalla, sabemos cuáles son las tácticas de Satanás.
Pero, ojo, él nos estudia y conoce nuestros puntos débiles. La Atalaya del 1 de septiembre del 88 publicó el artículo “Estén firmes contra las maquinaciones de Satanás”.
Allí decía que el Diablo conoce bien nuestras debilidades.
¿Y nosotros?
Si no las conocemos y no las corregimos, seremos presa fácil del Diablo.
Para eso hace falta ser humildes, sinceros con nosotros mismos, realmente querer cambiar.
Si no, estamos perdidos.
Uno tiene que preguntarse: “¿Cuáles son mis debilidades?
¿Las conozco? ¿Las corrijo?”.
Con la ayuda que nos da Jehová, podemos ganar esta batalla.
1 Pedro 5:10 dice que Jehová terminará nuestro entrenamiento; él nos hará firmes, él nos hará fuertes.
Con él podemos ganar.
Así que, hermanos, seamos buenos soldados de Cristo, confiemos en Jehová y ganemos la batalla contra el enemigo, el Diablo.