Qué alegría poder darles la bienvenida a todos ustedes, por todo el mundo, a la adoración matutina del día más importante del 2025, el día de la Conmemoración.
¡Bienvenidos!
El hermano Bob Butler, ayudante del Comité de Publicación, nos leerá el texto para hoy.
Fecha de la Conmemoración, sábado 12 de abril.
“El regalo que Dios da es la vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor”.
Romanos 6:23.
Gracias, Bob.
En el discurso que escucharemos esta noche, repasaremos las dos expresiones de amor más grandes de toda la historia.
Pero ahora hablemos brevemente del regalo del perdón y el de la vida eterna.
Gracias al perdón de Jehová podemos obtener vida eterna.
¿Cuántos errores ha cometido a lo largo de su vida?
Seguro que pensó, dijo o hizo algo que no debía, o que no pensó ni dijo ni hizo lo que debía.
Cometemos tantos errores en la vida que no podemos ni contarlos.
Para resaltar el punto, imaginemos que una persona comete 10 errores al día.
Siendo honestos, 10 es poco para lo imperfectos que somos.
Y 10 pecados al día por 365 días al año, ¿cuántos errores serían eso en 25 años?
91.250.
Y contando los años bisiestos hay que añadir seis días; en total serían 91.310.
Eso con solo 10 errores al día.
¿Cuántos errores serían en 50 años?
Más de 180.000.
¡Qué enorme cantidad de pecados!
Eso hace que se vea más pequeño el número de pecados que cometen contra nosotros.
La primera parte del texto de hoy, Romanos 6:23, dice lo siguiente: Debido a nuestros pecados, merecemos la muerte.
Pero ¿podemos expiar o borrar nuestros pecados?
El Salmo 49:7, 8 nos responde claramente esta pregunta: Por nuestros propios medios los humanos no podíamos salvarnos.
No teníamos esperanza.
Es frustrante ver que algo que necesitamos mucho es imposible de alcanzar.
Pero Jehová actuó para ayudarnos.
La segunda parte de Romanos 6:23 dice: Cuando pensamos en lo desesperada que era nuestra situación, nos impresiona aún más que Jehová nos perdone los pecados y nos dé vida eterna.
La palabra griega que aquí se traduce “regalo” se relaciona con la palabra que suele traducirse como “bondad inmerecida”.
Por lo tanto, la palabra regalo se podría traducir como “regalo inmerecido”.
Pero el versículo no se centra en que nosotros no merecemos este regalo, sino en la generosidad de quien nos lo hace.
Jehová lo ama, y lo ama tanto que ofreció a su Hijo unigénito como sacrificio por usted.
El regalo que Dios nos da es la vida eterna.
Pero quizás se siente mal por errores que cometió y se pregunta si Jehová lo ha perdonado.
¿Puede el sacrificio de Jesús cubrir por completo nuestros pecados?
Jehová le mandó a su pueblo que en el Día de Expiación hiciera algo muy interesante que hoy nos da consuelo y esperanza.
En hebreo, Día de Expiación significa “día de los cubrimientos”.
Miren lo que dice Perspicacia sobre ese día: Levítico, capítulo 16, describe detalladamente el Día de Expiación.
Y la organización de Jehová ha producido un video titulado La tienda, que nos muestra lo que se hacía ese día.
Quizá quieran repasarlo.
Hay un aspecto del Día de Expiación en el que no solemos pensar.
Levítico 16:5 dice que el sumo sacerdote Aarón debía “tomar del pueblo de Israel dos cabritos como ofrenda por el pecado”.
En este caso, los dos cabritos juntos eran una sola ofrenda.
Vamos a leer ahora los versículos 7-10.
Levítico 16:7-10: Aquí se habla del cabrito para Azazel.
La nota dice que Azazel “posiblemente significa ‘macho de las cabras que desaparece’”.
Los siguientes versículos explican que, después de que Aarón ofreciera el toro por sus propios pecados y por los de su familia —incluida toda la tribu de Leví—, sacrificaba el primer cabrito, el cabrito para Jehová.
Con él hacía expiación por los pecados del pueblo y también hacía expiación sobre el segundo cabrito, el que se enviaba al desierto.
La sangre del primer cabrito hacía expiación sobre el segundo, el que quedaba vivo, porque la vida está en la sangre.
El valor de la vida o de la sangre del primer cabrito se transfería al segundo cabrito, el cabrito para Azazel.
¿Qué pasaba después?
Leamos, por favor, los versículos 20-22.
Dice así: El sumo sacerdote confesaba sobre el cabrito todos los pecados de los israelitas, todos los errores, todas las transgresiones… Es muy probable que aquellas personas, al escuchar las palabras del sumo sacerdote, recordaran las veces que habían desobedecido la Ley ese año y que eran pecadoras.
¿Se imaginan ver al cabrito alejándose cada vez más y más del tabernáculo durante el Día de Expiación?
Con el tiempo incluso llegaron a empujarlo por un barranco para asegurarse de que no volviera.
La gente observaba con atención cómo el cabrito simbólicamente se llevaba sus pecados al desierto para no verlos nunca más.
Ver que aquel cabrito salía del campamento y saber que no iba a volver nunca seguramente hacía que los israelitas se sintieran muy aliviados.
¡Qué imagen tan clara del perdón de Jehová!
Claro, hubo ciertos años en los que el Día de Expiación fue especialmente importante para algunos israelitas.
Por ejemplo, pongámonos en el lugar del rey David.
En cierto momento de su vida pecó con Bat-Seba e hizo matar a Urías.
Y es cierto que Natán le dijo que Jehová lo perdonaba por aquel error.
Aun así, ver al cabrito para Azazel irse hacia el desierto debió hacerlo sentir muy aliviado.
Pensemos en cuando Manasés se arrepintió.
O en los judíos en los días de Josías o en los días de Nehemías, cuando se dieron cuenta de lo alejados que estaban de la Ley de Jehová.
Meditar en la misericordia de Jehová durante el Día de Expiación y esforzarse por enderezar su camino seguro que les dio mucho consuelo y tranquilidad.
¿Y por qué nos consuela y tranquiliza esto a nosotros, si han pasado miles de años?
Por favor, busquen conmigo Isaías 53:4, 5.
Esta es una profecía sobre el Mesías: Lo que se hacía en el Día de Expiación no eliminaba de forma permanente y completa el pecado de los israelitas, pero sí apuntaba a una expiación mucho mayor, a la que haría Jesús dando su vida en sacrificio.
Él fue como ese cabrito que se “llevó nuestras enfermedades”, a quien “traspasaron por nuestros pecados”.
Jehová cubrió nuestra gran deuda por el pecado al entregar a su Hijo como rescate por nosotros.
Pongamos un ejemplo.
Imagínese que va a cenar con amigos y siempre paga la misma persona, todas las veces que salen.
“La cuenta ya está cubierta”.
Otra vez dice: “Tranquilo, yo pago”.
Otro día: “Dame, yo me encargo de la cuenta”.
Claro, nos da vergüenza que esa persona siempre pague lo que debemos, pero también estamos muy agradecidos por su generosidad y la amabilidad que nos muestra.
¿No es eso lo que Jehová hace por nosotros?
Y lo hace todos los días.
Cada error, cada pecado… Si de verdad nos arrepentimos, Jehová nos perdona sin límites.
“La cuenta ya está cubierta.
Yo pago”, dice Jehová.
Por esa razón, Pablo escribió lo siguiente en 1 Timoteo 1:15: El sacrificio de Jesús tiene el poder de cubrir incluso pecados graves.
Pero ¿por qué es tan importante reconocer el valor del rescate?
Porque es indispensable para ser felices y sentirnos satisfechos.
Y Jehová quiere que le sirvamos así.
Si tenemos una conciencia limpia, Jehová aceptará el servicio sagrado que le damos.
El Día de Expiación en Israel era el 10 de tisri.
Y es interesante que la Fiesta de las Cabañas comenzara solo unos días después, el 15 de tisri.
Según Deuteronomio 16:15, durante la Fiesta de las Cabañas el pueblo tenía que estar muy alegre.
Como el Día de Expiación se había celebrado tan solo cinco días antes, la gente se sentía en paz con Jehová porque ya se les habían perdonado los pecados.
Así que durante la Fiesta de las Cabañas reinaba un ambiente de felicidad y agradecimiento.
¿Qué hay de nosotros?
Durante la temporada de la Conmemoración, debemos tomarnos tiempo para meditar en lo que Jehová y Jesús han hecho por nosotros.
Eso nos motivará a agradecer el regalo inmerecido que nos han hecho: el regalo de la vida eterna.
También perdonamos a quienes nos ofenden.
No queremos aceptar la bondad inmerecida de Dios y luego perder de vista su objetivo.
También nos alegramos de que Jehová nos muestre misericordia y nos perdone.
Tenemos la felicidad que procede del espíritu santo y concordamos con lo que se dice en el Salmo 32:1: “Feliz aquel al que se le perdona la ofensa, al que se le cubre su pecado”.
Bueno, ¿qué hemos visto hoy?
Que “el salario que el pecado paga es la muerte”, pero que “el regalo que Dios da es la vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor”.
También que el Día de Expiación deja claro que el sacrificio de Jesús se lleva por completo nuestros pecados.
Estas ideas consoladoras nos preparan el corazón para la Conmemoración.
Ahora, mientras el hermano Butler lee el comentario, fíjense en cómo Jesús ofreció un rescate correspondiente.
“Nosotros solos jamás podríamos habernos liberado del pecado y la muerte.
Así que Jehová decidió que su querido Hijo diera la vida por nosotros, y los dos pagaron un precio muy alto.
Cuanto más meditemos en lo que Jehová y Jesús sacrificaron por nosotros, más valoraremos el rescate.
Cuando Adán pecó, perdió la posibilidad de vivir para siempre y también les quitó esa oportunidad a todos sus hijos.
Para recomprar lo que Adán había perdido, Jesús ofreció como sacrificio su vida perfecta.
Durante todo el tiempo que vivió en la Tierra, Jesús ‘no cometió ningún pecado ni en su boca hubo engaño’.
Cuando murió era perfecto, así que su vida tenía el mismo valor que la vida que había perdido Adán”.
Gracias, Bob.
Ahora haremos la lectura bíblica para la Conmemoración.
Será en orden cronológico.
Síganla en sus biblias.
Entonces llegó el día de la Fiesta de los Panes Sin Levadura, en el que hay que ofrecer el sacrificio de la Pascua.
Así que Jesús envió a Pedro y a Juan con estas instrucciones: “Vayan y preparen la Pascua para que la comamos”.
Ellos le preguntaron: “¿Dónde quieres que la preparemos?”.
Él les dijo: “Miren, cuando entren en la ciudad, se encontrará con ustedes un hombre que lleva una vasija de barro con agua.
Síganlo y entren en la casa en la que él entre.
Y díganle al dueño de la casa: ‘El Maestro te dice: “¿Dónde está el cuarto de invitados, para que yo coma la Pascua con mis discípulos?”’.
Y ese hombre les mostrará en la parte alta una habitación grande amueblada.
Preparen la Pascua allí”.
Ellos se fueron y lo encontraron todo tal como él les había dicho; entonces hicieron los preparativos para la Pascua.
Ahora bien, el primer día de la Fiesta de los Panes Sin Levadura, cuando tenían la costumbre de ofrecer el sacrificio de la Pascua, sus discípulos le preguntaron: “¿Adónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua?”.
Entonces, él envió a dos de sus discípulos con este encargo: “Vayan a la ciudad.
Allí se encontrará con ustedes un hombre que lleva una vasija de barro con agua.
Síganlo y, donde sea que él entre, díganle al señor de la casa: ‘El Maestro dice: “¿Dónde está el cuarto de invitados, para que yo coma la Pascua con mis discípulos?”’.
Y él les mostrará en la parte alta una habitación grande, amueblada y lista.
Hagan allí los preparativos para nosotros”.
Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad y lo encontraron todo tal como él les había dicho; entonces hicieron los preparativos para la Pascua.
Así que, cuando llegó la hora, él se sentó a la mesa junto con los apóstoles.
Y les dijo: “Deseaba tanto comer con ustedes esta Pascua antes de que empiece mi sufrimiento...; porque les digo que ya no la volveré a comer hasta que esta tenga su cumplimiento en el Reino de Dios”.
Y, después de aceptar una copa, dio gracias a Dios y les dijo: “Tómenla y vayan pasándola entre ustedes, porque les digo que a partir de ahora no volveré a beber del producto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
“Pero, miren, la mano del que me va a traicionar está conmigo en la mesa.
Porque, es cierto, el Hijo del Hombre sigue su camino según lo que está establecido.
Pero ¡ay del que lo va a traicionar!”.
De modo que empezaron a discutir unos con otros sobre quién de ellos sería el que iba a hacer eso.
Después tomó un pan, le dio gracias a Dios, lo partió, se lo dio a ellos y les dijo: “Esto representa mi cuerpo, que será dado en beneficio de ustedes.
Sigan haciendo esto en memoria de mí”.
También, después de haber cenado, hizo lo mismo con la copa.
Les dijo: “Esta copa representa el nuevo pacto, validado con mi sangre, que va a ser derramada en beneficio de ustedes.
Entonces también surgió una fuerte discusión entre los discípulos sobre quién de ellos era considerado el mayor.
Pero él les dijo: “Los reyes de las naciones dominan al pueblo, y a los que tienen autoridad sobre la gente se les llama benefactores.
Sin embargo, ustedes no deben ser así.
Más bien, el que sea mayor entre ustedes, que se vuelva como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.
Porque ¿quién es mayor?
¿El que come, o el que sirve?
¿Acaso no es el que come?
Pero yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ahora bien, ustedes son los que en mis pruebas se han mantenido a mi lado.
Y yo hago un pacto con ustedes para un reino, así como mi Padre ha hecho un pacto conmigo, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten en tronos para juzgar a las 12 tribus de Israel.
Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a todos ustedes para sacudirlos como si fueran trigo.
Pero yo he rogado por ti para que tu fe no decaiga.
Y tú, cuando vuelvas, fortalece a tus hermanos”.
Entonces él le dijo: “Señor, estoy listo para ir a prisión contigo y hasta para morir contigo”.
Pero él le respondió: “Pedro, te digo que hoy el gallo no cantará hasta que hayas negado tres veces que me conoces”.
También les dijo: “Cuando los envié sin bolsita para el dinero ni bolsa de provisiones ni sandalias, ¿verdad que no les faltó nada?”.
“¡No!”, le contestaron.
Entonces él les dijo: “Pero, ahora, el que tiene una bolsita para el dinero, que la lleve, y también una bolsa de provisiones; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una.
Porque les digo que tiene que cumplirse en mí esto que está escrito: ‘Fue considerado un delincuente’.
De hecho, esto se está cumpliendo en mí”.
Entonces ellos le dijeron: “Señor, mira, aquí hay dos espadas”.
Él les respondió: “Con eso basta”.
Al salir, se fue como de costumbre al monte de los Olivos, y los discípulos lo siguieron.
Cuando llegaron al lugar, les dijo: “Quédense orando para que no caigan en la tentación”.
Y él se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra.
Se puso de rodillas y comenzó a orar diciendo: “Padre, si quieres, quítame esta copa.
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Entonces se le apareció un ángel del cielo y lo fortaleció.
Con todo, su agonía era tan grande que continuó orando todavía con más intensidad, y su sudor se volvió como gotas de sangre que caían al suelo.
Cuando se levantó después de orar, fue adonde estaban los discípulos y los encontró durmiendo, agotados por la tristeza.
Les dijo: “¿Por qué están durmiendo?
Levántense y oren todo el tiempo para que no caigan en la tentación”.
Mientras él todavía estaba hablando, apareció una multitud.
Al frente iba uno de los Doce, el que se llamaba Judas, y se acercó a Jesús para besarlo.
Pero Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?”.
Cuando los que estaban a su alrededor vieron lo que iba a pasar, le preguntaron: “Señor, ¿atacamos con la espada?”.
Y uno de ellos atacó al esclavo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.
Ante esto, Jesús dijo: “Ya basta”.
Y, tocándole la oreja al esclavo, lo curó.
Entonces Jesús les dijo a los sacerdotes principales, a los capitanes del templo y a los ancianos que habían ido allí a buscarlo: “¿Salieron con espadas y garrotes como si yo fuera un ladrón?
Día tras día estuve con ustedes en el templo y no me pusieron las manos encima.
Pero esta es la hora de ustedes y la hora en que gobierna la oscuridad”.
A continuación lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote.
Y Pedro iba siguiéndolos a cierta distancia.
Ellos encendieron un fuego en medio del patio y se sentaron juntos.
Pedro estaba sentado entre ellos.
En eso, una sirvienta que lo vio sentado a la luz del fuego se quedó mirándolo y dijo: “Este hombre también andaba con él”.
Pero Pedro lo negó.
Dijo: “Mujer, yo no lo conozco”.
Poco después, otra persona lo vio y le dijo: “Tú también eres uno de ellos”.
Pero Pedro le contestó: “Hombre, no lo soy”.
Como una hora más tarde, otro se puso a decir con insistencia: “¡No hay duda de que este hombre también andaba con él!
Está claro que es galileo”.
Pero Pedro le dijo: “Hombre, no sé lo que dices”.
Al instante, mientras él todavía estaba hablando, un gallo cantó.
Con eso, el Señor se volvió y miró a Pedro fijamente, y Pedro recordó la declaración del Señor, quien le había dicho: “Antes de que un gallo cante hoy, tú negarás tres veces que me conoces”.
Y salió afuera y lloró amargamente.
Ahora bien, los hombres que tenían a Jesús bajo custodia empezaron a burlarse de él y a golpearlo.
Después de cubrirle la cara, le decían una y otra vez: “¡Profetiza!
¿Quién es el que te pegó?”.
Y decían muchas otras blasfemias contra él.
Nos alegra mucho saber que esta noche todo el pueblo de Jehová estará unido celebrando la Conmemoración de la muerte de Cristo.
No se olviden de que el Cuerpo Gobernante los quiere muchísimo.
Que Jehová bendiga a su pueblo por todo el mundo en este día tan especial.